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La búsqueda suele empezar con alguna gran pregunta como «¿Quién soy?», «¿Cuál es el sentido de la vida?», «¿Qué es bueno?». Mientras que muchas personas aceptan sin más las respuestas al uso que ofrecen los poderes que sean, los buscadores espirituales no quedan satisfechos tan fácilmente. Están dispuestos a seguir la gran pregunta a donde quiera que los conduzca, y no solo a lugares que conocen bien o quieren visitar. Así, para la mayoría de la gente, los estudios académicos son un pacto y no un viaje espiritual, porque nos conducen a un objetivo predeterminado aprobado por nuestros mayores, nuestros gobiernos y nuestros bancos. «Estudiaré tres años, aprobaré los exámenes, conseguiré mi diploma y me aseguraré un trabajo bien remunerado.» Los estudios académicos podrían transformarse en un viaje espiritual si las grandes preguntas que fuéramos encontrando por el camino nos desviaran hacia destinos inesperados, que al principio ni siquiera habríamos imaginado. Por ejemplo, una joven puede empezar estudiando Economía para asegurarse un puesto de trabajo en Wall Street. Sin embargo, si lo que aprende hace que, de alguna manera, termine en un ashram hindú o ayudando a pacientes con VIH en Zimbabue, entonces a esto podemos considerarlo un viaje espiritual.
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