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Lo que se siente al enfrentar una fuerte tormenta en un barco a vela en medio del mar, es muy difícil de describir y explicar a quien no haya pasado por esa experiencia. Un paralelismo que se puede trazar para ilustrar esa vivencia, es la sensación que se tiene cuando en un viaje en avión se encuentran turbulencias y el avión se sacude y cae en pozos de aire por algunos segundos; en algunas ocasiones la turbulencia dura hasta algunos minutos. Durante ese lapso todo tiembla, trepida, se sacude y los latidos de nuestro corazón se aceleran, la incertidumbre nos invade y el nerviosismo se apodera de todos. Nos preocupamos instintivamente, aunque sabemos que nada va a pasar y esperamos que termine el mal momento lo más rápidamente posible, cosa que siempre sucede al cabo de algunos pocos minutos. La emoción, así como también las dudas, los miedos, las angustias, el nerviosismo y las preocupaciones que nos genera una tormenta fuerte en el mar son similares, pero de mucha mayor intensidad porque la duración es considerable: algunas horas y a veces hasta días. Además, en un velero uno no se encuentra de pasajero, pasiva y cómodamente sentado en un sillón de la cabina, con cinturón de seguridad abrochado. En un velero se está a la intemperie, luchando contra los elementos, tratando de evitar averías y accidentes, luchando por sobrevivir, preocupado por cuidar a los compañeros e intentando llevar al barco en un rumbo determinado. Por lo general, también se está mojado hasta los huesos, asustado y maldiciendo la decisión de haberse embarcado, mientras se hacen esfuerzos para no demostrar nerviosismo, tratando de infundir confianza y tranquilidad en los compañeros. Aterrado e invadido por la incertidumbre de no saber hasta cuándo durará la tormenta, que es a la vez un peligroso suplicio y un tremendo y emocionante desafío. Sin saber si lo peor está aún por llegar o si ya pasó; qué se romperá, si el barco resistirá o se hundirá, qué ocurrirá… No hay adonde ir y resulta imperativo aguantar todo cuanto la naturaleza nos envía, sin saber por cuánto tiempo más tendremos o podremos hacerlo. Mientras, pasan muy lentamente los segundos, que se convierten en interminables minutos, para luego poco a poco convertirse en horas, y horas larguísimas que pueden ser muchas y que parecen siglos. A partir del momento
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Alec Hughes (A Toda Vela. 25,000 millas persiguiendo un sueño. (Spanish Edition))