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—No importa —dijo Perséfone—. Él no tenía que hacerlo. Mientras goberné con él sólo hicimos unas pocas excepciones, e incluso entonces había tantas advertencias que en realidad nadie llegaba de nuevo a la superficie. Violó todo lo que lo representaba desde el amanecer de la humanidad para salvar tu vida.
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Aimee Carter (Goddess Interrupted (Goddess Test, #2))
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La magia de cada día no está en vivirlo como si fuera el último, sino en disfrutarlo sintiendo que la magia de la vida surgirá en cada nuevo amanecer.
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Martín Balarezo García
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BILLY: Se llamaba «Aurora». Porque Camila..., ella era mi aurora. Era mi nuevo amanecer, mi alba, mi sol asomándose por el horizonte. Era todo eso.
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Taylor Jenkins Reid (Daisy Jones & The Six)
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Ya no tenía ganas de venganza, ni siquiera de llorar. Sentía su pecho vacío y una neblina enturbiando su mente. Había llegado el día de su muerte. No vería un nuevo amanecer.
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Lorena Pacheco Fiérrez (Hilando historias)
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Recordad a mi hermano que los egipcios creen en el Poder del amanecer. Creen que cada mañana no da inicio solo a un nuevo día, sino a un nuevo mundo.
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Rick Riordan (The Red Pyramid (The Kane Chronicles, #1))
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La desgracia de Adam Appleby era que, en cuanto despertaba del sueño, su conciencia se inundaba inmediatamente de todo aquello en lo que menos deseaba pensar. Tenía la impresión de que otros hombres se enfrentaban a cada nuevo amanecer con la mente y el corazón renovados, llenos de optimismo y decisión; o bien de que se arrastraban ganduleando durante la primera hora del día en un estado de bendito sopor, incapaces de pensar en nada, ni agradable ni desagradable. Pero, agazapados como arpías en torno a su cama, los pensamientos desagradables esperaban para asaltarle tan pronto como Adam parpadease y abriera los ojos. En aquel momento se veía obligado, como alguien que se ahoga, a examinar su vida entera, dividido entre lamentaciones por el pasado y miedos futuros.
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David Lodge (The British Museum Is Falling Down (King Penguin))
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Pero yo no flotaba a la deriva. Un nuevo cordel me ataba a mi disposición.
Y no uno solo, sino un millón, y no eran cordeles, sino cables de acero. Sí, un millón de cables de acero me fijaban al mismísimo centro del universo.
Y podía ver perfectamente cómo el mundo entero giraba en torno a ese punto. Hasta el momento, nunca jamás había sentido la simetría del cosmos, pero ahora me parecía evidente.
La gravedad de la tierra ya no me ataba al suelo que pisaba.
Lo que ahora decía que tuviera los pies en el suelo era la niñita que estaba en brazos de la vampira rubia.
Renesmee.
• Esto no tiene nombre, pág. 400
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Stephenie Meyer (Breaking Dawn (The Twilight Saga, #4))
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A base de tropezar, espero, aprenderé a caminar de nuevo, y cuanto más camine más me alejaré de ti, hasta llegar a un momento en que tu recuerdo no sea más que una pequeña mota en el horizonte, a punto de fundirse con el amanecer de un sol radiante que me lleve a entornar los ojos en la última mirada que, al fin, te concederé.
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Alejandro Ordóñez Perales
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—Eres hermosa— le susurró.
Ella observó de nuevo con esa mirada que se hace con un rápido parpadeo su rostro tostado por el sol, sus anchos hombros, su porte, su figura alta, inmóvil, que estaba a sus pies. Luego sonrió. En la sombría belleza de su rostro esa sonrisa era como el primer rayo de luz en una noche de tormenta, como una flecha fugaz y clara entre nubes sombrías, anunciadora del amanecer y del trueno.
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Joseph Conrad (An Outcast of the Islands)
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Las tardes de verano se alargaron y sentí deseos de salir con ella al patio, para que el sol le diera en la cara, y ver aparecer, una vez más, sus pecas bronceadas. Quería llevarla de nuevo a mi piso, detrás de la calle Cloth Fair, el piso que me aconsejó que me quedara cinco minutos después de verlo por primera vez, el noviembre pasado. Deseaba sentarme con ella en el tejado y contemplar el barrio de Smithfield al amanecer, y ver cómo abrían el mercado de carne, como si se tratara de una floración gigante y nocturna. Quería que volviéramos a escuchar juntas las campanas de Bartholomew, mientras comíamos cruasanes, leíamos los periódicos del domingo y cotilleábamos sobre las personas que conocíamos. Pero, sobre todo, quería que volviera a estar bien y que se incorporara enseguida a la colorida vida londinense. Pero Ginger nunca volvió a salir al exterior y, al final, le dije que no se perdía gran cosa, porque lo habíamos hecho todo, lo habíamos vivido todo, ¿no? Así que no hacía falta.
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Sarah Winman (When God Was a Rabbit)
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Me abrazo a la almohada. Pido,
aunque ya sé que no me será concedida,
una noche tranquila. Tengo un aullido en
mi interior, normalmente, durante el día,
me deja tranquila, pero por la noche,
cuando me tumbo en la cama e intento
dormir, él se despierta y empieza a
merodear como un gato furioso, me
araña el pecho, me crispa la mandíbula,
me golpea las sienes. Para calmarlo, a
veces abro la boca y finjo gritar en
silencio, pero no logro engañarlo, sigue
ahí, enloquecido, intentando romperme.
El amanecer, los niños, el pudor y los
quehaceres cotidianos lo enmudecen y
amansan durante unas horas, pero luego,
al caer la noche y quedarme sola, llega
puntualmente a nuestra cita. Cierro los
ojos con fuerza. Los abro. Aquí está de
nuevo.
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Milena Busquets (This Too Shall Pass)
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He estado pensando en esto, y el poema aquel, el tío que lo escribió, quiso decir que eres dorado mientras eres un niño, como lo verde. Cuando eres niño todo es nuevo, el amanecer. Sólo cuando te acostumbras a las cosas se hace de día. Como lo mucho que te gustan las puestas de sol, Pony. Eso es dorado. Sigue siendo así, es una buena manera de ser. Quiero que convenzas a Dally para que mire una puesta de sol. Seguramente creerá que te has vuelto loco, pero pídeselo por mí. No creo que el haya visto nunca una puesta del sol. Y procura que no te joda tanto ser un greaser. Aún te queda mucho tiempo para hacer de ti lo que de verdad quieres ser. Aún quedan un montón de cosas buenas en el mundo. Díselo a Dally. No creo que lo sepa.
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S.E. Hinton (Rebeldes (Spanish Edition))
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Hay caricias que duran incluso después del roce. Hay, a veces, personas a la que la distancia no puede separar. Y escalofríos provocados por el calor de un abrazo. Aún hay sonrisas de esas que parecen cualquier otro amanecer. Algunas noches tengo la sensación de que el camino corto también puede ser el correcto. Que, por una vez, la felicidad no depende de llegar a ningún sitio, sino de disfrutar del lugar en el que estamos. Solo hay que cerrar los ojos, cerrarlos con fuerza y acordarse de lo bonito. De la brevedad, del detalle, del momento. No se puede vivir como aquel que no recordó darse una oportunidad para ser feliz. Y agarrarse a la esperanza. Agarrarse con fuerza a las ilusiones. Y seguir. Seguir, parar, tomar aire. Respirar. Mojarnos bajo la lluvia. Y nunca, nunca, creer que las cosas que se derrumban no pueden levantarse de nuevo. Nunca creer que lo triste durará más que nuestras fuerzas. Quizá el problema sea que miramos el cielo por la noche y nos parece que ya no hay demasiadas estrellas. Que algo se apagó hace tiempo y que nada luce igual. Pero no lo olvidéis. No olvidéis hacer brillar vuestros ojos. Que nadie nos quite, nunca, el derecho de iluminar un poquito el mundo”.
SERGIO CARRIÓN en “En un mundo de grises”.
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Sergio Carrion (En un mundo de grises)
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Me había convertido en el orgulloso poseedor de un Morris Oxford cerrado, modelo 1932, de nueve años de antigüedad, un vehículo cuya carrocería había sido rociada con una pestilente pintura marrón, del color de las heces de un perro, y cuya máxima velocidad en una carretera recta y lisa era treinta y cinco millas por hora. El Mando de Cazas accedió a regañadientes a mi solicitud. Había un ferry que cruzaba el Canal de Suez por Ismailía. Era una balsa de madera, que se arrastraba de una orilla a otra por medio de unos cables, y conduje el coche hasta allí, de donde lo pasaron a la orilla del Sinaí. Pero, antes de que me autorizaran a iniciar el largo y solitario viaje a través del desierto de Sinaí, tuve que mostrarle a las autoridades que llevaba conmigo cinco galones de más de petróleo y un depósito de cinco galones de agua para beber. Luego emprendí el camino. Me encantó el viaje. Creo que me encantó porque era la primera vez en mi vida que había estado un día entero y una noche sin ver ningún ser humano. Poca gente lo ha hecho. Había una carretera estrecha de suelo duro que se extendía sobre las blandas arenas del desierto, desde el Canal hasta Beersheba, en la frontera de Palestina. La distancia total a través del desierto era de doscientas millas y no había ningún pueblo, ninguna cabaña, ningún puesto, ni ningún signo de vida humana en todo el trayecto. Mientras recorría aquella tierra estéril y despoblada, me pregunté cuántas horas o días tendría que aguardar para que pasara otro viajero que pudiera ayudarme en el caso de que se estropeara mi viejo coche. Pronto lo iba a descubrir. Llevaba viajando unas cinco horas cuando el radiador se puso a hervir por el terrible calor de las primeras horas de la tarde. Me detuve, abrí el capó y esperé a que se enfriara el radiador. Al cabo de una hora o así pude quitar el tapón del radiador y echarle un poco de agua, pero comprendí que sería inútil volver a conducir con el calor que hacía a pleno sol, porque el agua empezaría a hervir de nuevo. «Tengo que esperar», me dije, «hasta que se oculte el sol». Pero también sabía que no debía conducir de noche, porque las luces no funcionaban y, ciertamente, no quería correr el riesgo de salirme de la estrecha y dura carretera de noche y quedar atascado en la arena. Era un problema y la única forma de salir de él que se me ocurría consistía en esperar hasta el amanecer y hacer un esfuerzo para llegar a Beersheba antes de que el sol empezara a asar de nuevo el motor. Había llevado conmigo una gran sandía, para casos de emergencia, y corté una raja; separé de ella las pepitas negras con la punta de un cuchillo y me comí la rosada y fresca fruta, de pie junto al coche, al sol.
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Roald Dahl (Volando solo)
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Siempre que esté conmigo habrá un nuevo amanecer.
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Eva Pérez Carretero (El papel del destino: Piedras gemelas)
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Su antepasado Sebastián d’Anconia había salido de España varios siglos atrás, en una época en que aquél era el país más poderoso del mundo, y aquel hombre era uno de sus personajes más orgullosos. Había tenido que marcharse cuando un alto funcionario de la Inquisición le había sugerido ciertos cambios en su manera de actuar durante una cena en la corte, y Sebastián d’Anconia le había arrojado un vaso de vino a la cara. Había logrado escapar, dejando atrás su fortuna, sus fincas, su palacio de mármol y la mujer a la que amaba, y había partido hacia un nuevo mundo. Su primera propiedad en la Argentina fue una cabaña de madera a los pies de los Andes. El sol resplandecía como un faro sobre el escudo de plata de los d’Anconia, clavado sobre la puerta, mientras Sebastián d’Anconia excavaba la tierra en busca de cobre en su primera mina. Pasó varios años, pico en mano, rompiendo rocas desde el amanecer hasta la puesta del sol, con ayuda de unos cuantos aventureros, desertores del ejército español, convictos fugados e indígenas hambrientos. Quince años después de haber salido de España, Sebastián d’Anconia mandó buscar a la mujer que amaba y que lo estaba esperando. Al llegar, ella encontró el escudo de plata sobre la entrada de un palacio de mármol, en medio de un inmenso jardín, y, más lejos, las montañas estriadas por las rojas vetas del metal. La tomó en sus brazos para cruzar el umbral y a ella le pareció más joven que cuando lo había visto por última vez.
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Ayn Rand (La Rebelión de Atlas)
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los egipcios creen en el poder del amanecer. Creen que cada mañana no da inicio solo a un nuevo día, sino a un nuevo mundo.
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Anonymous
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Aparecida ha sido un despertador animoso que ha puesto de nuevo entusiasmo y esperanza en nuestros espíritus. La llegada de Francisco a la sede de Roma es un aliciente más para mantener viva esta esperanza. Es un momento de la historia que no podemos desperdiciar o desaprovechar. Como el vigía de Isaías, los discípulos y misioneros que surgen de Aparecida nos damos cuenta de algo muy importante: ya amanece. Tenemos por delante un desafío arduo pero apasionante, un desafío que nos renueva y vitaliza. Gracias a nuestra labor evangelizadora podemos aportar mucho, cooperando con otros, a los procesos de paz, justicia y cuidado de la creación. Con Aparecida sabemos que «la evangelización ha ido unida siempre a la promoción humana y a la auténtica liberación cristiana»; sabemos que «conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo» (DAp 29). Felices nosotros que nos toca asistir a un momento tan importante de renovación. Aparece un obispo de Roma que pide la bendición a su pueblo, que se baja de tronos y se olvida de pompas, que nos pide orar por él porque es consciente de su fragilidad y de que su tarea es difícil. De todos nosotros depende aprovechar este tiempo de gracia, este kairós que nos abre ventanas a la esperanza.
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Emilia (coord.) Robles (Aparecida: Por un nuevo tiempo de alegría y esperanza en la vida eclesial)
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Telarañas oscuras,
cárcel amarga,
sombras luctuosas,
arena,
tumba que adviene
en cada escalón
sin sentido
bajado
a escondidas,
ocultando el rostro
para negar un nuevo amanecer.
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Isabel de los Ángeles Ruano (Torres y tatuajes)
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Anochecía en el campamento cuando los agotados refugiados se acercaron a los salones para cenar. El calor del día había sido aplastante, pero parecía que unas nubes lejanas traerían lluvia y, quién sabía, tal vez esperanza. Unas semanas antes, todos hacían su vida, aunque el fantasma del nazismo se cernía como una amenaza cada vez más evidente sobre ellos. Unos meses antes, aún albergaban la esperanza de que aquella marea terrible de la guerra no se los llevase a todos por delante. Unos años antes, su vida era feliz y no lo sabían, desaprovechaban los días preocupados por las pequeñas cosas, mirando el reloj con ansiedad. Ahora que el tiempo se les terminaba, únicamente el cielo rojo del anochecer parecía tener importancia, porque era posible que ya no vieran ningún nuevo amanecer.
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Mario Escobar (Las vidas perdidas)
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—¿Quién eres? —volvió a preguntar Dalinar, en voz más baja. —Ojalá pudiera hacer más —repitió la figura de oro—. Podríais obligarle a elegir un campeón. Está obligado por algunas reglas. Todos nosotros lo estamos. Un campeón podría funcionar bien para vosotros, pero no es seguro. Y..., sin las Esquirlas del Amanecer... Bueno, he hecho lo que he podido. Es terrible, terrible dejaros solos. —¿Quién eres? —preguntó de nuevo Dalinar. Y sin embargo, le pareció que ya lo sabía. —Soy..., fui..., Dios. El que llamáis el Todopoderoso, el creador de la humanidad. —La figura cerró los ojos—. Y ahora estoy muerto. Odium me ha matado. Lo siento.
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Brandon Sanderson (El camino de los reyes (El archivo de las tormentas, #1))
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Quien tiene dos dedos de frente sabe que los consejos hay que buscarlos de día entre los despiertos, porque cada nuevo amanecer es una emboscada de la que uno debe defenderse como pueda
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Michela Murgia (Accabadora)
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Es hora de que hagas un alto en el camino, cambies de perspectiva, cambies de anteojos, para hacerle campo a un nuevo comienzoa un nuevo amanecer.
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Raquel Vargas (¿Por qué a mí? (Spanish Edition))
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La vida es un sueño... que no conoce la sombra.
La vida es un sueño... de dolor y de congoja.
Un sueño del que... rogamos despertar.
Un sueño del que... despertamos al marchar. ¿Quién podría dormir... si un nuevo amanecer aguarda?
¿Quién podría dormir... cuando un dulce viento sopla?
Un sueño siempre se acaba... con la llegada del alba. Este sueño del que... despertamos para marcharnos.
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Robert Jordan (La Corona de Espadas)
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El nuevo amanecer encontró a la princesa heredera; al despertar, estaba agotada, y completamente vacía de sueños.
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Cinda Williams Chima (The Exiled Queen (Seven Realms, #2))
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Y el amanecer hizo que se sintieran tristes, porque la tristeza es lo que acompaña a la llegada de un nuevo día cuando las circunstancias son más que inciertas.
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Álber Vázquez (Muerte en el hielo)
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Tenía la esperanza de que el mañana tejería un nuevo amanecer.
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Elizabeth Lim (Spin the Dawn (The Blood of Stars, #1))