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El hombre vulgar se abre por completo a la vida; no le da vueltas a la cabeza pensando: Âżde dĂłnde vengo?, o ÂżadĂłnde voy? Tiene siempre firmemente ante sus ojos sus objetivos terrenales. El sabio, por su parte, vive en la restringida atmĂłsfera que se ha proporcionado a sĂ mismo, y ha alcanzado plena claridad sobre sĂ mismo y sobre el mundo -siendo indiferente por quĂ© camino ha llegado a ella-. Ambos reposan firmemente sobre sĂ mismos. Pero el humorista es diferente. Él ha saboreado la paz del sabio; ha sentido la beatitud del estado estĂ©tico; ha sido huĂ©sped en la mesa de lo dioses; ha vivido en un Ă©ter de claridad meridiana; y, sin embargo, un impulso incontenible le empuja de nuevo al fango del mundo. Huye de Ă©l, porque solo tiene un anhelo: el de reposar en la tumba, y solo puede rechazar todo lo demás como una solemne estupidez; pero una y otra vez cede a la llamada que le lanzan las sirenas desde la vorágine, y baila y salta en el sofocante salĂłn, con el profundo anhelo de la paz en su corazĂłn; por eso, se puede decir de Ă©l que es hijo de un ángel y de una hija de los hombres. Pertenece a dos mundos, porque le falta la fuerza para renunciar a uno de ellos. Cuando se encuentra en el festĂn de los dioses, una llamada desde abajo interrumpe su alegrĂa; y, cuando se lanza en sus brazos, despeñándose desde el aire, le amarga el anhelo de puro goce, que le reclama desde arriba. AsĂ, su demonio se ve lanzado de acá para allá, y se siente desgarrado. El talante fundamental del humorista es estar a disgusto. Pero lo que en Ă©l no se debilita, ni vacila; lo que se alza, firme como una roca; aquello que ha comprendido, y ya no le abandona, es el conocimiento [Erkenntnis] de que la muerte es preferible a la vida y que «el dĂa de la muerte es mejor que el del nacimiento». Él no es un sabio, y mucho menos un hĂ©roe sabio; pero, precisamente por eso, es alguien que puede comprender plena y enteramente la grandeza y la sublimidad del carácter de estos seres tan nobles, y se siente embargado por el sentimiento sagrado que les caracteriza. Lo porta en sĂ como ideal, y sabe que Ă©l, por ser un hombre, puede realizarlo ... «si el Sol [está] en conjunciĂłn con los planetas». Con esto, y con el firme conocimiento de que la muerte es preferible a la vida, se las arregla con su disgusto y se eleva sobre sĂ mismo. Ahora está libre de Ă©l, y es ahora -tĂ©ngase muy en cuenta- cuando llega a hacĂ©rsele objetivo [gegenstandlich] el propio estado del que ha escapado. Lo mezcla con el estado de su ideal, y se rĂe de la estupidez de su insuficiencia: pues el reĂr surge siempre cuando descubrimos una discrepancia, es decir, cuando medimos algo con una medida espiritual, y encontramos que se pasa o no llega. Puesto en la relaciĂłn genial con su propio estado, no pierde, sin embargo, de vista que pronto volverá a caer en la ridĂcula estupidez, porque conoce su amor por el mundo; por eso, mientras rĂe con un ojo, llora con el otro; solo rĂe su boca, mientras su corazĂłn sangra y amenaza con quebrarse, ocultando, bajo la máscara de la alegrĂa, la más profunda seriedad.
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