La Ciudad Y Los Perros Quotes

We've searched our database for all the quotes and captions related to La Ciudad Y Los Perros. Here they are! All 44 of them:

O comes o te comen, no hay más remedio.
Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros)
Los zorros del desierto de Sechura aúllan como demonios cuando llega la noche; ¿sabes por qué?: para quebrar el silencio que los aterroriza.
Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros)
لە شەوێکی دڵگیر هیچ شتێک زۆرتر لە خوێندنی کتێبێکی باش مرۆڤ هێور ناکاتەوە، نە سەیرکردنی فیلم و نە گوێگرتن لە مۆسیقا. بخەوی و بخوێنی و بێخەیاڵی عالەم و ئادەم و دنیا بیت.
Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros)
Podía soportar la soledad y las humillaciones que conocía desde niño y sólo herían su espíritu: lo horrible era el encierro, esa gran soledad exterior que no elegía, que alguien le arrojaba encima como una camisa de fuerza.
Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros)
Lo tocó murmurando la letra, con el violín bañado en lágrimas, y con una inspiración tan intensa que a los primeros compases empezaron a ladrar los perros de la calle, y luego los de la ciudad, pero después se fueron callando poco a poco por el hechizo de la música, y el valse terminó con un silencio sobrenatural. El balcón no se abrió, ni nadie se asomó a la calle, ni siquiera el sereno que casi siempre acudía con su candil tratando de medrar con las migajas de las serenatas. El acto fue un conjuro de alivio para Florentino Ariza, pues cuando guardó el violin en el estuche y se alejó por las calles muertas sin mirar hacia atrás, no sentía ya que iba la mañana siguinte, sino que se había ido desde hacía muchos años con la disposición irrevocable de no volver jamás.
Gabriel García Márquez
Pero no olvide tampoco que lo primero que se aprende en el Ejército es a ser hombres. Los hombres fuman, se emborrachan, tiran contra, culean. Los cadetes saben que, si son descubiertos, se les expulsa. Ya han salido varios. Para hacerse hombre hay que correr riesgo, hay que ser audaz. Eso es el Ejército, Gamboa, no sólo la disciplina.
Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros)
Soñaba toda la semana con la salida, pero apenas entraba a su casa se sentía irritado: la abrumadora obsequiosidad de su madre era tan mortificante como el encierro.
Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros)
Sólo la libertad le interesaba ahora para manejar su soledad a su capricho, llevarla a un cine, encerrarse con ella en cualquier parte.
Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros)
En Cierto modo, tenía derecho; todos en el colegio respetaban la venganza.
Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros)
—La represión es la única filosofía de efectos duraderos. La gran deferencia del miedo y de la esclavitud, amigo —dijo el marqués,— conservará a los perros obedientes al látigo mientras este techo —añadió mirando al techo— nos proteja del cielo.
Charles Dickens (Historia de dos ciudades)
—La represión es la única filosofía de efectos duraderos. La gran deferencia del miedo y de la esclavitud, amigo —dijo el marqués,— conservará a los perros obedientes al látigo mientras este techo — añadió mirando al techo— nos proteja del cielo.
Charles Dickens (Historia de dos ciudades)
Ni en la guerra debe haber muertos inutiles. Usted me entiende, vaya al colegio y trate en el futuro de que la muerte del cadete Arana sirve para algo.
Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros)
Ahora ella está de frente a él. De golpe, Alberto descubre que el rostro tantas veces evocado en el colegio estás últimas semanas tenía una firmeza que no asoma en el rostro que ve a su lado, el mismo que vio en el cine Metro, o tras esa puerta, cuando se despidieron, un rostro cohibido, unos ojos tímidos que se apartan de los suyos y se abren y cierran como tocados por el sol de verano.
Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros)
—Lindo perro mío, buen perro, chucho querido, acércate y ven a respirar un excelente perfume, comprado en la mejor perfumería de la ciudad. Y el perro, meneando la cola, signo, según creo, que en esos mezquinos seres corresponde a la risa y a la sonrisa, se acerca y pone curioso la húmeda nariz en el frasco destapado; luego, echándose atrás con súbito temor, me ladra, como si me reconviniera. —¡Ah miserable can! Si te hubiera ofrecido un montón de excrementos los hubieras husmeado con delicia, devorándolos tal vez. Así tú, indigno compañero de mi triste vida, te pareces al público, a quien nunca se ha de ofrecer perfumes delicados que le exasperen, sino basura cuidadosamente elegida.
Charles Baudelaire (Paris Spleen)
—La represión es la única filosofía de efectos duraderos. La gran deferencia del miedo y de la esclavitud, amigo —dijo el marqués—, conservará a los perros obedientes al látigo mientras este techo —añadió mirando al techo— nos proteja del cielo.
Charles Dickens (Historia de dos ciudades)
El hombre libre es dueño del tiempo. El hombre que domina el espacio es apenas poderoso. En la ciudad, los minutos, las horas, los años se nos escapan. Corren desde la llaga del tiempo herido. En la cabaña, el tiempo se calma, se acuesta a nuestros pies como viejo perro amable y, de pronto, ya no sabemos que existe. Soy libre porque mis días lo son.
Sylvain Tesson (Dans les forêts de Sibérie)
Mátenme al alba. Con cuchillos [ilegible] y con cuchillas oxidadas. Estaré en cuclillas esperando. Salva tu amor. No lo salves. Desafección y mierda violenta que aprendió a expresarse en nuestros días mediante fórmulas atroces como «hacer el amor» y «asumir la responsabilidad» y «negar el pasado» y «el hombre es lo que se hace». No hay más que la memoria, maravilla sin igual, horror sin semejanza. Hace mucho que me entregué a las sombras. Y no me contenta mi destino sombrío, mi destino asombrado. Me han asolado, me han agostado. Libérame de ti pues te amo y no estás. No me hables. No te apostes en mis rincones preferidos. Estás aquí. Me deliras. Me cortas las cintas de colores que me aliaban a las niñas que fui. Me abandonas loca furiosa, comiendo sombras furiosamente, girando convulsa con las manos espantadas, revolcándome en tu huida hasta los atroces orgasmos y gritos de bestia asesinada. Pero te amo. A ti te asumo, ante ti sin pasado ni relojes ni sonidos. Sucia y susurrante, leve, ingrávida, llena de sangre y de sustancias sexuales, húmeda, mojada, reventando de calor, de sangre que pide. Me dañas la columna vertebral, tantos días despeñada sobre tu cuerpo imaginado. Me dañas la cabeza que di contra las paredes porque no sabía qué hacer salvo esto: que debía golpearme y castigarme ya que tú no venías. Con tu sonrisa de paraíso exactamente situado en el tiempo y en el espacio. Con tus ojos que sonríen antes que tus labios. En tus ojos encuentro mi persona súbitamente reconstruida. En tus ojos se acumulan mis fragmentos que se unen apenas me miras. En tus ojos vivo una vida de aire puro, de respiración fiel. En tus ojos no necesito del conocimiento, no necesito del lenguaje. En tus ojos me siento y sonrío y hay una niña azul en el jardín de un castillo. Ahora que no estás me atrae la caída, la mierda, lo abyecto, lo denigrante. Salgo a la calle y siento la suciedad, la ruina. Entro en los bares más siniestros y tomo un vino como sangre coagulada, como menstruación, y me rodean brujas negras, perros sarnosos, viejos mutilados y jóvenes putos de ambos sexos. Yo bebo y me miro en el espejo lleno de mierda de moscas. Después no me veo más. Después hablo en no sé cuál idioma. Hablo con estos desechos que no me echan, ellos me aceptan, me incorporan, me reconocen. Recito poemas. Discuto cuestiones inverosímiles. Acaricio a los perros y me chupo las manos. Sonrío a los mutilados. Me dejo tocar, palpar, manos en mi cuerpo adolescente que tanto te gustaba por ser ceñido y firme y suave. («La lisura de tu vientre, tus caderas de efebo solar, tu cintura hecha a la medida de mis manos cerrándose, tus pechos de niña salvaje que los deja desnudos aun cuando llueve, tu sexo y tus gritos rítmicos, que deshacían la ciudad y me llevaban a una selva musical en donde todo confabulaba para que los cuerpos se reconozcan y se amen con sonidos de leves tambores incesantes. Esas noches en que hacíamos el amor debajo de las grandes palabras que perdían su sentido, porque no había más que nuestros cuerpos rítmicos y esenciales… Y ahora llueve y tengo náuseas y vomito casi todo el día y siempre que hay un olor espantoso en la calle, un olor a paquete olvidado, a muerto olvidado. Y tengo miedo. Eso quería decir: que no estás y tengo miedo.»)
Alejandra Pizarnik (Diarios: edición definitiva)
Ha olvidado también el resto de aquella noche, la frialdad de las sábanas de ese lecho hostil, la soledad que trataba de disipar esforzando los ojos para arrancar a la oscuridad algún objeto, algún fulgor, y la angustia que hurgaba su espíritu como un laborioso clavo. ''Los zorros del desierto de Sechuran aúllan como demonios cuando llega la noche; ¿Sabes por qué? Para quebrar el silencio que los aterroriza'' había dicho una vez tía Adelina. Él tenía ganas de gritar para que la vida brotara en ese cuarto, donde todo parecía muerto.
Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros)
Desde allí vio en un lento remolino, a su madre que saltaba de la cama y vio a su padre detenerla a medio camino y empujarla fácilmente hasta el lecho, y luego lo vio dar media vuelta y venir hacia él, vociferando, y se sintió en el aire, y, de pronto, estaba en su cuarto, a oscuras, y el hombre cuyo cuerpo resaltaba en la negrura le volvió a pegar e la cara,y todavía alcanzó a ver que el hombre se interponía entre él y su madre que cruzaba la puerta, la cogía de un brazo y la arrastraba como si fuera de trapo, y luego la puerta se cerró y él se hundió en una vertiginosa pesadilla
Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros)
-¿Y qué más? Con respecto a los enemigos, ¿cómo se comportarán nuestros soldados? -¿En qué cosa? -Lo primero, en lo que toca a hacer esclavos, ¿parece justo que las ciudades de Grecia hagan esclavos a los grie­gos o más bien deben imponerse en lo posible aun a las otras ciudades para que respeten la raza griega evitando así su propia esclavitud bajo los bárbaros? -En absoluto -dijo-; importa mucho que la respeten. -¿Y, por tanto, que no adquiramos nosotros ningún esclavo griego y que en el mismo sentido aconsejemos a los otros helenos? -En un todo -repuso-; de ese modo se volverán más bien contra los bárbaros y dejarán en paz a los propios. -¿Y qué más? ¿Es decoroso -dije yo- despojar, des­pués de la victoria, a los muertos de otra cosa que no sean sus armas? ¿No sirve ello de ocasión a los cobardes para no marchar contra el enemigo, como si al quedar agacha­dos sobre un cadáver estuvieran haciendo algo indispen­sable, y no han perecido muchos ejércitos con motivo de semejante depredación? -Bien cierto. -¿No ha de parecer villano y sórdido el despojo de un cadáver y propio asimismo de un ánimo enteco y mujeril el considerar como enemigo el cuerpo de un muerto cuando ya ha volado de él la enemistad y sólo ha queda­do el instrumento con que luchaba? ¿Crees, acaso, que éstos hacen otra cosa que lo que los perros que se enfu­recen contra las piedras que les lanzan sin tocar al que las arroja? -Ni más ni menos -dijo. -¿Hay, pues, que acabar con la depredación de los muertos y con la oposición a que se les entierre? -Hay que acabar, por Zeus -contestó.   XVI. -Ni tampoco, creo yo, hemos de llevar a los tem­plos las armas para erigirlas allí, y mucho menos las de los griegos, si es que nos importa algo la benevolen­cia para con el resto de Grecia; más bien temeremos que el llevar allá tales despojos de nuestros allegados sea contaminar el templo, si ya no es que el dios dice otra cosa. -Exacto -dijo. -¿Y qué diremos de la devastación de la tierra heléni­ca y del incendio de sus casas? ¿Qué harán tus soldados en relación con sus enemigos? -Oiría con gusto -dijo- tu opinión sobre ello. -A mí me parece -dije- que no deben hacer ninguna de aquellas dos cosas, sino sólo quitarles y tomar para sí la cosecha del año. ¿Quieres que te diga la razón de ello? -Bien de cierto. -Creo que a los dos nombres de guerra y sedición corresponden dos realidades en las discordias que se dan en dos terrenos distintos: lo uno se da en lo domés­tico y allegado; lo otro, en lo ajeno y extraño. La enemis­tad en lo doméstico es llamada sedición; en lo ajeno, guerra. -No hay nada descaminado en lo que dices -respon­dió. -Mira también si es acertado esto otro que voy a decir: afirmo que la raza griega es allegada y pariente para con­sigo misma, pero ajena y extraña en relación con el mun­do bárbaro. -Bien dicho -observó. -Sostendremos, pues, que los griegos han de comba­tir con los bárbaros y los bárbaros con los griegos y que son enemigos por naturaleza unos de otros y que esta enemistad ha de llamarse guerra; pero, cuando los grie­gos hacen otro tanto con los griegos, diremos que siguen todos siendo amigos por naturaleza, que con ello la Gre­cia enferma y se divide y que esta enemistad ha de ser lla­mada sedición.
Plato (La República)
La mujer sonreía teatralmente y se había lanzado a hablar sin pausas. En el chisporroteo de palabras, las formulas de cortesía que Alberto había escuchado en su infancia aparecían como en caricatura, condimentadas con adjetivos lujosos y gratuitos, y a ratos comprendía que lo trataban de señor y de don y lo interrogaban sin esperar su respuesta. Se halló envuelto en una costra verbal, en un laberinto sonoro.
Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros)
Ha olvidado los hechos minúsculos, idénticos, que constituían su vida, esos días que siguieron al descubrimiento de que tampoco podía confiar en su madre, pero no ha olvidado el desánimo, la amargura, el rencor, el miedo que reinaban en su corazón y que ocupaban sus noches.
Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros)
Alberto pensó súbitamente, en el bautizo de los perros. Por primera vez, después de tres años, sentía esa sensación de impotencia y humillación radical que había descubierto al ingresar al colegio. Sin embargo, ahora era todavía peor: al menos, el bautizo se compartía.
Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros)
Todo el cuerpo del Jaguar pareció replegarse como sorprendido por una instantánea punzada en las entrañas. - Pero el caso de él era distinto - dijo, ronco, articulando con esfuerzo-. No es lo mismo, mi teniente. Los otros me traicionaron de pura cobardía. Él quería vengar al Esclavo. Es un soplón y eso siempre da pena en un hombre, pero era por vengar a un amigo, ¿No ve la diferencia, mi teniente?
Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros)
Evocaba el sol, la luz blanca que bañaba todo el año las calles de la ciudad y las conservaba tibias, acogedoras, la excitación de los domingos, los paseos a Eten, la arena amarilla que abrasaba, el purísimo cielo azul. Levantaba la vista: nubes grises por todos partes, ni un punto claro. Regresaba a su casa, caminando despacio, arrastrando los pies como viejo.
Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros)
Las referencias feroces, aunque vagas, que escuchaba en boca de los cadetes, estimulaban su imaginación. En sueños, el nombre se presentaba dotado de atributos carnales, extraños y contradictorios, la mujer era siempre la misma y distinta, una presencia que se desvanecía cuando iba a tocarla o lo sumía en una ternura infinita y entonces creía morir de impaciencia.
Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros)
Mentira, el recuerdo del colegio despertaba aún esa inevitable sensación sombría y huraña bajo la cual su espíritu se contraía como una mimosa al contacto de la piel humana. Sólo que el malestar era cada vez más efímero, un pasajero granito de arena en el ojo, ya estaba bien de nuevo.
Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros)
Alberto caminaba de vuelta a su casa, ensimismado, aturdido. El invierno moribundo se despedía de Miraflores con una súbita neblina que se había instalado a media altura, entre la tierra y la cresta de los árboles de la avenida Larco: al atravesarla, las luces de los faroles se debilitaban, la neblina estaba en todas partes ahora, envolviendo y disolviendo objetos, personas, recuerdos: los rostros de Arana y el Jaguar, las cuadras, las consignas, perdían actualidad y, en cambio, un olvidado grupo de muchachos y muchachas volvía a su memoria, él conversaba con esas imágenes de sueño en el pequeño cuadrilátero de hierba de la esquina de Diego Ferré y nada parecía haber cambiado, el lenguaje y los gestos le eran familiares, la vida parecía tan armoniosa y tolerable, el tiempo avanzaba sin sobresaltos, dulce y excitante como los ojos oscuros de esa muchacha desconocida que bromeaba con él cordialmente, una muchacha pequeña y suave, de voz clara y cabellos negros
Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros)
Alberto soñaba sin cerrar los ojos. Habían bastado apenas unos segundos para que el mundo que abandonó le abriera sus puertas y lo recibiera otra vez en su seno sin tomarle cuentas, como si el lugar que ocupaba entre ellos le hubiera sido celosamente guardado durante esos tres años. Había recuperado su porvenir
Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros)
Le dices a un ciego, Estás libre, le abres la puerta que lo separaba del mundo, Vete, estás libre, volvemos a decirle, y no se va, se queda allí parado en medio de la calle, él y los otros, están asustados, no saben adónde ir, y es que no hay comparación entre vivir en un laberinto racional, como es, por definición, un manicomio, y aventurarse, sin mano de guía ni traílla de perro, en el laberinto enloquecido de la ciudad, donde de nada va a servir la memoria, pues sólo será capaz de mostrar la imagen de los lugares y no los caminos para llegar.
José Saramago
—La Ciudad de México no es muy tropical que digamos —se atrevió a rectificarlo Caridad y Tom rió, ruidosamente. —Querida, el trópico está en cualquier lugar donde no haya que vivir la mitad del año cagándose de frío y caminando entre la puta nieve.
Leonardo Padura (El hombre que amaba a los perros)
Solo la libertad le interesaba ahora para manejar su soledad a su capricho.
Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros)
Los trapos sucios se lavan en casa.
Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros)
¿Pero no se parecía su vida más bien a uno de esos grandes plátanos de tronco potente que bordean las calles de la ciudad, crecido despreocupándose de las meadas de los perros, de los papeluchos, de las colillas de cigarrillos y de las latas acumuladas entre sus raíces, indiferente al espray fluorescente con el que los enamorados trenzan sus nombres, a las obscenidades, que cada temporada son más fuertes, grabadas en su corteza? Un árbol cuyas raíces no respiran, sofocadas por el asfalto, agotadas por las vibraciones de los autobuses, con las hojas grises y el tronco ennegrecido por el hollín que, a pesar de todo, conserva su poderosa altura porque, como todos los árboles, sólo quiere una cosa -saciarse de luz- y para hacerlo debe continuar elevándose: hacia arriba, más arriba aún, hasta sobrepasar la sombra de los edificios. Una conquista que todos los inviernos es aniquilada por la implacable hacha del Servicio de Jardines que lo poda a la perfección y de sus bonitas ramas no deja más que minúsculos muñones. A pesar de la mutilación, sin embargo, el plátano no se rinde y cada primavera de sus amputados brazos despuntan numerosas varas y, de esas tiernas ramas, las primeras hojas.
Susanna Tamaro
Aquella parte del Sókol era como un museo del sueño socialista de la belleza nunca alcanzada, una paradójica verruga individualizada yhumana en el organismo diseñado en moldes de hierro de la estricta ciudad sovietica planeada por Stalin desde que se empeñara en "hacerle una cesárea al viejo Moscu" , demasiado caotico y señorial para sus gustos de Supremo Urbanista. ¿De que otra cosa sino de la mar podemos hablar los naufragos, Ramon Pavlovich? ¿De que otra cosa sino de la mar podemos hablar los náufragos?...
Leonardo Padura (El hombre que amaba a los perros)
Le dices a un ciego, Estás libre, le abres la puerta que lo separaba del mundo, Vete, estás libre, volvemos a decirle, y no se va, se queda allí parado en medio de la calle, él y los otros, están asustados, no saben adónde ir, y es que no hay comparación entre vivir en un laberinto racional, como es, por definición, un manicomio, y aventurarse, sin mano de guía ni traílla de perro, en el laberinto enloquecido de la ciudad, donde de nada va a servir la memoria, pues sólo será capaz de mostrar la imagen de los lugares y no los caminos para llegar. Apostados ante el edificio, que arde de un extremo al otro, los ciegos sienten en la cara las olas vivas del calor del incendio, las reciben como algo que en cierto modo los resguarda, como antes habían sido las paredes, prisión y seguridad al mismo tiempo.
José Saramago
Lo tocó murmurando la letra, con el violín bañado en lágrimas, y con una inspiración tan intensa que a los primeros compases empezaron a ladrar los perros de la calle, y luego los de la ciudad, pero después se fueron callando poco a poco por el hechizo de la música, y el valse terminó con un silencio sobrenatural.
Gabriel García Márquez
Los perros de raza alemana no entienden por qué la gente los maltrata. En Francia, al agua de Colonia le cambian el nombre y la llaman agua de Provenza. En Estados Unidos, en cuanto entren en guerra, se propondrá que las hamburgers («hamburguesas») se llamen Salisbury steak («filete de Salisbury») para olvidar su origen, la ciudad alemana de Hamburgo.
Juan Eslava Galán (La primera guerra mundial contada para escépticos)
La emisora Radio Ciudad Primada de Cuba Libre era, precisamente, el medio encargado de concretar una realidad virtual más embustera aún que la de ríos, montañas y carreteras de nombres caprichosos, porque estaba construida sobre planes, compromisos, metas y cifras mágicas que nadie se ocupaba de comprobar, sobre constantes llamados al sacrificio, la vigilancia y la disciplina con los que cada uno de los jefes locales trataba de construir el escalón de su propio ascenso
Leonardo Padura (El hombre que amaba a los perros)
«Los zorros del desierto de Sechura aúllan como demonios cuando llega la noche; ¿sabes por qué?: para quebrar el silencio que los aterroriza»,
Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros)
Abandoné el lago, me persigne al revés a cruzar delante del monumento elegido al ángel caído -la rebeldía de esta ciudad no tiene límites-, salí del parque vigilada por un pasillo de silentes estatuas, cruza el Paseo del Prado y subí, como siempre, la calle Huertas, que aún olía a alcohol que había ingerido y meado los de la noche anterior. Entonces supe que sobre todas las cosas echaría de menos el barrio los domingos: los ancianos paseando en zapatillas de estar por casa, los grupitos de turistas apostados frente a la casa de Lope de Vega mientras un guía vestido de época me recitaba un monólogo de El perro del hortelano, el agudo chillido de los vencejos, un piano ensayando en un primer piso... [...] Mientras caminaba calle arriba me pregunté si habría en el mundo calle tan corta que tuviera tal cóctel de espacios y establecimientos. Se podría vivir una vida plena sin salir de ella nunca más. Fui haciendo recuento según subía por los 60 números de Huertas hasta la plaza del ángel. Veamos... tres plazas, cinco tabernas, ocho garitos de marcha, tres coctelerías, un karaoke, veinte restaurantes, tres locales de música en directo, dos salones de té, cuatro pastelerías, tres cafés, una comisaría, un parque, convento de clausura, la tumba de un genial escritor, tres tiendas de moda, dos supermercados, tres hoteles, dos librerías, tres anticuarios, una sala de teatro y el cementerio de una iglesia convertida en floristería
Vanessa Montfort (Mujeres que compran flores)
Los mongoles cultivaban esos temores con esmero, y no cabe duda de que Gengis Kan usaba la violencia de forma selectiva y deliberada. El saqueo de una ciudad era una acción premeditada, calculada para animar a otras a someterse pacíficamente y rápido; las muertes espantosas, teatrales, se utilizaban para convencer a otros gobernantes de que era mejor negociar que oponer resistencia. Nīshāpūr fue uno de los centros que sufrió una devastación total. Se masacró a cuanto ser vivo había en la ciudad, desde las mujeres, los niños y los ancianos hasta el ganado y los animales domésticos: la orden había sido que ni siquiera los perros y los gatos debían quedar con vida. Los cadáveres fueron apilados en una serie de pirámides enormes como advertencia horripilante de las consecuencias de enfrentarse a los mongoles. Eso bastó para convencer a otras ciudades de bajar las armas y negociar: se trataba de elegir entre la vida y la muerte.
Peter Frankopan (El corazón del mundo: Una nueva historia universal (Serie Mayor) (Spanish Edition))
But remember, the first thing you learn in the army is to be a man. And what do men do? They smoke, they drink, they gamble, they fuck. The cadets all know they get expelled of they're discovered. IF, Gamboa. We've already expelled quite a few. But the smart ones don't get caught. If they're going to be men, they have to take chances, they have to use their wits. That's the way the army is. Discipline isn't enough. You've got to have guts, and you've also got to have brains.
Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros)
Hoy, el honor más grande al que aspira el pintor es ver su tela con un marco de madera dorada y colgada en un museo -una especie de tienda de antigüedades-, donde se verá, como se ve en el Prado, la Ascensión de Murillo, junto al Mendigo de Velázquez, y los Perros de Felipe II. ¡Pobre Velázquez y pobre Murillo! ¡Pobres estatuas griegas que vivían en las acrópolis de sus ciudades, y que hoy se sofocan bajo las colgaduras de paño rojo del Louvre!
Pyotr Kropotkin (La Conquista del Pan)