Cuero Quotes

We've searched our database for all the quotes and captions related to Cuero. Here they are! All 78 of them:

Se inclinó hacia mí, envuelto en bronce, oliendo a sudor, cuero y metal. Cerré los ojos al sentir sobre mis labios los suyos, la única parte aún suave de Aquiles. Después de marcho.
Madeline Miller (The Song of Achilles)
Los dos machos eran altos, las alas plegadas sobre cuerpos poderosos, musculosos, cubierto de cuero oscuro, armaduras que me recordaron las escamas de algunas bestias con formas de serpientes. Los dos llevaban espadas largas idénticas, con hojas simples y muy bellas tal vez no debería haberme por la ropa elegante después de todo. El que era tan solo un poco más grande, la cara en sombras, soltó una risita y dijo: —Vamos, Feyre, no mordemos. A menos que nos pidas que lo hagamos, claro. –Capítulo 16, pág. 16
Sarah J. Maas (A Court of Mist and Fury (A Court of Thorns and Roses, #2))
-Si te llevas un libro a un viaje –le había dicho Mo cuando introdujo el primero en la caja- sucede algo muy extraño: el libro empezará a atesorar tus recuerdos. Más tarde, bastará con abrirlo para trasladarte al lugar donde lo leíste por vez primera. Y con las primeras palabras recordarás todo: las imágenes, los olores, el helado que te comiste mientras leías… Créeme, los libros son como esas tiras de papel matamoscas. A nada se pegan tan bien los recuerdos como a las páginas impresas. Seguramente tenía razón. Pero Meggie se llevaba en cada viaje sus libros también por otro motivo. Eran su hogar cuando estaba fuera de casa: voces familiares, amigos que nunca se peleaban con ella, amigos inteligentes, poderosos, audaces, experimentados, grandes viajeros curtidos en mil aventuras. Sus libros la alegraban cuando estaba triste y disipaban su aburrimiento mientras su padre cortaba el cuero y las telas y encuadernaba de nuevo viejas páginas que se habían tornado quebradizas por los incontables años y dedos que habían pasado por sus hojas. Algunos libros la acompañaban siempre; otros se quedaban en casa porque no se adecuaban a la finalidad del viaje o porque tenían que dejar sitio para una nueva historia aún desconocida.
Cornelia Funke (Inkheart (Inkworld, #1))
A un lado estaban los jugadores, sentados en butacas de cuero; al otro lado, gente de pie, hombres o mujeres según los gustos, desnudos y atados. Sandre y Berzingue llevaban ya sus cerbatanas de sangrita con sus iniciales grabadas, y Lazuli cogió dos de una bandeja, una para Wolf y otra para él, y una caja de agujas. Sandre se sentó, se llevó la cerbatana a la boca y sopló. Al otro extremo, frente a él, había una niña de quince o dieciséis años. La aguja se clavó en la carne de su pecho izquierdo, y se formó una gran gota de sangre que fue descendiendo a lo largo del cuerpo.
Boris Vian (L'herbe rouge - roman / Les lurettes fourrées - nouvelles)
See, a cuero is any skin. A cuero is just a covering. A cuero is a loose thing. Tied down by no one. Fluttering and waving in the wind. Flying. Flying. Gone.
Elizabeth Acevedo (The Poet X)
Un hombre alto que lleva un extraño sombrero de copa y unas botas altas de cuero.
Haruki Murakami (Kafka en la orilla)
Mi cuero cabelludo pica, como agujas de adrenalina por todo mi cuerpo.
E.L. James
por si las moscas salgo a la calle con pantalones nuevos, chamarra de cuero, cien gramos de The Dry Look y mi playera favorita. California is for Lovers. ¿Qué tal que me la encuentro?
Xavier Velasco (La edad de la punzada)
El toque más erótico que un hombre pueda experimentar es el de una mujer clavándole las uñas en el cuero cabelludo y dar un pequeño tirón. —Gabe H, Wes M, y todos los hombres… de cualquier lugar. •capítulo 19
Rachel Van Dyken (Toxic (Ruin, #2))
Las rígidas tiras de cuero se hundieron en la suave piel cuyos contornos yo había seguido con el dedo aquella misma noche. Las manos me temblaron, ávidas de deshacer las tensas correas y liberarle, pero no lo hice.
Madeline Miller (The Song of Achilles)
Se le acabo la mitad de la vida en el dormitorio frente a los escombros del único hombre que había amado, y que permaneció en el letargo durante casi treinta anos, tendido en la cama de sus amores juveniles sobre un colchón de cuero de chivo.
Gabriel García Márquez (Strange Pilgrims: Twelve Stories)
Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte. Hay hombres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas. Aquéllos gozan de un mirar sereno y al aroma de su felicidad sonríen con la cara del inocente; estos otros sufren del sol violento de la llanura y arrugan el ceño como las alimañas por defenderse. Hay mucha diferencia entre adornarse las carnes con arrebol y colonia, y hacerlo con tatuajes que después nadie puede borrar ya.
Camilo José Cela (The Family of Pascual Duarte)
Nada, decididamente, cuando contemplaba aquellos magníficos volúmenes, nada podía compararse con tanta belleza. Más aún cuando pensaba que cada una de aquellas portadas de cuero envolvía la personalidad de una obra. Una personalidad eterna, inmutable, fiel, lo cual era imposible de decir de los hombres
Mary Elizabeth Counselman
El año pasado, en noviembre, un libro me salvó la vida. Sé que suena inverosímil. Algunos considerarán exagerado, o incluso melodramático, que diga algo así. Pero eso fue justo lo que ocurrió. No es que alguien me disparara al corazón y la bala se quedara milagrosamente incrustada en las páginas de una gruesa edición en cuero de los poemas de Baudelaire, como sucede en las películas. Tampoco tengo una vida tan excitante.
Nicolas Barreau (The Ingredients of Love)
Pero no lograba conciliar el sueño y estaba seguro de que no uno, sino dos pensamientos tormentosos me vigilaban, como si fuesen una pareja de espectros que toman forma al salir de la niebla de la ilusión: deseo y vergüenza, el anhelo por poder abrir mi ventana de par en par y sin pensarlo entrar en su habitación en cueros, y, por otra parte, mi constante incapacidad para arriesgar lo más mínimo y lograr conseguir todo esto.
André Aciman (Llámame por tu nombre)
¡Un mundo sin gente estúpida sería un caos! –era la voz del que llevaba ropa de cuero con cadenas–. ¡En vez de desempleados como tenemos hoy, habría empleos de sobra y nadie para trabajar! –¡Basta! –Mi voz sonó autoritaria, decisiva–. ¡Que nadie diga nada más! Y para mi sorpresa, se hizo el silencio. Mi corazón hervía por dentro, pero seguí hablando con los policías como si fuese la persona más tranquila del mundo. –Si fueran peligrosos, no estarían provocando. El policía se volvió hacia el cajero: –Si nos necesita, estaremos cerca. Y antes de salir, comentó con el otro, de modo que su voz se oyese en toda la tienda: –Me encanta la gente estúpida: sin ella, a esta hora podríamos vernos obligados a enfrentarnos a unos atracadores. –Tienes razón –respondió el otro policía–. La gente estúpida nos distrae, y no es arriesgado. Con la formalidad habitual, se despidieron de mí.
Paulo Coelho (The Zahir)
—¿Es agradable? —pregunta en voz baja, extendiendo un dedo tímido y tocando mi perforación del labio. Gimo, desafiándola. —Dímelo tú. Me mira a los ojos como si estuviera asustada, pero luego vuelve a centrarse en el piercing. Abre la boca ligeramente, saca la lengua y toca el aro. Gimo de nuevo, incapaz de evitar que mis ojos se cierren. El calor húmedo se filtra por mi cara, baja por mi cuello y alcanza mi estómago, haciendo que mis dedos se claven en los asientos de cuero.
Penelope Douglas (Punk 57)
NO VAYAS ESPERANDO QUE TODO SALGA A LA PERFECCION Que el pepino es acido, hechalo a la basura! Hay espinas sobre el camino, entonces mantente lejos! Ya es suficiente. ¿Porque reflexionar la existencia de la molestia? Esa manera de pensar te hará motivo de burla del verdadedo estudiante de la Naturaleza, asi como un carpintero o un zapatero se hechara a reir si apuntas hacia el aserrin y los pedazitos de cuero sobre sus talleres. Aunque aquellos artezanos tienen basureros para los desechos., la Naturaleza no tiene necesidad de ellos
Marcus Aurelius (Meditations)
Para alguien que no se haya fijado nunca en que existen botas con la punta redonda y otras realmente puntiagudas, y que además hay botas de cuero bueno y otras que parecen de plástico, y que sobre todo existen botas de serpiente pitón que son la cosa más bonita del mundo y que nada más verlas se le van a uno los ojos, sin remedio, y se marea y se siente que no se puede ser feliz ni nada parecido, ni siquiera estar contento, si no va uno por el mundo dentro de esas botas, para el que no sepa nada de esto, lo que sigue y lo de antes y toda esta maldita historia le parecerá una cosa de locos.
Ray Loriga
El hombre alado de cabello oscuro que entró detrás de ella... Bryce ahogó un grito. —¿Ruhn? El hombre parpadeó. Sus ojos eran del mismo tono azul violeta que los de Ruhn. Su cabello corto era del mismo negro brillante. La piel de este hombre era un poco más morena, pero la cara, la postura... Eran las de su hermano. También tenía las orejas puntiagudas, aunque él tenía esas alas de cuero como las de los otros dos hombres. La mujer a su lado le preguntó a la mujer pequeña algo en su lenguaje. Pero el hombre se quedó viendo a Bryce. La sangre que tenía encima, la Espadastral y la daga, que seguían brillando con sus luces opuestas Él levantó la mirada hacia la de ella con estrellas en los ojos. Estrellas de verdad.
Sarah J. Maas (House of Sky and Breath (Crescent City, #2))
—Rojo… Fuego… Sus miradas chocaron de nuevo mientras sus resuellos se entrelazaron. Con lentitud, ella se deshizo de los guantes, atrapó la cremallera de su chaqueta de cuero consiguiendo que el ruido metálico, al bajar poco a poco, resonara entre las cuatro paredes de espejo. Sus ojos verdes descendieron hasta la férrea boca para a continuación posarse sobre la mirada eléctrica. Una de las manos del hombre se colocó en la nuca de ella y la otra, con suavidad, se asentó sobre la cadera dejando que sus experimentados dedos acariciaran la nívea piel, visible entre la camiseta y la cinturilla del vaquero. Las uñas moradas tiraron de la corbata negra, acercando más a su dueño, consiguiendo que sus cuerpos se amoldaran. Su osada cadera se arqueó levemente atrayendo el miembro ya erecto que se acomodó sin ningún problema a la curva sinuosa. Él tiró de la roja cabellera y levantó su rostro. —Fuego… —susurró mientras su boca se posaba hambrienta sobre la de su pareja.
Aileen Diolch (Fuego Rojo)
Vivimos en una sociedad sombría. Lograr el éxito, ésta es la enseñanza que, gota a gota, cae de la corrupción a plomo sobre nosotros. Digamos, sin embargo, que eso que se llama éxito es algo bastante feo. Su falso parecido con el mérito engaña a los hombres. Para la muchedumbre, el triunfo tiene casi el mismo aspecto que la supremacía. El éxito, este artificio del talento, tiene una víctima a quien engañar: la historia. Juvenal y Tácito son los únicos que protestan. En nuestros días, ha entrado como sirviente en casa del éxito una filosofía casi oficial, que lleva la librea de su amo y le rinde homenaje en la antecámara. Hay que tener éxito: ésa es la teoría. La prosperidad supone capacidad. Ganen la lotería y ya serán capaces. El que triunfa es objeto de veneración. Todo consiste en nacer de pie. Tengan suerte, lo demás ya llegará; sean felices, y los considerarán grandes. Fuera de cinco o seis excepciones importantes, que constituyen la luz de un siglo, la admiración contemporánea no es más que miopía. Lo dorado es considerado oro. No importa ser un cualquiera, si se llega el primero. El vulgo es un viejo Narciso que se adora a sí mismo y que celebra todo lo vulgar. Esa facultad enorme, por la cual el hombre se convierte en Moisés, Esquilo, Dante, Migue Ángel o Napoleón, la multitud la concede por unanimidad y por aclamación a quien logra su objetivo, sea quien fuere. Que un notario se transforme en diputado; que un falso Corneille haga el Tiridate; que un eunuco llegue a poseer un harén; que un militar adocenado gane por casualidad la batalla decisiva de una época; que un boticario invente las suelas de cartón para el ejército del Sambre-et-Meuse y obtenga, con aquel cartón vendido como cuero, una renta de cuatrocientos mil francos; que un buhonero contraiga matrimonio con la usura, y tenga de ella por hijos siete y ocho millones, de los cuales él es el padre y ella, la madre; que un predicador llegue a obispo por la gracia de ser gangoso; que un intendente de buena casa, al dejar el servicio, sea tan rico que lo nombren ministro de Hacienda; no importa: los hombres llaman a eso Genio, tal como Belleza a la figura de Mousqueton, y Majestad al talante de Claudio, confundiendo así con las constelaciones del abismo las huellas estrelladas que dejan en el lodo blando las patas de los gansos.
Victor Hugo (Les Misérables)
[...] las cosas por las que se nos conoce son simples chiquilladas. Por debajo, todo está oscuro, todo se extiende, todo es insondablemente profundo; pero de cuando en cuando salimos a la superficie y por eso se nos conoce. A la señora Ramsay su horizonte le parecía no tener límites. Estaban todos los lugares que no había visto; las llanuras de la India; también se veía apartando la gruesa cortina de cuero de una iglesia romana. El núcleo de oscuridad podía ir a cualquier sitio, porque nadie lo veía. Nadie podía detenerlo, pensó, exultante. Allí estaba la libertad, allí estaba la paz, allí estaba —bien más precioso que ningún otro— la posibilidad de recogerse, de descansar sobre una plataforma de estabilidad. De acuerdo con su experiencia, nunca se encontraba descanso en tanto que uno mismo (aquí realizó una maniobra muy hábil con las agujas), pero sí como cuña de oscuridad. Al perder la personalidad se perdía la preocupación, la prisa, la agitación; y siempre le subía hasta los labios alguna exclamación para expresar su triunfo sobre la vida cuando las cosas confluían en aquella paz, aquel descanso, aquella eternidad; y, haciendo una pausa, volvió la vista para encontrarse con el destello del faro, el destello largo, el último de los tres, que era su destello; porque, siempre, al contemplar las cosas con aquel estado de ánimo a aquella hora del día, resultaba inevitable sentirse especialmente atraída por una de ellas; y aquella cosa, aquel destello largo, era su destello.
Virginia Woolf (To the Lighthouse)
—¡Arriba, princesita! El grito la sobresaltó, incorporándose de golpe, desorientada. Miró a su alrededor. La luz había vuelto, y Hewan estaba de pie en mitad de la estancia. Tenía una cadena más delgada en una mano, y una bolsa negra en la otra. Se había cambiado la falda de cuero de la noche anterior por otra de lana gruesa, tejida a cuadros verdes con líneas negras —¿No puedes ser más delicado a la hora de despertarme? —se quejó Rura con irritación. —¿La princesita se ha asustado? —Se llevó la mano al pecho, simulando estupor—. Lo lamento mucho, alteza imperialísima. ¿Vais a ordenar azotarme? Rura se levantó. Se sentía sucia y horrenda, con el pelo enredado y el quimono lleno de arrugas. Y olía a sudor. Hacía años que sus axilas no olían. —No me llames así —gruñó. —¿Princesita? ¿No te gusta? —Me importa un comino si me llamas princesita. No te dirijas a mí como Alteza Imperial. No tengo el derecho a usar el título. Rura intentó evitarlo, pero la amargura fue evidente en su voz. Hewan soltó una carcajada y puso los brazos en jarras. La cadena y la bolsa negra colgaban de sus manos. —Vaya, vaya, vaya… Así que no eres hija legítima —se burló—. Lástima. Pensaba utilizarte como moneda de cambio, pero ya veo que no me servirás ni para eso. Probablemente, cuando la noticia de tu captura llegue a oídos de tu padre, el gran príncipe heredero, se sentirá aliviado. ¿No es así? —¡Mi padre me quiere! —gritó furiosa—. ¿Me oyes, bestia inmunda? ¡Mi padre me quiere, y cuando venga a por mí, traerá con él todo el ejército imperial! ¡Destrozará estas montañas hasta encontrarme! Y tú y tu pueblo lo pagaréis con la exterminación. Se sintió como una niña malcriada gritando toda esa sarta de mentiras, pero en aquel momento no podía afrontar la verdad que había en las palabras de aquel extraño. La sonrisa de Hewan murió y su rostro se transformó en una máscara colérica. —Claro que te quiere, princesita —siseó. Tenía el cuello en tensión, y los tendones se marcaban, abultados bajo la piel—. Por eso permitió que tu esposo el gobernador te repudiara y te exiliara. Rura no contestó. ¿Qué iba a decir? ¿Confesar ante este extraño que se lo merecía por lo que había hecho? ¿Que tenía suerte de estar viva? Había conspirado para matar a Kayen. El hecho que fuese por orden de su padre, no la convertía en inocente. Además, estaba segura que su exilio tenía mucho más que ver con la paliza que le dio a la esclava, que con el intento de asesinato. —¿No dices nada? Rura se escondió de nuevo tras su máscara de princesa. Levantó la barbilla con orgullo y se negó a hablar. Hewan se acercó a ella, y Rura luchó con el impulso de huir de él. Le puso la bolsa delante de la cara. —Hueles que apestas —le dijo. Rura enrojeció de rabia y de vergüenza—. Te voy a llevar a los baños para que te puedas lavar, pero para eso tengo que taparte la cabeza. —No quiero ir. Puedo lavarme aquí si alguien me trae agua y jabón. —Nadie te ha pedido tu opinión, princesita. —Le pasó la bolsa por la cabeza y se la anudó en el cuello, por encima del collar metálico—. No te preocupes, no dejaré que te caigas… creo. Desenganchó la cadena que la mantenía sujeta a la pared, y aseguró la nueva cadena que llevaba en la mano, más delgada y corta. —¿Tienes que llevarme como si fuera un perro? —preguntó indignada— . No voy a echar a correr. —Por supuesto que no correrás —contestó Hewan, guasón—. Esta cadena no es para impedir que huyas; es para humillarte. —Eres un animal. —Puede ser, pero no soy yo el que lleva collar y cadena, princesita. Y que no se te ocurra intentar quitarte la bolsa de la cabeza: si lo haces, tendré que arrancarte esos bonitos ojos que tienes.
Alaine Scott (La princesa sometida (Cuentos eróticos de Kargul #3))
Cuanto más tacaño fuera, hoy en día, en espíritu y saber, un tal mercader de cueros, cuanto más clara su propia intuición le hiciera ver su triste figura, tanto más alabará un sistema que no le exige la fuerza y el genio de un gigante, sino que se contenta con la astucia de un alcaide y llega incluso a ver con mejores ojos esa especie de sabiduría que la de Pericles. Además de eso, un paleto así no precisa atormentarse con la responsabilidad de su acción. Él está fundamentalmente exento de esa preocupación, porque, cualquiera que fuere el resultado de sus locuras como estadista, sabe muy bien que, desde hace mucho tiempo, su fin está escrito: un día tendrá que ceder el lugar a otro espíritu tan pequeño como el suyo propio. Una de las características de tal decadencia es el hecho de aumentar la cantidad de "grandes estadistas" en la proporción en la que se contrae la escala del valor individual. El valor personal tendrá que volverse menor a medida que crece su dependencia de las mayorías parlamentarias, pues tanto los grandes espíritus rehusarán ser esbirros de ignorantes y parlanchines, como inversamente los representantes de la mayoría, esto es, de la estupidez, odiarán a las cabezas que destaquen. Siempre consuela a una asamblea de papanatas, consejeros municipales, saber que tienen a su cabeza un jefe cuya sabiduría corresponde al nivel de los presentes. Cada cual tendrá el placer de hacer brillar, de cuando en cuando, una chispa de su ingenio, y, sobre todo, si Pedro puede hoy ser jefe, ¿por qué no lo puede ser Pablo mañana? Pero, últimamente, esa invención democrática hizo surgir una actitud que hoy se ha transformado en una verdadera vergüenza, como es la cobardía de gran parte de nuestros llamados "líderes". ¡Qué felicidad poder esconderse, en todas las verdaderas decisiones de alguna importancia, detrás de las llamadas mayorías!
Adolf Hitler (Mi Lucha)
Se distinguían ya entre el polvo, pintados en el manto de los ponis, galones y manos y soles nacientes y pájaros y peces de todas clases como una obra vieja descubierta bajo el apresto de un lienzo y ahora se podía oír también sobre el retumbo de los cascos sin herrar el sonido de las quenas, esas flautas hechas con huesos humanos, y en la compañía algunos habían empezado a recular en sus monturas y otros a girar desorientados cuando del lado izquierdo de los ponis surgió una horda de lanceros y arqueros a caballo cuyos escudos adornados con añicos de espejos arrojaban a los ojos de sus enemigos un millar de pequeños soles enteros. Una legión de horribles, cientos de ellos, medio desnudos o ataviados con trajes áticos o bíblicos o de un vestuario de pesadilla, con pieles de animales y con sedas y trozos de uniforme que aún tenían rastros de la sangre de sus anteriores dueños, capas de dragones asesinados, casacas del cuerpo de caballería con galones y alamares, uno con sombrero de copa y uno con un paraguas y uno más con medias blancas y un velo de novia sucio de sangre y varios con tocados de plumas de grulla o cascos de cuero en verde que lucían cornamentas de toro o de búfalo y uno con una levita puesta del revés y aparte de eso desnudo y uno con armadura de conquistador español, muy mellados el peto y las hombreras por antiguos golpes de maza o sable hechos en otro país por hombres cuyos huesos eran ya puro polvo, y muchos con sus trenzas empalmadas con pelo de otras bestias y arrastrando por el suelo y las orejas y colas de sus caballos adornadas con pedazos de tela de vistosos colores y uno que montaba un caballo con la cabeza pintada totalmente de escarlata y todos los jinetes grotescos y chillones con la cara embadurnada como un grupo de payasos a caballo, cómicos y letales, aullando en una lengua bárbara y lanzándose sobre ellos como una horda venida de un infierno más terrible aún que la tierra de azufre de cristiana creencia, dando alaridos y envueltos en humo como esos seres vaporosos de las regiones incognoscibles donde el ojo se extravía y el labio vibra y babea. Oh Dios, dijo el sargento.
Cormac McCarthy (Blood Meridian, or, the Evening Redness in the West)
Uno de los empleos que los españoles hicieron del algodón fue el de adoptar el uso del acolchado “escaupil” aborigen en sustitución del coselete de cuero que a manera de coraza ligera protegía al soldado de infantería.
Daniel Cosío Villegas (Historia general de México. Version 2000 (Spanish Edition))
Un libro de verdad, con páginas de papel cebolla encuadernadas en lo que parecía ser cuero auténtico. Miller había visto imágenes de uno de ellos antes, pero la idea que un escaso megabyte de datos pesara tanto se le antojaba decadente.
James S.A. Corey (El despertar del Leviatán (The Expanse, #1))
Las Ramblas como Cloaca Máxima, la Puerta de la Paz, el zócalo, los tinglados y muelles ruinosos flotando en el mar, vidas como pontones, esa parte de la ciudad que durante un tiempo se convertirá en mi foro de actuación, vive una existencia múltiple bajo la cúpula de un llevadero estado de sitio y la clave rítmica del pulir de los limpiabotas, del murmullo de los confidentes. Por un lado, el hampa, putas y ladrones, que parecen esculpidos en la misma piedra color elefante de las fachadas, barnizados con el fulgor rojo y blanco de los letreros, envejecidos por las emanaciones de los tubos de escape. Este sector observa con burlona extrañeza al segundo grupo: personal muy comprometido en los asuntos de la hora, entonadores de pegadizos lemas, repartidores de volantes, mesas con manifiestos y banderas que recorren sueños triunfales hacia las elecciones de junio del 77, y más allá, la disolución y el olvido. Ahora, los políticos radicales advierten la provocación de los fascistas, quienes, en pequeño comité, se ajustan en el ceño las gafas de sol y en la muñeca los guantes de cuero, mientras negocian la violencia con un amigo policía. El tercer grupo ramblero, más colorista, lo forma una especie de lectura entre líneas de los grupos anteriores; y si no fuera porque a veces también reciben estopa, uno diría que han venido de su pueblo, no en busca de prosperidad, como era costumbre hasta ahora, sino a pasar el rato lo mejor posible. Vestidos de bailaoras o a punto de hacerlo, se identifican mediante la abstracción indumentaria con otros cuya dicción nasal, pañuelo carmesí y esmeralda melena trasmiten la difuminada intuición de que viven en otra ciudad y otro mundo del cual este que pisan es caricatura, y aquellas algaradas, las hostias, las carreras, sólo batidores que sujetan la fiesta novedosa, la perfecta juventud.
Francisco Casavella (El idioma imposible)
(un rally de motociclistas borrachos y peleoneros que la prensa sensacionalista retrató como apocalíptico), la película The Wild One, de 1953, lanzó al mundo la imagen de un Marlon Brando vestido con pantalones de mezclilla, camiseta blanca y chamarra de cuero, interpretando al líder de una pandilla de motociclistas. Dos años después, en 1955, James Dean inmortalizaría esa misma imagen, y lo que representaba, en la película Rebelde sin causa.
Fernanda Solórzano (Misterios de la sala oscura: Ensayos sobre el cine y su tiempo (Spanish Edition))
había tres gruesos volúmenes encuadernados en cuero rojo que Bilbo le entregó como regalo de despedida. A estos cuatro volúmenes se le sumó en la Frontera del Oeste un quinto con comentarios,
J.R.R. Tolkien (Trilogía El Señor de los Anillos)
Tengo una idea bastante precisa de cuáles son mis puntos fuertes y mis puntos débiles. Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su martillo, y yo tengo mi mente… Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo.- Tyrion dio un golpecito a la tapa de cuero del libro-. Por eso leo tanto, Jon Nieve
George R.R. Martin (Game of Thrones: A Song of Ice and Fire (Chinese Edition))
Y tornó a sonar el atambor muy doloroso del Huichilobos, y otros muchos caracoles y cornetas y otras como trompas, y todo el sonido de ellas espantable. Y mirábamos al alto cu en donde las tañían: vimos que llevaban por fuerza las gradas arriba a nuestros compañeros que habían tomado en la derrota que dieron a Cortés, que los llevaban a sacrificar. Y desque ya los tuvieron arriba en una plácete que se hacía en el adoratorio donde estaban sus malditos ídolos, vimos que a muchos dellos les ponían plumajes en las cabezas y con como unos aventadores les hacían bailar delante del Huichilobos; y desque habían bailado, luego les ponían de espaldas encima de unas piedras algo delgadas hechas para sacrificar y con unos navajones de pedernal los aserraban por los pechos y les sacaban los corazones bullendo y se los ofrescían a los ídolos que allí presentes tenían, y los cuerpos dábanles con los pies por las gradas abajo. Y estaban aguardando abajo otros indios carniceros, que les cortaban brazos y pies y las caras desollaban, y las adobaron después como cuero de guantes, y con sus barbas las guardaban para hacer fiestas con ellas cuando hacían borracheras, y se comían las carnes con chimole. Y desta manera sacrificaron a todos los demás y les comieron las piernas y brazos, y los corazones y sangre ofrescían a sus ídolos, como tengo dicho; y los cuerpos, que eran las barrigas e tripas, echaban a los tigres y leones y sierpes y culebras que tenían en la casa de las alimañas.
Bernal Díaz del Castillo (Historia verdadera de la comquista de la Nueva-España)
La música era de los dedos de Tallin, que me tamborileaban sobre el cuero; era el oro de sus ojos verdes, la curva de su sonrisa. Era su risita susurrante y la forma en que decía esas dos palabras. Sí, esa era la razón por la que yo luchaba, eso era lo que yo había jurado salvar
Sarah J. Maas (A Court of Thorns and Roses (A Court of Thorns and Roses, #1))
Solo era un libro, pero lo sintió como si fuese algo mucho más que cuero, papel y tinta. Como algo que la mantendría cuerda en los días venideros, algo que la protegería a la vez que la animaría a seguir adelante.
Rebecca Ross (Ruthless Vows (Letters of Enchantment, #2))
¿Te das cuenta de lo que tienes ante los ojos, Samantha? Tienes a dos personas que se aman, cuyas vidas se complementan a la perfección: las pinturas de ella con los trofeos de él; sus viejas fotografías con sus libros y sus discos; la cómoda butaca de cuero de él y la pequeña mecedora con el escabel frente al fuego para ella. Fíjate en ello, Sam. Mira. ¿Sabes lo que ves allí? Simplemente, amor. Eso es el amor: esos cacharros de cobre, ese antiguo almohadón bordado y esa ridícula cabeza de cerdo. Son dos personas eso que ves ahí, dos personas que se han amado apasionadamente durante largo tiempo y que aún siguen amándose.
Danielle Steel (Palomino)
Cuando regresó, el hijo del posadero le entregó las ropas del guerrero, limpias y dobladas. Mikhon Tiq las subió al sobrado y las colocó en orden junto a sus armas. Eran ropas de estilo Ainari, aunque mezclado con algunos detalles bárbaros del Norte. Las botas, que el propio rapaz había encerado, estaban arrugadas en los tobillos, casi cuarteadas; botas de espadachín acostumbrado a doblar las piernas y girar los pies en la danza del combate. Las mangas de la casaca eran amplias. Sin duda su dueño las utilizaba para guardar en ellas las manos y ocultar así las emociones, según la costumbre de Áinar. Pero tenían corchetes de latón para que, llegado el momento de la pelea, pudieran ceñirse a las muñecas y no estorbar los movimientos. El talabarte, ya descolorido, tenía una pequeña vaina a la derecha para el colmillo de diente de sable que sólo los Tahedoranes podían llevar. A la izquierda había dos trabillas de piel con sendas hebillas para colgar la funda de la espada. Éste era otro detalle que lo delataba. Los guerreros normales llevan una sola hebilla, de forma que la espada cuelgue junto al muslo. Los maestros de la espada, sean Ibtahanes o Tahedoranes, necesitan dos para que la espada se mantenga horizontal; de esta manera pueden sujetar la vaina con la mano izquierda y extraer el arma a una velocidad fulgurante, en el movimiento letal conocido como Yagartéi que es en sí mismo un arte marcial. Pero lo que más llamaba la atención de Mikhon Tiq era la propia espada. Hacía años que no veía una auténtica arma de Tahedorán. La funda era de cuero repujado, reforzada con guarnición y punta de metal, y con dos pequeños bolsillos a ambos lados. Uno de ellos contenía una navaja con un pequeño gavilán en forma de gancho; de este modo servía de arma y a la vez de herramienta para desmontar la empuñadura de su hermana mayor. En la otra abertura había papel de esmeril para sacar filo a la hoja; aunque un Tahedorán sólo haría esto en una emergencia, pues los aceros dignos de tal nombre deben ser bruñidos y afilados por maestros pulidores. En torno a la empuñadura de la espada corría una fina tira de piel, enrollada y apretada con fuerza para evitar que la mano resbalara al aferrarla. Mikhon Tiq miró de reojo a Linar. Tenía el ojo cerrado; o dormía o estaba encerrado en su mundo interior. En cuanto al guerrero, su respiración bajo la manta era profunda y pausada. Mikhon Tiq sintió la tentación de desenvainar la espada para examinar la hoja. Pero aquello habría sido una afrenta, como desnudar a una doncella dormida, así que apartó las manos del arma y procuró pensar en otras cosas.
Javier Negrete (La Espada de Fuego (Saga de Tramórea, #1))
Marchaba el general Artigas con una división de ochocientos hombres, con el fin de sorprender una fuerza de los portugueses acampada a inmediaciones de Santa Ana, y acampamos al anochecer sobre la costa del Mataojo, en un lugar que llaman la Herrería. Empezó a llover y le hicieron a Artigas un ranchito de arcos lo bastante para cubrirlo con un cuero. Artigas acostumbraba tener siempre cuatro o seis perros cuzcos que dormían con él, y que se agazaparon debajo de su poncho cuando empezó la lluvia. Ya estaba Artigas durmiendo boca arriba cuando sintió que le olfateaban los pies, creyó que fuese algún zorro y por dos o tres veces lo espantó haciendo un movimiento con el pie; mas a poco rato siente un enorme peso sobre su cuerpo y un fuerte olfateo sobre sus costados. Entonces descubre la cabeza y ve que era un tigre el que tenía encima. Hace un esfuerzo, se incorpora y echa al tigre con rancho y todo patas arriba. Al grito de Artigas se levantan todos los que estaban a su alrededor, el tigre se fue al monte, llevándose por trofeo de su empresa uno de los cuzcos de Artigas. ¡Qué chasco si se le hubiese antojado llevarse al Jefe de los orientales y Protector de los Pueblos Libres! Pero esa fiera prefiere la raza canina y esto mismo decía Artigas, cuando hemos recordado este suceso en el Paraguay, poco antes de morir y en presencia del General Paz
Eduardo Nocera (QUIÉN ES ARTIGAS - Viajando tras sus pasos)
El Automóvil Club Argentino (A.C.A.) alzó la voz para proponer que el cambio de sentido se hiciera el jueves 5 de octubre de 1944. ¿Por qué el 5 de octubre? Porque desde 1928, cada 5 de octubre se celebra en la Argentina el Día del Camino. ¿Y por qué en la Argentina se celebra el Día del Camino? Porque el 5 de octubre de 1925 se llevó a cabo en Buenos Aires el primer Congreso Panamericano de Carreteras, al que acudieron casi todos los países del continente donde, entre otras cosas, ¡se había planteado la necesidad de unificar las reglas sobre circulación de tránsito! El jueves 5 de octubre de 1944 que había propuesto el A.C.A. pasó sin pena ni gloria y los coches siguieron por sus carriles. De todas maneras, el cambio estaba en marcha. El general Juan Pistarini, ministro de Obras Públicas del presidente Farrell, se había sumado a la cruzada del carril: el 2 de octubre había firmado el decreto 26.965 que establecía que el domingo 10 de junio de 1945 a las seis de la mañana todos los automóviles del país debían modificar su sentido de marcha (el decreto fue del mismo día en que el ministro Pistarini elevó otro referido a la construcción del aeropuerto en Ezeiza). La cuenta regresiva, los ocho meses previos al cambio de mano, fueron intensos. Se estableció que la semana inicial todo el mundo manejaría a menor velocidad de la normal. Las máximas serían de 20 km/h en las zonas urbanas, 35 en las suburbanas y 70 en las carreteras en campo abierto. Se imprimieron calcomanías que debían pegarse en los vidrios traseros y delanteros de los autos, en la noche del 9 de junio. Las flechas indicaban por dónde debían ser pasados: por la izquierda. Quien no tuviera los calcos pegados recibía una multa. Los folletos con consejos buscaban resolver las situaciones de incertidumbre —por ejemplo en una bocacalle— con frases como: “Piense que si usted es una persona serena, el otro conductor puede ser un novicio de temperamento nervioso y perder el control en momento de peligro”. Otro de los consejos era: “Si se encuentra de frente con otro coche que no tiene en cuenta el cambio de mano, usted debe detener su vehículo y hacer al otro conductor las indicaciones necesarias”. ¿Habrán nacido allí los gestos que aún hacemos desde nuestros coches, para demostrar unos a otros y otros a unos que están o estamos equivocados? Como medida complementaria, se modificó el sentido de circulación de muchísimas calles de Buenos Aires. Un par de semanas antes del día M (M de mano), brigadas del Touring Club Argentino y del ya mencionado A.C.A. salieron con escaleras y martillos a estampar carteles viales. Se dieron vuelta 280 señales de estacionamiento y se adhirieron a las esquinas 6.500 flechas indicadoras del sentido de la circulación. Se acordó que los trenes y subtes no cambiarían de mano para no sumar más confusiones. En mayo se realizó un simulacro de cambio de mano en Corrientes y 9 de Julio. Durante un día, todos aquellos que desearan probarse podían dar vueltas alrededor del obelisco en el sentido contrario al que estaban acostumbrados (porque tradicionalmente se giraba en el sentido de las agujas del reloj y a partir de junio, sería al revés). La gente se paraba en la Plaza de la República para ver el espectáculo del giro a la izquierda. Además de la constante publicidad oficial, las empresas hicieron su aporte marketinero. Por ejemplo, la marca Cinzano publicó un aviso en los matutinos con un dibujo de automóviles girando en el nuevo sentido alrededor del obelisco, y la frase con rima: “Hoy cambie de mano, y siga tomando vermouth Cinzano”. La joyería Casa Escasany mostraba un reloj pulsera con correa de cuero que pasaba a la mano derecha. Su eslogan alusivo fue: “Hoy, cambio de mano. Verifique la velocidad de su coche con cronógrafos de Casa Escasany”. Otro aviso: “Tome su derecha y tome Geniol”. El de pinturerías Alba: “Desde el Alba del 10 de junio, todo el país
Anonymous
Su promesa la ataba tanto como las pulseras de cuero y las cadenas.
Pauline Réage (Histoire d'O | Story of O (Story of O, #1))
37 Tampoco echa nadie vino nuevo en cueros viejos: de otra suerte el vino nuevo hará reventar los cueros, y se derramará el vino, y se echarán a perder los cueros; 38 sino que el vino nuevo se debe echar en cueros nuevos, y así ambas cosas se conservan. 39 Del mismo modo, ninguno acostumbrado a beber vino añejo, quiere inmediatamente del nuevo, porque dice: Mejor es el añejo. 6
Félix Torres Amat (La Sagrada Biblia (Spanish Edition))
Además de la ropa cara, los cigarrillos ingleses, los objetos de plata y de cuero, los analgésicos para el dolor de cabeza, la vida incierta y las mujeres hermosas, a Lorenzo Falcó le gustaban las cosas salpimentadas con detalles. Con solera.
Arturo Pérez-Reverte (Falcó (Falcó, #1))
Me miro los zapatos, veo cómo una fina capa de cenizas se deposita sobre el cuero gastado.
Anonymous
Los pechos arrugados de las viejas se movían bajo los chalecos de cuero pintado,
Anonymous
He oído lo que los poetas escriben sobre las mujeres. Componen rimas y rapsodias, y mienten. He visto a marineros en la orilla contemplando en silencio la lenta ondulación del mar. He visto a viejos soldados con el corazón de cuero que derramaban lágrimas al ver los colores de su rey ondeando al viento. Creedme: esos hombres no saben nada del amor. No lo encontraréis en las palabras de los poetas ni en la mirada anhelante de los marineros. Si queréis saber algo del amor, miradle las manos a un músico de troupe cuando toca un instrumento. Los músicos de troupe sí saben.
Patrick Rothfuss (The Wise Man’s Fear (The Kingkiller Chronicle, #2))
A: .................................. Jefe de ventas de coches nuevos DE: Mark R. Stuart Fax: (404)XXX-XXXX RE: Solicitud de precios Si está interesado en mi propuesta, por favor, respóndame por fax al (404) XXX-XXXX. Se trata de una compra en efectivo sujeta al impuesto correspondiente en el condado de ................... Si usted no tiene este vehículo en stock o pedido, dado que no tengo ninguna prisa, puedo esperar para la entrega. Las especificaciones que solicito son las siguientes: Ford Explorer Limited 4X4, último modelo Marfil Perla, tapicería de cuero Opciones: techo solar Lector de CD Licencias pertinentes Su presupuesto debe detallar el precio de partida, incluyendo impuestos, título y demás cargos. Espero con interés recibir su respuesta por fax. Por favor, no me llame por teléfono, si tiene alguna pregunta, inclúyala en el fax. Si necesito alguna aclaración, le llamaré yo. Gracias.
Thomas J. Stanley (El millonario de la puerta de al lado: Los sorprendentes secretos de los millonarios estadounidenses)
luego intentó recomponerse en su cama. Inhaló y exhalo lentamente, luego uso la técnica de la cuenta regresiva para calmar el ritmo acelerado de su corazón. Identificó cinco cosas en la habitación que podía ver. Un televisor, un sillón de cuero, un bolígrafo de motel, una pila de libros, su computadora portátil. Luego siguió con cuatro cosas que podía tocar, tres cosas que podía oír. Después de treinta segundos, estaba tranquila.
Blake Pierce (La chica sola (Ella Dark #1))
puñales de sílex, y su garrote de gigante árbol, cuero y piedra, o cantos guerreros, a ferocidad olorosos, el mono, el toro, el gran animal carnívoro y volcánico, con inmensos cuernos de oro.
Pablo de Rokha
Repitiendo sueños de muertos, huesos de muertos, corazones de muertos, cueros de muertos, sexos de muertos, pechos de muertos, rodamos, entre muertos, hacia muertos, llorando, sí, gritando, soñando, bramando, estrellándonos, desgarrándonos, arruinándonos, horrorosamente y sin esperanza, con la tumba a la espalda y adentro y afuera, como gran todo.
Pablo de Rokha
Aquí, el chacal de los presidiarios siberianos, aúlla, el toro del Sinaí, la lepra judía y el estercolero de diamantes elementales, las tetas hinchadas de sol, entre los cuernos de Dionysos, el desierto de asfalto sin ruedas, fruta de goma regia y vientres de serpientes o ídolo o ébano, el tambor de cuero de muerto de los guerreros del occidente, el veneno renacentista, en la azucena de esmeralda y ópalo de las marquesas, que arden perfume y sexo, el tam-tam oscuro y precolombino.
Pablo de Rokha (Epopeya: Antología)
de cueros de puñales imponentes zapallos de ceniza del continente tubos de pus acerbo atravesando el horizonte de chunchos y cuervos fatales pulmones de cementerio que son también de dioses podridos en ataúdes que se divierten a una altura más desenfrenada yo distingo yo formulo todavía no es bastante seguramente aún hay presencias que se defienden con espanto aúlla dios
Pablo de Rokha
Tengo una idea bastante precisa de cuáles son mis puntos fuertes y mis puntos débiles. Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada; el rey Robert tiene su maza, y yo tengo mi mente... Pero una mente necesita de los libros, igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —Tyrion dio un golpecito a la tapa de cuero del libro—. Por eso leo tanto, Jon Nieve.
George R.R. Martin (Juego de tronos (Canción de hielo y fuego, #1))
Porque los escritores se acuerdan de todo, Paul. Y más de lo que duele. Pon a un escritor en cueros, señala las cicatrices y él te contará la historia de todas las pequeñas. De las grandes saca novelas, no amnesia. Un poquito de talento no viene mal si uno quiere ser escritor, pero el único requisito de verdad es la capacidad de recordar la historia de cada cicatriz. El arte consiste en la persistencia de la memoria.
Stephen King (Misery)
El futuro del servicio jurídico no son Grisham ni Rumpole, (1) ni sus pelucas, sus salas de audiencias recubiertas de madera, sus volúmenes forrados en cuero o su argot jurídico arcaico. Ni siquiera es ya hoy dominante el modelo de abogacía concebido como un servicio de asesoría profesional individualizada, desempeñada por abogados que reciben a sus clientes en sus despachos, ya sean esplendorosos o polvorientos, y ofrecen su orientación jurídica a medida.
Richard Susskind (El abogado del mañana. Una Introducción a Tu futuro (Spanish Edition))
Dicen que hay que pararse frente a una tela de Rothko como frente a un amanecer. Son cuadros bellísimos, pero la belleza puede ser sublime o puede ser decorativa, y en los livings neoyorquinos del Upper East Side sus cuadros combinaban deliciosamente bien con los sofás de cuero y las alfombras de angora.
María Gainza (Optic Nerve)
Para los castigos de naturaleza corporal (azotes, latigazos, etcétera) se utilizaba un cinturón o una correa de cuero y se ejecutaban en público. La expulsión de la Orden se reservaba para los actos más abominables (la simonía o venta de beneficios espirituales y sacramentos, la violación del secreto del capítulo, el asesinato de otro cristiano, la sodomía o práctica homosexual, los amotinamientos, la cobardía reconocida, la herejía, la traición y el robo). También se perdía la condición de templario si un hermano contraía la lepra u ocultaba al resto de la comunidad alguna enfermedad de nacimiento, como la epilepsia.
Templespaña (Codex Templi: Los misterios templarios a la luz de la historia y de la tradición)
Las bicis, con cuadros de acero y llantas de hierro, pesaban 15 kilos. No disponían de cambio de velocidades y marchaban con un piñón fijo, lo que los obligaba a seguir pedaleando en todo momento, incluso cuesta abajo, con las piernas ligadas sin remedio a los giros de la rueda trasera. Llevaban guardabarros, hinchador, timbre y farol; colgando del sillín, una bolsa con pinzas, pegamento y herramientas; atado en el manillar, un maletín de cuero para llevar la comida y dos bidones, uno de agua y otro de vino. Algunos atesoraban una petaca de grappa en el bolsillo del maillot, aguardiente de 50 o 60 grados para las emergencias.
Ander Izagirre (Cómo ganar el Giro bebiendo sangre de buey: Literatura de viaje (Spanish Edition))
—Y todo esto cuesta dinero. —Jess pasa una mano por el cuero flexible—. ¿Cuántos riñones crees que vale un sillón como este? —Sacó su teléfono y escribió en el buscador, boquiabierta por los resultados—. Según Google, el ratio actual de un solo riñón es de $262,000. ¿Por qué estoy trabajando? Puedo vivir con un solo riñón, ¿verdad?
Christina Lauren (The Soulmate Equation)
Para tu comunidad microbiana –tu «microbioma»–, tu cuerpo es un planeta. Algunos prefieren el bosque templado de tu cuero cabelludo, otros las áridas planicies de tu antebrazo y algunos el bosque tropical de tu entrepierna o axila. Tus intestinos, orejas, dedos de los pies, boca, ojos, piel, y cada superficie, conducto y cavidad que tienes están infestados de bacterias y hongos. Llevas más microbios encima que células ‘propias’.
Merlin Sheldrake (La red oculta de la vida (edición Ilustrada) (geoPlaneta Ciencia) (Spanish Edition))
Para Sancho Panza, su propia historia es un éxito: «en cueros nací, en cueros estoy, ni gano ni pierdo».
Jorge Ibargüengoitia (Instrucciones para vivir en México)
Siéntese en una silla cómoda o en la cama con los pies apoyados en el suelo. Deje que sus manos le caigan sobre el regazo. Si lo prefiere, siéntese con las piernas cruzadas, en la posición de la flor de loto. Mantenga la cabeza bien erguida, no baja. Ahora concéntrese, primero en una parte del cuerpo y, después, en otra para relajarlas de forma consciente. Empiece con el pie izquierdo, después pase a la pierna izquierda, al pie derecho y así sucesivamente, hasta llegar a la garganta, el rostro, los ojos y, por último, el cuero cabelludo. La primera vez que lo haga se sorprenderá de lo tenso que estaba su cuerpo. Ahora elija un punto localizado a unos 45 grados por encima de los ojos, en el techo o en la pared, que le quede justo enfrente. Fije la vista en este punto hasta que empiece a notar los párpados un poco pesados, y entonces deje que se le cierren. Empiece la cuenta atrás del cincuenta al uno. Repita este ejercicio durante diez días; después cuente del diez al uno durante otros diez días, luego del cinco al uno y así sucesivamente. Como ya no estará limitado a las mañanas para llevar a cabo esta práctica, establezca una rutina para meditar dos o tres veces al día, y dedique aproximadamente quince minutos a cada sesión.
José Silva (El método Silva de control mental (Spanish Edition))
El mundo de la moda es un universo en constante evolución. Prendas que alguna vez se consideraron exclusivas para ciertos escenarios, hoy en día se han reinventado y adaptado a diversas situaciones. Tal es el caso de los leggins para mujer, que originalmente eran vistos como una prenda netamente deportiva, pero que en la actualidad han trascendido esta etiqueta para convertirse en un ícono de elegancia y versatilidad. En este artículo, exploraremos la evolución de los leggins mujer elegantes y cómo se han convertido en una prenda indispensable en el guardarropa de muchas. De la Gimnasia al Glamour Los leggins tienen su origen en el mundo del deporte. Estaban diseñados para ofrecer comodidad y flexibilidad durante la práctica de ejercicios, especialmente en disciplinas como la gimnasia o el yoga. Sin embargo, su comodidad y adaptabilidad los hizo populares más allá del gimnasio. Con el tiempo, los diseñadores de moda comenzaron a incorporarlos en sus colecciones, dándoles un giro elegante y sofisticado. La Era de los Leggins Elegantes para Mujer No pasó mucho tiempo antes de que los leggins dejaran de ser vistos como una prenda deportiva para convertirse en una opción de vestuario versátil y chic. Los leggins mujer elegantes se confeccionan con tejidos de alta calidad, como seda, cuero o incluso lentejuelas, y a menudo se complementan con detalles refinados como bordados o aplicaciones. Una de las ventajas de estos leggins es que se adaptan perfectamente al cuerpo, resaltando la silueta sin sacrificar la comodidad. Esto los hace ideales para eventos especiales, cenas, reuniones e incluso para el trabajo, dependiendo del código de vestimenta. Por supuesto, su versatilidad también les permite ser usados en situaciones más casuales, ofreciendo siempre un aspecto pulido y moderno. Combinando Leggins Elegantes La clave del éxito de los leggins elegantes para mujer radica en cómo se combinan. Al ser una prenda que se ciñe al cuerpo, es fundamental equilibrar el look con piezas más holgadas en la parte superior, como blusas amplias, túnicas o chaquetas largas. También se pueden combinar con tacones altos para añadir un toque de sofisticación o con botas para un look más vanguardista. Los accesorios también juegan un papel crucial en la construcción de un atuendo con leggins elegantes. Collares llamativos, pendientes de declaración o cinturones estilizados pueden hacer la diferencia entre un look común y uno verdaderamente impactante. El Futuro de los Leggins Elegantes A medida que la moda sigue evolucionando, es probable que los leggins mujer elegantes continúen adaptándose y reinventándose. Ya estamos viendo versiones con cortes asimétricos, estampados audaces y tejidos innovadores que prometen mantener esta prenda en el punto de mira durante mucho tiempo. Es fascinante pensar en cómo una prenda tan simple ha logrado trascender su propósito original para convertirse en un símbolo de elegancia y estilo. Sin duda, esto es un testimonio del poder de la moda para reinterpretar y dar nuevo significado a las cosas. Conclusión Los leggins, en su versión más elegante, han demostrado que no hay límites cuando se trata de moda. Lo que alguna vez fue una prenda exclusiva para el deporte, hoy es una declaración de estilo y sofisticación. Ya sea para una noche de fiesta, una reunión de negocios o simplemente un día casual, los leggins mujer elegantes ofrecen una opción moderna, cómoda y siempre chic. Por ello, no es de extrañar que hayan encontrado un lugar permanente en el mundo de la moda y en los armarios de mujeres de todo el mundo. ¡Larga vida a los leggins elegantes!
Leggins mujer
Todavía me acuerdo de ese número once de cuero blanco, cosido en la camiseta como el de Bertoni. Pero ahora también veo, cuando me fijo con suficiente atención, que mi viejo también lleva lo suyo. Lo tiene ahí, en la espalda, justo a la altura del nacimiento de las alas: un diez de cuero blanco, igualito igualito al de Bochini.
Eduardo Sacheri (Esperándolo a Tito y otros cuentos de fútbol)
Chicas, tengo lo que necesitáis —dijo la profesora, tendiéndoles un libro grande de cuero—. Cuenta la historia del Medallón Guasón, está en la página ochocientos treinta y tres.
César García Muñoz (Cipriano contra los vampiros raperos (Cipriano, el vampiro vegetariano, #2))
A mí no me matan penas mientras tenga el cuero sano, venga el sol en el verano y la escarcha en el invierno: si este mundo es un infierno, ¿por qué afligirse el cristiano?
José Hernández (El gaucho Martín Fierro (Edición de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes))
El toque más erótico que un hombre pueda experimentar es el de una mujer clavándole las uñas en el cuero cabelludo y dar un pequeño tirón. —Gabe H, Wes M, y todos los hombres… de cualquier lugar. •capítulo 29
Rachel Van Dyken (Toxic (Ruin, #2))
Ahora que he señalado la técnica de vilipendiar los retos a los que se enfrentan nuestros clientes, la vas a reconocer constantemente en la publicidad de la televisión. ¿Quién se iba a imaginar que esas pelusas de polvo que se forman por los bordes de los rodapiés resulta que se mueven en pandillas convenientemente ataviadas con sus chupas de cuero mientras coordinan sus nefandos planes para ensuciar nuestros suelos? Pero eso era solo hasta que apareció quien les parara los pies: la nueva mopa de la empresa ACME Mop Company.
Donald Miller (Cómo construir una StoryBrand)
Oh, moriré. Moriré. Moriré. Mi piel está en el furor ardiente. No sé qué hare, donde iré. Oh, estoy enferma. Patearé todas las artes en el trasero y me iré, Shubha. Shubha me dejó ir y vivir en tu melón encapuchado. En la sombra desabrochada de la cortina de azafrán destruida oscura. La última ancla me está dejando después de que levanté los otros anclajes. No puedo resistirme más, un millón de paneles de vidrio se están rompiendo en mi corteza. Lo sé, Shubha, extiende tu matriz, dame paz. Cada vena lleva un torrente de lágrimas hasta el corazón. Los pedernales contagiosos del cerebro se están descomponiendo de la enfermedad eterna. ¿Por qué no me diste a luz en forma de esqueleto? Habría pasado dos mil millones de años luz y besado el culo de Dios. Pero nada me agrada, nada suena bien, siento náuseas con más de un solo beso. He olvidado a las mujeres durante la cópula y he regresado a la Musa en la vejiga del color del sol que hago. No sé qué son estos acontecimientos, pero están ocurriendo dentro de mí. Destruiré y destruiré todo. Dibujaré y elevaré a Shubha a mi hambre. Shubha tendrá que ser administrada. Oh, Malay. Kolkata parece ser una procesión de órganos húmedos y resbaladizos hoy. Pero sí no sé lo que haré ahora con mi propio ser. 66 El Corno Emplumado: la determinación ... Alfredo Zárate-Flores y Tirtha Prasad Mukhopadhyay La Colmena 103 julio-septiembre de 2019 ISSN 1405-6313 eISSN 2448-6302 Mi poder de recuerdo se está agotando. Déjame ascender solo hacia la muerte. No he tenido que aprender la cópula y morir. No he tenido que aprender la responsabilidad de derramar las últimas gotas después de la micción. No he tenido que aprender a acostarme junto a Shubha en la oscuridad. No he tenido que aprender el uso del francés cuero
Malay Roy Choudhury (The Hungryalist Poems by Malay Roychoudhury)
Because we will still feel 23 lives in our necks’ cuero enchinado but stay free; no prison or suicide watch. Because we will still leave our screen, wood and metal doors open. To anyone. Because we will still walk while brown in a Walmart (or Target, Sam’s, or Ross) and walk tall. Because why not? Because heart. Because God. Because Mighty Mexican Super Ratón. Because human.
Alessandra Narváez Varela
también reaccionaba a cambios de precios relativos: a medida que la lana y el sebo se apreciaban en términos de cueros, los productores cambiaban su mezcla productiva hacia los revalorizados.
Domingo Felipe Cavallo (Historia económica de la Argentina (Spanish Edition))
En Cuba, los mayorales descargaban sus látigos de cuero o cáñamo sobre las espaldas de las esclavas embarazadas que habían incurrido en falta, pero no sin antes acostarlas boca abajo, con el vientre en un hoyo, para no estropear la «pieza» nueva en gestación.
Eduardo Galeano (Las venas abiertas de América Latina)
A ésa, su mujer, no la tenía sólo en la cama. Estaba para siempre clavada en su pecho, cosida a su cuerpo, en la planta de sus pies, en el cuero cabelludo, en la punta de los dedos.
Jorge Amado (Gabriela, Clavo y Canela (Novela) (Spanish Edition))
Daniel Doc Dowdy, un hombre negro que nació siendo esclavo en 1856, describió los terribles castigos reservados a los infractores de esa ley: «La primera vez que te pillaban tratando de leer o escribir te azotaban con una correa de cuero, la segunda con un látigo de siete colas y la tercera te cortaban la primera falange del dedo índice». A pesar de todo, algunos esclavos analfabetos se empeñaron en aprender a leer, desafiando a sus amos y arriesgando la vida.
Irene Vallejo (El infinito en un junco)
La vergüenza experimentada al haber sido rechazada en plena cama y en cueros, acababa de ser duplicada. No solo había quedado como una zorra caprichosa delante del hombre que estaba empezado a amar, sino que Oli, el único amigo que tenía en el planeta, lo había presenciado todo.
Luis A. Santamaría (El aleteo de la mariposa (Ámbar nº 2))
NEWT SCAMANDER, desaliñado, enjuto, con un viejo abrigo azul. A su lado, en el suelo, hay una maltrecha maleta de cuero marrón. Uno de los cierres de la maleta se abre solo. NEWT se agacha rápidamente y lo cierra.
J.K. Rowling (Animales fantásticos y dónde encontrarlos: guión original de la película)
Las poblaciones del antiguo San Miguel52, el sur de Santiago, nacieron como poblaciones obreras. Las historias de las familias recuerdan el tiempo en que trabajaban en las industrias textiles –Sumar, Yarur, Hirmas– o eran obreros del cuero y el calzado. Nunca se sabe si es el recuerdo de tiempos mejores o era una realidad. Pero todos se acuerdan de haber perdido esa relación industrial cuando se produjo el golpe y la política de des-industrialización de los años setenta y ochenta, la que es recordada dramáticamente. En la población San Gregorio hemos realizado numerosas entrevistas e historias de vida. Todos coinciden en esta terrible cronología. La señora Leontina recuerda que entonces salieron a la calle; a cuidar autos en el cine El Golf. De allí a las actividades semi prohibidas, un paso. La familia obrera se destruyó.53 Hay una memoria de un tiempo de enorme dignidad. Se recuerda a don Jorge Alessandri junto al presidente Eisenhower de los Estados Unidos, inaugurando la población, el trabajo en las industrias, un pasado de bienestar. Una enorme nostalgia de la sociedad industrial existe hasta el día de hoy en estos sectores de la ciudad. Lo que cantan Los Prisioneros es una realidad sentida ampliamente: “Les dijeron que no vuelvan más”. Y ahí comenzó una degradación de todas las formas de la vida cotidiana. Se deterioró la calidad del trabajo, quizá no necesariamente el ingreso. Se perdió la seguridad del trabajo industrial, la solidaridad de los sindicatos, el sentido de la acción colectiva. Se dañó profundamente la vida cotidiana. Las poblaciones, como la San Gregorio y tantas otras, se fueron llenando de violencia, de tráfico ilícito, de marginalidad. Nadie ha sacado las consecuencias del costo moral que significó en Chile la política de shock, del cierre de las industrias. A fines de los ochenta había quien creía que aún se podría volver al régimen industrial anterior. No fue así. Y eso se reflejará en la cultura y en
José Bengoa (La comunidad fragmentada. Nación y desigualdad en Chile (Spanish Edition))
El olor a cuero, a papel envejecido y a madera se mezclaba con la falta de aire renovado. Si la cultura tuviera alguna esencia, sería esa.
César Pérez Gellida (Memento mori (Versos, canciones y trocitos de carne, #1))
Flor azul cinéfila hasta en la cocina revisa uno de sus fotogramas de la historia del cine que le habría gustado no ver nunca. No habría querido ver nunca la labor de taxidermia del Jack, imaginado por Lars von Trier, sobre los cuerpos, previamente cazados, de los hijos de una de sus enamoradas. No habría querido ver la escena final de Saló de Sade Pasolini, la coprofagia y los cueros cabelludos arrancados de las cabezas. Ni los asesinatos de Funny Games de Haneke. Ni la vagina cosida de Ornella Muti en Ordinaria Locura. Ni la escena de Tras el cristal de Agustí Villaronga en la que le inyectan una dosis de gasolina en pleno corazón a un niño mientras está cantando con su voz de tenorino. El perro apaleado hasta la muerte en Furtivos. Y, sin embargo, esa tinta clavada en la retina es imprescindible.
Marta Sanz