Gracias Amiga Quotes

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Creyeron que los militares iban a «limpiar» el país. «Se terminó la delincuencia, no hay muros pintarrajeados con graffiti, todo está limpio y gracias al toque de queda los maridos llegan temprano a la casa», me dijo una amiga.
Isabel Allende (Mi país inventado)
No hay mayor decepción en la vida que darnos cuenta de que fuimos incapaces de enterarnos de un grande e leal amigo que siempre estuvo allí a nuestro lado, a nuestro lado toda una vida. Un amigo siempre presente e sin siquiera darle algún valor o atención. Eso se debe a que los verdaderos amigos no necesitan de brillar para que sean vistos. Nosotros si que tenemos que tener esa percepción para poder descubrir-los. Gracias querida amiga soledad por no haberme decepcionado nunca! Autor: Sergio Correia. Warrington, 20.08.2012
Sergio Figueira Correia
Con frecuencia se me ocurrió pensar en la razón de que sean tan perjudiciales las relaciones demasiado frecuentes entre muchachas; y me parece que esa razón está en que tales relaciones llegan a destruir la ilusión, sin que la expliquen. El más hondo destino de la mujer es ser compañera del hombre: en cambio, si se acostumbra a estar demasiado tiempo con personas del mismo sexo, se convierte en dama de compañía. Si tuviese que imaginarme a la doncella ideal, la colocaría siempre sola en el mundo: ante todo, no debería tener amigas. Es cierto que las Gracias fueron tres, pero jamás se las pinta hablando entre sí; constituyen una trinidad silenciosa, una hermosa unidad femenina.
Søren Kierkegaard (The Seducer's Diary)
Hace muchos años, durante una época en la que mi corazón era poco más que cenizas, escuché un mensaje del pastor Matt Chandler, en el cual planteó esta pregunta: «¿Qué despierta y realza su amor por Jesús?»[2]. Nunca había pensado que mi andar con Dios o mis sentimientos hacia él necesitaran ser «despertados» o «realzados». En la vida, siempre hice de tripas corazón, pero no estaba haciendo activamente todo lo posible por mantener encendido mi amor por Jesús. Durante las semanas que siguieron, mientras meditaba en estas preguntas y escribía mis respuestas, me sorprendió ver los temas que afloraron. La brisa suave, un atardecer de acuarelas, las carcajadas de mi bebé, una canción de adoración mientras lavaba los platos; todas eran cosas que me recordaban la gracia de Dios en mi vida cotidiana. Estar despierta antes del amanecer con una taza de café recién hecho en la mano, hacer una pausa en medio del día para reflexionar en las Escrituras, disfrutar de una conversación profunda con una amiga, adorar en la iglesia, leer un buen libro; todo esto me conducía al gozo de conocer a Dios y de que él me conozca y me ame.
Gretchen Saffles (La mujer cultivada en Su Palabra: Arraigada en verdad, creciendo en gracia, floreciendo en fe (Spanish Edition))
¡No, no, no más, hombre, por Dios! ¿Por qué hacerme usted escribir faltando a mi resolución? Vamos, ¿qué adelanta usted sino hacerme pasar por el dolor de decir a usted mil veces no? Señor, usted es excelente, es inimitable; jamás diré otra cosa sino lo que es usted. Pero, mi amigo, dejar a usted por el general Bolívar es algo; dejar a otro marido sin las cualidades de usted sería nada. ¿Y usted cree que yo, después de ser la predilecta de este general por siete años y con la seguridad de poseer su corazón, prefiera ser la mujer del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, o de la Santísima Trinidad? Si algo siento, es que no haya sido usted mejor para haberlo dejado. Yo sé muy bien que nada puede unirme a él bajo los auspicios de lo que usted llama honor. ¿Me cree usted más honrada por ser él mi amante y no mi esposo? ¡Ah! Yo no vivo de las preocupaciones sociales, inventadas para atormentarse mutuamente. Déjeme usted, mi querido inglés. Hagamos otra cosa: en el cielo nos volveremos a casar, pero no en la tierra. ¿Cree usted malo este convenio? Entonces diría yo a usted que era muy descontento. En la patria celestial pasaremos una vida angelical y toda espiritual (pues, como hombre, usted es pesado); allá todo será a la inglesa, porque la vida monótona está reservada a su nación (en amores digo; pues en lo demás, ¿quiénes más hábiles para el comercio y la marina?). El amor les acomoda sin placeres; la conversación, sin gracia, y el caminar, despacio; el saludar, con reverencia; el levantarse y sentarse, con cuidado; la chanza, sin risa; éstas son formalidades divinas; pero yo, miserable mortal que me río de mí misma, de usted y de otras seriedades inglesas, etc., ¡qué mal me iría en el cielo! Tan malo como si fuera a vivir en Inglaterra o Constantinopla, pues los ingleses me deben el concepto de tiranos con las mujeres, aunque no lo fuese usted conmigo, pero sí más celoso que un portugués. Eso no lo quiero yo. ¿No tengo buen gusto? Basta de chanzas. Formalmente y sin reírme, con toda la seriedad, verdad y pureza de una inglesa digo "que no me juntaré más con usted". Usted anglicano y yo atea, es el más fuerte impedimento religioso; el que estoy amando a otro es mayor y más fuerte. ¿No ve usted con qué formalidad pienso? Su invariable amiga, Manuela.
Alfonso Rumazo González (Simón Bolívar (Spanish Edition))
Pasados estos días, Cnemo, Brásidas y los otros jefes peloponesios581, queriendo provocar la batalla enseguida, antes de que pudiera llegar alguna ayuda de Atenas, convocaron primero a los soldados, y al ver que muchos de ellos, debido a la derrota anterior, estaban asustados y faltos de ánimo, les dieron alientos y les hablaron de este modo: Arenga de los jefes peloponesios «La pasada batalla naval, peloponesios, [87] si es que a causa de ella alguno de vosotros tiene miedo a la que va a venir, no ofrece ningún motivo fundado que justifique el temor. Porque, como sabéis, estuvo falta de preparativos, [2] y nos habíamos hecho a la mar no tanto para una batalla naval como para una expedición por tierra582; y ocurrió, además, que muchas circunstancias dependientes de la suerte nos fueron contrarias, y en cierto modo la inexperiencia también contribuyó al fracaso, dado que era la primera [3] batalla naval que librábamos. De modo que no fue por nuestra cobardía que sobrevino la derrota, y no es justo que un espíritu que no ha sido vencido por la fuerza, sino que mantiene dentro de sí una capacidad de respuesta, se deje debilitar por lo que ha sido resultado del azar; hay que pensar que los hombres pueden sufrir fracasos por obra de la suerte, pero que en su espíritu estos mismos hombres pueden mantenerse siempre valerosos como es debido, y que, si el valor existe, no puede haber razón para mostrarse cobardes en ningún caso alegando inexperiencia. [4] Además, en vuestro caso, la inferioridad en que os deja la inexperiencia no pesa tanto como la superioridad que alcanzáis gracias a vuestra audacia; en el caso del enemigo, en cambio, la ciencia, causa principal de vuestro temor, si va acompañada del valor, también tendrá memoria en medio del peligro para poner en práctica lo que aprendió, pero sin coraje ninguna técnica vale frente a los peligros, porque el miedo turba la memoria y la técnica sin [5] bravura no sirve de nada. Colocad, pues, la superioridad de vuestra audacia frente a la de su experiencia, y frente al temor debido a vuestra derrota, el hecho de que entonces [6] no estabais preparados583. Juegan a nuestro favor el mayor número de naves y la circunstancia de que la batalla tenga lugar junto a una tierra amiga y en presencia de nuestros hoplitas; y por lo general la victoria es de los [7] que son más numerosos y están mejor preparados. De modo que no encontramos ni un solo motivo para pensar razonablemente en el fracaso; y los errores que antes cometimos, ahora estos mismos errores actúan a nuestro favor y nos servirán de lección. Ánimo, pues, y que cada [8] uno, piloto o marinero, cumpla con su deber, sin abandonar el puesto que le haya sido asignado. Por nuestra [9] parte, nosotros no prepararemos el ataque peor que los comandantes de antes584, y no daremos a nadie pretexto para mostrarse cobarde585; pero, si alguno se empeña en serlo, será castigado con la pena merecida, en tanto que los valientes serán honrados con las recompensas al valor que convengan.»
Tucidides (Historia de la guerra del Peloponeso: Libros I-II)