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El cirujano y el misionero En cierta ocasión escuché el relato de un pastor-misionero que, luego de muchos años de labor, volvía a su país de origen para su merecido retiro. Sería una etapa de transición difícil pero necesaria. Su familia lo esperaba con ansias y él añoraba verlos. En el mismo viaje por avión, también regresaba un renombrado cirujano de la zona. Al llegar a su destino, a la salida de los pasajeros, había todo un comité de bienvenida formado por familiares y amigos, que con vítores y aplausos recibían y abrazaban al cirujano, que tantas vidas había librado de enfermedades. Pero, nadie había llegado para recibir al pastor-misionero. Debido a una información incorrecta de la llegada de su vuelo, su familia y sus amigos se habían retrasado en su llegada al aeropuerto. Mientras él los esperaba, sutilmente, una raíz de sentimiento de tristeza comenzó a infiltrarse en su corazón. (¡Cuidado con las raíces!). Comenzó mentalmente a calcular y repasar todo el inmenso y tedioso trabajo de tantos años llevado a cabo en un país extranjero. Las privaciones de comodidades y buenas comidas, los momentos de gran peligro, las épocas de enfermedad, el bien hecho a cientos de almas discipuladas y bautizadas, los templos construidos, etc. Todo lo veía como una película desplegada vertiginosamente. Lágrimas calientes de amargura y resentimiento se asomaron a sus ojos. “Yo también soy digno de una bienvenida así, porque más que ayudar a personas enfermas, yo ayudé a ganar almas”, pensaba con coraje. Mientras observaba la algarabía que rodeaba al famoso cirujano, de momento le invadió un sentido de soledad. Alejándose cabizbajo y compungido en su espíritu, tomó un taxi, tirándose hacia atrás en el asiento posterior, sumido en su autocompa- sión. Llegó sin ánimo a un cuarto de hotel, a donde esperaría a sus familiares. Luego de soltar su equipaje, se lanzó de rodillas en profundo llanto y oración al lado de la cama, tratando de controlar sus emociones. De pronto… ¡él cuarto se llenó de una fuerte y brillante luz! ¡Él percibió que la presencia del Señor llenaba la atmósfera! Al momento, sintió cómo dos manos cálidas y firmes se posaron gentilmente sobre sus hombros, infundiéndole nuevas fuerzas instantaneamente. A la misma vez, oyó la voz única del Príncipe de los Pastores, diciéndole: “¡Mi siervo querido y fiel, todavía no es tu bienvenida, te estoy preparando una gran fiesta!”. El pastor-misionero, aún bañado en lágrimas pero esta vez de consolación y alegría, alzaba sus manos al cielo, arrepentido de sus resentimientos y celos, maravillado de que el Señor del universo hubiese descendido a visitarle personalmente. Distinguidos pastores y ministros en la labranza del Maestro, cuando la amargura, el resentimiento o el celo quieran asomar su nefasta “cabeza” en nuestros corazones, recordemos que nuestra recompensa aún se está preparando y algún día escucharemos su voz única dicién- donos: “¡Hiciste bien, siervo bueno y fiel! En lo poco has sido fiel; te pondré a cargo de mucho más. ¡Ven a compartir la felicidad de tu señor!” (Mateo 25:21). ¡
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David Samuel Ocasio (Olor a ovejas: Perspectivas y principios para el servicio (Spanish Edition))