Acuario Quotes

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En mi interior hay una pequeña Julieta que espera que mis ojos se encuentren con los de mi Romeo a través de los cristales de un acuario o del hueco del estante de una biblioteca.
Jessica Thompson (This is a Love Story)
En el interior de aquel nítido acuario, la tienda seguía funcionando como un mecanismo automático. Al visualizar aquel escenario, los sonidos de la tienda resurgían dentro de mis tímpanos, me tranquilizaban y me ayudaban a conciliar el sueño. Por la mañana volvía a convertirme en una dependienta, un engranaje de la sociedad. Aquel trabajo era lo único que me permitía ser una persona normal.
Sayaka Murata (Convenience Store Woman)
Yo creía que el alma me había sido dada para gozar de las bellezas del mundo, la luz de la luna sobre la anaranjada cresta de una nube, y la gota de rocío temblando encima de una rosa. Mas, cuando fui pequeño creí siempre que la vida reservaba para mí un acontecimiento sublime y hermoso. Pero a medida que examinaba la vida de los otros hombres, descubrí que vivían aburridos, como si habitaran en un país siempre lluvioso, donde los rayos de la lluvia les dejaran en el fondo de las pupilas tabiques de agua que les deformaban la visión de las cosas. Y comprendí que las almas se movían como los peces prisioneros en un acuario. Al otro lado de los verdinosos muros de vidrio estaba la hermosa vida cantante y altísima, donde todo sería distinto, fuerte y múltiple, y donde los seres nuevos de una creación más perfecta, con sus bellos cuerpos saltarían en una atmósfera elástica- Es inútil, tengo que escaparme de la tierra.
Roberto Arlt (Los siete locos (Los siete locos, #1))
Con esta historia me fabrico un acuario, el más mísero, porque no me interesa un acuario ornamental en el que él y yo, garantía cada uno de la realidad del otro, intentemos sobrevivir como dos peces semitransparentes, con los latidos del corazón visibles, arrastrando a nuestro paso un fino hilillo de excrementos. Me horroriza la idea de que el acuario tenga agujeros.
Mircea Cărtărescu (El ruletista)
Levanto, ¡oh! levanto mi plumero de cigarras y hago montañas de libertad. O bien, agarro la esquina de mi esqueleto de amatista y rompo el saco de los vinos cornudos y obligatorios, como la muerte la bola del mundo. Como murciélagos, como metáforas y escupo filosofía. Y remezo con gritos las estrellas y los campanarios, y derrumbo con gestos las naciones y las verdades adoquinadas. ... elegías de acuario a interpretar los signos cósmicos, los proyectos oceánicos, la peluda hipocondría en atardecido?...   No.   La seriedad me incluye entre las piedras y las tumbas del calendario, niña.   Arquitectura de silencio, poderosa lo mismo que la mujer preñada, mano de madera invulnerable, cruz del tiempo, cruz del verso sin naturaleza, y además, sangre con tierra, noche con tierra y alarido; amontonado de lagares y de panales, panteón de razas y de cantos, laboratorio de cipreses indiscutibles con negros pájaros muertos y aulladores.
Pablo de Rokha
día y, sobre todo, OLVIDARME ABSOLUTAMENTE de cuanto he escrito. Leerse a uno mismo es una especie de opio nefasto; adormece la inteligencia. Las palabras propias ejercen una fascinación embrutecedora: obnubilan. No se necesita pensarlas; ya están pensadas. Y, por supuesto, son incapaces de sugerir ideas nuevas; lo sumergen a uno como en un acuario, le facilitan la pereza. Opio, exactamente. Y yo, toda mi vida, he necesitado la excitación, los impulsos exteriores. La publicación y el estreno de El otro Judas, las continuas copias de Israfel, la edición de Las otras puertas, me han hecho meterme en un sistema de palabras que para mí ya no significan nada, puesto que no me pueden agregar nada. Ni siquiera sirven para entrar yo en mí mismo, para plantearme interrogantes.
Abelardo Castillo (Diarios (1954-1991) (Spanish Edition))
el ajuste respecto de esa presunta actualidad. Creer, al buen tono de la «New Age», que se ha ingresado en la «era astrológica de Acuario» porque la posición del sol ya ha superado la «era de Piscis» es cosa «moderna», pero creer en lo que dice la Biblia es propio de místicos medievales; renunciar a los placeres de comer carne y sumarse a las filas del veganismo es una actitud bien recibida como «moderna», pero renunciar a los placeres de la poligamia, el intercambio de parejas, el «amor libre» o el celebrado «poliamor» es propio de la «mojigatería» que se ha quedado en un pasado de «represión y censura»; defender la vida de los pobres escarabajos que, según la Comisión Europea, se encontrarían en peligro de extinción, constituye una causa que todo espíritu «moderno» no dudaría en respaldar, pero defender la vida de los seres humanos por nacer distingue a aquellos que «se han quedado atrás en el tiempo».
Agustín Laje (La batalla cultural: Reflexiones críticas para una Nueva Derecha)
El hijo vuelve a casa, y su progenitor trata de morder el anzuelo. El anciano, o la anciana, según los casos, no tienen nada que decirle a su hijo. Todo lo que quieren es que ese hijo se siente a su lado durante un par de horas y que luego duerma bajo el mismo techo que ellos. Ese sentimiento no es amor. No quiero decir con ello que el amor no exista. Solo hago hincapié en que hay un sentimiento que es distinto del amor, pero que, a veces, se conoce con el nombre de amor. Pero, en sí mismo, ese sentimiento no es amor. Es tan solo algo que se lleva en la sangre. Una especie de codicia o avidez de la sangre y es consustancial a la especie humana. Es lo que distingue al hombre del resto de los animales de la creación. Cuando nacemos, nuestros padres pierden algo de sí mismos, que somos, precisamente, nosotros, y se parten los cuernos tratando de recuperarlo. Saben que no podrán lograrlo nunca del todo, pero intentan recuperar la porción más grande que pueden de sus hijos. Por eso la alegre reunión familiar, con merienda al aire libre, bajo los arces, viene a ser como bucear en el estanque de los pulpos del acuario. ROBERT PENN WARREN, Todos los hombres del rey
Tracy Letts (Agosto)
lo que la convivencia prolongada entre dos personas sobre todo segrega es una relación de dependencia entre ellas. Me digo también que muy pocas veces esa relación está basada en el amor, un sentimiento que, en el mejor de los casos, dura lo que dura una aparición (lo dijo La Rochefoucauld y lo repite Marcelo y es verdad: el amor es como los fantasmas: todo el mundo habla de él pero nadie lo ha visto); tampoco está basada, contra lo que suele pensarse, en el miedo a la soledad, porque la verdad es que casi siempre estamos solos. No: lo más probable es que esa relación de dependencia se funde en una serie de vínculos de apariencia insignificante pero de enorme poder, un sistema de signos que no está sujeto a nuestra voluntad ni a ninguna ley previsible sino a la química azarosa de dos idiosincrasias dispares, y que (como el acuario para el pez que vive en él) constituye una especie de ecosistema o de mundo en miniatura, un ecosistema que posee sus reglas, dimensiones y seguridades, regido por apelativos que sólo en la intimidad compartida no resultan ridículos y palabras de secreto significado y erizado de cotidianas incomodidades y obligaciones que también son ritos, ceremonias y gestos, hábitos y formas ocultas de complicidad. Lo curioso es que, mientras la convivencia dura, el desagrado pequeño pero permanente de estos vínculos parece el peaje que hay que pagar para instalarse en el matrimonio como en una casa a medida, razonablemente confortable y acogedora, pero, una vez que la convivencia se rompe, una nostalgia embrutecida por el desamparo suele convertirlos en condición sine qua non del matrimonio, de manera que abandonan su ingrata categoría de peajes para convertirse en los lugares preferidos de la casa y en la fuente de todas las felicidades que depara. Por eso, tal vez más difícil que prescindir de la persona amada es prescindir de esos vínculos, de ese sistema de signos, de ese mundo en miniatura sin sentir el mismo vértigo de orfandad, de intemperie y de asfixia que siente el pez cuando lo sacan del acuario.
Javier Cercas (El vientre de la ballena (Spanish Edition))
La identidad de cada cual es algo fugitivo y casual y cambiante, de modo que, si dejas de mirar a alguien durante un tiempo largo, puedes perderlo para siempre, igual que si estás siguiendo con la vista a un pececillo en un inmenso acuario y de repente te distraes, y cuando vuelves a mirar ya no hay quien lo distinga de entre todos los otros de su especie.
Rosa Montero (La hija del caníbal)