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Dado que Imre era un refugio para la mĂşsica y el teatro, quizá pensĂ©is que yo pasaba mucho tiempo allĂ, pero nada podrĂa estar más lejos de la verdad. Solo habĂa estado en Imre una vez. Wilem y Simmon me habĂan llevado a una posada donde tocaba un trĂo de hábiles mĂşsicos: laĂşd, flauta y tambor. PedĂ una jarra de cerveza pequeña que me costĂł medio penique y me relajĂ©, dispuesto a disfrutar de una velada con mis amigos…
Pero no pude. Apenas unos minutos después de que empezara a sonar la música, casi salà corriendo del local. Dudo mucho que podáis entender por qué, pero supongo que si quiero que esto tenga algún sentido, tendré que explicároslo.
No soportaba oĂr mĂşsica y no formar parte de ella. Era como ver a la mujer que amas acostándose con otro hombre. No. No es eso. Era como…
Era como los consumidores de resina que habĂa visto en Tarbean. La resina de denner era ilegal, por supuesto, pero habĂa partes de la ciudad en que eso no importaba. La resina se vendĂa envuelta en papel encerado, como los pirulĂs o los tofes. Mascarla te llenaba de euforia. De felicidad. De satisfacciĂłn.
Pero pasadas unas horas estabas temblando, dominado por una desesperada necesidad de consumir más, y esa ansia empeoraba cuanto más tiempo llevabas consumiĂ©ndola. Una vez, en Tarbean, vi a una joven de no más de diecisĂ©is años con los reveladores ojos hundidos y los dientes exageradamente blancos de los adictos perdidos. Le estaba pidiendo un «caramelo» de resina a un marinero, que lo sostenĂa fuera de su alcance, burlándose de ella. Le decĂa a la chica que se lo darĂa si se desnudaba y bailaba para Ă©l allĂ mismo, en medio de la calle.
La chica lo hizo, sin importarle quiĂ©n pudiera estar mirando, sin importarle que fuera casi el Solsticio de Invierno y que en la calle hubiera diez centĂmetros de nieve. Se quitĂł la ropa y bailĂł desenfrenadamente; le temblaban las pálidas extremidades, y sus movimientos eran patĂ©ticos y espasmĂłdicos. Entonces, cuando el marinero rio y negĂł con la cabeza, ella cayĂł de rodillas en la nieve, suplicando y sollozando, agarrándose desesperadamente a las piernas del marinero, prometiĂ©ndole que harĂa cualquier cosa que le pidiera, cualquier cosa…
AsĂ era como me sentĂa yo cuando oĂa tocar a unos mĂşsicos. No podĂa soportarlo. La ausencia diaria de mi mĂşsica era como un dolor de muelas al que me habĂa acostumbrado. PodĂa vivir con ello. Pero no soportaba ver cĂłmo agitaban delante de mĂ el objeto de mi deseo.
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