Que Descanse En Paz Quotes

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—A mí me falla el cristianismo a cada rato, Nuria. Será que soy vasco y bruto, como mi padre, que en paz descanse; digo yo que si hubiera nacido en Luxemburgo tal vez no estaría tan indignado.
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Isabel Allende (Más allá del invierno)
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Es por eso, que en nombre de la nobleza que creo tener, te perdono. Te perdono porque eres una víctima, porque tu alma está atrapada, porque ningún mal que has hecho ha sido a propósito. Te perdono porque debo perdonarte. Te perdono y también me perdono a mí mismo, por creerte un enemigo cuando no lo eras. Me perdono por la ira, por el deseo de venganza, y por sentir todavía algo de rencor… Me perdono haberme culpado tanto. Y principalmente, me perdono porque todo dolor que nace de la culpa, debe morir con el perdón. Ahora quiero que descanses en paz.
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Marcos Llemes (Anatema (Niños del Inframundo, #1))
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Ignoro de dónde salió el manido «descanse en paz». Dudo que tú reposes en tu tumba, porque a veces te escucho moverte, como que no terminas de hallarte en tu sepulcro. Yo tampoco. En los muertos nos queda aún una efervescencia, un burbujeo que puede confundirse con los gases que expelemos. No, son riadas de vida que todavía corren por nuestras arterias. Tardan en secarse. Se lleva una eternidad dejar la vida atrás.
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Guillermo Arriaga (Salvar el fuego)
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—Yo sé que mi vida no ha sido nada del otro mundo, hijo —dijo la vieja después de un rato—. Lo mismo todos los días: que la cocina, que el telar, que la preocupación por el viejo que iba a volver curado y tenía que levantarse temprano, y luego por usted que no llamaba nunca del norte. Todos los días lo mismo. Pero esta ha sido mi vida y ha tenido cosas bonitas. Un día fui madre: usted me hizo madre. Y ese día tuve en mis brazos a una cosita que había salido de mí misma y que tenía un corazón que latía. Y cuando pequeña escuché historias de mis abuelos acurrucada cerca del brasero, y aprendí el oficio de tejedora de mi propia madre. Y ahora de vieja salgo todavía a caminar y a mirar el mar, y a veces me hago una agüita de boldo con harta azúcar. Y los sábados me levanto a preparar un almuerzo rico porque viene usted, y cuando le oigo los pasos el corazón se me acelera de la emoción. Y es verdad: ya tengo más de ochenta años y sé que me voy a morir en un tiempito más. Y cuando estos viejos de la caleta se mueran también, y cuando se muera usted, nadie se va a acordar de mí, así como poco a poco a mí misma me va siendo cada vez más difícil recordar la cara de Florencio, y la de Rubén, y también la del padre Jerónimo, y hasta me olvido de cómo era mi pobre vecina Jimena, que en paz descanse, tan joven que partió. Pero a mí eso no me preocupa, no me preocupa que cuando yo muera a usted mismo le cueste recordar mi cara y mi voz. ¿Sabe por qué? Porque lo tuve a usted en mis brazos, y porque aprendí a tejer con mi madre, y porque me he tomado miles de agüitas mirando el mar. Eso nadie lo sabe y a nadie le importa y por lo mismo está claro que nadie lo va a recordar, pero yo lo tengo acá adentro, y cuando venga la muerte la podré mirar y preguntarle cuántos hijos tuvo ella, cuántas cucharadas de azúcar le puso a sus tecitos, cuántas veces vio una gaviota lanzarse en picada al mar y salir de vuelta hacia el cielo con un pescado. Y la muerte no me va a poder decir nada, porque la muerte es eso: la muerte. La muerte es la envidiosa de los que tuvimos una vida. Y no sabe la envidia que le da cuando ve que otra gente va a despedirse del que se está llevando, cuando escucha a esa gente hablar y decir cosas bonitas del muerto; no sabe usted, Martín, toda la rabia que siente la muerte por cada lágrima que se derrama por un finado, porque nunca nadie va a derramar una lágrima por ella.
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Andrés Montero (LA MUERTE VIENE ESTILANDO)