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En ese cuaderno suyo tiene bien detalladas las cosas —prosiguió Verhovenski—. El espionaje. Cada miembro de la sociedad espía a los demás y está obligado a delatarlos. Uno para todos y todos para uno. Todos esclavos e iguales en la esclavitud. En casos extremos, calumnia y asesinato, pero ante todo igualdad. Como primera providencia se rebaja el nivel de la educación, la ciencia y el talento. Un alto nivel de ciencia y educación vale sólo para mentes excepcionales, ¡y las mentes excepcionales están de más! Las mentes excepcionales han alcanzado siempre el poder y han sido déspotas. A Cicerón había que dejarlo mudo, a Copérnico dejarlo ciego, a Shakespeare apedrearlo (¡ahí tiene usted la doctrina de Shigaliov!). Los esclavos deben ser iguales. Sin despotismo no ha habido nunca ni libertad ni igualdad, pero en el rebaño habrá necesariamente igualdad (¡he ahí la doctrina de Shigaliov!). ¡Ja, ja, ja! ¿Le parece a usted extraño? ¡Yo hago mía la doctrina de Shigaliov!
(...)Oiga, Stavrogin. Allanar montañas es una muy buena idea y nada ridícula. Yo estoy de parte de Shigaliov. No creo que sea necesaria la educación, la ciencia ya ha tenido su espacio, lo que falta aquí es la obediencia. La educación es un prurito aristocrático. En cuanto un hombre se enamora o funda una familia siente el deseo de propiedad privada. Bueno, al diablo con ese deseo; echaremos mano a la embriaguez, la calumnia, la delación; recurriremos a la depravación más extremada; estrangularemos a todo ingenio en su infancia para destruir ese deseo. Reduciremos todo a un común denominador: la igualdad más absoluta. «Hemos aprendido un oficio y somos personas decentes; no necesitamos más que eso»; ésta fue la respuesta que hace no mucho dieron los obreros ingleses. Sólo lo necesario es necesario: he ahí el lema del orbe entero de ahora en adelante. Pero también se necesita una sacudida; de eso nos ocupamos nosotros, los dirigentes. Los esclavos necesitan quién los guíe. Obediencia completa, completa falta de individualidad. Pero una vez cada treinta años Shigaliov recurre a una sacudida: de pronto todos comienzan a devorarse unos a otros; bueno, hasta cierto punto, sólo para no aburrirse. El aburrimiento es un sentimiento aristocrático. En el sistema de Shigaliov no habrá deseos. El deseo y el sufrimiento se quedan para nosotros; para los esclavos basta con el sistema de Shigaliov.
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