Yegua Quotes

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Juan Barreto dejó de ser un hippy insolvente y pasó a ser un hippy de salón, al que su talento para inmortalizar en las telas a potrancas, yeguas, reproductores y corredores («bichos de los que yo era completamente ignorante») fue abriendo poco a poco las puertas de las casas de los dueños y criadores de caballos de Newmarket.
Mario Vargas Llosa (Travesuras de la niña mala)
Igual que bajo la tormenta la oscura tierra se empapa entera el día otoñal en que con insuperable violencia vierte el agua Zeus para manifestar su ira, rencoroso contra los hombres que en la plaza dictan sentencias torcidas abusando de su poder y destierran la justicia sin ningún miramiento por los dioses; los cauces de todos sus ríos se desbordan, los torrentes hienden entonces barrancos en muchas colinas y en la ondulante costa se precipitan con grandes clamores desde la cima de los montes, anegando las labores de las gentes; tan grandes eran los clamores de las yeguas troyanas al correr.
Homer (The Iliad)
He'd ride sometimes clear to the upper end of the laguna before the horse would even stop trembling and he spoke constantly to it in Spanish in phrases almost biblical repeating again and again the strictures of a yet untabled law. Soy comandante de las yeguas, he would say, yo y yo sólo. Sin la caridad de estas manos no tengas nada. Ni comida ni agua ni hijos. Soy yo que traigo las yeguas de las montañas, las yeguas jóvenes, las yeguas salvajes y ardientes. hile inside the vaulting of the ribs between his knees the darkly meated heart pumped of who's will and the blood pulsed and the bowels shifted in their massive blue convolutions of who's will and the stout thighbones and knee and cannon and the tendons like flaxen hawsers that drew and flexed and drew and flexed at their articulations of who's will all sheathed and muffled in the flesh and the hooves that stove wells in the morning groundmist and the head turning side to side and the great slavering keyboard of his teeth and the hot globes of his eyes where the world burned.
Cormac McCarthy (All the Pretty Horses (The Border Trilogy, #1))
He'd ride sometimes clear to the upper end of the laguna before the horse would even stop trembling and he spoke constantly to it in Spanish in phrases almost biblical repeating again and again the strictures of a yet untabled law. Soy comandante de las yeguas, he would say, yo y yo sólo. Sin la caridad de estas manos no tengas nada. Ni comida ni agua ni hijos. Soy yo que traigo las yeguas de las montañas, las yeguas jóvenes, las yeguas salvajes y ardientes. While inside the vaulting of the ribs between his knees the darkly meated heart pumped of who's will and the blood pulsed and the bowels shifted in their massive blue convolutions of who's will and the stout thighbones and knee and cannon and the tendons like flaxen hawsers that drew and flexed and drew and flexed at their articulations of who's will all sheathed and muffled in the flesh and the hooves that stove wells in the morning groundmist and the head turning side to side and the great slavering keyboard of his teeth and the hot globes of his eyes where the world burned.
Cormac McCarthy (All the Pretty Horses (The Border Trilogy, #1))
En la pampa legendaria donde relincha el peludo había una yegua muerta con una flor en el culo.
Alejandro Dolina (Bar del Infierno (Spanish Edition))
Jabibulin era un baskir de la aldea de Chishma y había acabado en la guerra por puro accidente. Había ido a despedir a su hijo, Sakaika, que se iba al frente. Habían llegado a la estación de tren a lomos de la yegua zaina de Jabibulin. Al lado de la estación, había una fila de carros; los caballos, sin arreos, esperaban enganchados a los carros, pastando. —Mi yegua camina toda la noche. Carretera muy, muy larga. Yegua cansada. Jabibulin explicó que había atado la yegua junto al resto de caballos, que formaban parte de un cargamento del ejército, para que pudiera comer heno. Luego se fue a buscar a su hijo. Recorrió todos los vagones —o «cajas verdes», como él decía— llamando a su hijo, pero Sakaika no respondía. Cuando Jabibulin volvió al lugar donde había dejado la yegua, la zaina había desaparecido. Carros y caballos habían sido cargados en el tren. —¡Soldado me roba yegua! —exclamó Jabibulin. Siguiendo la inconfundible huella de los cascos de tres puntas de la yegua, Jabibulin llegó hasta una de las «cajas verdes». Como no tenía permiso para subir al coche, se puso a llamar a la yegua frunciendo los labios y resoplando contra la palma de las manos. El animal oyó al amo y respondió pateando con las pezuñas, pero el tren ya había empezado a moverse. Jabibulin logró saltar al estribo y, desde entonces, trabajaba como caballerizo en la sección de suministros y no había vuelto a separarse de su yegua.
Anonymous
«Me crié entre arrieros, contrabandistas, cuatreros y policías; allí aprendí a manejar la carabina Winchester, a cazar cóndores, a montar en vacas y a trillar a yegua suelta. Mi literatura es la expresión de esa formación; yo fui hombre de a caballo, buen tirador, criado en el viento huracanado de la cordillera».
Pablo de Rokha (Poéticas del paisaje)
A la entrada de un pueblo había un anciano sentado. Apareció entonces un muchacho y le preguntó al hombre: –¿Cómo es la gente de este pueblo? Es la primera vez que paso por aquí y lo desconozco. El anciano replicó: –Y… ¿cómo son los hombres del sitio de donde vienes? –Son desconfiados, reservados, violentos, estafadores… Por eso he dejado mi casa y mi trabajo –respondió el joven. –Así son los hombres de aquí –dijo el anciano. El forastero se marchó en busca de mejor suerte. Al poco tiempo, llegó a la entrada del pueblo otro joven forastero montado en su yegua. Paró junto al pozo a refrescarse e hizo la misma pregunta al anciano: –¿Cómo es la gente de este pueblo? No soy de aquí y no sé nada de este lugar. El anciano volvió a preguntar: –Y… ¿cómo son los hombres del sitio de donde vienes? –Son buenas personas, abiertas, generosas, bondadosas… –Aquí la gente es igual –dijo con una sonrisa el anciano.
Sergio Fernández (Vivir con abundancia)
Mírame antes de quedar convertida en piedra…!” Las palabras de Isabel abrieron una bahía oscura e irremediable. Aún resuenan en el pabellón y ese momento de asombro allí sigue, como la premonición de un destino inesperado. Los tres hermanos se miraron a los ojos, como si se vieran de niños corriendo en yeguas desbocadas cerca de las tapias del cementerio, cuando un fuego secreto e invisible los unía. Había algo infinitamente patético en sus ojos. Parecieron siempre mejor dotados para la muerte. Por eso, desde niños actuaron como si fueran inmortales.
Elena Garro (Los recuerdos del porvenir)
La cuestión es que, al poco tiempo, empecé a salir con él. No con el padre, sino con el hijo. Iba a añadir a la frase anterior la muletilla obvio. No con el padre, sino con el hijo, obviamente. Pero conociendo el patético historial de hombres con hijos casi de mi edad que intentaron acostarse conmigo en los años siguientes, no resulta nada obvio, por desgracia.
Bibiana Collado Cabrera (Yeguas exhaustas)
¿Cuántas veces ha servido la teoría del resentimiento para callamos o retorcer nuestro discurso? ¿Cuántas personas pensarán que he escrito esto por resentimiento? ¿Cuántas opinarán que he roto el elegante silencio que había mantenido con respecto a mi ruptura? Como si yo hubiera roto algo, como si no me hubieran roto a mí.
Bibiana Collado Cabrera (Yeguas exhaustas)
Si vamos un paso más allá e intentamos escribir sobre una relación en la que existe violencia machista, la cosa se tuerce aún más. La narrativa periodística suele vincular las agresiones a circunstancias de dependencia económica por parte de las mujeres. De este modo, la alusión a la pasta deja de ser un elemento cuestionador para transformarse en una explicación fácil: las mujeres soportan la violencia porque su manutención depende del maltratador. Así acabamos rápido. Le damos un sentido a lo que parece no tenerlo y convertimos a los agresores en solventes pagadores. Todos contentos o, al menos, todos tranquilos porque parece existir un motivo lógico. De este planteamiento se infiere una sencilla conclusión: todas las víctimas que tenemos un sueldo somos imbéciles.
Bibiana Collado Cabrera (Yeguas exhaustas)
Estábamos protagonizando uno de los cambios más rotundos de los últimos tiempos: los pobres habían dejado de estar delgados por la escasez de alimentos y comenzaban a estar gordos por la dificultad para acceder a comida saludable. Bienvenidos al reino del carbohidrato barato y del glutamato.
Bibiana Collado Cabrera (Yeguas exhaustas)
En mi casa, la limpieza había sido siempre un signo de honradez. Pobres pero limpios parecía ser el lema oculto. De hecho, la insistencia en la higiene doméstica que tenían mi madre y otras muchas madres del pueblo era tal que resultaba perturbadora. ¿Qué clase de mancha pretendían borrar con tanta limpieza? ¿Sería la propia pobreza la que querían borrarse?
Bibiana Collado Cabrera (Yeguas exhaustas)
El gran pecado mortal para la clase baja es la pereza, porque es el que de verdad le cuesta la vida.
Bibiana Collado Cabrera (Yeguas exhaustas)
Os voy a dar una pista sencilla para detectar a un maltratador: es un paranoico.
Bibiana Collado Cabrera (Yeguas exhaustas)
Aquí tenéis la segunda pista para reconocer a un maltratador: tiene miedo. Siempre tiene miedo a que los demás vean algo que lo acuse, algo que puedan interpretar erróneamente y creer que él es una mala persona. En conclusión, teme ser descubierto.
Bibiana Collado Cabrera (Yeguas exhaustas)
Otro de ellos tiene que ver con la Beca Erasmus que me empeciné en pedir para estudiar un año en un país europeo. Me costó enormes discusiones con mi madre y graves problemas económicos. Mi padre no se creyó que me iba hasta la noche de antes y no se creyó que me fueran a ingresar el dinero de la beca hasta después de ver el extracto bancario, casi seis meses después de haberme marchado. La pobreza y el origen les habían convertido en personas desconfiadas.
Bibiana Collado Cabrera (Yeguas exhaustas)
He visto a mujeres consolarse tras traumáticas rupturas emocionales o duelos porque, al menos, el malestar les había hecho perder peso. He visto a mujeres sonreír teniendo un fortísimo virus estomacal porque así rebajarían algo (de nuevo ese equívoco cruce entre la caca y lo femenino, como en el capítulo uno). Esas mujeres no eran anoréxicas ni bulímicas: éramos nosotras. Y son ellas.
Bibiana Collado Cabrera (Yeguas exhaustas)
Las pijas o las ñoñas, que en mi descripción de la sociedad eran lo mismo, tenían el monopolio de la queja menstrual. Y nosotras no teníamos nada de pijas, ¿a que no?
Bibiana Collado Cabrera (Yeguas exhaustas)
Qué os voy a contar yo de las madres, si todos tenéis una que, aunque os ama infinitamente, a veces se equivoca. La mía, de eterna clase baja y trabajadora como una mula, se había encargado de transmitirme que una buena mujer es la que rinde igual de bien aunque esté menstruando. Este pensamiento sencillo pero demoledor proviene de un facilísimo paradigma cultural: un pobre no puede permitirse dejar de trabajar o trabajar menos ni un solo día de su vida. Una pobre, menos.
Bibiana Collado Cabrera (Yeguas exhaustas)
Hoy me da ternura el gesto de aquella empollona de diecinueve años que transcribió el nombre del pensador francés a perfecto castellano, con su tilde incluida. Y también me da ternura el gesto de aquel chaval de veintiuno que, tras dudar un rato, se animó a escribir con lápiz el nombre de Foucault, aunque sin apretar mucho la mina. Sin embargo, aquella tarde me harté de llorar.
Bibiana Collado Cabrera (Yeguas exhaustas)
Al recordar la anécdota de Cipri, pensaba en si Alex o Pau o yo hubiéramos dicho algo parecido. Para nosotros, más jóvenes, la película Titanic ya era un referente pop, así que probablemente nos vendría a la mente la escena en que Leonardo DiCaprio cena en primera clase y una nueva rica le dice por lo bajini que empiece utilizando los cubiertos que están más alejados del plato y, paulatinamente, se vaya acercando a este. Pero DiCaprio muere al final de la película. No muere por amor. Muere porque es pobre. Me equivoqué. Quizá el nombre no es el destino.
Bibiana Collado Cabrera (Yeguas exhaustas)
Vagan arrogantes/ manadas de yeguas indomables (del poema de K.F. Ryeleyev: Pedro el Grande en Ostrogozhsk )
Pushkin Aleksander Sergeevich
Las mujeres son como las mulas —rezongó Mat, a lomos de Puntos por la polvorienta calzada poco frecuentada—. No, espera… Como las cabras. Las mujeres son como las cabras, sólo que, en cambio, todas y cada una de las puñeteras mujeres se creen una valiosa montura, y una yegua corredora de primera, por añadidura. ¿Me entiendes, Talmanes? —Lo tuyo es pura poesía, Mat
Robert Jordan (La Rueda del Tiempo nº 12/14 La tormenta (Spanish Edition))
Crecer consistió en ir entendiendo los motivos por los que mi madre casi siempre estaba seria y triste. El principal de ellos era sencillo, sencillo y apabullante: estaba cansada. No cansada metafóricamente, no cansada del mundo y sus problemas, de la incomprensión o de las peleas. No. Estaba literalmente cansada, físicamente cansada. Reventada de tanto currar, como una yegua siempre exhausta al final de una carrera que no se acaba nunca. El agotamiento de la supervivencia no deja espacio a todo lo demás.
Bibiana Collado Cabrera (Yeguas exhaustas)