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El Infierno, que llevamos en nosotros, corresponde al Infierno de nuestras ciudades, nuestras ciudades estan a la medida de nuestros contenidos mentales, la voluntad de muerte preside al furor de vivir y no alcanzamos a distinguir cual nos inspira, nos precipitamos sobre los trabajos recomenzados y nos jactamos de elevarnos a las cimas, la desmesura nos posee y sin concebirnos a nosotros mismos, seguimos edificando. Pronto el mundo no sera mas que un astillero, donde igual que las termitas, miles de ciegos, afanados en perder el aliento, se afanaran, en el rumor y en el hedor, como unos automatas, antes que despertarse, un dia, presos de la demencia y de degollarse unos a otros sin lasitud. En el universe, donde nos hundimos, la demencia es la forma que tomara la espontaneidad del hombre alienado, del hombre poseido, del hombre rebasado por los medios y convertido en esclavo de sus obras. La locura incuba desde ahora bajo nuestros inmuebles de cincuenta pisos, y a pesar de nuestros intentos por desenraizarla, no llegaremos al punto de reducirla, ella es este dios nuevo que no sosegaremos incluso rindiendole una especie de culto: es nuestra muerte la que incesantemente reclama todo.
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