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Imagine el lector un sistema que, en palabras de la famosa canción de Police, vigile cada bocanada de aire que inhale, cada movimiento que haga y cada lazo que rompa. Un sistema que supervise su cuenta bancaria y su ritmo cardíaco, sus niveles de azúcar y sus aventuras sexuales. Es evidente que conocerá al lector mucho mejor de lo que este se conoce a sí mismo. Los autoengaños y las ilusiones que hacen que la gente quede atrapada en malas compañías, carreras equivocadas y hábitos perniciosos no engañarán a Google. A diferencia del yo narrador que nos controla en la actualidad, Google no tomará decisiones a partir de relatos amañados, no caerá en la trampa de atajos cognitivos ni se guiará por la regla de la «arte culminante-parte final». Google recordará en verdad cada paso que demos y cada mano que estrechemos. Muchas personas estarán encantadas de transferir gran parte de sus procesos de toma de decisiones a manos de un sistema de este tipo, o al menos de consultar con él siempre que se enfrenten a decisiones importantes. Google nos aconsejará qué película ver, adónde ir de vacaciones, qué estudiar en la universidad, qué oferta laboral aceptar e incluso con quién salir y casarse. «Oye, Google —le dirá—, tanto John como Paul me cortejan. Los dos me gustan, pero de una manera diferente, y me está costando mucho decidirme. Considerando todo lo que sabes, ¿qué me aconsejas que haga?» Y Google contestará: «Bueno, te conozco desde el día que naciste. He leído todos tus correos electrónicos y registrado todas tus llamadas telefónicas y conozco tus películas favoritas, tu ADN y el historial completo de tu corazón. Tengo datos exactos acerca de cada cita que has tenido y, si quieres, puedo mostrarte gráficos segundo a segundo de tu ritmo cardíaco, tensión arterial y niveles de azúcar de cada vez que quedaste con John o con Paul. Si es necesario, incluso puedo proporcionarte una puntuación matemática precisa de cada encuentro sexual que tuviste con uno u otro. Y, naturalmente, los conozco tan bien como a ti. Sobre la base de toda esta información, de mis magníficos algoritmos y de estadísticas sobre millones de relaciones que hace décadas que reúno…, te aconsejo que te quedes con John, ya que tienes un 87 por ciento de probabilidades de vivir a la larga más satisfecha con él. »De hecho, te conozco tanto que también sé que no te gusta esta respuesta. Paul es mucho más guapo que John, y puesto que concedes tanto peso a la apariencia externa, querías secretamente que yo te dijera ”Paul”. La apariencia es importante, desde luego, pero no tanto como crees. Tus algoritmos bioquímicos (que evolucionaron hace decenas de miles de años en la sabana africana) conceden a la apariencia un 35 por ciento de la puntuación global de parejas potenciales. Mis algoritmos, que se basan en los estudios y las estadísticas más actualizados, dicen que el aspecto solo tiene un 14 por ciento de impacto en el éxito a largo plazo de las relaciones románticas. Así, aunque he tenido en cuenta la apariencia de Paul, continúo diciéndote que estarás mejor con John».[31] A cambio de estos devotos servicios de asesoramiento, solo tendremos que abandonar la idea de que los humanos son individuos, y de que cada humano tiene un libre albedrío que determina qué es bueno, qué es hermoso y cuál es el sentido de la vida. Los humanos ya no serán entidades autónomas dirigidas por los relatos que inventa su yo narrador. En cambio, serán parte integral de una enorme red global.
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