Los Dos Carnales Quotes

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Cuando la intimidad carnal se viste con la dignidad de una indumentaria como la que llevaban los dos esa tarde, engendra una tensión contenida tal que parece que los cuerpos, aguantando el aliento, estuvieran llamándose el uno al otro. Es lo que se llama la 'filosofía del atuendo'.
Yukio Mishima
Si algún lector piensa que soy innecesariamente escrupuloso en este punto, le recomiendo que tome nota de un libro singular por Samuel Rutherford (autor de las bien conocidas cartas), llamado “The Spiritual Antichrist” (El anticristo espiritual). Verán allí que, dos siglos atrás, aparecieron las herejías alocadas de una enseñanza extravagante, precisamente acerca de esta doctrina de que “Cristo mora” en los creyentes. Encontrarán que Saltmarsh, Dell, Towne y otros maestros falsos contra quienes contendió el acertado Samuel Rutherford. Aquellos tenían extrañas nociones acerca de “Cristo en nosotros” y luego procedieron a edificar sobre la doctrina antinomiana, sobre un fanatismo de la peor clase y con tendencias de las más viles. Así, ellos mantenían que la vida separada y personal del creyente había desaparecido completamente, ¡que Cristo viviendo en él era quien se arrepentía, creía y actuaba! La raíz de este tremendo error era una interpretación forzada y nada bíblica de textos como “ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2:20) y el resultado natural de esto fue que muchos infelices seguidores de este pensamiento llegaron a la cómoda conclusión de que los creyentes no eran responsables de sus acciones, ¡hicieran lo que hicieran! Según esta interpretación, ¡los creyentes estaban muertos y sepultados y sólo Cristo vivía en ellos y se hacía cargo de todo! ¡La consecuencia definitiva fue que algunos creían que podían quedarse tranquilos con una seguridad carnal, que ya no tenían ninguna responsabilidad personal y podían cometer cualquier clase de pecado sin ningún temor! No olvidemos nunca que la verdad distorsionada y exagerada, puede convertirse en el origen de las herejías más peligrosas. Cuando hablamos de que “Cristo está en nosotros”, tengamos el cuidado de explicar lo que queremos decir. Me temo que hay quienes descuidan esto en la actualidad. 6.
J.C. Ryle (Santidad (Spanish Edition))
El profesor Henri Guillemin ha descifrado, en un libro muy divertido, Hugo et la sexualité, aquellos cuadernos secretos que llevó Victor Hugo en Jersey y Guernsey, en los años de su exilio. Unos años que, por razones que son obvias, algunos comentaristas han bautizado «los años de las sirvientas». El gran vate, pese a haberse llevado consigo a las islas del Canal a su esposa Adéle y a su amante Juliette, y de haber entablado esporádicas relaciones íntimas con damas locales o de paso, mantuvo un constante y múltiple comercio carnal con las muchachas del servicio. Era un comercio en todos los sentidos de la palabra, empezando por su aspecto mercantil. Él pagaba las prestaciones de acuerdo a un esquema bastante estricto. Si la muchacha se dejaba sólo mirar los pechos recibía unos pocos centavos. Si se desnudaba del todo, pero el poeta no podía tocarla, cincuenta centavos. Si podía acariciarla sin llegar a mayores, un franco. Cuando llegaba a aquéllos, en cambio, la retribución podía llegar a franco y medio y en alguna tarde de prodigalidad enloquecida ¡hasta a dos francos! Casi todas estas indicaciones de los carnets secretos de Victor Hugo están escritas en español para borrar las pistas.
Mario Vargas Llosa (Un bárbaro en París: Textos sobre la cultura francesa (Spanish Edition))
Hay dos maneras de desenfocar la sexualidad. La primera consiste en reducirla a impulsos biológicos o psíquicos: desear a una mujer, desear un desahogo autoerótico, recrearse imaginativamente en sueños de contenido carnal. La segunda consiste en estimar y valorar en el amor genital el aspecto amoroso y subestimar la satisfacción y el goce propios de este amor genital. Quien olvida esto último, debe recordar el aviso de Pascal: «Si cometemos el error de pensar que somos ángeles, nos convertiremos en bestias». En las consideraciones precedentes nos hemos ocupado preferentemente de los aspectos desiderativos de la sexualidad. Es preciso corregir la impresión reductiva que hayan podido inducir aquellas consideraciones. Amor y deseo están entreverados
Juan María Uriarte (El celibato. Apuntes antropológicos, espirituales y pedagógicos)
«Dios comprende que yo soy hombre y que tengo pasiones naturales. La masturbación es lo que Dios ha dispuesto para mí hasta que me case». Algunos de los sicólogos cristianos más renombrados han dicho que la masturbación es una función normal que, a menos que se continúe en el matrimonio, por lo general es inofensiva.* En particular creo que se afirma esto con el fin de aliviar un poco la culpabilidad y la condena con que se asocia. No obstante, no se puede disculpar algo solo porque provoca que la gente se sienta culpable. ¡Puede ser normal que el hombre caído se masturbe, pero eso no lo hace aceptable ante los ojos de un Dios santo! Estas pasiones naturales se llaman «lujurias de la carne». Tal como lo descubriremos más adelante en este libro, el Señor nos ha dado respuestas con generosidad para ayudarnos a vencer estos deseos carnales. Dios no perdona ni nunca perdonará la complacencia carnal y egoísta de la masturbación. Dios creó la sexualidad para que dos personas casadas se expresen amor y disfruten de la satisfacción mutua. El sexo fuera de este contexto se convierte en algo mezquino y sucio. Por ejemplo, ¿en qué piensa una persona cuando se masturba? La masturbación gira en torno a la lujuria y la fantasía, ninguna de las cuales aprueba Dios. Además, es la masturbación la que abre la puerta para favorecer la esclavitud. Intentar justificarla espiritualmente es engañarse a uno mismo.
Zondervan