Noches Blancas Quotes

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«Soy un soñador. Hay en mí tan poca vida real, los momentos como este, como el de ahora, son para mí tan raros que me es imposible no repetirlos en mis sueños. Voy a soñar con usted toda la noche, toda la semana, todo el año.»
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Fyodor Dostoevsky (Nietoschka Nezvanova / Noches Blancas)
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Cada cosa tiene un color. Cada emoción tiene un color. El silencio es blanco. De hecho, el blanco es un color que no soporto: no tiene límites. Pasar una noche en blanco, quedarse en blanco, levantar bandera blanca, dejar el papel en blanco, tener el pelo blanco... Es más, el blanco ni siquiera es un color, como el silencio. No es nada. Una nada sin palabras o sin música. En silencio: en blanco.
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Alessandro D'Avenia (Bianca come il latte, rossa come il sangue)
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Si me quieres, quiéreme entera, no por zonas de luz y sombra… Si me quieres, quiéreme negra y blanca. Y gris, y verde y rubia, y morena… Quiéreme día, quiéreme noche… ¡Y madrugada en la ventana abierta!… Si me quieres, no me recortes: ¡Quiéreme toda… O no me quieras!
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Dulce MarĂ­a Loynaz
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¿Entristecer con mi presencia su felicidad, ser un reproche, marchitar las flores que se puso en los cabellos para ir al altar? ¡Jamás, jamás! ¡Que su cielo sea sereno, que su sonrisa sea clara! Yo te bendigo por el instante de alegría que diste al transeúnte melancólico, extraño, solitario… ¡Dios mío! ¿Un instante de felicidad no es suficiente para toda una vida?
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Fyodor Dostoevsky
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—Eres una hechicera —le dijo una noche, rendido sobre ella después del amor—. ¿Qué has hecho de mí? Estoy atus pies desde el momento en que puse los ojos sobre ti. Dependo de ti para sentirme vivo. ¿Cómo puedo amarte tanto cuando trastornaste mi vida por completo? Desearía no amarte tanto —añadió con una nota amarga—, desearía no haber caído bajo tu conjuro. Así no sería tan vulnerable. Porque si volvieras a lastimarme...
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Florencia Bonelli (La vuelta del ranquel (Indias Blancas #2))
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¿Por qué no nos tratamos unos a otros como hermanos? ¿Por qué hasta el hombre más bueno disimula y calla en presencia de otro? ¿Por qué no decir sin rodeos lo que tiene uno en el corazón, inmediatamente, cuando sabe uno que su palabra no se la llevará el viento? ¿Por qué parecer más adusto de lo que uno es en realidad? Es como si cada cual temiera violentar los propios sentimientos si los expresa libremente. —Noches blancas, Dostoievski—
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Fyodor Dostoevsky
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Me estiro, pues, dentro de la habitación, bajo el ojo de escayola del techo, detrás de las cortinas blancas, entre las sábanas, y me deslizo dentro de mi propio tiempo, abandonando el ritmo que nos marcan. Aunque esto también forma parte del ritmo, y yo no estoy fuera de él.
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Margaret Atwood (The Handmaid’s Tale (The Handmaid's Tale, #1))
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Las noches en blanco producĂ­an largas cadenas de pensamientos sobre recuerdos serios.
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Jens Lapidus (Trilogía Negra de Estocolom: Dinero fácil, Mafia Blanca, Una vida de Lujo)
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Soy un soñador. Hay en mí tan poca vida real, los momen­tos como éste, como el de ahora, son para mí tan raros que me es imposible no repetirlos en mis sueños. Voy
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Fyodor Dostoevsky (Noches blancas)
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Terminarás esta noche en mi cama o en el infierno.
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Florencia Bonelli (La vuelta del ranquel (Indias Blancas #2))
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y si no existe otra 'vida', solo queda una opciĂłn: inventar alguna vida con los pedazos de la que hay.
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FiĂłdor Dostoyevski (Noches blancas)
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Sentado aquí a su lado y mientras hablamos, me da hasta miedo pensar en el futuro porque en el futuro hay de nuevo soledad, de nuevo esa vida rancia e innecesaria. ¡Y con qué voy a soñar cuando en la vida real he sido tan feliz a su lado! Oh, bendita sea, mi querida muchacha, por no haberme apartado a la primera, porque ya puedo decir que he estado vivo dos noches de mi vida.
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Fyodor Dostoevsky (Noches blancas)
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I et sap greu que la bellesa fugissera s'hagi pansit tan irremeiablement, que hagi lluĂŻt davant teu d'una manera tan enganyosa i vana; et sap greu no haver tingut temps ni tan sols d'enamorar-te'n...
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Fyodor Dostoevsky (Noches Blancas)
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Entre nosotros se han establecido unas relaciones un tanto extrañas, que en muchos aspectos me resultan incomprensibles si tomo en consideración su orgullo y la altivez que muestra con todos. Sabe, por ejemplo, que la amo con locura.
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Fyodor Dostoevsky (El Jugador / Noches Blancas)
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Todas las hormigas respetables comenzaron con el hormiguero y probablemente terminarán con él, lo que las honra por su aplicación y su perseverancia. Pero el hombre es una criatura frívola e imprevisible y quizá, a la manera de un jugador de ajedrez, gusta sólo del proceso de llegar a la meta, y no de la meta misma. ¿Y quién sabe? (nadie puede saberlo de cierto), quizá la única meta que en este mundo persigue el hombre consista únicamente en ese ir hacia ella, o, dicho de otro modo, consista en la vida misma, y no realmente en la meta, la que, por supuesto, será algo así como "dos y dos son cuatro", o sea, una fórmula; pero "dos y dos son cuatro" no es vida, señores, sino el comienzo de la muerte
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Fyodor Dostoevsky (Memorias del subsuelo & Las noches blancas & El jugador/ Notes from Underground & White Nights & The player (Grandes Clasicos) (Spanish Edition))
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Resulta curioso y ridĂ­culo lo mucho que a veces puede expresar la mirada de un hombre vergonzoso, morbosamente pĂşdico, tocado por el amor, precisamente cuando este hombre preferirĂ­a que la tierra se abriera bajo sus pies antes de decir nada o de darlo a entender con la palabra o con los ojos.
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Fyodor Dostoevsky (El Jugador / Noches Blancas)
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Pero en las demás plateas, casi en todas, las blancas deidades que habitaban aquellas moradas sombrías se habían refugiado contra las oscuras paredes y permanecían invisibles. Sin embargo, a medida que el espectáculo avanzaba, sus formas, vagamente humanas, se destacaban blandamente, una tras otra, de las profundidades de la noche que tapizaban y, alzándose hacia la claridad, dejaban que emergiesen sus cuerpos semidesnudos y venían a detenerse en el límite vertical y en la superficie claroscura en que sus brillantes rostros aparecían tras el risueño, espumoso y ligero romper de olas de sus abanicos de plumas, bajo sus cabelleras de púrpura enmarañadas de perlas que parecía haber encorvado la ondulación de la pleamar; después comenzaban las butacas de orquesta, el retiro de los mortales por siempre separado del sombrío y transparente reino a que servían acá y allá de frontera, en superficie líquida y compacta, los ojos límpidos y reverberantes de las diosas de las aguas.
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Marcel Proust (Ă€ la recherche du temps perdu, Tome III)
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La compararía a un sol negro si se pudiese concebir un astro negro capaz de verter luz y felicidad. Pero hace pensar más a gusto en la luna, que indudablemente la señaló con su temible influjo; no en la luna blanca de los idilios, semejante a una novia fría, sino en la luna siniestra y embriagadora, colgada del fondo de una noche de tempestad y atropellada por las nubes que corren; no en la luna apacible y discreta, visitadora del sueño de los hombres puros, sino en la luna arrancada del cielo, vencida y rebelde, a quien los brujos tesalios obligan duramente a danzar sobre la hierba aterrorizada.
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Charles Baudelaire (Paris Spleen)
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—Fue en esos dos asientos pequeños, uno frente a otro, que siempre son los últimos que quedan libres en el tren. Iba a Nueva York a ver a mi hermana y a pasar la noche. Tom iba vestido de etiqueta, con zapatos de charol, y yo no podía quitarle los ojos de encima, pero, si él me miraba, fingía leer el anuncio que había más arriba de su cabeza. Cuando llegamos a la estación, lo sentí cerca, y la pechera blanca de su camisa me oprimía el brazo, así que le dije que iba a llamar a un policía, pero él sabía que no era verdad. Yo estaba tan excitada cuando me subí con él al taxi que apenas si me di cuenta de que no tomaba el metro. Lo único que pensaba, una y otra vez, era: «No vas a vivir eternamente; no vas a vivir eternamente».
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F. Scott Fitzgerald (The Great Gatsby)
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¿Debía contarle a aquel nuevo imperfecto que, esa misma tarde, iban a abrirle el cuerpo, a limarle los huesos para darles la forma adecuada, a estirar o rellenar algunos, a quitarle el cartílago nasal y los pómulos y a sustituirlos por plástico programable, a lijarle la piel y volver a sembrarla como a un campo de fútbol en primavera? ¿Que le tallarían los ojos con láser para toda una vida de visión perfecta, que le colocarían implantes reflectantes bajo el iris para añadir motas doradas a su mediocre castaño? ¿Que le arreglarían todos los músculos con una noche de electrócisis y le succionarían toda la grasa infantil para siempre? ¿Que le sustituirían los dientes por cerámicas fuertes como el ala de una aeronave suborbital y blancas como la porcelana buena de la residencia?
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Scott Westerfeld (Uglies (Uglies, #1))
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Él me aseguró que lo mejor para pasar un día de julio era estar tumbado de la mañana a la noche entre los matorrales del campo, mientras las abejas zumban alrededor, las alondras cantan y el sol brilla en un cielo claro. Eso constituye para él el ideal de la dicha. El mío consistía en columpiarse en un árbol florido mientras sopla el viento de Poniente y por el cielo corren nubes blancas, y cantan, además de las alondras, los mirlos, los jilgueros y los cuclillos. A lo lejos se ven los pantanos, entre los que se destacan umbrías arboledas y la hierba ondula bajo el soplo de la brisa, y los árboles y las aguas murmuran, reinando la alegría por doquier. Él aspiraba a verlo todo sumido en la paz, yo en una explosión de júbilo. Le argumenté que su cielo parecía medio dormido, y él respondió que el mío medio borracho.
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Emily Brontë (Cumbres borrascosas)
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Mira, amiga —respondió don Quijote—: no todos los caballeros pueden ser cortesanos, ni todos los cortesanos pueden ni deben ser caballeros andantes: de todos ha de haber en el mundo; y, aunque todos seamos caballeros, va mucha diferencia de los unos a los otros; porque los cortesanos, sin salir de sus aposentos ni de los umbrales de la corte, se pasean por todo el mundo, mirando un mapa, sin costarles blanca, ni padecer calor ni frío, hambre ni sed; pero nosotros, los caballeros andantes verdaderos, al sol, al frío, al aire, a las inclemencias del cielo, de noche y de día, a pie y a caballo, medimos toda la tierra con nuestros mismos pies; y no solamente conocemos los enemigos pintados, sino en su mismo ser, y en todo trance y en toda ocasión los acometemos, sin mirar en niñerías, ni en las leyes de los desafíos; si lleva, o no lleva, más corta la lanza, o la espada; si trae sobre sí reliquias, o algún engaño encubierto; si se ha de partir y hacer tajadas el sol, o no, con otras ceremonias deste jaez, que se usan en los desafíos particulares de persona a persona, que tú no sabes y yo sí.
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Miguel de Cervantes Saavedra (Don Quijote de la Mancha (Spanish Edition))
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Al idioma Alemán Mi destino es la lengua castellana, El bronce de Francisco de Quevedo, Pero en la lenta noche caminada, Me exaltan otras músicas más íntimas. Alguna me fue dada por la sangre- Oh voz de Shakespeare y de la Escritura, Otras por el azar, que es dadivoso, Pero a ti, dulce lengua de Alemania, Te he elegido y buscado, solitario. A través de vigilias y gramáticas, De la jungla de las declinaciones, Del diccionario, que no acierta nunca Con el matiz preciso, fui acercándome. Mis noches están llenas de Virgilio, Dije una vez; también pude haber dicho de Hölderlin y de Angelus Silesius. Heine me dio sus altos ruiseñores; Goethe, la suerte de un amor tardío, A la vez indulgente y mercenario; Keller, la rosa que una mano deja En la mano de un muerto que la amaba Y que nunca sabrá si es blanca o roja. Tú, lengua de Alemania, eres tu obra Capital: el amor entrelazado de las voces compuestas, las vocales Abiertas, los sonidos que permiten El estudioso hexámetro del griego Y tu rumor de selvas y de noches. Te tuve alguna vez. Hoy, en la linde De los años cansados, te diviso Lejana como el álgebra y la luna.
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Jorge Luis Borges
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Tengo que confesarle que no siempre le tuve cariño; le pido perdón. Ahora ella y usted ya no son para mí sino una única persona. Le estoy muy agradecido. Noto que hace feliz a Cosette. Si usted supiera, señor Pontmercy, aquellas mejillas sonrosadas que tenía eran mi alegría; cuando la veía un poco pálida me ponía triste. (...) Cosette, ¿ves ese vestidito que está encima de la cama? ¿Te acuerdas de él? Es de hace sólo diez años. ¡Cómo pasa el tiempo! Fuimos muy felices. Se acabó. No lloréis, hijos míos, que no me voy muy lejos. Os veré desde allí. Bastará con que miréis cuando sea de noche y me veréis sonreír. Cosette, ¿te acuerdas de Montfermeil? Estabas en el bosque; tenías mucho miedo; ¿te acuerdas de cuando te cogí el asa del cubo de agua? Fue la primera vez que toqué esa pobre manita. ¡La tenías tan fría! ¡Ah, por entonces tenía usted las manos encarnadas, señorita, y ahora las tiene bien blancas! Y la muñeca grande, ¿te acuerdas? La llamabas Catherine. ¡La echabas de menos porque no te la llevaste al convento! ¡Cuánto me hiciste reír a veces, ángel mío! Cuando había llovido, echabas a los arroyos briznas de paja y mirabas cómo se iban. Un día te di una raqueta de mimbre y un volante con plumas amarillas, azules y verdes. A ti se te ha olvidado ya. ¡Eras tan traviesa de pequeñita! Jugabas. Te ponías pendientes de cerezas. Son cosas del pasado. Los bosques por los que ha pasado uno con su niña, los árboles por los que nos paseamos, los conventos donde nos escondimos, los juegos, las risas tan buenas de la infancia, ahora son sombra. Me había imaginado que todo eso me pertenecía. En eso era un necio.
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Victor Hugo (Les Misérables)
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Érase una vez una muchacha que estaba demasiado segura de sí misma. No todos la consideraban hermosa, pero admitían que poseía cierta elegancia que intimidaba con más frecuencia de la que cautivaba. La sociedad coincidía en que no era alguien a quien uno quisiera contrariar. "Guarda su corazón en una cajita de porcelana", susurraba la gente, y tenían razón. A la joven no le gusta abrir la cajita. Contemplar su corazónla perturbaba. Siempre le parecía más pequeño y al mismo tiempo más grande de lo que esperaba. Palpitaba contra la porcelana blanca. Parecía un carnoso rudo rojo. A veces, sin embargo, apoyaba la mano sobre la tapa de la cajita y, entonces, el rítmico palpitar se transformaba en una agradable música. Una noche, otra persona oyó esa melodía. Un chico hambriento que se encontraba lejos de casa. Se trataba (por si les interesa) de un ladrón. Trepó por las paredes del palacio de la joven.Introdujo sus dedos fuertes a través de la estrecha abertura de una ventana. La abrió lo suficiente para poder pasar y entró. Mientras la dama dormía (sí, la vio en la cama y apartó rápidamente la mirada) robó la cajita sin ser consciente de lo que contenía. Lo único que sabía era que la quería. Su naturaleza estaba llena de deseos, anhelaba constantemente algo, y los anhelos que comprendía eran tan dolorosos que no le interesaba examinar los que no comprendía.Cualquier miembro de la sociedad de la dama podría haberle advertido que robarle era mala idea. Habían visto lo que les pasaba a sus enemigos. De un modo u otro, la joven siempre les daba su merecido. Pero el muchacho no habría seguido esos consejos. Se hizo con su botín y huyó. La habilidad de la joven casi parecía cosa de magia. Su padre (la gente susurraba que se trataba de un dios,pero su hija,que lo amaba,sabía que era completamente mortal) le había enseñado bien. Cuando una ráfaga de viento procedente de la ventana abierta la despertó, captó el aroma del ladrón. Había impregnado el marco de la ventana,el tocador,incluso una de las cortinas del dosel de la cama, que estaba ligeramente entreabierta. Le dio caza.
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Marie Rutkoski (The Winner's Kiss (The Winner's Trilogy, #3))
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Creo que debería empezar a trabajar un poco, ahora que aprendo a ver. Tengo veintiocho años y no me ha ocurrido prácticamente nada. Recapitulemos: he escrito un estudio malo sobre Carpaccio, una obra de teatro que se titula Matrimonio y trata de demostrar una tesis falsa con medios ambiguos, y algunos versos. Ay, pero los versos valen tan poco, cuando se los escribe de joven. Uno debería esperar y dedicar toda una vida a atesorar sentido y dulzura, una vida larga, a ser posible, y entonces, al término de la misma, quizá fuera capaz de escribir diez versos que merecieran la pena. Y es que, contrariamente a lo que cree la gente, los versos no son sentimientos (éstos se tienen ya en la primera juventud): son vivencias. Para dar a luz un solo verso hay que haber visto muchas ciudades, hombres y cosas, hay que conocer los animales, hay que sentir cómo vuelan las aves y saber con qué ademán se abren las flores pequeñas al amanecer. Hay que ser capaz de recordar caminos de regiones desconocidas, encuentros inesperados y separaciones que se veían venir de lejos; días de infancia aún por aclarar, a los padres a los que no podíamos evitar ofender cuando nos traían una alegría que nosotros no entendíamos (era una alegría destinada a otro); las enfermedades infantiles que aparecían de un modo tan extraño y experimentaban tantas transformaciones profundas y graves, días pasados en estancias tranquilas y recogidas, y mañanas junto al mar, el mar en general, los mares, las noches de viaje que pasaban altas y como una exhalación y volaban con todas las estrellas; y ni siquiera basta con ser capaz de pensar en todo esto. Hay que haber conservado el recuerdo de muchas noches de amor, ninguna de las cuales se parece a la otra, de gritos de parturientas y de mujeres que acaban de dar a luz y, aligeradas, blancas y durmientes, se cierran. Pero también hay que haber asistido a moribundos, estado con muertos en habitaciones con la ventana abierta y ruidos esporádicos. Y tampoco basta con tener recuerdos. Hay que saber olvidarlos, si son muchos, y tener la enorme paciencia de esperar a que regresen. Porque los recuerdos en sí todavía no existen. Solo cuando se tornan sangre en nosotros, cuando se convierten en mirada y gesto, cuando se hacen indecibles y no pueden distinguirse ya de nosotros, solo entonces puede suceder que, en un momento rarísimo, brote en su centro y emane de ellos la primera palabra de un verso.
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Rainer Maria Rilke (Los apuntes de Malte Laurids Brigge (Alba Clásica) (Spanish Edition))
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Entonces, mira, a veces una muchacha parte en bicicleta, la ves de espaldas alejándose por un camino (¿la Gran Vía, King´s Road, la Avenue de Wagran, un sendero entre álamos, un paso entre colinas?), hermosa y joven la ves de espaldas yéndose, más pequeña ya, resbalando en la tercera dimensión y yéndose, y te preguntas si llegará, si salió para llegar, si salió porque quería llegar, y tienes miedo como siempre has tenido miedo por ti mismo, la ves irse tan frágil y blanca en una bicicleta de humo, te gustaría estar con ella, alcanzarla en algún recodo y apoyar una mano en el /manubrio y decir que también tú has salido, que también tú quieres llegar al sur, y sentirte por fin acompañado porque la estás acompañando, larga será la etapa pero allí en lo alto el aire es limpio y no hay papeles y latas en el suelo, hacia el fondo del valle se dibujará por la mañana el ojo celeste de un lago. Sí, también eso lo sueñas despierto en tu oficina o en la cárcel, mientras te aplauden en un escenario o una cátedra, bruscamente ves el rumbo posible, ves la chica yéndose en su bicicleta o el marinero con su bolsa al hombro, entonces es cierto, entonces hay gente que se va, que parte para llegar, y es como un azote de palomas que te pasa por la cara, por qué no tú, hay tantas bicicletas, tantas bolsas de viaje, las puertas de la ciudad están abiertas todavía, y escondes la cabeza en la almohada, acaso lloras. Porque, son cosas que se saben, la ruta del sur lleva a la muerte, allá, como la vio un poeta, vestida de almirante espera o vestida de sátrapa o de bruja, la muerte coronel o general espera sin apuro, gentil, porque nadie se apura en los aeródromos, no hay cadalsos ni piras, nadie redobla los tambores para anunciar la pena, nadie venda los ojos de los reos ni hay sacerdotes que le den a besar el crucifijo a la mujer atada a la estaca, eso no es ni siquiera Ruán y no es Sing-Sing, no es la Santé, allá la muerte espera disfrazada de nadie, allá nadie es culpable de la muerte, y la violencia es una vacua acusación de subversivos contra la disciplina y la tranquilidad del reino, allá es tierra de paz, de conferencias internacionales, copas de fútbol, ni siquiera los niños revelarán que el rey marcha desnudo en los desfiles, los diarios hablarán de la muerte cuando la sepan lejos, cuando se pueda hablar de quienes mueren a diez mil kilómetros, entonces sí hablarán, los télex y las fotos hablarán sin mordaza, mostrarán cómo el mundo es una morgue /maloliente mientras el trigo y el ganado, mientras la paz del sur, mientras la civilización cristiana. Cosas que acaso sabe la muchacha perdiéndose a lo lejos, ya inasible silueta en el crepúsculo, y quisieras estar y preguntarle, estar con ella, estar seguro de que sabe, pero cómo alcanzarla cuando el horizonte es una sola línea roja ante la noche, cuando en cada encrucijada hay múltiples opciones engañosas y ni siquiera una esfinge para hacerte las preguntas rituales. ¿Habrá llegado al sur? ¿La alcanzarás un día? Nosotros, ¿llegaremos? (Se puede partir de cualquier cosa, una caja de fósforos, una lista de desaparecidos, un viento en el tejado - ) ¿Llegaremos un día? Ella partió en su bicicleta, la viste a la distancia, no volvió la cabeza, no se apartó del rumbo. Acaso entró en el sur, lo vio sucio y golpeado en cuarteles y calles pero sur, esperanza de sur, sur esperanza. ¿Estará sola ahora, estará hablando con gente como ella, mirarán a lo lejos por si otras bicicletas apuntaran filosas? ( - un grito allá abajo en la calle, esa foto del Newsweek - ) ¿Llegaremos un día?
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Julio Cortázar
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Tres noches o tres meses atrás había soñado con la mujer que tenía rosas blancas en lugar de ojos. Pero el recuerdo del sueño fue apenas un relámpago para su razón; el recuerdo resbaló rápido, con un esbozo de vuelo, como la hoja que acaba de parir la rotativa, y se acomodó quieto debajo de las otras imágenes que siguieron cayendo.
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Anonymous
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Allí pasé los tres días y las tres noches.
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Blanca Miosi (La búsqueda: El niño que se enfrentó a los nazis)
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Quién no ha experimentado las diversas sensaciones que produce el contacto con una mano? La mano es índice del temperamento. Algunas son en pleno invierno cálidas y ardientes, otras frías y hasta heladas en plena canícula. Las hay secas y apergaminadas, y otras húmedas y viscosas. Las hay carnosas, esponjosas, musculadas, delgadas, huesudas y descarnadas. La presión de unas es fuerte como un torno, la de otras, blanda como una cifra. Hay manos que son productos artificiales de nuestra civilización moderna, que presentan deformidades similares a las de los pies de las damas chinas, manos continuamente aprisionadas por los guantes durante el día, y a menudo envueltas en cataplasmas durante la noche o al recibir los cuidados de la manicura; manos tan blancas como la nieve, cuando no castas como el mismo hielo? La manecita ociosa que evita el contacto rugoso de la mano morena y manchada del obrero, a la que el duro trabajo ha transformado en callo uniforme! Hay manos discretas, y manos que palpan con toda indecencia; manos cuyo apretón hipócrita expresa las reservas de quien las estrecha; manos aterciopeladas, untuosas, clericales y lánguidas, de un lado está la palma abierta del pródigo, de
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Anonymous
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En vano escarba el soñador en sus viejos sueños, como si fueran ceniza en la que busca algún rescoldo para reavivar la fantasía, para re­calentar con nuevo fuego su enfriado corazón y resu­citar en él una vez más lo que antes había amado tanto, lo que conmovía el alma, lo que enardecía la sangre, lo que arrancaba lágrimas de los ojos y cautivaba con espléndido hechizo.
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Fyodor Dostoevsky (Noches blancas)
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ÂżSabe usted que ahora me complazco en recordar y visitar en fechas determinadas los lugares donde a mi modo he sido feliz?
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Fyodor Dostoevsky (Noches blancas)
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Era la víspera de navidad y los soldados permanecían en las trincheras. Jóvenes de veinte años en promedio, muchachos con hambre, frío y miedo, obligados a ser asesinos de otros muchachos de su edad, que hubieran preferido tener un futuro, estudiar, viajar, amar y ser amados, pero que tenían el deber patriótico de asesinarse. ”Sólo el veneno del odio nacionalista habría podido convencer a esos jóvenes de la necesidad de masacrarse. Para que las masas humanas se conviertan en asesinas es necesario convencerlas de que sus miembros son distintos unos de otros, de que deben temerse y odiarse. Pero en medio de todas las razones del odio surgió la locura de la música y los unió a todos por unas horas. ”Era de noche; alemanes y británicos estaban atrincherados a cuatrocientos metros unos de otros. Pasarían la navidad en una zanja enlodada y su cena sería una lata de alguna masa viscosa sin sabor, pero con los nutrientes necesarios para sobrevivir y seguir matando. Fue entonces cuando la música hizo el milagro. ”Los alemanes comenzaron a cantar villancicos para hacer más llevadero su dolor. Entonaron juntos Stille Nacht, y de pronto, entre la niebla y el olor de la muerte, descubrieron que las voces inglesas acompañaban su canto. Silent Night. Los ingleses no hablaban el idioma de sus enemigos, pero en pocos segundos reconocieron la melodía y comenzaron a cantarla en su propia lengua. De pronto la guerra era de pulmones y gargantas; de cada trinchera salía una canción de paz que cada bando intentaba cantar más fuerte. ”Fue entonces cuando el individuo se impuso ante la masa y el amor pudo surgir por encima del odio. Alguno de los jóvenes soldados, inglés o alemán, poco importa, decidió dejar su trinchera con los brazos abiertos y sosteniendo una bandera blanca. Así se fue internando en la zona de nadie, los cuatrocientos metros de terreno por los que debían aniquilarse. Seguramente lo hizo lleno de miedo: bastaba un disparo obediente y patriótico del otro lado para perder la vida. ”Sin embargo, un muchacho de la otra trinchera respondió con el mismo gesto. Se internó caminando despacio en el campo de batalla. Uno cantaba en alemán y el otro en inglés, pero el cántico era el mismo. Lentamente, otros soldados salieron de sus respectivas trincheras. Cada uno tenía delante de sí al enemigo, al desconocido al que debía matar; pero de pronto cada uno pudo ver tan sólo a otro ser humano, un hermano que cantaba lo mismo y que también tenía hambre, frío y miedo. ”Y así, de pronto, la compasión hizo la magia. Alemanes e ingleses se precipitaron al centro del campo de batalla y comenzaron a abrazarse, a desearse feliz navidad, a cantar juntos, a llorar, a rezar. Al poco tiempo se enseñaban retratos de sus novias o esposas, de sus padres o de sus hijos, y luego intercambiaron regalos: medio chocolate por unos cigarrillos, algo de alcohol por algo de comida, una prenda por otra. Poco importaba el regalo: lo importante era compartir.
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Juan Miguel Zunzunegui (Locura y razĂłn (Spanish Edition))
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guiado por la Parca, esa pelona cabrona que a nadie perdona.
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L.M. Oliveira (Por la noche blanca (Spanish Edition))
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El Libertador avanza serenamente, con el sombrero en la mano. Una de las damas, desde el balcón de la esquina de la plaza principal, arroja una corona de laureles, que el héroe toma al punto y agradece, con una mirada penetrante. La mujer se llama Manuela Sáenz, y se la presentan al general por la noche en el baile de gala ofrecido por el Ayuntamiento en su honor. Tiene la bella quiteña veinticuatro años, ojos negros de gran pasión, piel blanca, rostro ovalado, cabellera muy abundante, oscurísima, partida en dos y un pecho de admirables turgencias. Luce en el baile la banda de Caballeresa del Sol, condecoración otorgada poco antes en Lima por el general San Martín a la valerosa mujer en reconocimiento de los servicios que prestara a la libertad en la capital peruana, junto a Rosita Campuzano –amante de San Martín– y otras damas de categoría. Manuela es hija ilegítima del español Simón Sáenz de Vergara y de la linajuda criolla María Joaquina Aispuru. Está casada con un inglés que le dobla casi en edad, el doctor Jaime Thorne, quien se ocupa a la vez en medicina y en negocios y mueve sus combinaciones económicas con el propio padre de Manuela. Esta bella mujer decía que se había casado con Thorne para "molestar y reírse de la aristocracia quiteña". El matrimonio se efectuó, en realidad, a poco de que la quiteña se hubiera fugado con un oficial, del convento donde se educaba.
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Alfonso Rumazo González (Simón Bolívar (Spanish Edition))
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Negro para la caza durante la noche El color blanco para la muerte y el luto Oro para una novia en su vestido de boda Y el rojo para deshacer encantamientos. Seda blanca cuando nuestros cuerpos se queman, Banderas azules cuando lo perdido regresa. Flamas por el nacimiento de un Nefilim, Y para lavar nuestros pecados. Gris por el mejor conocimiento jamás dicho Hueso para aquellos que no envejecen. El azafrán ilumina la marcha de la victoria, El verde reparará nuestros corazones rotos. Plata para las torres de los demonios, Y el bronce para convocar los poderes malvados.
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Cassandra Clare (City of Heavenly Fire (The Mortal Instruments, #6))
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Parecía que todo se levantaba y se iba, que todo se trasladaba al campo en caravanas enteras, que Petersburgo amena­zaba con quedarse desierto  y llegué al punto de tener vergüenza, de sentirme ofendido y triste. Yo
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Fyodor Dostoevsky (Noches blancas)
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Sí, Nastenka, nuestro héroe se engaña y cree a pesar suyo que una pasión genuina, verdadera, le agita el alma; cree a pesar suyo que hay algo vivo, palpable, en sus sueños incorpóreos. ¡Y
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Fyodor Dostoevsky (Noches blancas)
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Ahora me gusta recordar y visitar en un periodo determinado los lugares donde una vez fui feliz a mi manera, me gusta levantar mi presente en consonancia con un pasado que ya no va a volver y suelo vagar como una sombra, sin necesidad y sin objetivo, apesadumbrado y triste, por las calles y rincones de San Petersburgo. ¡Y en todas partes hay recuerdos!
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Fyodor Dostoevsky (Noches blancas)
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Se lo agradezco, le agradezco ese amor, porque se ha quedado grabado en mi memoria como ese sueño dulce que se recuerda tiempo después de haberse despertado, porque voy a recordar siempre ese instante en que usted me abrió fraternalmente su corazón y magnánimo tomó el mío, muerto, como un tesoro al que cuidar, acariciar, curar...
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Fyodor Dostoevsky (Noches blancas)
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Era una noche maravillosa, una noche de esas que puede que sólo se den cuando somos jóvenes, querido lector. El cielo estaba tan estrellado, estaba tan claro que, al mirarlo, involuntariamente uno tenía que preguntarse: ¿Será posible que bajo este cielo pueda vivir gente con todo tipo de caprichos y enfados?
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Fyodor Dostoevsky (Noches blancas)
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Y a usted le dará pena que esa belleza momentánea se haya marchitado tan rápida, tan irrevocablemente, que haya brillado frente a usted tan engañosa e inútilmente, le dará pena no haber tenido tiempo siquiera para quererla
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Fyodor Dostoevsky (Noches blancas)
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Es imposible que no venga mañana. Soy un soñador, tengo tan poca vida real y momentos como este, como el de ahora, los cuento tan raramente que es imposible que no repita estos momentos en sueños. Soñaré con usted toda la noche, toda la semana, el año entero. Seguro que vengo mañana aquí, justo aquí, a este mismo lugar justo a esta hora, y seré feliz recordando el día de ayer. Este sitio ya me es querido.
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Fyodor Dostoevsky (Noches blancas)
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A pesar de todo, ¡la alegría y la felicidad hacen bueno a un hombre! ¡Cómo bulle el corazón con el amor! Parece como si quisieras verter todo tu corazón en otro corazón, quieres que sólo haya alegría, que sólo haya risas. ¡Y qué contagiosa es la alegría!
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Fyodor Dostoevsky (Noches blancas)
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Y uno se pregunta: ¿dónde, pues están tus sueños? Sacude la cabeza y dice: ¡qué de prisa pasa el tiempo! Vuelve a preguntarse: ¿qué has hecho con tus años?, ¿dónde has sepultado los mejores días de tu vida?, ¿has vivido o no? ¡Mira, se dice uno mira cómo todo se congela en el mundo! Pasarán más años y tras ellos llegará la lúgubre soledad, llegará báculo en mano la trémula vejez, y en pos de ella la tristeza y la angustia. Tu mundo fantástico perderá su colorido, se marchitarán y morirán tus sueños y caerán como las hojas secas de los árboles. ¡Ay, Nastenka será triste quedarse solo, enteramente solo, sin tener siquiera nada que lamentar, nada, absolutamente nada! Porque todo eso que se ha perdido, todo eso no ha sido nada, un cero redondo y huero, no ha sido más que un sueño. -Basta, no me haga llorar más- dijo Nastenka secándose una lágrima que resbalaba por su mejilla-.
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Fyodor Dostoevsky (Noches blancas (Ilustrado) (Spanish Edition))
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Llegaba hasta el Carpanta, traído por la brisa de tierra, el olor de los montes cercanos: desnudos, secos y calcinados por el sol, con tomillo, romero, palmito y chumbera entre sus peñas pardas, ramblas secas donde crecían las higueras, y almendrales escalonados por muretes de piedra. Pese al cemento y al cristal y al acero y a las excavadoras, a la sucesión interminable de luces bastardas que mancillaba sus orillas de costa a costa, todo el Mediterráneo seguía estando allí, a poca atención que se prestase al tenue rumor de la memoria: aceite y vino rojo, Islam y Talmud, cruces, pinos, cipreses, tumbas, iglesias, ponientes cárdenos como la sangre, velas blancas a lo lejos, piedras talladas por los hombres y por el tiempo, hora singular de la tarde en que todo quedaba quieto y en silencio salvo el canto de la cigarra, noches a la luz de una hoguera hecha con madera de deriva, mientras la luna se elevaba despacio sobre un mar de islas sin agua. Y también espetones de sardinas, laurel y aceitunas, cáscaras de sandía flotando quietas en el leve ondular vespertino de la playa, rumor de guijarros en la resaca del amanecer, barcas pintadas de azul, blanco y rojo, varadas en orillas con molinos en ruinas y olivos grises, y uvas que amarilleaban en los emparrados. Y a su sombra, perdidos los ojos en el azul intenso que se extendía hacia levante, hombres inmóviles mirando el mar; héroes atezados y barbudos que sabían de naufragios en calas designadas por dioses crueles, ocultos bajo la apariencia de mutiladas estatuas que dormían, con los ojos abiertos, un silencio de siglos.
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Arturo Pérez-Reverte (La Carta Esf�rica / The Nautical Chart)
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En vano escarba el soñador en sus viejos sueños, como si fueran ceniza en la que busca algún rescoldo para reavivar la fantasía, para recalentar con nuevo fuego su helado corazón y resucitar en él una vez más lo que antes había querido tanto. (…) ¿Sabe usted que me siento obligado a celebrar el cumpleaños de mis sensaciones, el cumpleaños de lo que antes me fue tan amado, de lo que en realidad no ha existido nunca?
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Fyodor Dostoevsky (Noches blancas)
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Sin embargo, aunque el pasado no fue mejor, piensa uno que quizás no fue tan agobiante, que vivía uno más tranquilo, que no tenía este fúnebre pensamiento que ahora me sobrecoge, que no sentía este desagradable y sombrío hormigueo de la conciencia que ahora no me deja en paz ni a sol ni a sombra. Y uno se pregunta: ¿dónde, pues, están tus sueños? Sacude la cabeza y dice: ¿qué has hecho con tus años?, ¿dónde has enterrado los mejores años de tu vida?, ¿has vivido o no?
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Fyodor Dostoevsky (Noches blancas)
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En vano escarba el soñador en sus viejos sueños, como si fueran ceniza en la que busca algún rescoldo para reavivar la fantasía, para recalentar con nuevo fuego su helado corazón y resucitar en él una vez más lo que antes había querido tanto. (...) ¿Sabe usted que me siento obligado a celebrar el cumpleaños de mis sensaciones, el cumpleaños de lo que antes me fue tan amado, de lo que en realidad no ha existido nunca?
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FiĂłdor Dostoyevski
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Durante la violación, llevaba en el bolsillo de mi cazadora Teddy blanca y roja una navaja, mango negro brillante, mecánica impecable, cuchilla fina pero larga, afilada, perfecta, radiante. Una navaja que yo sacaba con bastante facilidad en esa época globalmente confusa. Me había acostumbrado a ella; a mi manera, había aprendido a usarla. Esa noche, la navaja se quedó escondida en mi bolsillo y la única idea que me vino a la cabeza fue: sobre todo que no la encuentren, que no decidan jugar con ella. Ni siquiera pensé en utilizarla.
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Virginie Despentes (TeorĂ­a King Kong (Spanish Edition))
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(...)más ridícula aún es la opinión corriente de que es absurdo y estúpido esperar nada del juego. ¿Y por qué el juego habrá de ser peor que cualquier otro medio de procurarse dinero, por ejemplo, el comercio? Una cosa es cierta: que de cada ciento gana uno. Pero eso ¿a mí qué me importa?
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Fyodor Dostoevsky (El Jugador / Noches Blancas)
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Siempre envidié los secretos que guardaba Agustina. Nunca te confesé, Tadeo, que en el fondo de mi corazón yo quería ser hija de esta mala mujer, como la llamaban en el pueblo, porque ella sabía cosas que nosotros no, comprendía el lenguaje del viento y olía a ave; y yo quería que me enseñara a hechizarte a ti y a los pájaros, para que no me abandonaran, y quería conjurar con ella en las noches de viento tibio, con las aves a nuestro alrededor, volando y bailando, borrachas de leche blanca.
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Natalia GarcĂ­a Freire (Trajiste contigo el viento)
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Era una noche maravillosa, una noche de esas que puede que solo se den cuando somos jĂłvenes, querido lector.
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Fyodor Dostoevsky (Noches Blancas)
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¡Cómo hierve de amor el corazón! Es como si uno quisiera fundir su propio corazón con el corazón de otro, como si quisiera que todo se regocijara, que todo riera.
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Fyodor Dostoevsky (Noches Blancas)
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13Uno de los ancianos hablóc diciéndome: «Estos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?». 14Y le respondíd: «Señor mío, usted lo sabe». Y él me dijo: «Estos son los que vienen de la gran tribulación, y han lavado sus vestiduras y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. 15Por eso están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en Su temploe; y Aquel que está sentado en el trono extenderá Su tabernáculo sobre ellos. 16Ya no tendrán hambre ni sed, ni el sol les hará dañof, ni ningún calor abrasador, 17pues el Cordero que está en medio del trono los pastoreará y los guiará a manantiales de aguas de vida, y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos».
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Anonymous (Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy (NBLH))
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¿Y ya con qué voy a sonar, cuando he sido tan feliz despierto? ¡Bendita sea usted, niña querida, por no haberme rechazado desde el primer momento, por haberme dado la posibilidad de decir que he vivido al menos dos noches en mi vida!
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Fyodor Dostoevsky (Noches blancas (Spanish Edition))
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Vuelve a preguntarse: ¿qué has hecho con tus años?, ¿dónde has sepultado los mejores días de tu vida?, ¿has vivido o no?
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Fyodor Dostoevsky (Noches blancas (Spanish Edition))
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La dieta de las montañas antioqueñas era, en efecto, sencilla y frugal, pero completa y balanceada: todas las noches, en todas las casas, igual en las de las mujeres de pañolón que en las de ruana, se servían frisoles, una fuente segura de proteína, que cuida las neuronas, Nunca faltaba la mazamorra de sobremesa, a veces con bocadillo de guayaba o al menos con panela en trocitos, que daban la energía del azúcar. La carne de res y de cerdo, con las nuevas fincas abiertas, empezó a abundar, y no toda se exportaba a las minas del sur. Lo difícil era conservarla, pero para eso se usaba la sal traída de El Retiro en mulas, y se la secaba al sol en forma de tasajo que luego se molía entre dos piedras. La carne molida, o carne en polvo como siempre le hemos dicho, espolvoreada sobre los frisoles, a veces coronada por un huevo frito en manteca de cerdo, era el playo más apetitoso del mundo, sobre todo si se complementaba con plátano maduro, asado o en tajadas, que le daban un toque dulce a toda la comida. Al medio día podía agregarse esa misma carne en polvo a la sopa de arroz, que llevaba algo de papa picada, y en un platico aparte tomates maduros en cuadritos, con repollo rallado, cebolla roja, cilantro y jugo de limón, y aguacates maduros si estaban en cosecha. Y siempre una arepa blanca o amarilla al lado, al estilo del pan en el viejo mundo, porque, como decía un viajero alemán, “donde no se da el maíz, tampoco se da el antioqueño
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HĂ©ctor Abad Faciolince (La oculta)
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El veterano machetero se dejĂł conducir hasta una casa, donde lo obligaron a recostarse en una cama, al pie de una mesita de noche donde un coro de velas blancas parecĂ­a cantar el encantamiento de un silencio benefactor: Ahora si que ya me morĂ­, pensĂł Miguel. ÂżNo habĂ­a un velorio esta noche? ÂżAcaso no le habĂ­a dicho eso su primo Yeison durante el desayuno? El muerto soy yo, pensĂł Miguel, que ni siquiera podĂ­a llorar en su media ausencia. Me mataron, se dijo, me mataron y no me di cuenta. A lo lejos se escuchaba una mĂşsica de violines y tambores. La musica de los funerales negros.
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Juan Cárdenas (Elástico de sombra)
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—ande, sea bueno y cumpla lo que voy a pedirle, ya ve que le hablo con franqueza—, no se enamore de mí… No es posible, se lo aseguro. Estoy dispuesta a ser su amiga, aquí tiene mi mano… Pero no puede enamorarse, ¡por favor se lo pido! —Se lo juro —grité yo atrapando su mano. Noches Blancas
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Fiodor DostoĂŻevski
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—ande, sea bueno y cumpla lo que voy a pedirle, ya ve que le hablo con franqueza—, no se enamore de mí… No es posible, se lo aseguro. Estoy dispuesta a ser su amiga, aquí tiene mi mano… Pero no puede enamorarse, ¡por favor se lo pido! —Se lo juro —grité yo atrapando su mano.
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FiĂłdor Dostoyevski (Noches blancas)
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Un alma desgraciada siente con mayor intuiciĂłn la desgracia de otra alma.
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FiĂłdor Dostoyevski (Noches blancas)
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Piedra negra sobre piedra blanca, como el poema de César Vallejo, ¿no? El odio vuelve visibles muchos grupos y vuelve legibles ciertos discursos. El odio es antiguo, pero cuando sale a la superficie es como si un grupo de exploradores encontrara una serpiente fosforescente cruzando un bosque de noche, y ya nada es igual en el mundo ahora que hay serpientes fluorescentes; solo que nosotros somos el bosque, y la serpiente nos atraviesa. Pero no sé si cuando escribimos buscamos esa clase de legibilidad. Creo que al contrario. Quieres escapar de esos anteojos del odio que vuelve legible el mundo. Aunque esté disponible y seamos capaces de comprenderlo, quizás no queremos comunicarnos, no queremos usar el código vigente. Queremos perseguir a la serpiente donde se esconde. Quizás escribimos para entrar en un agujero, y hablar de otras cosas… Uno se pasa la vida evitando la llegada de la energía negra, la mente se entrena en escapar.
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Pola Oloixarac (Mona (Spanish Edition))
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Historia de balcones I A partir del sábado 7 de marzo de 1835 y por 6.177 días (hasta el martes 3 de febrero de 1852), Juan Manuel de Rosas fue gobernador de la provincia de Buenos Aires. Además, fue el encargado de las Relaciones Exteriores de todas las provincias que integraban la Confederación Argentina. Por lo tanto, en él confluían los dos gobiernos, el provincial y el nacional. Al caer Rosas y sancionarse la Constitución en 1853, la unidad se había perdido y el país ya estaba partido en dos: Buenos Aires por un lado y la República Argentina (las trece provincias restantes) por el otro. Así sería hasta 1860, el año en que Buenos Aires se integró al resto. Este quiebre era apenas el comienzo de las discordias, porque pronto brotaron los conflictos de jurisdicción: el presidente administraba los destinos de toda la Nación desde una provincia que tenía un gobernador con poder supremo sobre su territorio. En ese escenario, el primer mandatario del país pasaba a ser un huésped del gobernador bonaerense. El primer presidente que vivió esa situación fue Bartolomé Mitre, pero no fue traumática por el hecho de que antes de asumir la presidencia era gobernador de Buenos Aires y su lugar lo ocupó el presidente provisional del Senado. En cambio, en el transcurso del mandato de Sarmiento hubo cruces con el gobernador bonaerense Emilio Castro (aquel que le dio sus tierras en Almagro a Floro Madero para que las rematara). Uno de los conflictos tuvo lugar en medio de un acto al que tanto Sarmiento como el gobernador Castro concurrieron con sus respectivos carruajes y los dos ordenaban a sus cocheros pasarse para tomar la delantera. Cada uno consideraba que el protocolo le daba prioridad. Y así fue cómo un simple acto se convirtió en una carrera de carrozas. Otro de los enfrentamientos se dio el 2 de enero de 1870, con motivo del desfile de las tropas que habían combatido en la Guerra del Paraguay. Durante los últimos días de diciembre de 1869 se habían organizado los detalles de la bienvenida. Los veteranos desembarcados se formarían en el largo muelle de Viamonte y la Alameda (es decir, Alem). Iban a desfilar por Alem hacia la Plaza de Mayo; luego, pasando por la puerta de la catedral, por Rivadavia hasta Maipú, y por esta rumbo a Retiro, a los cuarteles que los albergarían. Para Sarmiento era una complicación porque la Casa Rosada no tenía balcón y él necesitaba estar en un lugar en el cual sobresaliera para que se le rindieran honores. En cambio, el edificio del gobierno bonaerense, que se hallaba junto al Cabildo en el espacio que ahora ocupa la Avenida de Mayo, tenía una ubicación privilegiada. El gobernador Castro invitó a Sarmiento a presenciar el desfile desde los balcones del municipio. El sanjuanino respondió que era un acto nacional, que él mismo debía presidirlo y no podía ser huésped de nadie. Incluso le pidió al gobernador que le cediera el edificio a la Nación para que Sarmiento invitara a quien quisiera. El gobierno provincial se excusó alegando que ya había cursado las participaciones a los vecinos ilustres. El 1° de enero de 1870, una numerosa cuadrilla construyó un estrado de madera junto a la Recova (que cortaba a la actual Plaza en dos). Ese sería el palco oficial. Las tropas llegaron por la noche. Se resolvió que aguardaran en los barcos hasta el amanecer. Al día siguiente, pocos minutos antes de que se iniciara el apoteótico desfile —Buenos Aires era celeste y blanca, nunca se habían visto tantas banderas argentinas adornando la ciudad—, Sarmiento ordenó un cambio de ruta. Las tropas, entonces, ingresaban a la Plaza de la Victoria y no bien cruzaban el arco principal de la Recova, viraban hacia la derecha, abandonaban la Plaza y tomaban por Reconquista hacia Retiro. Esto hizo que el balcón del gobernador Castro, plagado de invitados, quedara fuera del recorrido. Tuvieron que contentarse con ver a los veteranos a cien metros de distancia. Para evitar com
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Anonymous
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Mimi era una mujer encantadora y con un carácter que entonaba muy bien en las aficiones plásticas y poéticas de Rodolphe. Tenía veintidós años, era baja de estatura, menuda, mimosa. El rostro parecía el apunte de una cara aristocrática, pero los rasgos, bastante delicados y a los que parecía prestar un dulce resplandor el fulgor de los ojos azules y límpidos, tenían, en algunos momentos de contrariedad o de mal humor, un aspecto brutal, casi feroz, en el que un fisiólogo habría descubierto quizá el indicio de un hondo egoísmo o de una gran insensibilidad. Pero se le veía casi siempre un rostro adorable, de sonrisa joven y lozana, de mirada tierna o rebosante de imperiosa coquetería. La sangre joven le corría, cálida y rápida, por las venas y le teñía de tonos sonrosados la piel translúcida, blanca como las camelias. Aquella belleza enfermiza seducía a Rodolphe y, por las noches, pasaba con frecuencia muchas horas coronando de besos la frente pálida de su amante dormida, cuyos ojos húmedos y cansados brillaban, entornados, bajo la cortina de la espléndida cabellera morena. Pero lo que contribuyó a que Rodolphe se enamorase locamente de la señorita Mimi fueron sus manos, que, pese a los trabajos del hogar, sabía conservar más blancas que las de la diosa Ociosidad. Pero aquellas manos tan frágiles y tan bonitas, tan suaves bajo los labios que las acariciaban, aquellas manos de niña entre las que había depositado Rodolphe el corazón, otra vez en flor, aquellas manos blancas de la señorita Mimi no iban a tardar en mutilarle el corazón al poeta con sus uñas de color de rosa.
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Henri Murger (Escenas de la vida bohemia)
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El miedo a la noche vuelve invidentes a las mujeres y al mismo tiempo las condiciona, las vuelve acríticas, irreflexivas y conformistas, y en esa dinámica les impide romper con el miedo a la oscuridad; porque como toda ruptura causa dolor, ansiedad e incertidumbre, salirse de la oscuridad equivale a recuperar un poder nunca antes tenido y desde esa nueva experiencia, construir su propia identidad.
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Blanca Guifarro (Le tengo miedo a la noche (Mujeres y Vida Cotidiana))
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Negro para la caza durante la noche El color blanco para la muerte y el luto Oro para una novia en su vestido de boda Y el rojo para deshacer encantamientos. Seda blanca cuando nuestros cuerpos se queman, Banderas azules cuando lo perdido regresa. Flamas por el nacimiento de un Nefilim, Y para lavar nuestros pecados. Gris por el mejor conocimiento jamás dicho Hueso para aquellos que no envejecen. El azafrán ilumina la marcha de la victoria, El verde reparará nuestros corazones rotos. Plata para las torres de los demonios, Y el bronce para convocar los poderes malvados.
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Cassandra Clare (City of Heavenly Fire (The Mortal Instruments, #6))
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No sé callar cuando el corazón habla en mi interior.
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Fyodor Dostoevsky (Noches blancas (Spanish Edition))
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El Feminismo significa apropiarte de tu ser, es darte cuenta que sos humana racional e inteligente, es rescatar el derecho a pensar por vos misma, es romper esquemas, estereotipos y construir tu propia identidad. Es empezar a romper el silencio en la cama, en la cocina, en la calle, en el trabajo, en el entorno social.
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Blanca Guifarro (Le tengo miedo a la noche (Mujeres y Vida Cotidiana))
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Feminismo significa inconformidad, deseos de superaciĂłn, derecho a la privacidad, a los secretos y pensamientos el derecho de ser una misma, es seguir siendo mujer, pero mujer concebida con inteligencia-subjetividad, inteligencia-sensibilidad, racional y amorosa.
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Blanca Guifarro (Le tengo miedo a la noche (Mujeres y Vida Cotidiana))
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Ser feminista no significa renunciar a lo que te gusta hacer: pintarte el cabello, cocinar, arreglar tu casa, ser atenta, darle tiempo a los seres que amas, ser cariñosas, sentirte atractiva. Lo que no te esclavice, domine y obligue y que te dé placer, debes hacerlo.
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Blanca Guifarro (Le tengo miedo a la noche (Mujeres y Vida Cotidiana))
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Y te preguntas «¿Dónde están tus sueños?». Y meneas la cabeza y te dices: «¡Qué rápido pasan los años!» Y de nuevo te preguntas «¿Y qué has hecho con tus años? ¿Dónde has enterrado tu mejor época? ¿Has o no vivido?»
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Fyodor Dostoevsky (Noches blancas y otros relatos)
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Pasaron los días, llegaron las lluvias de invierno. Octubre tocaba a su fin cuando recibí las pruebas de imprenta de mi libro. Me compré un coche, un Ford de 1929. No tenía capota, pero corría como el viento y cuando llegaron los días de cielo despejado emprendí viajes largos, siguiendo la línea azul de la costa, a Ventura y Santa Bárbara por el norte, a San Clemente y San Diego por el sur, siguiendo la raya blanca del asfalto, bajo las estrellas acechantes, con el pie apoyado en la consola de mandos, con la cabeza llena de proyectos para escribir otro libro, una noche, y otra, y otra, noches todas que en conjunto me proporcionaron una serie de días delirantes y visionarios como nunca había conocido, días serenos cuyo sentido temía cuestionarme. Patrullaba por la ciudad con el Ford: encontraba callejones misteriosos, árboles solitarios, casas antiguas y medio derruidas que procedían de un pasado desaparecido. Vivía en el Ford día y noche y no me detenía más que el tiempo necesario para pedir una hamburguesa y un café en desconocidos restaurantes de carretera. Aquello era vivir, dejarse llevar y detenerse para proseguir inmediatamente después, siguiendo siempre la raya blanca que corría paralela a la costa llena de accidentes, descansar un momento al volante, encender otro cigarrillo y observar como un tonto el cielo abrumador del desierto para preguntarse por el significado de las cosas.
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John Fante (Ask the Dust (The Saga of Arturo Bandini, #3))
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Si hablaran esta noche, por lo menos, qué buena sería la noche y qué fácil sería respirar y cómo le fluiría la sangre fácilmente por las venas de los tobillos y las muñecas y los brazos, pero no hablaban y la noche era diez mil tictacs y diez mil retorcimientos de las mantas, y la almohada parecía una estufita blanca bajo las mejillas y la oscuridad del cuarto era un mosquito que tejía una red en el aire y que en alguna vuelta la envolvía a ella. Si se dijeran una palabra, una sola palabra… Pero no había palabras, y las venas no se distendían en las muñecas y el corazón soplaba como un fuelle sobre un brasero de miedo, animando el fuego con una luz de cereza, una vez y otra vez, un latido y otra vez, una luz de adentro que los ojos interiores de Marie miraban con una fascinación involuntaria.
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Ray Bradbury (The Next in Line)
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Más tarde vinieron las noches de verano. Dulces y espesas noches mediterráneas sobre Barcelona, con su dorado zumo de luna, con su húmedo olor de nereidas que peinasen cabellos de agua sobre las blancas espaldas, sobre la cola escamosa de oro.
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Carmen Laforet
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Un soñador - si he de explicarme más concretamente -- no es un hombre, sino, sépalo Usted, más bien una criatura de sexo neutro. Por lo general, suele vivir el tal soñador lejos de todo el mundo, en un rincón retraído, cual si quisiera ocultarse de la luz del día, y luego que se ha instalado en su tugurio, crece con él de igual modo que el caracol con su concha, o por lo menos se asemeja a ese animalillo notable, que es ambas cosas, el animal y su casa, y que llamamos tortuga" (Dostoievski, Fedor; "Noches Blancas".
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DOSTOIEVSKI
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Que, finalmente, todo lo que pido es que me digan con simpatía dos palabras fraternales, que no me aparten a la primera, que crean en mí de palabra, que escuchen atentas lo que voy a decir, que se rían de mí si quieren, que me infundan esperanzas, que me digan dos palabras, dos palabras nada más, y luego no importa si no nos vemos más… Pero se ríe usted… Bueno, también hablo para eso…
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Fyodor Dostoevsky (Noches Blancas)
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¿Y para qué sirve la fantasía cuando uno están tristes? Acaba uno por cansarse y siente que esa inagotable fantasía se agota con el esfuerzo constante por avivarla. Porque, al fin y al cabo, va uno siendo maduro y dejando atrás sus ideales de antes; éstos se quiebran, se desmoronan, y si no hay otra vida, la única posibilidad es hacérsela con esos pedazos. Mientras tanto, el alma pide y quiere otra cosa. En vano escarba el soñador en sus viejos sueños, como si fueran ceniza en la que busca algún rescoldo para reavivar la fantasía, para recalentar con nuevo fuego su enfriado corazón y resucitar en él una vez más lo que antes había amado tanto, lo que conmovía el alma, lo que enardecía la sangre, lo que arrancaba lágrimas de los ojos y cautivaba con espléndido hechizo.
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Fyodor Dostoevsky (Noches blancas)
“
¿qué has hecho con tus años?, ¿dónde has sepultado los mejores días de tu vida?, ¿has vivido o no? ¡Mira, se dice uno mira cómo todo se congela en el mundo! Pasarán más años y tras ellos llegará la lúgubre soledad, llegará báculo en mano la trémula vejez, y en pos de ella la tristeza y la angustia. Tu mundo fantástico perderá su colorido, se marchitarán y morirán tus sueños y caerán como las hojas secas de los árboles.
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”
Fyodor Dostoevsky (Noches blancas)
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Ahora que estoy sentado junto a usted y que hablo con usted me aterra pensar en el futuro, porque el futuro es otra vez la soledad, esta vida rutinaria e inútil. ¿Y ya con qué voy a sonar, cuando he sido tan feliz despierto?
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Fyodor Dostoevsky (Noches blancas)
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Pues con nadie, con un ideal, con quien sueño en sueños. Invento romances regulares en mis sueños.
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FiĂłdor Dostoyevski (Noches blancas (Spanish Edition))
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El soñador –si quieres una definición exacta– no es un ser humano, sino una criatura de un tipo intermedio. La mayor parte de las veces se instala en algún rincón inaccesible, como escondiéndose de la luz del día; una vez que se desliza en su rincón, se amolda a él como un caracol, o, en todo caso, en en ese aspecto muy parecido a esa notable criatura, que es un animal y una casa a la vez, y se llama tortuga.
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FiĂłdor Dostoyevski (Noches blancas (Spanish Edition))