“
—Yo sĂ© que mi vida no ha sido nada del otro mundo, hijo —dijo la vieja despuĂ©s de un rato—. Lo mismo todos los dĂas: que la cocina, que el telar, que la preocupaciĂłn por el viejo que iba a volver curado y tenĂa que levantarse temprano, y luego por usted que no llamaba nunca del norte. Todos los dĂas lo mismo. Pero esta ha sido mi vida y ha tenido cosas bonitas. Un dĂa fui madre: usted me hizo madre. Y ese dĂa tuve en mis brazos a una cosita que habĂa salido de mĂ misma y que tenĂa un corazĂłn que latĂa. Y cuando pequeña escuchĂ© historias de mis abuelos acurrucada cerca del brasero, y aprendĂ el oficio de tejedora de mi propia madre. Y ahora de vieja salgo todavĂa a caminar y a mirar el mar, y a veces me hago una agĂĽita de boldo con harta azĂşcar. Y los sábados me levanto a preparar un almuerzo rico porque viene usted, y cuando le oigo los pasos el corazĂłn se me acelera de la emociĂłn. Y es verdad: ya tengo más de ochenta años y sĂ© que me voy a morir en un tiempito más. Y cuando estos viejos de la caleta se mueran tambiĂ©n, y cuando se muera usted, nadie se va a acordar de mĂ, asĂ como poco a poco a mĂ misma me va siendo cada vez más difĂcil recordar la cara de Florencio, y la de RubĂ©n, y tambiĂ©n la del padre JerĂłnimo, y hasta me olvido de cĂłmo era mi pobre vecina Jimena, que en paz descanse, tan joven que partiĂł. Pero a mĂ eso no me preocupa, no me preocupa que cuando yo muera a usted mismo le cueste recordar mi cara y mi voz. ÂżSabe por quĂ©? Porque lo tuve a usted en mis brazos, y porque aprendĂ a tejer con mi madre, y porque me he tomado miles de agĂĽitas mirando el mar. Eso nadie lo sabe y a nadie le importa y por lo mismo está claro que nadie lo va a recordar, pero yo lo tengo acá adentro, y cuando venga la muerte la podrĂ© mirar y preguntarle cuántos hijos tuvo ella, cuántas cucharadas de azĂşcar le puso a sus tecitos, cuántas veces vio una gaviota lanzarse en picada al mar y salir de vuelta hacia el cielo con un pescado. Y la muerte no me va a poder decir nada, porque la muerte es eso: la muerte. La muerte es la envidiosa de los que tuvimos una vida. Y no sabe la envidia que le da cuando ve que otra gente va a despedirse del que se está llevando, cuando escucha a esa gente hablar y decir cosas bonitas del muerto; no sabe usted, MartĂn, toda la rabia que siente la muerte por cada lágrima que se derrama por un finado, porque nunca nadie va a derramar una lágrima por ella.
”
”