Luz Del Sol Quotes

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Comprendí que la luz del sol es despiadada, son las sombras las que nos protegen
Antonio Santa Ana (Los ojos del perro siberiano)
Alzó el vuelo y se alejó hacia el sol naciente, y sus alas parecían arder a la luz del alba como si estuviesen envueltas en llamas.
Laura Gallego García (Alas de fuego (Ahriel, #1))
America, amor mío, eres la luz del sol que se abre paso entre los árboles. Eres la risa que acaba con la tristeza. Eres la brisa en un día de calor. Eres la claridad en medio del caos.
Kiera Cass (The One (The Selection, #3))
Cuando sientan que la oscuridad los está consumiendo, siempre hay que buscar un poco de luz
Claudia Ramírez Lomelí (El príncipe del sol (El príncipe del sol, #1))
Alzan la tibia cabeza hacia las lámparas del salón, los tres soles inmóviles de su día, ellos que aman la luz porque su noche no tiene luna ni estrellas ni faroles.
Julio Cortázar (Bestiario)
(La risa) es una reina que viene y va. No le pregunta a nadie, no elige los momentos adecuados (...), la Reina Risa viene a mi y me grita al oído: ¡Aquí estoy! ¡Aquí estoy!, hasta que la sangre regresa y trae a mis mejillas un poco de la luz del sol que siempre lleva consigo.
Bram Stoker
Es la historia de una chica que está perdida y de un chico que ya no quiere encontrarse. Ella es el sol, calor. Él es hielo, Alaska, un corazón congelado en el que siempre está nevando. Pero, a pesar de todo, encajan. Y quizá por eso, los dos crecen como esas briznas de hierba salvajes, ¿te has fijado en ella? No lo parecen, pero son fuertes. Y no importa el mal tiempo que haga, al final, pese al frío, pese al dolor que arrastran del anterior invierno, siempre se alzan buscando la luz del sol…
Alice Kellen (El día que dejó de nevar en Alaska)
Mantén tu rostro siempre hacia la luz del sol, y las sombras caerán detrás de ti.
Walt Whitman
Me asombra cuánto la gente le teme a lo que puede suceder en la oscuridad, pero no piensan dos veces en su seguridad durante el día; como si el sol ofreciera algún tipo de protección máxima contra el mal en el mundo. No lo hace. Todo lo que hace es susurrarte, tranquilizarte con su calor antes de empujarte de cara a la tierra.La luz del día no te protegerá de nada. Las cosas malas suceden todo el tiempo; no esperan hasta después de la cena.
Katja Millay (The Sea of Tranquility)
No me enorgullecía de mi soledad, pero dependía de ella. La oscuridad de la habitación era fortificante para mí como lo era la luz del sol para otros hombres.
Charles Bukowski (Factotum)
Si no existiesen las sombras ¿Cómo podríamos ver la luz del sol?
V.C. Andrews (If There Be Thorns (Dollanganger, #3))
«Aunque anhelo el contacto real de la luz del sol entre nosotros, te añoro como se añora el hogar. Brilla otra vez, amor, y piensa en mí».
Casey McQuiston (Rojo, blanco y sangre azul)
Señor La jaula se ha vuelto pájaro y se ha volado y mi corazón está loco porque aúlla a la muerte y sonríe detrás del viento a mis delirios Qué haré con el miedo Qué haré con el miedo Ya no baila la luz en mi sonrisa ni las estaciones queman palomas en mis ideas Mis manos se han desnudado y se han ido donde la muerte enseña a vivir a los muertos Señor El aire me castiga el ser Detrás del aire hay monstruos que beben de mi sangre Es el desastre Es la hora del vacío no vacío Es el instante de poner cerrojo a los labios oír a los condenados gritar contemplar a cada uno de mis nombres ahorcados en la nada. Señor Tengo veinte años También mis ojos tienen veinte años y sin embargo no dicen nada Señor He consumado mi vida en un instante La última inocencia estalló Ahora es nunca o jamás o simplemente fue ¿Cómo no me suicido frente a un espejo y desaparezco para reaparecer en el mar donde un gran barco me esperaría con las luces encendidas? ¿Cómo no me extraigo las venas y hago con ellas una escala para huir al otro lado de la noche? El principio ha dado a luz el final Todo continuará igual Las sonrisas gastadas El interés interesado Las preguntas de piedra en piedra Las gesticulaciones que remedan amor Todo continuará igual Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo porque aún no les enseñaron que ya es demasiado tarde Señor Arroja los féretros de mi sangre Recuerdo mi niñez cuando yo era una anciana Las flores morían en mis manos porque la danza salvaje de la alegría les destruía el corazón Recuerdo las negras mañanas de sol cuando era niña es decir ayer es decir hace siglos Señor La jaula se ha vuelto pájaro y ha devorado mis esperanzas Señor La jaula se ha vuelto pájaro Qué haré con el miedo
Alejandra Pizarnik (Poesía completa)
Dios me creó para que yo lo imitara de noche. Él es el Sol, yo soy la Luna. Mi luz flota sobre todo lo que es fútil o ha terminado, fuego fatuo, márgenes de río, pantanos y sombras.
Fernando Pessoa (La hora del Diablo)
Por la escalera, hacia la luz del sol, fueron saliendo el cocinero (que, obviamente, había seguido la vieja costumbre de enfrentarse a un desastre en la mar emborrachándose tan rápida y concienzudamente como le fue posible) […]
Tim Powers (On Stranger Tides)
Trató de volver a vivir ese momento, la tierra roja y húmeda, el intenso olor de los bosques de pinos y eucaliptos, donde el tapiz de las hojas secas se maceraba, después del largo y cálido verano, y donde la luz cobriza del sol se filtraba entre las copas de los árboles. Trató de recordar el frío, el silencio y esa preciosa sensación de ser los dueños de la tierra, de tener veinte años y la vida por delante, de amarse tranquilos, ebrios de olor a bosque y de amor, sin pasado, sin sospechar el futuro, con la única increíble riqueza de ese instante presente, en que se miraban, se olían, se besaban, se exploraban, envueltos en el murmullo del viento entre los árboles y el acantilado, estallando en un fragor de espuma olorosa, y ellos dos, abrazados dentro del mismo poncho como siameses en un mismo pellejo, riéndose y jurando que sería para siempre, convencidos de que eran los únicos en todo el universo en haber descubierto el amor.
Isabel Allende (La casa de los espíritus)
el tiempo, descubridor de todas las cosas, no se deja ninguna que no las saque a la luz del sol, aunque esté escondida en los senos de la tierra. Y,
Miguel de Cervantes Saavedra (Don Quijote)
Recuerda: «rayos de luna en el corazón y la luz del sol en la sonrisa…».
Tillie Cole (A Thousand Boy Kisses (A Thousand Boy Kisses, #1))
«Se suele decir que la luz del sol es el mejor de los desinfectantes.»
Steven D. Levitt (Freakonomics)
-¿De qué va la novela? -Pregunta en un susurro. Sonrió sin dejar de acariciar su rostro. - Es la historia de una chica que está perdida y de un chico que ya no quiere encontrarse. Ella es el sol, calor. El es el hielo, Alaska, un corazón congelado en el que siempre está nevando. Pero, a pesar de todo, encajaban. Y quizás por eso, los dos crecen como esas briznas de hierba salvaje, ¿te has fijado en ellas? No lo parecen, pero son fuertes. Y no importa el mal tiempo que haga, al final, pese al frío, pese al dolor que arrastran del anterior invierno, siempre se alzan buscando la luz del sol. Nilak respira profundamente. Lo arazo. Lo beso. El habla contra mis labios. - No me has dicho como se titula. - El dia que dejo de nevar en Alaska.
Alice Kellen (El día que dejó de nevar en Alaska)
P.D.: De Allen Ginsberg para Peter Orlovsky, 1958: «Aunque anhelo el contacto real de la luz del sol entre nosotros, te añoro como se añora el hogar. Brilla otra vez, amor, y piensa en mí».
Casey McQuiston (Red, White & Royal Blue)
Sólo Dios sabe cuántas veces me he dormido con el deseo y la esperanza de no despertar jamás. Y al día siguiente abro los ojos, vuelvo a ver la luz del sol y siento de nuevo el peso de mi existencia.
Johann Wolfgang von Goethe (The Sorrows of Young Werther)
Bajo la luz de aquella estrella se había desarrollado una civilización milenaria que se tenía en aquel tiempo por la más culta y avanzada del orbe, y que, a su pesar, estaba a punto de demostrar se la más incivilizada y salvaje de cuantas habían madurado bajo el sol.
Jesús Díez de Palma (El festín de la muerte)
—No negaré que soy frío, Sara. Y puede que no entienda a qué te refieres, como has dicho. Pero lo que es seguro es que tú no comprendes mi dolor ni mi situación, no sabes tanto de mí como crees. Tal vez mis sentimientos estén muertos, pero sí sé qué son porque los he tenido, aunque ahora solo sean meros recuerdos. Y los he tenido por un hecho muy sencillo que se te ha pasado por alto. Hubo un tiempo en que yo era como tú, como los demás. Podía caminar a la luz del sol sin que nadie me señalara con el dedo. Porque hubo un tiempo en el que tenía alma.
Fernando Trujillo Sanz (La Biblia de los Caídos. Tomo 0 (La Biblia de los Caídos, #1))
–Cuando no has visto el sol, el brillo de la luna te parece hipnótico y subyugador, y sin duda lo es, pero cuando sale el sol y te golpea en el rostro, cuando las entrañas parecen hervir en tu interior y el corazón amenaza con derretirse, entonces te das cuenta de que necesitas de él para vivir, anhelas cada rayo, persigues su luz. Y ahora más que nunca necesito su calor…
Lola P. Nieva (Los tres nombres del lobo (Lobo, #1))
Ella debió creer que era la luz del sol la que me llenaba los ojos de lágrimas.
Julio Cortázar
El elogio es como la luz del sol para el espíritu humano; no podemos florecer y crecer sin él.
Anonymous
Tú hueles a la luz del sol
Jennifer L. Armentrout (Every Last Breath (The Dark Elements, #3))
Las criaturas malvadas prefieren esconderse en la oscuridad, pero también viven a sus anchas bajo la luz del sol más brillante.
Alaitz Leceaga (Las hijas de la tierra)
Los demonios de verdad, los que de verdad te roban el sueño y la vida, nunca se molestan en esconderse. Pasean a plena luz del día y bajo el sol más brillante.
Alaitz Leceaga (Las hijas de la tierra)
alegría es un don que se acepta con agradecimiento y sin intentar pagarlo, así como no se intenta pagar la luz del sol ni el canto de los pájaros.
Morris L. West (Las sandalias del pescador)
De Allen Ginsberg para Peter Orlovsky, 1958: «Aunque anhelo el contacto real de la luz del sol entre nosotros, te añoro como se añora el hogar. Brilla otra vez, amor, y piensa en mí».
Casey McQuiston (Rojo, blanco y sangre azul)
P.D.: De Allen Ginsberg para Peter Orlovsky, 1958: «Aunque anhelo el contacto real de la luz del sol entre nosotros, te añoro como se añora el hogar. Brilla otra vez, amor, y piensa en mí».
Casey McQuiston (Red, White & Royal Blue)
Debió contemplar un cielo desconocido entre amedrentadoras horas, y debio estremecerse al darse cuenta de lo grotesca que es un rosa,Y de cuan cruda era la luz del sol sobre la hierba recien nacida
F. Scott Fitzgerald (The Great Gatsby)
Salió a la gris luz y se quedó allí de pie y fugazmente vio la verdad absoluta del mundo. El frío y despiado girar de la tierra intestada. Oscuridad implacable. Los perros ciegos del sol en su carrera. El aplastante vacío negro del universo. Y en alguna parte dos animales perseguidos temblando como zorros escondidos en su madriguera. Tiempo prestado y mundo prestado y ojos prestados con que llorarlo.
Cormac McCarthy (The Road)
La primera cosa que recuerdo es estar debajo de algo. Era una mesa, veía la pata de una mesa, veía las piernas de la gente, y una parte del mantel colgando. Estaba oscuro allí debajo, me gustaba estar ahí. Debió de haber sido en Alemania, yo debía de tener entre uno y dos años de edad. Era en 1922. Me sentía bien bajo la mesa. Nadie parecía darse cuenta de que yo estaba allí. La luz del sol se reflejaba en la alfombra y en las piernas de la gente. Me gustaba la luz del sol. Las piernas de la gente no eran interesantes, no eran como el trozo de mantel que colgaba, ni como la pata de la mesa, ni como la luz del sol.
Charles Bukowski (Ham on Rye)
Pero el silencio era diáfana en el calor de las cuatro, y por la ventana del dormitorio se veía el perfil de la ciudad antigua con el sol de la tarde en las espaldas, sus cúpulas doradas, su mar en llamas hasta Jamaica.
Gabriel García Márquez (Love in the Time of Cholera)
Hubo un tiempo en el que los vampiros eran los dueños del mundo, los únicos inmortales de origen no divino y los más poderosos. Los ángeles llegaron a temerles y les impusieron la pena de no poder soportar la luz del sol.
Fernando Trujillo Sanz (La Biblia de los Caídos. Tomo 1 del testamento de Sombra (La Biblia de los Caídos, #2))
Y así, con la luz del sol y la explosión espléndida de las hojas que crecían en los árboles como crecen las cosas en las películas a cámara rápida, tuve la certeza bien conocida de que la vida vuelve a empezar con el verano.
F. Scott Fitzgerald (The Great Gatsby)
Y asi, con la luz del sol y la eexplosion esplendida de las hojas que crecian en los arboles como crecen las cosas en las peliculas a camara rapida, tuve la serteza bien conocida de que la vida vuelve a empezar con el verano.
F. Scott Fitzgerald (The Great Gatsby)
Piper estaba sentada sobre la barandilla de madera con vistas al puerto, la cabeza inclinada para permitir que la brisa de la tarde le levantará el cabello de la nuca y la luz del sol pintará su mejilla. Se veía inspirada y descansada
Tessa Bailey (It Happened One Summer (Bellinger Sisters, #1))
En su cimbreo rojo rubí oye el cuervo cantar a los muertos, apenas conoce el precio, apenas la fuerza, el poder se alza y el Círculo se cierra. Del orgulloso león de faz de diamante, vela el súbito hechizo la luz brillante. Con el sol que agoniza él cambia la suerte, y el final revela, del cuervo, la muerte. De los Escritos secretos del conde de Saint Germain
Kerstin Gier (Saphirblau (Edelstein-Trilogie, #2))
Cuando se trata de conocer a Dios, la iniciativa está de Su lado. Si El no se revela, nada que podáis hacer vosotros os permitirá encontrarle. Y, de hecho, Él enseña mucho más de Sí mismo a algunas personas que a otras… no porque tenga favoritos, sino porque es imposible para Él mostrarse a un hombre cuya mente y carácter estén en condiciones adversas. Del mismo modo que la luz del sol, aunque no tiene favoritos, no puede reflejarse en un espejo polvoriento del mismo modo en que lo haría en un espejo limpio.
C.S. Lewis (Mere Christianity)
Un menudo en el que los niños de doce años trabajanndoce horas al día en las minas del Borinage y sólo el domingo ven la luz del sol, no le interesaba. Pero Luis Troye, por el contrario, era de esos hombres que eligen hacer lo que pueden en la sociedad tal cual es.
Marguerite Yourcenar
Le han visto allí muchas mañanas, aumentando con su llanto el rocío de la mañana, añadiendo a las nubes sus nubes de suspiros. Mas, en cuanto el sol, que todo alegra, comienza a descorrer por el remoto oriente las oscuras cortinas del lecho de Aurora, mi melancólico hijo huye de la luz y se encierra solitario en su aposento, cerrando las ventanas, expulsando toda luz y creándose una noche artificial
William Shakespeare (Romeo and Juliet)
Porque posee usted la más maravillosa juventud, y la juventud es lo más precioso que se puede poseer. –No lo siento yo así, lord Henry. –No; no lo siente ahora. Pero algún día, cuando sea viejo y feo y esté lleno de arrugas, cuando los pensamientos le hayan marcado la frente con sus pliegues y la pasión le haya quemado los labios con sus odiosas brasas, lo sentirá, y lo sentirá terriblemente. Ahora, dondequiera que vaya, seduce a todo el mundo. ¿Será siempre así?… Posee usted un rostro extraordinariamente agraciado, señor Gray. No frunza el ceño. Es cierto. Y la belleza es una manifestación de genio; está incluso por encima del genio, puesto que no necesita explicación. Es uno de los grandes dones de la naturaleza, como la luz del sol, o la primavera, o el reflejo en aguas oscuras de esa concha de plata a la que llamamos luna. No admite discusión. Tiene un derecho divino de soberanía. Convierte en príncipes a quienes la poseen. ¿Se sonríe? ¡Ah! Cuando la haya perdido no sonreirá… La gente dice a veces que la belleza es sólo superficial. Tal vez. Pero, al menos, no es tan superficial como el pensamiento. Para mí la belleza es la maravilla de las maravillas. Tan sólo las personas superficiales no juzgan por las apariencias. El verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo que no se ve… Sí, señor Gray, los dioses han sido buenos con usted. Pero lo que los dioses dan, también lo quitan, y muy pronto. Sólo dispone de unos pocos años en los que vivir de verdad, perfectamente y con plenitud. Cuando se le acabe la juventud desaparecerá la belleza, y entonces descubrirá de repente que ya no le quedan más triunfos, o habrá de contentarse con unos triunfos insignificantes que el recuerdo de su pasado esplendor hará más amargos que las derrotas. Cada mes que expira lo acerca un poco más a algo terrible. El tiempo tiene celos de usted, y lucha contra sus lirios y sus rosas. Se volverá cetrino, se le hundirán las mejillas y sus ojos perderán el brillo. Sufrirá horriblemente… ¡Ah! Disfrute plenamente de la juventud mientras la posee. No despilfarre el oro de sus días escuchando a gente aburrida, tratando de redimir a los fracasados sin esperanza, ni entregando su vida a los ignorantes, los anodinos y los vulgares. Ésos son los objetivos enfermizos, las falsas ideas de nuestra época. ¡Viva! ¡Viva la vida maravillosa que le pertenece! No deje que nada se pierda. Esté siempre a la busca de nuevas sensaciones. No tenga miedo de nada… Un nuevo hedonismo: eso es lo que nuestro siglo necesita. Usted puede ser su símbolo visible. Dada su personalidad, no hay nada que no pueda hacer. El mundo le pertenece durante una temporada… En el momento en que lo he visto he comprendido que no se daba usted cuenta en absoluto de lo que realmente es, de lo que realmente puede ser. Había en usted tantas cosas que me encantaban que he sentido la necesidad de hablarle un poco de usted. He pensado en la tragedia que sería malgastar lo que posee. Porque su juventud no durará mucho, demasiado poco, a decir verdad. Las flores sencillas del campo se marchitan, pero florecen de nuevo. Las flores del codeso serán tan amarillas el próximo junio como ahora. Dentro de un mes habrá estrellas moradas en las clemátides y, año tras año, la verde noche de sus hojas sostendrá sus flores moradas. Pero nosotros nunca recuperamos nuestra juventud. El pulso alegre que late en nosotros cuando tenemos veinte años se vuelve perezoso con el paso del tiempo. Nos fallan las extremidades, nuestros sentidos se deterioran. Nos convertimos en espantosas marionetas, obsesionados por el recuerdo de las pasiones que nos asustaron en demasía, y el de las exquisitas tentaciones a las que no tuvimos el valor de sucumbir. ¡Juventud! ¡Juventud! ¡No hay absolutamente nada en el mundo excepto la juventud!
Oscar Wilde (The Picture of Dorian Gray)
Ojalá fuera tan buen artista como tú para encontrar un modo de decirte lo que has llegado a ser para mí. America, amor mío, eres la luz del sol que se abre paso entre los árboles. Eres la risa que acaba con la tristeza. Eres la brisa en un día de calor. Eres la claridad en medio del caos.
Kiera Cass (The One (The Selection, #3))
La vida podía significar angustia, podía significar desesperación; pero ¡ay!, tenía que aferrarse a ella, aunque le sangraran los dedos; sus pies tenían que pegarse al firme suelo para que la luz del sol volviera a calentarlos, no caer por un abismo desconocido donde ella pudiera incluso añorar las desgracias familiares
George Eliot (Escenas de la vida parroquial)
Cae la noche a toda prisa y el cristal helado produce en tus manos un tintineo leve pero muy agradable. La gran ciudad parece arder en toda su amplitud, en su apabullante telón de torres recubiertas de destellos, zurcidos ahora junto al polen diamantino de un millón de luce…y el sol se ha puesto ya detrás de ellas y la vieja luz rojiza del crepúsculo queda pinta sin calor, sin violencia, sobre el río. Y allí están los botes, los remolques, las barcazas que pasan y la perspectiva alada de los puentes con su gracia exultante. De pronto, ha caído la noche y hay barcos allí, hay barcos, y una ansiedad animal e intolerable dentro de ti que no consigues calmar.
Thomas Wolfe (Una puerta que nunca encontré)
Él enseña mucho más de Sí mismo a algunas personas que a otras… no porque tenga favoritos, sino porque es imposible para Él mostrarse a un hombre cuya mente y carácter estén en condiciones adversas. Del mismo modo que la luz del sol, aunque no tiene favoritos, no puede reflejarse en un espejo polvoriento del mismo modo en que lo haría en un espejo limpio.
C.S. Lewis (Mero Cristianismo (Spanish Edition))
bajo la luz de la luna, que ni es luz ni es nada, solo un pálido reflejo del sol.
Jodi Picoult (Las normas de la casa)
Una pálida luz dorada quedó atrapada en su pelo dorado pálido. Auri se sonrió a sí misma en el espejo. Parecía el sol.
Patrick Rothfuss (La música del silencio)
Diógenes, el filósofo griego que fundó la escuela cínica, vivía en una tinaja. Cuando Alejandro Magno visitó en una ocasión a Diógenes, mientras este se hallaba descansando al sol, y le preguntó si había algo que pudiera hacer por él, el cínico contestó al poderosísimo conquistador: «Sí, hay algo que puedes hacer por mí. Por favor, muévete un poco a un lado. Me tapas la luz del sol».
Yuval Noah Harari (Sapiens. De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad)
Todos somos partes de la tierra; algunos estamos destinados a ser grandes afluentes y a guiar las aguas por el terreno, alimentándolo y haciéndolo crecer. Algunos somos montañas que vigilan las fronteras de las naciones, protegiendo a las personas inocentes de los planes de los invasores. Y algunos de nosotros no somos más que flores, con un breve lapso para crecer a la luz del sol antes de morir.
Richard Ford (La corona rota (Umbriel narrativa nº 2) (Spanish Edition))
Seguimos por encima del gran puente, y la luz del sol, entre los pilares, hacía guiños constantes sobre los coches en movimiento, mientras la ciudad se alzaba al otro lado del río en montones blancos, altas torres de azúcar construidas con el deseo de purificar el dinero mismo. La ciudad desde el puente Queensboro es siempre la ciudad vista por vez primera, intacta todavía, su primera promesa desmesurada de todo el misterio y de toda la belleza del mundo.
Francis Scott Fitzgerald (El gran Gatsby)
—¿Cómo se va a West Egg? —me preguntó, despistado. Se lo dije. Y, cuando proseguí mi camino, ya no me sentía solo. Yo era un guía, un explorador, uno de los primeros colonos. Aquel hombre me había conferido el honor de ser ciudadano del lugar. Y así, con la luz del sol y la explosión espléndida de las hojas que crecían en los árboles como crecen las cosas en las películas a cámara rápida, tuve la certeza bien conocida de que la vida vuelve a empezar con el verano.
F. Scott Fitzgerald (The Great Gatsby)
—Sé que fue terrible para usted darme su confianza entonces, pues para confiar en tales violencias se necesita comprender; y yo supongo que usted no confía en mí ahora, no puede confiar, pues todavía no lo comprende. Y puede haber otras ocasiones en que yo quiera que usted confíe cuando no pueda, o no deba, y todavía no llegue a comprender. Pero llegará el tiempo en que su confianza en mí será irrestricta, y usted comprenderá, como si la misma luz del sol penetrara en su mente.
Bram Stoker (Dracula)
Sol de Mar Yo encontre en Isla Negra un dia, un sol acostado en la arena, un sol centrifugo y central cubierto de dedos de oro y ventosas como alfileres. Recogi el sol enarenado y levantandolo a la luz lo compare con el del cielo. No se miraron, ni se vieron.
Pablo Neruda (Maremoto / Aún / La espada encendida / Las piedras del cielo)
La luz de la esperanza comienza hoy, cuando La Elegida ha nacido a la luz del sol. Es linda, es hermosa, como una flor, pero su belleza se entorpece, al pasar por mucho dolor. Su vida crece, su vida madura, pero no sabe que es el empiece, de su gran aventura. Alta es la traición que se comete, pues la nobleza se entromete, en la que un brujo ablandará, el corazón que ella le brindará. Pero la felicidad no perdura siempre, pues otro miedo pasa por su mente, y no sólo eso, también terribles recuerdos llegan, cuando delante de ella pasa La Muerte. Un obstáculo más, un obstáculo menos, ¿qué mas da, si es la más fuerte? Pero, ¿de dónde viene la fuerza, sino de su rival? Su propia sangre la traicionará, una vez, tal vez dos, pero luego decubrirá su mortal error, pagando así su equivocación. Fuerzas más ya no le quedan, cuando descubre la triste realidad: las personas que llenaban su corazón, una vez que se van, ya no han de regresar. Y eso se lo demuestran una vez más, cuando su verdadero amor le ha de abandonar, por el hecho de que su misma sangre lo destruirá. La Elegida sufrirá mucho más que cualquier ser, pues la tristeza y el abandono la han de poseer. En tres años, ni uno más, será cuando su amante se le dará una segunda oportunidad, la que por fin terminará, la misión que en un principio se le encomendó. Pero un problema se presentará, pues su corazón no la reconocerá, así que su sangre la ayudará, a terminar lo que empezó, a seguirel camino del que una vez se fió, y a tener dos almas más en su vida ermitaña de las cuales se percató. El bien y el mal, pelean una vez más, entre la luz y la oscuridad. Pero, que quede claro, sólo alguien puede terminar la pelea encarnizada para que todo llegue a su fin. A quien la Elegida entregó su alma, será el único que destruirá al demonio que se encuentra dentro de cada pecado, de cada mal. Y una vez más trinfará, el bien sobre el mal. La Elegida reinará, como noble, con bondad, como ella es en realidad.
Yolanda Chapa (Lani, la princesa gitana)
¡Cigarra! ¡Dichosa tú!, que sobre el lecho de tierra mueres borracha de luz. Tú sabes de las campiñas el secreto de la vida, y el cuento del hada vieja que nacer hierba sentía en ti quedóse guardado. ¡Cigarra! ¡Dichosa tú!, pues mueres bajo la sangre de un corazón todo azul. La luz es Dios que desciende, y el sol brecha por donde se filtra. [...]
Federico García Lorca
Siempre le había gustado aquella hora del día, y ahora sentía como si él mismo fuese una parte del amanecer, como si fuese una porción de esa luz gris, de ese lento aclarar que precede a la salida del sol, cuando los objetos sólidos se oscurecen, el espacio se ilumina, las luces de la noche se hacen amarillas y se esfuman a medida que avanza el día.
Ernest Hemingway (For Whom the Bell Tolls)
Cada día del año es un regalo que se ofrece a un solo hombre: el más feliz de todos.Todas las demás personas utilizan el día de éste para disfrutar del sol o reprender a la lluvia sin llegar a saber nunca a quién pertenece en realidad ese día, y a su afortunado propietario le complace y divierte tal ignorancia. Una persona no puede saber de antemano que día exactamente le va a tocar, que nadería va a recordar siempre: las ondas que formaba el reflejo de la luz del sol sobre un muro al borde del agua o la caída en espiral de una hoja de arce; y sucede con frecuencia que reconoce su día solo de forma retrospectiva, mucho tiempo después de que haya arrancado, estrujado y echado debajo de su escritorio la hoja de calendario con la cifra olvidada.
Vladimir Nabokov (The Stories of Vladimir Nabokov)
Pues éste es el valle de la muerte, aunque las vacas medren en él. En el jardín de esa mujer, las mentiras estaban desplegando sus sedas húmedas, Y los ojos del asesino moviéndose como babosas, de soslayo, Incapaces de encararse con los dedos, esos malditos egotistas. Los dedos estaban estampando una mujer en una pared, Un cuerpo en una pipa, y el humo elevándose. Este olor es el de los años que arden, aquí en la cocina, Éstos son los engaños, clavados como fotos familiares, Y esto es un hombre, mira su sonrisa, ¿El arma homicida? No, nadie ha muerto. En la casa, no hay ningún cuerpo del delito. Hay un olor a brillo, hay alfombras de felpa. Hay la luz del sol, empuñando sus aceros, Matón aburrido en un cuarto rojo Donde la radio habla sola como un pariente anciano.
Sylvia Plath
Esta peculiar disposición lateral de los ojos de la ballena explica que nunca pueda ver un objeto situado frente a ella ni tampoco otro que esté situado detrás. En una palabra, la ubicación de los ojos de una ballena corresponde a la de las orejas de un hombre: y pueden ustedes imaginar cómo verían el mundo si debieran mirar los objetos a través de las orejas: comprobarían que sólo podrían dominar un campo de visión de unos treinta grados a cada lado de la línea recta que nace de ese ojo lateral. Si el peor enemigo avanzara de frente hacia ustedes levantando un puñal a la luz del sol, no podrían verlo más que si se les acercara desde atrás. En una palabra, tendrían ustedes dos espaldas, por así decirlo; pero también dos frentes (frentes laterales), pues ¿en qué consiste en verdad la frente de un hombre, sino en sus ojos?
Herman Melville (Moby Dick)
—Eres hermosa— le susurró. Ella observó de nuevo con esa mirada que se hace con un rápido parpadeo su rostro tostado por el sol, sus anchos hombros, su porte, su figura alta, inmóvil, que estaba a sus pies. Luego sonrió. En la sombría belleza de su rostro esa sonrisa era como el primer rayo de luz en una noche de tormenta, como una flecha fugaz y clara entre nubes sombrías, anunciadora del amanecer y del trueno.
Joseph Conrad (An Outcast of the Islands)
Oh, amigo John, es un mundo extraño, un mundo lleno de miserias, y amenazas, y problemas, y sin embargo, cuando la reina risa viene, hace que todos bailemos al son de la tonada que ella toca. Corazones sangrantes, y secos huesos en los cementerios, y lágrimas que queman al caer..., todos bailan juntos la misma música que ella ejecuta con esa boca sin risa que posee. Y créame, amigo John, que ella es buena de venir, y amable. Ah, nosotros hombres y mujeres somos como cuerdas en medio de diferentes fuerzas que nos tiran de diferentes rumbos. Entonces vienen las lágrimas; y como la lluvia sobre las cuerdas nos atirantan, hasta que quizá la tirantez se vuelve demasiado grande y nos rompemos. Pero la reina risa, ella viene como la luz del sol y alivia nuevamente la tensión; y podemos soportar y continuar con nuestra labor, cualquiera que sea.
Bram Stoker (Dracula)
Incluso la ciencia puede dar una imagen mejor acabada de la inmortalidad: nuestros cuerpos son y serán masa y energía en el espacio-tiempo. Más aún: ni siquiera venimos del sol; somos, en cierta forma, polvo de supernovas, ya que nuestro sistema solar seguramente no ha tenido energía suficiente para crear el tipo de átomos que forman nuestro cuerpo. Pronto nuestros átomos estarán en el espacio, que se transformará en un verdadero cielo lleno de almas.
Diego Golombek (Las Neuronas de Dios: Una Neurociencia de la Religión, la Espiritualidad y la Luz al Final del Túnel)
La luz del sol entra en mi estudio por cuatro ventanas. Año tras año, la seda turquesa se ha desvaído en un suave azul acuoso, los bordados brillantes se han matizado y cada vez es más hermoso. 'Amamos las cosas que amamos por lo que son', nos recuerda Robert Frost. Y quiere decir, creo, que cuando las amamos a medida que cambian —dice en el poema de un arroyo que se ha secado—, las amamos por lo que una vez fueron. La cara de mi madre cambió desde una belleza inglesa a la de una anciana arrugada y nunca perdió su dulzura. Y sus ojos tampoco cambiaron, esos ojos grises graves que de repente podían brillar de alegría, que de pronto con un intenso dolor y ternura miraban al ratón salvado de las fauces de un gato, al pajarillo con su columpio roto, hacia todos los seres vivos, incluidas las flores, su marido y su hija. Exactamente como sus creaciones, el escritorio taraceado y el paño bordado: aunque cambiaron, envejecieron haciéndose más hermosos.
May Sarton (Plant Dreaming Deep)
La compararía a un sol negro si se pudiese concebir un astro negro capaz de verter luz y felicidad. Pero hace pensar más a gusto en la luna, que indudablemente la señaló con su temible influjo; no en la luna blanca de los idilios, semejante a una novia fría, sino en la luna siniestra y embriagadora, colgada del fondo de una noche de tempestad y atropellada por las nubes que corren; no en la luna apacible y discreta, visitadora del sueño de los hombres puros, sino en la luna arrancada del cielo, vencida y rebelde, a quien los brujos tesalios obligan duramente a danzar sobre la hierba aterrorizada.
Charles Baudelaire (Paris Spleen)
Siempre puedo decir que yo no fui, que no pude impedirlo, piensa imaginando la entrevista del periódico. Pero tal vez no haya entrevista, y por lo tanto está anclada en el presente, con cuatro marcianos y un loco que espera a que ella diga algo. De modo que esto es lo que ocurre a sus espaldas; de modo que esto es lo que significa estar viva; lamenta haber querido saberlo. Pero el cielo ya no es liso; es más azul que nunca y se aleja de ella, claro pero desenfocado. You are my sunshine…, piensa Annette. Eres mi sol, cuando el cielo está gris. La luz es la de siempre. No ha cambiado. ¿Soy uno de ellos o no?
Margaret Atwood (Chicas bailarinas)
Por el este, donde estaba el mar y por donde habría de salir el sol, la luz se acercaba con sigilo tratando de internarse en el bosque como una neblina, y a medida que aumentaba la claridad lo hacía también el ruido del mar. De pronto, la luz pareció tomar forma. Dentro de ella había sombras que se movían, constituidas por otra luz aún más brillante. Eran cientos de caballos blancos al galope, con largas y sueltas crines y elegantes cuellos curvados como los de los caballos de ajedrez que había en la sala de estar. Sus cuerpos, que avanzaban a la velocidad de la luz, estaban hechos de una materia más etérea que del arco iris-
Elizabeth Goudge (The Little White Horse)
— Anda, hijo —replicó don Quijote—, y no te turbes cuando te vieres ante la luz del sol de hermosura que vas a buscar. ¡Dichoso tú sobre todos los escuderos del mundo! Ten memoria, y no se te pase della cómo te recibe: si muda las colores el tiempo que la estuvieres dando mi embajada; si se desasosiega y turba oyendo mi nombre; si no cabe en la almohada, si acaso la hallas sentada en el estrado rico de su autoridad; y si está en pie, mírala si se pone ahora sobre el uno, ahora sobre el otro pie; si te repite la respuesta que te diere dos o tres veces; si la muda de blanda en áspera, de aceda en amorosa; si levanta la mano al cabello para componerle, aunque no esté desordenado; finalmente, hijo, mira todas sus acciones y movimientos; porque si tú me los relatares como ellos fueron, sacaré yo lo que ella tiene escondido en lo secreto de su corazón acerca de lo que al fecho de mis amores toca; que has de saber, Sancho, si no lo sabes, que entre los amantes, las acciones y movimientos exteriores que muestran, cuando de sus amores se trata, son certísimos correos que traen las nuevas de lo que allá en lo interior del alma pasa. Ve, amigo, y guíete otra mejor ventura que la mía, y vuélvate otro mejor suceso del que yo quedo temiendo y esperando en esta amarga soledad en que me dejas.
Miguel de Cervantes Saavedra (Don Quijote de la Mancha (Spanish Edition))
«Esto percibes, lo que hace tu amor más fuerte, amar bien aquello que debes abandonar pronto.» Los ojos de Sloane regresaron a William Stoner y dijo secamente: «El señor Shakespeare le habla a través de trescientos años señor Stoner, ¿le escucha?». William Stoner se dio cuenta de que por unos instantes había estado conteniendo el aliento. Lo expulsó suavemente, dándose cuenta de que la ropa se movía sobre su cuerpo mientras el aliento le salía de los pulmones. Desvió la vista de Sloane hacia otro punto de la sala. La luz penetraba por las ventanas y se posaba sobre los rostros de sus compañeros de manera que la iluminación parecía venir de dentro de ellos mismos para salir hacia la oscuridad; un alumno pestañeó y una sombra delgada cayó sobre una mejilla cuya parte inferior había recogido la luz del sol. Stoner advirtió que sus dedos se estaban soltando de su firme agarre al escritorio. Se fijó en sus manos, maravillándose de lo morenas que estaban, de la intrincada manera en que las uñas se adaptaban al romo final de los dedos. Pensó que podía sentir la sangre fluir invisible a través de sus diminutas venas y arterias, pulsando delicada y precariamente desde las yemas de los dedos a través de su cuerpo. Sloane volvió a hablar: «¿Qué le comunica, señor Stoner? ¿Qué quiere decir el soneto?».
John Williams (Stoner)
Algunos hombres de ciencia, llenos de complacencia y engreimiento, con impía soberbia se retiran de tu luz; prevén los oscurecimientos del sol pero no ven la oscuridad en que ellos mismos están, ya que no buscan con espíritu de piedad de dónde les viene el ingenio que ponen en sus investigaciones. Convierten pues tu verdad en mentira y dan culto y servicio no al Creador, sino a la criatura. Pobre del hombre que sabiendo todo esto no te sabe a ti; y dichoso del que a ti te conoce aunque tales cosas ignore. Pero el que las sepa y a ti te conozca no es más feliz por saberlas, sino solamente por ti. No veo en qué pueda perjudicarle su ignorancia sobre las cosas del mundo si no piensa de ti cosas indignas.
Augustine of Hippo (Confessions)
Epicuro. —Sí, estoy orgulloso de sentir de otro modo, distinto tal vez de cualquier otro, el carácter de Epicuro, y poder disfrutar de la felicidad de la tarde de la Antigüedad en todo lo que de él oigo o leo —veo sus ojos mirar hacia un amplio mar plateado, sobre acantilados en los que se posa el sol, mientras que los animales grandes y pequeños juegan en su luz, seguros y tranquilos, como esta luz y esta mirada. Una felicidad así sólo puede ser inventada por un hombre que sufre continuamente, es la felicidad de un ojo para el que el mar de la existencia se ha calmado, y que ahora ya no se da por satisfecho mirando su superficie y la multicolor, delicada, estremecida piel del mar: nunca antes existió voluptuosidad tan modesta.[1] Nietzsche
Carlos García Gual (El sabio camino hacia la felicidad: Diógenes de Enoanda y el gran mural epicúreo)
Algo. En estos días, tienes que ser "algo" con alguien si no quieres ser "nada" con alguien. Por lo mismo, nuestra "relación", si es que puede llamársele "relación" a lo que teníamos, bueh, podía decirse que era clandestina. Poco nos importaba, sin embargo, lo que dijeran los demás. Porque nos teníamos. Nos teníamos y no nos íbamos a dejar ir (...) El consenso entre las diferentes voces que opinaban en mi cabeza había sido atribuir su conducta a las hormonas, pero yo le concedía todas las razones a la voluntad. Veloe era quien era porque así quería ser. Lo que comenzó como una inocente comida de vengan-a-conocer-a-mi-nuevo-novio, se transformó en un "cándido afecto" que, con el paso de los meses, se convirtió en un "frondoso encanto", el cual terminaría en una "loca infatuación". Un año después de subirme a aquel elevador, Veloe y yo nos amábamos hasta las lágrimas. Dicen que a las mujeres no hay que entenderlas sino amarlas, y en verdad que su amable y atento servidor no podría estar en desacuerdo con esa sagrada afirmación; pero yo no sólo amaba a Veloe, sino que la leía. Aprendí a leer a Veloe como a nadie; podía leerla con la tibia luz de la lámpara de la mesa de noche o con el sol quemante de las playas de Oaxaca, tirado en un camastro, cavando surcos en la arena con los pies. Podía leerla en el tren subterráneo, rodeado de parroquianos, o en la paz de la santa capilla, tirado en la alfombra, de pie o sentado, de cabeza o sobre las puntas de los dedos, exhausto o recién levantado, en ayunas, después de una pesada comida, lejos, en braille o con letra script. Entendí que es cosa complicada aprender a leer a una mujer, y que es tarea que puede extenderse por años. Por vidas enteras. Algunas mujeres son libros pequeños, de bolsillo, fácilmente manejables. Otras son pesados, de pasta dura, con el gramaje grueso y poco amable con los dedos. Algunas tienen prólogo y otras epílogo, y unas cuantas ambos. Algunas carecen de forros o están deshojadas. Nadie puede leer a todas las mujeres del mundo así como nadie puede leer todos los libros del mundo. Y del mismo modo que, dicen los románticos, ciertos libros nos escogen, algunas mujeres nos eligen, en silencio, y esperan a que las leamos... -Pixie (3) de Ruy Xoconostle W. (fragmento)
Ruy Xoconostle W. (Pixie 3)
El aliento del mar fue alejando lentamente la marea de la orilla, y dejó la arena lisa y espejeante bajo las estrellas. Las algas mojadas, enmarañadas, plagadas de insectos. Las dunas agrupadas y tranquilas, el viento frío combando la hierba. El camino asfaltado que subía de la playa en silencio ahora, cubierto por una capa de arena blanca; un brillo tenue sobre los techos curvos de las caravanas; los coches aparcados, formas oscuras y agazapadas sobre la hierba. Y luego la feria, el quiosco de helados con la persiana bajada, y siguiendo la calle, ya en el pueblo, la oficina de correos, el hotel, el restaurante. El Sailor’s Friend, con las puertas cerradas, pegatinas ilegibles en las ventanas. La estela de los faros de un único coche al pasar. Las luces traseras rojas como ascuas. Más allá, una hilera de casas, las ventanas reflejando impasibles la luz de las farolas, los cubos de basura alineados enfrente, y luego la carretera de la costa que salía del pueblo, silenciosa, desierta, los árboles alzándose por entre la oscuridad. El mar hacia el oeste, una extensión de manto negro. Y al este, cruzando la verja, la antigua rectoría, de un azul lechoso. Dentro, cuatro cuerpos durmiendo, despertando, durmiendo otra vez. De lado, o tumbados de espaldas, sacudiéndose las colchas con los pies, cruzando de sueño en sueño en silencio. Y ya por detrás de la casa empezaba a salir el sol. En los muros traseros y entre las ramas de los árboles, entre las hojas coloridas de los árboles y la hierba verde y húmeda, se filtra la luz del alba. Mañana de verano. Agua fría y clara en el hueco de la mano.
Sally Rooney (Beautiful World, Where Are You)
También les va bien a quienes otorgan pomposos títulos a sus míseras ocupaciones, o incluso a sus pasiones, y se las pintan al género humano cual gigantescas empresas destinadas a su salvación y su bienestar. ¡Afortunado el que pueda ser así! Pero quien, al contrario, reconoce en su humildad adónde conduce todo esto, quien ve cuán primorosamente el ciudadano acomodado sabe hacer de su jardincito un paraíso, y cuán diligentemente el desdichado continúa jadeante su camino bajo el peso de su carga, y que tanto uno como otro no buscan sino ver un minuto más la luz de este sol… sí, el que ve esto vive tranquilo construyendo su mundo a partir de sí mismo, y también es feliz porque es un ser humano. Y, además, limitado como es, sigue conservando en su corazón una dulce sensación de libertad y de poder abandonar esta cárcel cuando quiera.
Johann Wolfgang von Goethe (Las penas del joven Werther)
A VECES LA MAÑANA AYUDA Hace tiempo que ando escribiendo una crónica que llevaría el título "No siempre la mañana ayuda". Y hasta tenía el comienzo apuntado en un papel por ahí, a toda prisa, sobre la mesa del despacho. Empieza así: "Al salir de la casa y tropezar con el rostro del sol(antiguamente lo representábamos así, con una amplia sonrisa y los ojos alegres, con una cabellera de rayos resplandecientes), deberíamos caer de rodillas, ofrecer cualquier cosa al culto pagano de la luz y sentir después el mundo conquistado. Pero todos tenemos otra cosa que hacer". Y saldría uno por ahí fuera a ahuyentar la melancolía, a justificar el título, en definitiva. Algo me ha impedido continuar. Y sé que hoy no voy a concluir una prosa que me enfrentaría al lector. Y es que, sin esperarlo, se despertó en mi memoria un caso acontecido entre dos hombres, un caso que viene a demostrar que, a veces, la mañana ayuda, sí señor. Vamos, pues, con la historia. Imagine el lector un vagón de tren. Lleno. El día no es ni feo ni bonito: tiene algo de sol, unas nubes que lo cubren, y hay una brisa cortante allá afuera. Los viajeros van callados, hacen todos unos gestos involuntarios al albur del traqueteo. Unos leen periódicos, otros se ausentan hacia un país silencioso y sólo habitado por pensamientos ocultos e indefinidos. Hay una gran indiferencia en la atmósfera, y el sol, al descubrirse, ilumina un escenario de rostros apagados. Entonces, el hombre más(pero muy lejos deser un adolescente), que está sentado junto a la ventanilla, empieza a tararear en sordina una vaga canción. Quizá no tenga motivos especiales de contento, pero, en aquella hora, la necesidad de cantar es irresistible. Todo cuanto acude a su memoria sirve. Y va tan absorto en su pura y gratuita alegría que ni siquiera repara en que el vecino de asiento se muestra ofendido y esboza esos movimientos elocuentes que sustituyen a las palabras cuando no hay valor para pronunciarlas. Frente al hombre que canta, hay un viejo. Éste desde que salió anda rumiando problemas que lo atormentan. Es muy viejo, y está enfermo. Ha dormido mal. Sabe que va a tener un día difícil. Y detrás de él una voz deshilacha canciones, badabádabá, notas de música, de un modo impreciso pero obstinadamente vivo y afirmativo. El sol sique jugando al escondite. Y el mar, que súbitamente aparece se puebla de islas de sombra entre grandes lagos de plata fundida. A lo lejos, la ciudad se diluye en humo y niebla seca. Silenciosa, a aquella distancia, tiene un aire de fatalidad y resignación, como un cuerpo que ha renunciado a vivir y se extingue lentamente. Es grande el peligro de que la melancolía triunfe definitivamente. Pero el hombre insiste. Ya no es posible identificar al que canta. Ahora sale de su boca un flujo de armonía, un lenguaje que ha desistido de la articulación coherente para penetrarse mejor de la sustancia de la música. Esto acabrá sin duda con un grito irreprimible de alegría, con indignación y escandalo de los viajeros. Ocurrió, sin embargo, que la ciudad llegó de repente. Se abrieron las puertas, la gente se precipitó, empujándose, olvidándose unos de otros. El hombre se levanta, murmurando aún algo. Sigue a lo largo del andén, va a lo suyo, con su música. Y, de pronto, alguien lo coge del brazo. El viejo está a su lado, se juraría que tiene los ojos húmedos, y dice: "Gracias. Yo venía preocupado y triste. Cuando lo oí cantar sentí una gran paz, y durante todo el camino vine pidiéndole a Dios que siguiera usted cantando. Muchas gracias". El hombre de las canciones sonrió, primero con embarazo, luego como si fuera el amo del mundo. Se separaron. Y fue cada uno a su trabajo, con la música que era de los dos.
José Saramago (Las maletas del viajero)
Caroline Helstone tenía solo dieciocho años, y a los dieciocho años la auténtica historia de la vida no ha comenzado. Antes de ese momento, nos sentamos y escuchamos un cuento, una maravillosa ficción, deliciosa a ratos, a ratos triste, casi siempre irreal. Antes de ese momento, nuestro mundo es heroico, sus habitantes semidioses o semidemonios, sus paisajes son escenarios de ensueño: bosques más oscuros y colinas más extrañas, cielos más fúlgidos, aguas más peligrosas, flores más dulces, frutos más tentadores, llanuras más amplias, desiertos más áridos y campos más soleados que los que se encuentran en la naturaleza se extienden por nuestro mundo encantado. ¡Qué luna contemplamos antes de ese momento! ¡De qué modo el estremecimiento que en nuestro corazón produce su aspecto atestigua su indescriptible belleza! En cuanto a nuestro sol, es un cielo ardiente: el mundo de los dioses. En esa época, a los dieciocho años, acercándonos a los confines de esos sueños ilusorios vacíos, el país de las hadas queda a nuestra espalda, las orillas de la realidad se alzan ante nosotros. Esas orillas están lejos todavía; parecen tan azules, tan suaves y amables, que ansiamos alcanzarlas. A la luz del sol, vemos verdor bajo el azul celeste, como prados primaverales; vislumbramos líneas plateadas e imaginamos el oleaje de las aguas. Si pudiéramos alcanzar esa tierra, no pensaríamos más en la sed y el hambre, cuando lo cierto es que, antes de poder saborear la auténtica dicha, habremos de atravesar muchos desiertos, y a menudo el río, de la Muerte, o algún arroyo de la aflicción tan frío y casi tan negro como la Muerte. Todas las alegrías que da la vida han de ganarse, y solo los que han luchado por grandes premios saben lo mucho que eso cuesta. La sangre del corazón ha de adornar con rojas gemas la frente del combatiente antes de que la ciñan los laureles de la victoria.
Charlotte Brontë (Shirley)
Si alguien les pregunta por él, díganle que quizá no vuelva nunca o que si regresa acaso ya nadie reconozca su rostro; díganle también que no dejó razones para nadie, que tenía un mensaje secreto, algo importante que decirles pero que lo ha olvidado. Díganle que ahora está cayendo, de otro modo y en otra parte del mundo, díganle que todavía no es feliz, si esto hace feliz a alguno de ellos; díganle también que se fue con el corazón vacío y seco y díganle que eso no importa ni siquiera para la lástima o el perdón y que ni él mismo sufre por eso, que ya no cree en nada ni en nadie y mucho menos en él mismo, que tantas cosas que vio apagaron su mirada y ahora, ciego, necesita del tacto, díganle que alguna vez tuvo un leve rescoldo de fe en Dios, en un día de sol, díganle que hubo palabras que le hicieron creer en el amor y luego supo que el amor dura lo que dura una palabra. Díganle que como un globo de aire perforado a tiros, su alma fue cayendo hasta el infierno que lo vive y que ni siquiera está desesperado y díganle que a veces piensa que esa calma inexorable es su castigo; díganle que ignora cuál es su pecado y que la culpa que lo arrastra por el mundo la considera apenas otro dato del problema y díganle que en ciertas noches de insomnio y aun en otras en que cree haberlo soñado, teme que acaso la culpa sea la única parte de sí mismo que le queda y díganle que en ciertas mañanas llenas de luz y en medio de tardes de piadosa lujuria y también borracho de vino en noches de lluvia siente cierta alegría pueril por su inocencia y díganle que en esas ocasiones dichosas habla a solas. Díganle que si alguna vez regresa, volverá con dos cerezas en sus ojos y una planta de moras sembrada en su estómago y una serpiente enroscada en su cuello y tampoco esperará nada de nadie y se ganará la vida honradamente, de adivino, leyendo las cartas y celebrando extrañas ceremonias en las que no creerá y díganle que se llevó consigo algunas supersticiones, tres fetiches, ciertas complicidades mal entendidas y el recuerdo de dos o tres rostros que siempre vuelven a él en la oscuridad y nada.
Darío Jaramillo Agudelo
LAS TINIEBLAS Tuve un sueño, que sueño no fue en absoluto; el brillante sol habíase extinguido y las estrellas vagaban a oscuras en el espacio eterno, sin luz y sin sendero y la helada tierra oscilaba ciega y ennegrecida en el aire sin luna ... y todos los corazones se enfriaron en una egoísta plegaria por la luz; y vivieron junto a hogueras, y los tronos, los palacios de los reyes coronados, las cabañas, las moradas de todas las cosas que habitan bajo techo, fueron quemadas para iluminarse; las ciudades consumiéronse, y los hombres se juntaron alrededor de sus ardientes casas para volverse a examinar los rostros; felices eran aquellos que habitaban dentro del ojo de los volcanes y de su antorcha montañosa ... Las frentes de los hombres a la luz que desesperaba, tenía un aspecto sobrenatural, mientras intermitentes los rayos los embestían ... con maldiciones se arrojaban sobre el polvo, y rechinaban los dientes y aullaban; las silvestres aves temblaban y aterrorizadas aleteaban en el suelo, y batían sus inútiles alas; las bestias más salvajes hacíanse dóciles y medrosas; y las víboras se arrastraban y retorcíanse entre las multitudes, sibilantes, pero sin veneno; las mataban para alimentarse. Y la guerra que durante un instante desapareciese, volvía a hartarse: la comida se compraba con sangre y cada uno se saciaba hoscamente aparte, engullendo en la penumbra: no quedaba amor; toda la tierra no era sino un pensamiento y éste era muerte inmediata y sin gloria; ...
Lord Byron
Sacudimiento extraño que agita las ideas, como huracán que empuja las olas en tropel. Murmullo que en el alma se eleva y va creciendo como volcán que sordo anuncia que va a arder. Deformes siluetas de seres imposibles; paisajes que aparecen como al través de un tul. Colores que fundiéndose remedan en el aire los átomos del iris que nadan en la luz. Ideas sin palabras, palabras sin sentido; cadencias que no tienen ni ritmo ni compás. Memorias y deseos de cosas que no existen; accesos de alegría, impulsos de llorar. Actividad nerviosa que no halla en qué emplearse; sin riendas que le guíen, caballo volador. Locura que el espíritu exalta y desfallece, embriaguez divina del genio creador… Tal es la inspiración. Gigante voz que el caos ordena en el cerebro y entre las sombras hace la luz aparecer. Brillante rienda de oro que poderosa enfrena de la exaltada mente el volador corcel. Hilo de luz que en haces los pensamientos ata; sol que las nubes rompe y toca en el zenít. Inteligente mano que en un collar de perlas consigue las indóciles palabras reunir. Armonioso ritmo que con cadencia y número las fugitivas notas encierra en el compás. Cincel que el bloque muerde la estatua modelando, y la belleza plástica añade a la ideal. Atmósfera en que giran con orden las ideas, cual átomos que agrupa recóndita atracción. Raudal en cuyas ondas su sed la fiebre apaga, oasis que al espíritu devuelve su vigor… Tal es nuestra razón. Con ambas siempre en lucha y de ambas vencedor, tan sólo al genio es dado a un yugo atar las dos.
Gustavo Adolfo Bécquer (Rimas)
El sufrir es muy largo y no puede dividirse por los estaciones del año. Sólo nos es posible señalar su presencia y advertir su retorno. Para nosotros el tiempo no avanza: gira. Parece formar un círculo alrededor de este eje: el dolor. La paralizadora inmovilidad de una vida regulada, hasta en sus más ínfimos detalles, por una rutina inmutable, de suerte que conforme, bebemos, nos paseamos, dormimos y rezamos – o por lo menos, nos arrodillamos para rezar – conforme a los inflexibles dictados de un reglamento de hierro; esa inmovilidad que hace que cada día sea, con todos sus horrores, y hasta en sus más pequeños detalles, idéntico a sus hermanos, parece comunicarse a aquellas fuerzas exteriores, cuya existencia es una perpetua variación. Nada sabemos de la siembra ni de las cosechas, de los segadores doblados sobre las espigas o de los vendimiadores deslizándose entre las vides; de la hierba del jardín, ornada con el blanco manto de las flores caídas, sobre la cual se hallan esparcidos los frutos maduros. Nada sabemos, nada podemos saber. Para nosotros sólo hay una estación, la del dolor. Parece incluso como si nos hubieran arrebatado hasta el sol y la luna. Fuera podrá brillar el día con tonos azulados o dorados, pero la luz que se filtra por el espeso cristal del ventanillo con barrotes de hierro bajo el cual nos hallamos sentados, es mísera y mortecina. En nuestra celda vecina reina constantemente la penumbra, y la noche invade siempre nuestro corazón. Y todo movimiento se detiene, igual que en el girar del tiempo, en la esfera del pensamiento.
Oscar Wilde (De Profundis)
Todo labora en todo. El álgebra se aplica a las nubes; la irradiación del astro se aprovecha la rosa; ningún pensador se atrevería a decir que el perfume del espino albar no les es de utilidad a las constelaciones. ¿Quién puede calcular el trayecto de la molécula? ¿Sabemos acaso si unos granos de arena al caer no determinan la creación de mundos? ¿Quién sabe de los flujos y reflujos recíprocos de lo infinitamente grande y de lo infinitamente pequeño, ni de la repercusión de las causas en los precipicios del ser, ni de las avalanchas de la creación? Una cresa tiene importancia; lo pequeño es grande, lo grande es pequeño; todo está en equilibrio en la necesidad; visión que alarma a la mente. Hay entre los seres y las cosas relaciones prodigiosas; en este conjunto inagotable que va del sol al pulgón nadie se desprecia; se necesitan todos entre sí. La luz no se lleva hasta el azul del cielo los perfumes terrenales sin saber qué va a hacer con ellos; la noche reparte esencia de estrellas entre las flores dormidas. Todas la aves que vuelan llevan atado a la pata el hilo de lo infinito. Un meteoro que nace y un picotazo de golondrina para romper el huevo se suman a las complicaciones de la germinación, y ésta hace frente al mismo tiempo al nacimiento de una lombriz y a la llegada de Sócrates. Cuando se acaba con el telescopio, empieza el microscopio. ¿Cuál de los dos tiene mejor vista? Escoged. Un moho es una pléyade de flores; una nebulosa es un hormiguero de estrellas. La misma promiscuidad, y aún más inaudita, de las cosas de la inteligencia y los hechos de la sustancia. Los elementos y los principios se mezclan, se combinan, se acoplan, se multiplican entre sí, y hasta tal punto que consiguen que el mundo material y el mundo moral desemboquen en la misma claridad. El fenómeno se repliego continuamente sobre sí. En los enormes intercambios cósmicos, la vida universa va y viene en cantidades desconocidas y lo arrastra y lo revuelve todo en el invisible misterio de los efluvios, dándole uso a todo, no perdiendo ni uno de los sueños de todos los que duermen, sembrando un animálculo acá y desmigajando un astro allá, oscilando y serpenteando, convirtiendo la luz en fuerza y pensamiento en elemento, diseminada e invisible, disolviéndolo todo con la excepción de este punto geométrico, el ego; volviendo a llevarlo todo al alma átomo; haciendo florecer todo en Dios; enredando entre sí, desde la más alta hasta la más baja, todas las actividades en la oscuridad de un mecanismo vertiginoso, relacionando el vuelo de un insecto con el movimiento de la tierra, subordinando, aunque no sea más que mediante la identidad de la ley, ¿quién sabe?, la evolución del cometa en el firmamento y los giros del infusorio en la gota de agua. Máquina cuya materia es el espíritu. Engranaje gigantesco cuyo primer motor es una mosquita y la última rueda es el zodiaco.
Victor Hugo (Les Misérables)
Los habitantes del Sol lanzan sobre nosotros una mirada impávida: Pertenecemos definitivamente a la Tierra Y allí nos pudriremos, mi amor imposible, Jamás nuestros magullados cuerpos se volverán luz.
Michel Houellebecq
Vivir allí abajo era como vivir en una vaina de habichuela. Sólo veías el lecho en el que estabas. Nuestro horizonte de bosques era el límite de nuestro mundo. El viento agitaba los árboles semanas sin fin, con un seco rugido que parecía la expresión natural del paisaje. En invierno nos cercaban con púas congeladas, y en verano se derramaban sobre los bordes de los cerros como capas de densa lava verde. Por la mañana, humeaban cubiertos de niebla o de sol y al atardecer arrojaban siempre sobre nosotros haces de luz, reflejo de crepúsculos que no podíamos ver porque estábamos demasiado hundidos.
Laurie Lee (Sidra con Rosie (Otras Latitudes nº 46) (Spanish Edition))
El clima era implacable. Durante las horas de sol, el calor resultaba opresivo, y el aire era denso y húmedo si no se estaba al amparo de las brisas de río. Vados hediondos subían día y noche de las cloacas, olores intensos a putrefacción que emanaban de las aguas estancadas como un perfume nauseabundo. No le parecía de extrañar que la fiebre amarilla asolara Nueva Orleans tan a menudo. (…) Me da mala espina. Esta ciudad, con el calor, los colores vivos, los olores los esclavos…Todo está muy vivo en Nueva Orleans, pero creo que por dentro hay enfermedad y podredumbre. En apariencia, todo es opulento y hermoso: la gastronomía, las costumbres, la arquitectura. Pero por debajo… Cada uno de esos patios tan hermosos tiene un pozo de aspecto exquisito, pero luego pasa las carretas que venden barriles de agua del río, y es que resulta que el agua de los pozos no se puede beber. Las salsas y las especias son deliciosas, hasta que se sabe que su objetivo es disimular que la carne se está pudriendo. Paséese por el mercado de San Luis y admire todo ese mármol, la hermosa cúpula, la luz que entra en la rotonda, para después enterarse de que es un famoso mercado de esclavos, donde se venden seres humanos como si fuera ganado. Aquí hasta los cementerios son bonitos: nada de tumbas sencillas y cruces de madera, sino grandiosos mausoleos de mármol, a cuál más altivo, con estatuas y bellos pensamientos poéticos grabados en la piedra. Pero dentro de cada uno hay un cadáver que se pudre, infestado de larvas y gusanos. Hay que encerrarlos en piedra porque la tierra no sirve ni para enterrar y las tumbas se llenas de agua. Y la pestilencia cubre como un rosario esta hermosa ciudad.
George R.R. Martin (Sueño del Fevre)
Esta es la última vez que vengo donde el médico de los ojos. Es la última vez que como mazorcas asadas y me siento bajo el sol en el Parque Nacional. Muchas cosas verán la luz siempre en mi corazón: este parque; el Central Park; el Jardín Botánico de Brooklyn; as esculturas de Rodin del Museo de Brooklyn; el mar de Coney Island; la luz de La Guajira; la luz de Islamorada, en Los Cayos; la luz del Medellín de mi infancia; los cerros orientales de Bogotá; el mar de El Farito, en Miami, cuando el huracán aún no le había arrancado los bellísimos pinos australianos que allí había; los cormoranes que se posaban en esos pinos; la sonrisa de Sara; la sonrisa de Venus y de los hijos de Venus; los bancos de peces verdes del East River; los ojos brillantes, inteligentísimos, de Jacobo; la voz musical de James; Debrah toda (es pequeña); los tatuajes de Pablo, nuestro hombrón ilustrado, que es estable como una roca; y los dedos largos de Arturo, tan parecidos a los míos. Todo eso, con todo detalle, aquí conmigo.
Tomás González (La luz difícil)
Ateísmo burgués del siglo XIX, llamó Hugo Hiriart a la religiosidad en la que imagino vivir. No sé cómo apareció esta terminante descripción en el espléndido discurso en torno a la Ilíada, con el que entró a formar parte de la Academia Mexicana de la Lengua. Pero me sentí cómoda arropándome en semejante categoría. Hasta cuando me creo moderna soy anticuada. Esto de ser ateo viene del siglo XIX. Hasta del tardío XVIII. Mi bisabuelo liberal ya era obsoleto. Con todo, yo tengo mi fe. Creo en la madre naturaleza y en los seres humanos que son generosos y buenos. Ahí está el dios de esta atea. Creo en Elizabeth Bennet, en Úrsula Iguarán, en Isaac Dinesen. Creo en la Maga y en la valentía de Leonor. Creo que tiene razón Mateo cuando lo aflige que haya guerra en Ucrania, cuando dilucida que si aletea una mariposa en África, tiembla en México. Creo en Verónica cuando se niega a heredarles a nuestros hijos la mugre del río Atoyac. Creo en los trabajadores obsesivos, como Roberto, Kathya, Héctor y Catalina. Creo en los misterios del fondo del mar, en el cine, en la poesía del Siglo de Oro y en la del siglo XX. Creo en la memoria, en la escuela primaria, en el amor de los quince años y en el sexo de los cincuenta. Creo en las comedias musicales, las jacarandas y los rascacielos. Creo en el caldo de frijoles y el arroz blanco, creo en el horizonte y en que un día tendré más nietos. Creo en la música de Rosario, en las películas de Catalina, en el libro que me cuenta Mateo. Creo en las historias que Virginia trae del Metro, creo que tenemos remedio, creo en los lápices del número tres, en la punta de las plumas Mont Blanc, en la ciencia del doctor Goldberg, en la incredulidad del doctor Estañol, en los barcos con que soñaba una mujer frente a la bahía de Cozumel, en el perro volando que vió doña Emma en un ciclón, en la frente lúcida y la nariz perfecta de la antropóloga Guzmán, en la Sierra Negra cuando la recorre Daniela, en las mujeres que han llamado a su grupo “Los varitas de nardo” y son diez gordas reunidas para cambiar sus hornos de leña por unos que contaminen menos. Creo en el hipo con que mi perro anuncia que está soñando un vuelo alrededor del mundo, creo en el diccionario de la RAE y en las cartas que mandan mis amigos. Creo que aún camina bien mi camioneta vieja y que mis hermanos hicieron una empresa en donde había un sueño. Creo, ingenua yo, en que les irá mal a los malos. Creo en la luz de mi iPhone, en la cocina de mi abuela, en la esperanza de quienes, a pesar del miedo, siguen viviendo en Michoacán. Bendigo el correo electrónico, las orquídeas y los zapatos cómodos. Les rezo a las puestas de sol, a la vitamina B12, a mis rodillas y a las fotos de mis antepasados. Comulgo con quienes saben conversar, oigo misa en las sobremesas de mi casa. Soy una atea con varios dioses. Tantos y de tan buen grado que ahora, presa de la aflicción que es la desmemoria, voy a acudir al único dios de la trilogía de mi madre que me sigue pareciendo confiable: Espíritu Santo, fuente de luz: ilumíname. ¿A qué horas tiré el trébol y cómo es que olvidé tan memorable catástrofe?
Ángeles Mastretta (El viento de las horas)
El despertar de una ciudad, sea entre niebla o de otro modo, es siempre para mí algo más enternecedor que el rayar de la aurora sobre los campos. Renace mucho más, hay mucho más que esperar, cuando, en vez de sólo dorar, primero de luz oscura, después de luz húmeda, más tarde de oro claro, los céspedes, los relieves de los arbustos, las palmas de las manos de las hojas, el sol multiplica sus posibles efectos en las ventanas, en las paredes, en los tejados, —[...] cuando mañana [...] a tantas realidades diferentes.
Fernando Pessoa (Libro del desasosiego (Biblioteca Formentor) (Spanish Edition))
A fines de agosto nuestra delegación, junto con la portorriqueña, que era más numerosa, subió a bordo de un carguero cubano en el que habríamos de cubrir la primera etapa de nuestro regreso, hasta las Antillas francesas, adonde el barco llevaba una carga de cemento. Al atardecer zarpamos de la bahía de Santiago. Cuando nos alejamos de la isla era ya noche cerrada, y no se veía la tierra ni el mar, pues no había luna. Nos instalamos y empezamos a orientarnos en el barco y, al igual que los portorriqueños que venían con nosotros, trabamos conversación con la tripulación. El capitán era un antiguo estudiante de Filosofía de veintiséis años, con quien me apresuré a hablar de nuestro común tema de estudio. Era su primer viaje al mando de aquel barco y, como nosotros, debía familiarizarse con él y con la tripulación. De pronto, cuando estábamos en alta mar, en plena oscuridad, un avión sobrevoló el barco a muy baja altitud y a gran velocidad. Antes de enterarme de lo que ocurría, el avión cruzó otra vez por encima de nosotros. Cuando Kendra y yo corríamos al puente para preguntar al capitán qué pasaba, un miembro de la tripulación nos explicó tranquilamente que se trataba de un acto hostil por parte de un portaaviones norteamericano de los que controlaban el bloqueo económico. Con sus luces, el portaaviones empezó a hacer señales a nuestro barco pidiéndole que se identificara y explicase su misión. Naturalmente, podían ver la bandera cubana; todo aquello no era más que el rutinario hostigamiento que habían de soportar los barcos cubanos cada vez que salían de sus aguas territoriales. Mediante señales, el barco cubano comunicó que, antes de identificarse, quería saber el nombre y la misión de quienes deseaban aquella información. Durante aquellos momentos una cierta diversión había acompañado al nerviosismo. Pero después, de pronto, no lejos del barco, un extraño y silencioso estallido de luz rompió la oscuridad de la noche. Al principio semejaba una nubecilla en forma de hongo, pero un segundo después pareció desplazarse directamente hacia nosotros. Yo me asusté tanto que no pregunté lo que ocurría; pensé que, si aquello era gas letal, no podríamos escapar. La nube de luz inundó el barco e iluminó toda la zona circundante como un sol de mediodía. Un miembro de la tripulación dijo entonces que seguramente se trataba de un nuevo proyectil luminoso que estaba siendo experimentado por Estados Unidos aprovechando el bloqueo. Por fin nos libramos de los militares norteamericanos y pudimos disfrutar durante unos días de la legendaria belleza del Caribe. Pasamos junto a Haití y Santo Domingo, países no tan hermosos desde el punto de vista político, y después el barco recibió instrucciones de atracar en Guadalupe. Aunque no me gustaba la idea de encargarme de las relaciones con los nativos de la isla, yo era la única persona a bordo que sabía francés, de modo que no tuve alternativa. Nuestra delegación llevaba muy poco equipaje, pero los portorriqueños traían varias cajas de libros que les habían regalado los cubanos para su librería de San Juan. Tuve la precaución de preguntar a los funcionarios de la aduana si se proponían inspeccionar todos los equipajes
Angela Y. Davis (Angela Davis: Autobiografía)
«Quemando la Cabaña: Un poema para Alfred Jackson». Las dulces palabras se riman rimando, las plumas del sol se admiran pensando. Mi mamita es la mujer más bella del mundo, y mi papito me trata de salvar, pero es iracundo. Papito, te escribo este poema porque me gusta escribir, solo deseo que tu corazón lo permita, que me dejes fluir. Lo que no entiendes, padre mío, es que me inhibes, me ofuscas, limitas mi brillo y me siento solo, en la noche oscura. Cuando elevas la mano, siento que deseas pegarme, te escribo para que entiendas: no quiero cegarme del mundo de las emociones y de los sentimientos, lo que sin duda equivale a un pulmón sin aliento. No comprendes, mi papito, que me estás haciendo mal, maltratando mi alma que una vez brilló como un cirio. Mi fuego interno se apagó. Creí que se murió; fue un susto, una muestra de protección que no perduró. Aprendí que un alma sin emociones, sin razón y emociones, no es más que un faro sin tesón. Perdóname pero debo decirte cuán equivocado estabas, que no supiste guiarme; para amarme nunca estabas: Porque para amar a otro, uno antes debe amarse sin límite. Dudo mucho que tú te hayas amado como yo me amo a mi mismo. Me he encontrado, claro como la luz del día. Soy un sol, mi propia fuente de alegría. Me gustaría decirte que, a pesar de los tormentos, te amo. A pesar de tu poco apoyo, logré salvarme, y ahora me amo. Soy una llama poderosa, un sol que no muere. No titubeo. Jamás desearías retar mi alma intransigente. La libertad del alma, la verdad de los hombres es esta: somos faros, somos llamas; somos posibles como las estrellas no abandonadas. Brillemos, iluminando la razón y el amor como soles. Estas palabras son para ti, padre mío: te perdono.
Pablo Andrés Wunderlich Padilla (Cuando el sol se derrama)
Tú Tu despiertas los colores pero no entras en la luz .. Tu,siempre tu. La araña en mi voz. Tú: mi única talla de flor en flor. Tu siempre tú, la ultima maya del sol.
Daniel Wamba
Una carta rumbo a Gales Me pregunta usted dulce señora qué veo en estos días a este lado del mar. Me habitan las calles de este país para usted desconocido, estas calles donde pasear es hacer un largo viaje por la llaga, donde ir a limpia luz es llenarse los ojos de vendas y murmullos. Me pregunta qué siento en estos días a este lado del mar. Un alfileteo en el cuerpo, la luz de un frenocomio que llega serena a entibiar las más profundas heridas nacidas de un poblado de días incoloros. ¿Y el sol? El sol, un viejo drogo que ha lamido esas heridas. Porque sabe usted, dulce señora, es este país una confusión de calles y de heridas. La entero a usted: aquí hay palmeras cantoras pero también hay hombres torturados. Aquí hay cielos absolutamente desnudos y mujeres encorvadas al pedal de la Singer que hubieran podido llegar en su loco pedaleo hasta Java y Burdeos, hasta el Nepal y su pueblito de Gales, donde supongo que bebía sombras su querido Dylan Thomas. Las mujeres de este país son capaces de coserle un botón al viento, de vestirlo de organista. Aquí crecen la rabia y las orquídeas por parejo, no sospecha usted lo que es un país como un viejo animal conservado en los más variados alcoholes, no sospecha usted lo que es vivir entre lunas de ayer, muertos y despojos.
Juan Manuel Roca
el mundo cambia si dos, vertiginosos y enlazados, caen sobre la yerba: el cielo baja, los árboles ascienden, el espacio sólo es luz y silencio, sólo espacio abierto para el águila del ojo, pasa la blanca tribu de las nubes, rompe amarras el cuerpo, zarpa el alma, perdemos nuestros nombres y flotamos a la deriva entre el azul y el verde, tiempo total donde no pasa nada sino su propio transcurrir dichoso (...) —¿la vida, cuándo fue de veras nuestra?, ¿cuándo somos de veras lo que somos?, bien mirado no somos, nunca somos a solas sino vértigo y vacío, muecas en el espejo, horror y vómito, nunca la vida es nuestra, es de los otros, la vida no es de nadie, todos somos la vida —pan de sol para los otros, los otros todos que nosotros somos—, soy otro cuando soy, los actos míos son más míos si son también de todos, para que pueda ser he de ser otro, salir de mí, buscarme entre los otros, los otros que no son si yo no existo, los otros que me dan plena existencia, no soy, no hay yo, siempre somos nosotros, la vida es otra, siempre allá, más lejos, fuera de ti, de mí, siempre horizonte, vida que nos desvive y enajena, que nos inventa un rostro y lo desgasta, hambre de ser, oh muerte, pan de todos.
Octavio Paz
Lo que se ha llamado 'inestabilidad mental' no es una accidente, sino nuestro modo de ser fisiológico. Para quien estudia el cuerpo humano, parece un milagro de cada instante la persistencia de la salud: ¿qué diremos de nuestro aparato cerebral, que cada veinticuatro horas penetra en el cono de sombra de su razón eclipsada? ¿No es prodigioso que cada mañana, con la buena y santa luz del sol, emerja también la inteligencia intacta de sus tinieblas y fantasmas nocturnos?
Paul Groussac (Entre sueños)
—Me has atrapado, Cassita —susurró—. Y nunca había tenido menos ganas de escapar. 44         La madrugada vertía la luz del sol a través del balcón del dormitorio, derramándola sobre el rostro de Raven.
Sylvain Reynard (Noches en Florencia, 2. La alondra)
Lo que se ha llamado no es una accidente, sino nuestro modo de ser fisiológico. Para quien estudia el cuerpo humano, parece un milagro de cada instante la persistencia de la salud: ¿qué diremos de nuestro aparato cerebral, que cada veinticuatro horas penetra en el cono de sombra de su razón eclipsada? ¿No es prodigioso que cada mañana, con la buena y santa luz del sol, emerja también la inteligencia intacta de sus tinieblas y fantasmas nocturnos?
Paul Groussac (Entre sueños)
eternamente cambiante y "falsa" (desde la cueva, donde solo percibimos sombras, a la luz del día, donde podemos dirigir una mirada al sol)».[63] Según Žižek, Maitland mira directamente
Byung-Chul Han (La agonía del Eros (Pensamiento Herder))