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Hasta el frío y la época de lluvias habían cambiado en Agua Grande a finales del siglo XX. El frondoso pulmón vegetal que adorna el valle que es la capital, dominado por palmeras y ceibas, respiraba desconcertado intentando seguir el paso a los desarreglos que desdibujaron en el calendario el lugar del frío decembrino y las lluvias de mayo a septiembre. La anarquía se instaló en el ambiente, como presagiando la turbulencia que indefectiblemente habría de tocar a todos sus habitantes.
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