Otra Vuelta Al Sol Quotes

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Tu abuela se está muriendo. Querrías poner tu atención en otro sitio, en otra cosa. No sabes. Hay que intentarlo. - Es que es como si no hubiera vivido nada. Ahora lo pienso, pienso en mi vida y... ¿dónde está? -Mueve las manos palpando el aire, mostrándote que no hay nada que tocar. Lo entiendes. Se lo dices: "Ya". Asientes. Ella también se siente menos sola cuando tú la comprendes. Todavía pega el sol en la terraza. La abuela deja la cucharita sobre el plato y coge la primera pastilla y el vaso de agua. Le tiembla la mano al sujetarlo. Haces un ademán de hablar, pero esperas a que se tome la segunda pastilla. Luego, la tercera. Al fin, la cuarta. El silencio, el sol, la terraza. Se te han terminado las excusas. - Yo por eso escribo. Lo dices como dices las confesiones, sintiendo que te cuesta la vida misma, que tienes algo atorado en el pecho que hay que sacar y al mismo tiempo preservar. Y cómo se hacen las dos cosas al mismo tiempo. Lo dices mirando al suelo. Por eso no te das cuenta de que ella te mira de vuelta, te mira con ojos suspicaces y en ese momento lo comprende todo, todas esas cosas tuyas que ella había sentido ajenas: las películas subtituladas, los bolígrafos, los cuadernos, los libros, la facultad, los idiomas y la carrera universitaria esa que estudias y de cuyo nombre no quiere acordarse.
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Marta Jiménez Serrano (Los nombres propios)
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Hay ciudades tan descabaladas, tan faltas de sustancia histórica, tan traídas y llevadas por gobernantes arbitrarios, tan caprichosamente edificadas en desiertos, tan parcamente pobladas por una continuidad aprehensible de familias, tan lejanas de un mar o de un río, tan ostentosas en el reparto de su menguada pobreza, tan favorecidas por un cielo espléndido que hace olvidar casi todos sus defectos, tan ingenuamente contentas de sí mismas al modo de las mozas quinceañeras, tan globalmente adquiridas para el prestigio de una dinastía, tan dotadas de tesoros -por otra parte- que puedan ser olvidados los no realizados a su tiempo, tan proyectadas sin pasión pero con concupiscencia hacia el futuro, tan desasidas de una auténtica nobleza, tan pobladas de un pueblo achulapado, tan heroicas en ocasiones sin que se sepa a ciencia cierta por qué sino de un modo elemental y físico como el del campesino joven que de un salto cruza el río, tan abigarradas de sí mismas aunque en verdad el licor de que están ahítas no tenga nada de embriagador, tan insospechadamente en otro tiempo prepotentes sobre capitales extranjeras dotadas de dos catedrales y de varias colegiatas y de varios palacios encantados -un palacio encantado al menos para cada siglo-, tan incapaces para hablar su idioma con la recta entonación llana que le dan los pueblos situados hacia el norte a doscientos kilómetros de ella, tan sorprendidas por la llegada de un oro que puede convertirse en piedra, pero que tal vez se convierta en carrozas y troncos de caballos con gualdrapas doradas sobre fondo negro, tan carentes de una auténtica judería, tan llenas de hombres serios cuando son importantes y simpáticos cuando no son importantes, tan vueltas de espaldas a toda naturaleza -por lo menos hasta que en otro sitio se inventaron el tren eléctrico y la telesilla-, tan agitadas por tribunales eclesiásticos con relajación al brazo secular, tan poco visitadas por individuos auténticos de la raza nórdica, tan abundante de torpes teólogos y faltas de excelentes místicos, tan llenas de tonadilleras y de autores de comedias de costumbres, de comedias de enredo, de comedias de capa y espada, de comedias de café, de comedias de punto de honor, de comedias de linda tapada, de comedias de bajo coturno, de comedias de salón francés, de comedias del café no de comedia dell'arte, tan abufaradas de autobuses de dos pisos que echan humo cuanto más negro mejor sobre aceras donde va la gente con gabardina los días de sol frío, que no tienen catedral.
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Luis MartĂ­n-Santos (Tiempo de silencio)
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El hombre vulgar se abre por completo a la vida; no le da vueltas a la cabeza pensando: ¿de dónde vengo?, o ¿adónde voy? Tiene siempre firmemente ante sus ojos sus objetivos terrenales. El sabio, por su parte, vive en la restringida atmósfera que se ha proporcionado a sí mismo, y ha alcanzado plena claridad sobre sí mismo y sobre el mundo -siendo indiferente por qué camino ha llegado a ella-. Ambos reposan firmemente sobre sí mismos. Pero el humorista es diferente. Él ha saboreado la paz del sabio; ha sentido la beatitud del estado estético; ha sido huésped en la mesa de lo dioses; ha vivido en un éter de claridad meridiana; y, sin embargo, un impulso incontenible le empuja de nuevo al fango del mundo. Huye de él, porque solo tiene un anhelo: el de reposar en la tumba, y solo puede rechazar todo lo demás como una solemne estupidez; pero una y otra vez cede a la llamada que le lanzan las sirenas desde la vorágine, y baila y salta en el sofocante salón, con el profundo anhelo de la paz en su corazón; por eso, se puede decir de él que es hijo de un ángel y de una hija de los hombres. Pertenece a dos mundos, porque le falta la fuerza para renunciar a uno de ellos. Cuando se encuentra en el festín de los dioses, una llamada desde abajo interrumpe su alegría; y, cuando se lanza en sus brazos, despeñándose desde el aire, le amarga el anhelo de puro goce, que le reclama desde arriba. Así, su demonio se ve lanzado de acá para allá, y se siente desgarrado. El talante fundamental del humorista es estar a disgusto. Pero lo que en él no se debilita, ni vacila; lo que se alza, firme como una roca; aquello que ha comprendido, y ya no le abandona, es el conocimiento [Erkenntnis] de que la muerte es preferible a la vida y que «el día de la muerte es mejor que el del nacimiento». Él no es un sabio, y mucho menos un héroe sabio; pero, precisamente por eso, es alguien que puede comprender plena y enteramente la grandeza y la sublimidad del carácter de estos seres tan nobles, y se siente embargado por el sentimiento sagrado que les caracteriza. Lo porta en sí como ideal, y sabe que él, por ser un hombre, puede realizarlo ... «si el Sol [está] en conjunción con los planetas». Con esto, y con el firme conocimiento de que la muerte es preferible a la vida, se las arregla con su disgusto y se eleva sobre sí mismo. Ahora está libre de él, y es ahora -téngase muy en cuenta- cuando llega a hacérsele objetivo [gegenstandlich] el propio estado del que ha escapado. Lo mezcla con el estado de su ideal, y se ríe de la estupidez de su insuficiencia: pues el reír surge siempre cuando descubrimos una discrepancia, es decir, cuando medimos algo con una medida espiritual, y encontramos que se pasa o no llega. Puesto en la relación genial con su propio estado, no pierde, sin embargo, de vista que pronto volverá a caer en la ridícula estupidez, porque conoce su amor por el mundo; por eso, mientras ríe con un ojo, llora con el otro; solo ríe su boca, mientras su corazón sangra y amenaza con quebrarse, ocultando, bajo la máscara de la alegría, la más profunda seriedad.
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Philipp Mainländer (Die Philosophie der Erlösung (1879))
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El trato de que se hacia objeto a estas niñas eran increíble. Para castigarlas, se les obligaba a pasarse horas enteras arrodilladas, algunas con la cara vuelta al sol abrasador, otras con piedras sobre la cabeza y a veces llevando un ladrillo en cada mano. Estas pobres criaturas no eran más que hueso y pellejos,y estaban sucias, muertas de hambre, llenas de andrajos y descalzas. Ofrecían un espectáculo lastimoso.
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Olga Lengyel (Los hornos de Hitler (Spanish Edition) by Olga Lengyel (2013-02-28))
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El agua que goteaba de las tejas hacia un agujero en la arena del patio. Sonaba: plas plas y luego otra vez plas, en mitad de una hoja de laurel que daba vueltas y rebotes metida en la hendidura de los ladrillos. Ya se había ido la tormenta. Ahora de vez en cuando la brisa sacudía las ramas del granado haciéndolas chorrear una lluvia espesa, estampando la tierra con gotas brillantes que luego se empañaban. Las gallinas, engarruñadas como si durmieran, sacudían de pronto las lombrices desenterradas por la lluvia. Al recorrerse las nubes, el sol sacaba luz a las piedras, irisaba todo de colores, se bebía el agua de la tierra, jugaba con el aire dandole brillo a las hojas con que jugaba el aire.
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Juan Rulfo (Pedro Páramo)
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«Mi cuerpo se sentía a gusto sobre el calor de la arena. Tenía los ojos cerrados, los brazos abiertos, desdobladas las piernas a la brisa del mar. Y el mar allí enfrente, lejano, dejando apenas restos de espuma en mis pies al subir de su marea… […] Era temprano. El mar corría y bajaba en olas. Se desprendía de su espuma y se iba, limpio, con su agua verde, en ondas calladas. »—En el mar sólo me sé bañar desnuda —le dije. Y él me siguió el primer día, desnudo también, fosforescente al salir del mar. No había gaviotas; sólo esos pájaros que les dicen “picos feos”, que gruñen como si roncaran y que después de que sale el sol desaparecen. Él me siguió el primer día y se sintió solo, a pesar de estar yo allí. »—Es como si fueras un “pico feo”, uno más entre todos —me dijo—. Me gustas más en las noches, cuando estamos los dos en la misma almohada, bajo las sábanas, en la oscuridad. »Y se fue. »Volví yo. Volvería siempre. El mar moja mis tobillos y se va; moja mis rodillas, mis muslos; rodea mi cintura con su brazo suave, da vuelta sobre mis senos; se abraza de mi cuello; aprieta mis hombros. Entonces me hundo en él, entera. Me entrego a él en su fuerte batir, en su suave poseer, sin dejar pedazo. »—Me gusta bañarme en el mar —le dije. »Pero él no lo comprende. »Y al otro día estaba otra vez en el mar, purificándome. Entregándome a sus olas.»
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Juan Rulfo (Pedro Páramo)
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¿No son espléndidas esas gaviotas? ¿Le gustaría ser una gaviota? Yo creo que a mí sí; eso es, si no pudiera ser un ser humano. ¿No cree que sería bonito despertarse con los rallos del sol y zambullirse dentro del agua y salir otra vez, y así durante todo el día? ¿Y luego, por la noche, volar de vuelta al nido? Puedo imaginarme haciéndolo.
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L.M. Montgomery (Anne, la de Tejados Verdes)
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Dentro de un licuado de durazno, puedo engordar. En treinta segundos más el sol puede hacerme caer ocho milímetros de piel de la frente, si camino un metro más la tira del bikini puede meterse un centímetro más en mi traste y el efecto no será el mismo. Chicas por las que Miguel Angel mearía cada uno de sus frescos de la Capilla Sixtina se duermen entre llantos, viéndose deformes. Otras vomitan bulimia en el inodoro del hotel, o comen sólo en las semanas impares, y viven desmayándose como poetas del Romanticismo. Unas y otras recurren al pareo, que funciona en este caso como la cultura: sirve para cubrir imperfecciones. El estado de tensión en el que viven estas chicas es mucho peor que el de un broker de Wall Street en la crisis financiera de los ochenta: ========== Lanata, Jorge - Vuelta De Pagina
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Anonymous
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LI LORD No sé si tú, Platero, sabrás ver una fotografía. Yo se las he enseñado a algunos hombres del campo y no veían nada en ella. Pues éste es Lord, Platero, el perrillo foxterrier de que a veces te he hablado. Míralo. Está ¿lo ves? en un cojín de los del patio de mármol, tomando, entre las macetas de geranios, el sol de invierno. ¡Pobre Lord! Vino de Sevilla cuando yo estaba allí pintando. Era blanco, casi incoloro de tanta luz, pleno como un muslo de dama, redondo e impetuoso como el agua en la boca de la caño. Aquí y allá, mariposas posadas, unos toques negros. Sus ojos brillantes eran dos breves inmensidades de sentimientos de nobleza. Tenían vena de loco. A veces, sin razón, se ponía a dar vueltas vertiginosas entre las azucenas del patio de mármol, que en mayo lo adornan todo, hojas, azules, amarillas de los cristales traspasados del sol de la montera, como los palomos que pinta don Camilo... Otras se subía a los tejados y promovía un alboroto piador en los nidos de los aviones... La Macaria lo enjabonaba cada mañana y estaba tan radiante siempre como las almenas de la azotea sobre el cielo azul, Platero. Cuando se murió mi padre, pasó toda la noche velándolo junto a la caja. Una vez que mi madre se puso mala, se echó a los pies de su cama y allí se pasó un mes sin comer ni beber... Vinieron a decir un día mi casa que un perro rabioso lo había mordido... Hubo que llevarlo a la bodega del Castillo y atarlo allí al naranjo, fuera de la gente. La mirada que dejó atrás por la callejilla cuando se lo llevaban sigue agujereando mi corazón como entonces, Platero, igual que la luz de una estrella muerta, viva siempre, sobre pasando su nada con la exaltada intensidad de su doloroso sentimiento... Cada vez que un sufrimiento material me punza el corazón, surge ante mí, larga como la vereda de la vida a la eternidad, digo, del arroyo al pino de la Corona, la mirada que Lord dejó en él para siempre cual una huella macerada.
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Juan Ramón Jiménez (Platero y yo: Elegía Andaluza (Spanish Edition))