Pies Descalzos Quotes

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Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita.
Vladimir Nabokov (Lolita)
Tus pies descalzos en el suelo frío cuando te levantas de la cama y vas a la ventana. Tienes sesenta y cuatro años. Afuera, la atmósfera es gris, casi blanca, no se ve el sol. Te preguntas: ¿Cuántas mañanas quedan? Se ha cerrado una puerta. Otra se ha abierto. Has entrado en el invierno de tu vida.
Paul Auster (Winter Journal)
La Media Luna estaba sola, en silencio. Se caminaba con los pies descalzos; se hablaba en voz baja. Enterraron a Susana San Juan y pocos en Comala se enteraron. Allá había feria. Se jugaba a los gallos, se oía la música; los gritos de los borrachos y de loterías. Hasta acá llegaba la luz del pueblo, que parecía una aureola sobre el cielo gris. Porque fueron días grises, tristes para la Media Luna. Don Pedro no hablaba. No salía de su cuarto. Juró vengarse de Comala: -Me cruzaré de brazos y Comala se morirá de hambre. Y así lo hizo.
Juan Rulfo (Pedro Páramo)
—Capaz es porque hay algunas historias que lo que te dejan son eso: un recuerdo que se envuelve en una sensación. —¿Y cuál es esa sensación? —Ese limbo que tanto te gusta. Una mezcla de escape y pertenencia en un mundo secreto. Una sonrisa escondida debajo de la oscuridad. El silencio en el volar de las cuerdas. El jugueteo que haces con tu pelo suelto cuando nadie está viendo. Un par de estelas curiosas en el cielo desnudo. Pies descalzos e inquietos bailando a mi voz. Un tic nervioso en tus parpados. No sé. Creo que mis notas hablarían mejor que mis palabras. —Esa habilidad poética no la tienes restringida a un pentagrama.
Jean Paul Vizuete (Nombres en el Silencio)
¡Despierta, estás llorando dormida! Oigo la voz de Willie que me llega de muy lejos y me hundo más en la oscuridad sin abrir los ojos para que Paula no desaparezca porque tal vez ésta sea su última visita, tal vez nunca más oiré su voz. Despierta, despierta, es una pesadilla… me sacude mi marido. ¡Espérame! ¡Quiero irme contigo! grito y entonces él enciende la luz y trata de recogerme en sus brazos, pero lo aparto bruscamente porque desde la puerta Paula me sonríe y me hace una señal de adiós con la mano antes de alejarse por el pasillo con su camisa blanca flotando como alas y sus pies descalzos rozando apenas la alfombra. Junto a mi cama quedan sus zapatillas de piel de conejo.
Isabel Allende (Paula)
-El rucio rebuzna, condolido de nuestra ausencia, y Rocinante procura ponerse en libertad para arrojarse tras nosotros. ¡Oh carísimos amigos, quedaos en paz, y la locura que nos aparta de vosotros, convertida en desengaño, nos vuelva a vuestra presencia! Y en esto comenzó a llorar tan amargamente, que don Quijote, mohíno y colérico, le dijo: -¿De qué temes, cobarde criatura? ¿De qué lloras, corazón de mantequillas? ¿Quién te persigue o quién te acosa, ánimo de ratón casero, o qué te falta, menesteroso en la mitad de las entrañas de la abundancia? ¿Por dicha vas caminando a pie y descalzo por las montañas rifeas, sino sentado en una tabla, como un archiduque, por el sesgo curso deste agradable río, de donde en breve espacio saldremos al mar dilatado?
Miguel de Cervantes Saavedra (El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha. Parte 2)
Por todo el reino otomano son enviados heraldos que anuncian el reclutamiento de todos aquellos que sean capaces de portar armas, y el 5 de abril de 1453, como una marea que irrumpe de repente, aparece un inmenso ejército otomano en las llanuras de Bizancio que se extiende casi hasta los muros de la ciudad. A la cabeza de sus tropas, envuelto en una suntuosa túnica, cabalga el sultán para levantar su tienda frente a la puerta Lykas. Pero antes de dejar que el viento ondee sus estandartes ante su cuartel general, ordena que le extiendan su alfombra de rezos. Descalzo, pone sus pies sobre ella y dirigiendo su rostro a La Meca se inclina por tres veces haciendo llegar su frente hasta el suelo. Y detrás de él —¡maravilloso espectáculo!—, con el mismo gesto, en la misma dirección y al mismo ritmo, más de cien mil hombres de su ejército pronuncian la misma oración: Quiera Alá darles fuerzas y otorgarles la victoria. Y es ahora cuando se levanta el Sultán para pasar de humillado a desafiante, de siervo de Dios a señor y guerrero. Y ahora sus tellals, los pregoneros oficiales, se lanzan por todo el campamento para, a golpe de tambor y al son de fanfarrias, proclamar que el sitio de la ciudad ha comenzado.
Stefan Zweig (Momentos estelares de la humanidad (Opera Magna) (Spanish Edition))
La casa está en silencio mientras recorro las habitaciones, sintiendo con mis pies descalzos la rugosidad del parqué. Me detengo y miro por la ventana los árboles del jardín del emperador, y a los guardias que permanecen junto a la puerta cerrada. Hace unos meses que empezó a pintarnos a él y a mí en esos cuadros provocativos. Hace dos semanas que fue con ellos a la exposición de Múnich, intentando venderlos. Aparte de una breve carta que me escribió diciendo que había llegado al hotel y se había instalado, no he vuelto a saber nada de él. Solo dejó unos pocos cuadros y dibujos esparcidos por el suelo, los que decidió que eran demasiado lisos y aburridos. Me dirijo al mueble de madera que hay junto a la puerta de entrada, saco su carta del cajón y vuelvo a leerla. Las palabras están escritas en tinta negra sobre papel color crema. Escribe como dibuja, con líneas nítidas unidas a palabras cortas y claras. ¿Sale por las tardes a cafetería con amigos, como suele hacer aquí? ¿Piensa en mí? ¿Quién es el señor Arthur Roessler que le invitó a exponer los cuadros en su galería? Doblo y meto con cuidado el papel en el sobre, lo devuelvo al cajón, me pongo los zapatos y salgo de casa. Su tren desde Múnich llegará pronto. Veo el gran edificio de la estación a lo lejos y apresuro mis pasos. Unas estatuas femeninas de mármol se alzan sobre el tejado, dominando la amplia calle
Alex Amit (La llama de una mujer: Una novela histórica sobre una mujer que construyó su propio camino (Las heroínas de la Segunda Guerra Mundial) (Spanish Edition))
Rebosante de júbilo, Auri se puso a bailar. Sus pies descalzos destacaban, blancos, contra la oscuridad suave como el musgo de la alfombra.
Patrick Rothfuss (La música del silencio)
Notaba el frío del suelo bajo los pies descalzos y, de pronto, por primera vez desde que habíamos cruzado la frontera, sentí que estaba de vuelta en casa. Después de todos aquellos años, estaba de nuevo en casa, pisando la tierra de mis antepasados.
Khaled Hosseini (Cometas en el cielo)
Eric tiene un sistema a prueba de tontos para enseñar el mismo estilo. «Imagina que tu hija está corriendo por la calle y que tienes que salir corriendo descalzo para alcanzarla», me dijo Eric cuando me reuní con él tras haber estado bajo las órdenes de Ken. «Automáticamente te colocarás en la postura correcta: estarás erguido sobre tus pies descalzos, con la espalda recta, la cabeza estable, los brazos altos, los hombros moviéndose con rapidez y los pies tocando el suelo velozmente con la parte delantera de la planta y pateando hacia atrás.» Luego,
Christopher McDougall (Nacidos para correr: La historia de una tribu oculta, un grupo de superatletas y la mayor carrera de la historia)
Las lágrimas que no vertía ante los demás fueron rodeando poco a poco su corazón, puesto que caían hacia dentro. Formaron una cobertura, como una urna de cristal, que lo separaba y protegía. Y fue alejándolo también, cada vez más, de cuanto la rodeaba.
Ana María Matute (Sólo un pie descalzo)
Si en los tribunales me preguntasen bajo juramento qué es la perfección, contestaría sin dudar que una tarde de verano con los pies descalzos, a la orilla de este arroyo, con un palo en la mano y aquel niño era inasequible al desaliento de mi timidez
Mónica Gutiérrez Artero (Todos los veranos del mundo)
A fuerza de correr sobre la arena y de echar carreras por el paseo marítimo, las piernas se han vuelto más fuertes y resistentes. Los pies, que han golpeado el balón descalzos, se han hecho más sensibles. Jugando con los chicos brasileños, que son unos fieras, los Cebolletas han aprendido mucho y han mejorado desde el punto de vista técnico. Pero, sobre todo, estos días los chicos se han hecho mejores amigos. Han comido y dormido juntos, se han conocido mejor, han compartido miedos y emociones. Y, cuando un equipo está formado por amigos de verdad, puede ganar cualquier partido.»
Luigi Garlando (¡Nos vamos a Brasil! (Serie ¡Gol! 2))
Lo hice. Me quedé de rodillas mientras los polis se me acercaban con cautela, el aire amargo la tomaba con mis pies descalzos y mi fina camisa y los médicos subían a Angie a la ambulancia y se la llevaban.
Dennis Lehane (Abrázame, oscuridad)
Gabriela distinguió y reconoció en esta luz una música que encendía en su mente y en su corazón cada vez que ella se descalzaba y entraba en sus sueños. Allí había un bosque, y en el bosque un Viejo Roble. Y, como otro libro, el Viejo Roble se abrió y ella vio su interior.
Ana María Matute (Sólo un pie descalzo)
Gabriela distinguió y reconoció en esta luz una música que encendía en su mente y en su corazón cada vez que ella se descalzaba y entraba en sus sueños. Allí había un bosque, y en el bosque un Viejo Roble. Y, como otro libro, el Viejo Roble se abrió y ella vio su interior. Dentro la niebla se espesaba: creyó ver moverse criaturas, como sombras; y oír confusos rumores. Al fin distinguió, fugaz, un pedazo del mar que ella tanto amaba, luego una isla que ella conocía por haberla soñado o quizá sólo por haberla deseado. Y al fin, entre voces confusas que no podía retener, brotaron olas de viento y de música. Luego reconoció el vuelo de muchos pájaros de colores. Tantos colores como el arco iris, o como los libros que se alineaban en la Biblioteca de papá.
Ana María Matute (Sólo un pie descalzo)
No era una región triste, como por un momento había creído. Inspiraba un sentimiento parecido al que despierta oír, a lo lejos y en la noche, la sirena de un barco que se adentra en el mar. El aire de aquella región estaba invadido por miles de chispas luminosas, que se encendían y apagaban sin cesar, como misteriosos guiños, de acá para allá. Flotaban en el aire y, aunque se encendían y apagaban casi al mismo tiempo, había tantas, que todo estaba lleno de su inquieto centelleo. Todo brillaba y, a la vez, permanecía en la penumbra. A Gabriela le vino el recuerdo de aquellos destellos, igualmente fugaces y deslumbrantes, que en el Cuarto de Mamá despedían los frasquitos de cristal, los espejos y las piedras de sus brazaletes y collares. Era como si allí habitaran millares de minúsculas mariposas de luz, danzando en el aire, persiguiéndose, chocando unas con otras. Cuando sus ojos fueron habituándose al torbellino de aquel enorme enjambre, Gabriela distinguió un gran espejo, redondo, bordeado por un marco. Pero la superficie del Espejo no brillaba: estaba enteramente cubierta por una capa de polvo, y nada se reflejaba en él. Ni siquiera las nubes de chispas luminosas que casi la habían cegado lograban arrancarle un destello. Los lápices-enanitos patinaban ahora sobre la superficie llena de polvo, donde sus huellas comenzaban a marcarse, como las estrías que van dejando tras sí los trineos, los patinadores o los esquiadores. Pero éstas eran caminillos brillantes, despedían luz, y el polvo que brotaba tras ellos se levantaba alto, y a su vez se convertía en una especie de niebla dorada. Gabriela se dio cuenta entonces de que los lápices-enanitos no trazaban caminos caprichosos, ni patinaban sólo para divertirse, sino que escribían algo. Poco a poco fue descifrando aquellas palabras, y al fin pudo leer cómodamente que los lápices-enanitos traían recuerdos al Espejo de parte de Homolumbú, anunciaban la visita de Gabriela y por último se presentaban ellos mismos. Para esto, cada uno escribía su nombre, como era su costumbre. Después ya no pudo entender nada más, porque, con tanto ir y venir, el polvo había desaparecido casi completamente. Entonces, los lápices-enanitos, que todo lo hacían a un tiempo, y muy rápidamente, se precipitaron sobre un paño que había en el suelo y con él terminaron de limpiar la superficie del Espejo. Ahora se veía lo hermoso que era; parecía un lago, y tenía el mismo resplandor del agua bajo la luna llena. Precisamente, aquella noche la Luna aparecía completamente redonda en el cielo. Acababa de asomar tras la única ventana abierta (porque tenía un batiente medio desprendido), y por un momento Gabriela no supo quién era la Luna y quién era el Espejo. Casi se confundían. Pero no tardó mucho en distinguirlos: en lugar de las conocidas manchas de la Luna, el Espejo estaba cruzado de arriba abajo por una larga cicatriz.
Ana María Matute (Sólo un pie descalzo)
Entonces, aquel feo insecto llamado Resentimiento, que un día – ya lejano – se posó en su corazón, emprendió el vuelo y se alejó para siempre. En el mismo instante, el cristal que rodeaba y aislaba el corazón de Gabriela estalló, y saltó en miles y miles de pedazos. Desapareció, como un enjambre de pequeños destellos, entre la lluvia. Pero los grillos y las luciérnagas aseguran que los vieron volar, hacia el Corazón del Bosque. Quizás aún están allí.
Ana María Matute (Sólo un pie descalzo)
Siendo prisionero y viviendo en la barraca, Pierre comprendió, no de modo racional sino con todo su ser, con toda su vida, que el hombre fue creado para ser feliz, que la felicidad está en él mismo, en la satisfacción de las necesidades naturales del ser humano, y que todas las desgracias no provienen de la falta, sino del exceso. Supo que en el mundo no hay nada realmente espantoso, que no existen situaciones en las cuales el hombre sea absolutamente feliz y libre, pero que tampoco las hay en las que se sienta del todo desgraciado o falto de libertad. Comprendió que hay un límite a los sufrimientos y un límite a la libertad, y que esos límites están muy próximos. Que el hombre que sufre porque en su lecho de rosas se ha doblado un pétalo, sufre lo mismo que él cuando duerme sobre la tierra desnuda y húmeda, sintiendo frío en un costado y calor en el otro. Aprendió que cuando se ponía los ceñidos zapatos de baile sufría lo mismo que ahora, descalzo (hacía tiempo que su cazado se había roto) y con los pies llenos de ampollas. Y aprendió, por último, que cuando creyó que se casaba por su propia voluntad con su esposa, no era más libre que ahora, cuando lo encerraban por las noches en una cuadra.
Léon Tolstoï (Guerra y Paz)