Casa Blanca Quotes

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Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo".
Gabriel García Márquez (Cien años de soledad)
La ignorancia es lo más cómodo que conozco después del sofá del salón de mi casa. - Leo
Alessandro D'Avenia (Blanca como la nieve, roja como la sangre)
«I ara vosaltres sigueu feliços, cagom déu.» ―Paraules televisades, Despatx Oval, Casa Blanca Novembre de 1987
David Foster Wallace (Antologia de contes)
Porque el ideal de la mujer blanca, seductora pero no puta, bien casada pero no a la sombra, que trabaja pero sin demasiado éxito para no aplastar a su hombre, delgada pero no obsesionada con la alimentación, que parece indefinidamente joven pero sin dejarse desfigurar por la cirugía estética, madre realizada pero no desbordada por los pañales y por las tareas del colegio, buen ama de casa pero no sirvienta, cultivada pero menos que un hombre, esta mujer blanca, feliz que nos ponen delante de los ojos, esa a la que deberíamos hacer el esfuerzo de parecernos (...) nunca me la he encontrado en ninguna parte. Es posible incluso que no exista.
Virginie Despentes (King Kong théorie)
—Esto sirve para tranquilizarnos la conciencia, hija —explicaba a Blanca—. Pero no ayuda a los pobres. No necesitan caridad, sino justicia.
Isabel Allende (La casa de los espíritus)
- Yo no me revuelco en el barro -observó Bipa-. Y no hace falta ser muy lista para darse cuenta de que aquí la gente se muere de hambre. Así que no veo por qué debería tener en cuenta la opinión de alguien que vive en una casa de hielo y dice que es mejor ser blanca y flaca que estar sana y tener un hogar cálido y confortable. Es una idea absurda y estúpida.
Laura Gallego García (La emperatriz de los etéreos)
Porque el ideal de la mujer blanca, seductora pero no puta, bien casada pero no a la sombra, que trabaja pero sin demasiado éxito para no aplastar a su hombre, delgada pero no obsesionada con la alimentación, que parece indefinidamente joven pero sin dejarse desfigurar por la cirugía estética, madre realizada pero no desbordada por los pañales y por las tareas del colegio, buen ama de casa pero no sirvienta, cultivada pero menos que un hombre, esta mujer blanca feliz que nos ponen delante de los ojos, esa a la que deberíamos hacer el esfuerzo de parecernos, a parte del hecho de que parece romperse la crisma por poca cosa, nunca me la he encontrado en ninguna parte. Es posible incluso que no exista.
Virginie Despentes (Teoría King Kong (Spanish Edition))
Yo admiraba esa férrea disciplina que le permitía centrarse en escribir una novela sobre Alaska por la mañana y un libro sobre la Casa Blanca por la tarde, así que, en cierto modo, también admiré el hecho de que mantuviese su palabra y no volviese a hablarme nunca más.
Jane Smiley (Un amor cualquiera)
Esto sirve para tranquilizarnos la conciencia, hija -explicaba Blanca-. Pero no ayuda a los pobres, No necesitan caridad, sino justicia
Isabel Allende (La casa de los espíritus II)
Esto sirve para tranquilizarnos la conciencia, hija —explicaba a Blanca—. Pero no ayuda a los pobres. No necesitan caridad, sino justicia.
Isabel Allende (La casa de los espíritus)
Jaime vio a su madre avanzar por el corredor, descalza, con el pelo suelto en la espalda, arropada con su bata blanca y notó que no era alta y fuerte como la había visto en su infancia.
Isabel Allende (La casa de los espíritus)
Setenta balcones hay en esta casa, setenta balcones y ninguna flor. ¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa? ¿Odian el perfume, odian el color? La piedra desnuda de tristeza agobia, ¡Dan una tristeza los negros balcones! ¿No hay en esta casa una niña novia? ¿No hay algún poeta bobo de ilusiones? ¿Ninguno desea ver tras los cristales una diminuta copia de jardín? ¿En la piedra blanca trepar los rosales, en los hierros negros abrirse un jazmín? Si no aman las plantas no amarán el ave, no sabrán de música, de rimas, de amor. Nunca se oirá un beso, jamás se oirá una clave... ¡Setenta balcones y ninguna flor!
Baldomero Fernández Moreno
llevaba ahora a Blanca a ver a los pobres, cargada de regalos y consuelos. —Esto sirve para tranquilizarnos la conciencia, hija —explicaba a Blanca—. Pero no ayuda a los pobres. No necesitan caridad, sino justicia.
Isabel Allende (La casa de los espíritus)
Ahora es ella quien lo mira divertida, o tierna, o nerviosa, y finalmente le pregunta: —¿Vas a decirme qué te pasa, Benjamín? Chaparro se siente morir, porque acaba de advertir que esa mujer pregunta una cosa con los labios y otra con los ojos: con los labios le está preguntando por qué se ha puesto colorado, por qué se revuelve nervioso en el asiento o por qué mira cada doce segundos el alto reloj de péndulo que decora la pared próxima a la biblioteca; pero, además de todo eso, con los ojos le pregunta otra cosa: le está preguntando ni más ni menos qué le pasa, qué le pasa a él, a él con ella, a él con ellos dos; y la respuesta parece interesarle, parece ansiosa por saber, tal vez angustiada y probablemente indecisa sobre si lo que le pasa es lo que ella supone que le pasa. Ahora bien —barrunta Chaparro—, el asunto es si lo supone, lo teme o lo desea, porque esa es la cuestión, la gran cuestión de la pregunta que le formula con la mirada, y Chaparro de pronto entra en pánico, se pone de pie como un maníaco y le dice que tiene que irse, que se le hizo tardísimo; ella se levanta sorprendida —pero el asunto es si sorprendida y punto o sorprendida y aliviada, o sorprendida y desencantada—, y Chaparro poco menos que huye por el pasillo al que dan las altas puertas de madera de los despachos, huye sobre el damero de baldosas negras y blancas dispuestas como rombos, y recién retoma el aliento cuando se trepa a un 115 milagrosamente vacío a esa hora pico del atardecer; se vuelve a su casa de Castelar, donde esperan ser escritos los últimos capítulos de su historia, sí o sí, porque ya no tolera más esta situación, no la de Ricardo Morales e Isidoro Gómez, sino la propia, la que lo une hasta destrozarlo con esa mujer del cielo o del infierno, esa mujer enterrada hasta el fondo de su corazón y su cabeza, esa mujer que a la distancia le sigue preguntando qué le pasa, con los ojos más hermosos del mundo.
Eduardo Sacheri (El secreto de sus ojos (Spanish Edition))
—Pedro Tercero García no ha hecho nada que no hayas hecho tú —dijo Clara, cuando pudo interrumpirlo—. Tú también te has acostado con mujeres solteras que no son de tu clase. La diferencia es que él lo ha hecho por amor. Y Blanca también. Trueba la miró, inmovilizado por la sorpresa. Por
Isabel Allende (La casa de los espíritus)
Ella dormiría, dice el actor. Parecería hacerlo, dormir. Está en el centro de la habitación vacía, sobre sábanas blancas extendidas en el mismo suelo. Él está sentado junto a ella. La mira intermitentemente. Tampoco hay sillas en esta habitación. Sin duda él ha traído las sábanas y luego, acto seguido, una a una, puerta tras puerta, ha cerrado las demás habitaciones de la casa. Esta habitación da al mar y a la playa. No hay jardín. Ha dejado ahí la araña de luz amarilla. Sin duda no sabe exactamente el porqué de lo que ha hecho con las sábanas, las puertas, la luz. Ella duerme. Él no la conoce. Mira el sueño, las manos abiertas, el rostro todavía extraño. Los senos, la belleza, los ojos cerrados.Si hubiera dejado abiertas las puertas de las demás habitaciones, ella habría, sin duda, ido a ver. Es lo que él ha debido de pensar. Él mira las piernas que descansan, lisas como los brazos, los senos. La respiración es igualmente clara, prolongada. Y bajo la piel de sus sienes, sosegadamente, el flujo de la sangre que late, aminorado por el sueño. Exceptuada esta luz central de color amarillo que cae de la araña, la estancia está oscura, es redonda, se dirigía, cerrada, sin fisura alguna entorno al cuerpo.
Marguerite Duras (Blue Eyes, Black Hair)
Cuando estaba cerca sólo quería estrecharla en sus brazos. Abrazarla, besarla y todo eso. ¿Cómo iba a poder ser frío? Se las arreglaba para traerse a casa chicas del bar. Soltar algunas frases. Llevárselas a la cama. Coger. Presumir delante de los chicos. Pero lo serio era más complicado. El juego en serio era complicado.
Jens Lapidus (Trilogía Negra de Estocolom: Dinero fácil, Mafia Blanca, Una vida de Lujo)
Era a única pessoa de toda a casa que tinha uma chave para entrar no túnel de livros de seu tio e autorização para pegá-los e lê-los. Blanca acreditava que deveriam dosar a leitura, porque havia coisas que não eram adequadas à sua idade, mas seu tio Jaime afirmara que só se lê o que interessa, e, se interessa, é porque já se tem maturidade para fazê-lo.
Isabel Allende (The House of the Spirits)
Blanca se llevaba bien con su esposo. Las únicas oportunidades en que discutían era cuando ella intentaba averiguar sobre las finanzas familiares. No podía explicarse que Jean se diera el lujo de comprar porcelana y pasear en ese vehículo atigrado, si no le alcanzaba el dinero para pagar la cuenta del chino del almacén ni los sueldos de los numerosos sirvientes.
Isabel Allende (La casa de los espíritus)
-¿No tenéis acaso otra hija? -No-dijo el hombre-, sólo tenemos una Cenicienta, pequeña e ingenua, de mi difunta esposa, pero es imposible que ella sea la novia. El hijo del rey dijo que fueran a buscarla, pero la madre respondió: -Ay, no, está demasiado sucia, no puede dejarse ver. Pero él insistió en verla a toda costa y tuvieron que llamar a Cenicienta. Ella se lavó primero las manos y la cara, fue luego hasta allí y se inclinó ante el hijo del rey, que le tendió el zapato de oro. Después se sentó en un escabel, sacó el pie del pesado zueco de madera y lo metió en la chinela: le quedaba como hecha a medida. Y cuando se enderezó y el rey la miró a la cara, reconoció a la hermosa joven que había bailado con él y dijo: -¡Ésta es la verdadera novia! La madrastra y las dos hermanas se asustaron y empalidecieron de rabia, pero él subió a Cenicienta al caballo y se marchó de allí. Al pasar por el pequeño avellano, las dos palomitas blancas dijeron: -Vuélvete y mira, vuélvete y mira, ya no hay sangre en la zapatilla: la zapatilla bien ya le encaja, a la novia de verdad llevas a casa.
Jacob Grimm (Cuentos de los hermanos Grimm)
-¿No tenéis acaso otra hija? -No-dijo el hombre-, sólo tenemos una Cenicienta, pequeña e ingenua, de mi difunta esposa, pero es imposible que ella sea la novia. El hijo del rey dijo que fueran a buscarla, pero la madre respondió: -Ay, no, está demasiado sucia, no puede dejarse ver. Pero él insistió en verla a toda costa y tuvieron que llamar a Cenicienta. Ella se lavó primero las manos y la cara, fue luego hasta allí y se inclinó ante el hijo del rey, que le tendió el zapato de oro. Después se sentó en un escabel, sacó el pie del pesado zueco de madera y lo metió en la chinela: le quedaba como hecha a medida. Y cuando se enderezó y el rey la miró a la cara, reconoció a la hermosa joven que había bailado con él y dijo: -¡Ésta es la verdadera novia! La madrastra y las dos hermanas se asustaron y empalidecieron de rabia, pero él subió a Cenicienta al caballo y se marchó de allí. Al pasar por el pequeño avellano, las dos palomitas blancas dijeron: -Vuélvete y mira, vuélvete y mira, ya no hay sangre en la zapatilla: la zapatilla bien ya le encaja, a la novia de verdad llevas a casa. (Fragmento perteneciente al cuento de Cenicienta)
Jacob Grimm (Cuentos de los hermanos Grimm)
Isora. Isora ya no era mi amiga. Yo estregándome sin Isora. Yo estregándome y llorando al mismo tiempo. Yo estregándome hasta hacerme sangre. Peste a verija y hierro. Verija ferrusquenta. Sola me estregaba hasta el fin del día, hasta hacer temblar toda la casa, hasta que se cayesen las lajas de los barrancos y se diesen vuelta los pinos y las tabaibas, hasta que las tabaibas soltasen leche y los nísperos y las burras. Me estregaba hasta que imaginaba que el vulcán ya se estaba despertando. Y entonces sonaba la alarma del ayuntamiento e interrumpían la emisión de El Chavo del 8 para que el alcalde saliese en la tele diciendo calma, pueblo, calma, mientras por debajo de él desfilaba un mensaje en letritas blancas muy pequeñas que ponía AGARREN SUS PERTENENCIAS Y BOTENSEN PA LA MAR, SALVENSEN QUIEN PUEDA, MISNIÑOS.
Andrea Abreu López (Panza de burro)
El aliento del mar fue alejando lentamente la marea de la orilla, y dejó la arena lisa y espejeante bajo las estrellas. Las algas mojadas, enmarañadas, plagadas de insectos. Las dunas agrupadas y tranquilas, el viento frío combando la hierba. El camino asfaltado que subía de la playa en silencio ahora, cubierto por una capa de arena blanca; un brillo tenue sobre los techos curvos de las caravanas; los coches aparcados, formas oscuras y agazapadas sobre la hierba. Y luego la feria, el quiosco de helados con la persiana bajada, y siguiendo la calle, ya en el pueblo, la oficina de correos, el hotel, el restaurante. El Sailor’s Friend, con las puertas cerradas, pegatinas ilegibles en las ventanas. La estela de los faros de un único coche al pasar. Las luces traseras rojas como ascuas. Más allá, una hilera de casas, las ventanas reflejando impasibles la luz de las farolas, los cubos de basura alineados enfrente, y luego la carretera de la costa que salía del pueblo, silenciosa, desierta, los árboles alzándose por entre la oscuridad. El mar hacia el oeste, una extensión de manto negro. Y al este, cruzando la verja, la antigua rectoría, de un azul lechoso. Dentro, cuatro cuerpos durmiendo, despertando, durmiendo otra vez. De lado, o tumbados de espaldas, sacudiéndose las colchas con los pies, cruzando de sueño en sueño en silencio. Y ya por detrás de la casa empezaba a salir el sol. En los muros traseros y entre las ramas de los árboles, entre las hojas coloridas de los árboles y la hierba verde y húmeda, se filtra la luz del alba. Mañana de verano. Agua fría y clara en el hueco de la mano.
Sally Rooney (Beautiful World, Where Are You)
Érase una vez una muchacha que estaba demasiado segura de sí misma. No todos la consideraban hermosa, pero admitían que poseía cierta elegancia que intimidaba con más frecuencia de la que cautivaba. La sociedad coincidía en que no era alguien a quien uno quisiera contrariar. "Guarda su corazón en una cajita de porcelana", susurraba la gente, y tenían razón. A la joven no le gusta abrir la cajita. Contemplar su corazónla perturbaba. Siempre le parecía más pequeño y al mismo tiempo más grande de lo que esperaba. Palpitaba contra la porcelana blanca. Parecía un carnoso rudo rojo. A veces, sin embargo, apoyaba la mano sobre la tapa de la cajita y, entonces, el rítmico palpitar se transformaba en una agradable música. Una noche, otra persona oyó esa melodía. Un chico hambriento que se encontraba lejos de casa. Se trataba (por si les interesa) de un ladrón. Trepó por las paredes del palacio de la joven.Introdujo sus dedos fuertes a través de la estrecha abertura de una ventana. La abrió lo suficiente para poder pasar y entró. Mientras la dama dormía (sí, la vio en la cama y apartó rápidamente la mirada) robó la cajita sin ser consciente de lo que contenía. Lo único que sabía era que la quería. Su naturaleza estaba llena de deseos, anhelaba constantemente algo, y los anhelos que comprendía eran tan dolorosos que no le interesaba examinar los que no comprendía.Cualquier miembro de la sociedad de la dama podría haberle advertido que robarle era mala idea. Habían visto lo que les pasaba a sus enemigos. De un modo u otro, la joven siempre les daba su merecido. Pero el muchacho no habría seguido esos consejos. Se hizo con su botín y huyó. La habilidad de la joven casi parecía cosa de magia. Su padre (la gente susurraba que se trataba de un dios,pero su hija,que lo amaba,sabía que era completamente mortal) le había enseñado bien. Cuando una ráfaga de viento procedente de la ventana abierta la despertó, captó el aroma del ladrón. Había impregnado el marco de la ventana,el tocador,incluso una de las cortinas del dosel de la cama, que estaba ligeramente entreabierta. Le dio caza.
Marie Rutkoski (The Winner's Kiss (The Winner's Trilogy, #3))
El coche se había ido, pero había dejado tras él una tenue onda que fluía por las tiendas de guantes, las sombrererías y sastrerías a ambos lados de Bond Street. Durante treinta segundos todas las cabezas apuntaron en la misma dirección - la ventanilla. Mientras escogían un par de guantes - ¿hasta el codo o más arriba, color limón o gris pálido? - las señoras se interrumpieron; al terminar la frase algo había ocurrido. En algunos casos algo tan nimio que su vibración no la podía registrar ningún instrumento matemático, por muy capaz que éste fuera de transmitir sacudidas y terremotos hasta China; y eso que era impresionantemente rotundo y a la vez emotivo por cuanto que su efecto se dejaba sentir en todo el mundo; porque en todas las sombrererías y sastrerías los clientes, extraños entre sí, se miraron y pensaron en los muertos; en la bandera; en el Imperio. En la taberna de una callejuela un alguien de las colonias profirió insultos contra la Casa de Windsor, lo cual derivó en improperios, jarras de cerveza rotas y una algarabía general que, singularmente, resonó como un eco al otro lado de la calle, hasta llegar a los oídos de las chicas que estaban comprando lencería blanca, de lazos de seda pura, para sus bodas. Porque la agitación superficial que el coche provocaba a su paso, tocaba y rasgaba algo muy profundo. Deslizándose por Piccadilly el coche dobló por St. James's Street. Unos hombres altos, de físico robusto, hombres trajeados, con sus chaqués y levitas, sus pañuelos blancos y pelo peinado hacia atrás, que por razones difíciles de dilucidar, estaban de pie en el mirador de White, las manos tras la cola del chaqué, vigilando, percibieron instintivamente que la grandeza pasaba ante ellos, y la pálida luz de la presencia inmortal descendió sobre ellos, como había descendido sobre Clarissa Dalloway. Inmediatamente se irguieron más si cabe, retiraron sus manos de la espalda, y parecía que estuviesen en disposición de acatar las órdenes de su Soberano, hasta la misma boca del cañón, si fuera necesario, igual que sus antepasados lo hicieran en otros tiempos. Parecía que los bustos blancos y las mesitas, en segundo plano, con algunas botellas de soda encima y cubiertas de ejemplares del 'Tatler', asentían; parecía que señalaban la abundancia del trigo y las casas de campo de Inglaterra; y que devolvían el tenue murmullo de las ruedas de coche, como los muros de una galería humilde devuelven el eco de un susurro convertido en voz sonora debido a la fuerza de toda una catedral.
Virginia Woolf (Mrs. Dalloway)
Blanca, en cambio, se había acostumbrado a vivir sola. Terminó por encontrar paz en sus quehaceres de la gran casa, en su taller de cerámica y en sus Nacimientos de animales inventados, donde lo único que correspondía a las leyes de la biología era la Sagrada Familia perdida en una multitud de monstruos. El único hombre de su vida era Pedro Tercero, pues tenía vocación para un solo amor. La fuerza de ese inconmovible sentimiento la salvó de la mediocridad y de la tristeza de su destino. Permanecía fiel aun en los momentos en que él se perdía detrás de algunas ninfas de pelo lacio y huesos largos, sin amarlo menos por ello. Al principio creía morir cada vez que se alejaba, pero pronto se dio cuenta de que sus ausencias duraban lo que un suspiro y que invariablemente regresaba más enamorado y más dulce. Blanca prefería esos encuentros furtivos con su amante en hoteles de cita, a la rutina de una vida en común, al cansancio de un matrimonio y a la pesadumbre de envejecer juntos compartiendo las penurias de fin de mes, el mal olor en la boca al despertar, el tedio de los domingos y los achaques de la edad. Era una romántica incurable. Alguna vez tuvo la tentación de tomar su maleta de payaso y lo que quedaba de las joyas del calcetín, e irse con su hija a vivir con él, pero siempre se acobardaba. Tal vez temía que ese grandioso amor, que había resistido tantas pruebas, no pudiera sobrevivir a la más terrible de todas: la convivencia. Alba estaba creciendo muy rápido y comprendía que no le iba a durar mucho el buen pretexto de velar por su hija para postergar las exigencias de su amante, pero prefería siempre dejar la decisión para más adelante. En realidad, tanto como temía la rutina, la horrorizaba el estilo de vida de Pedro Tercero, su modesta casita de tablas y calaminas en una población obrera, entre cientos de otras tan pobres como la suya, con piso de tierra apisonada, sin agua y con un solo bombillo colgando del techo. Por ella, él salió de la población y se mudó a un departamento en el centro, ascendiendo así, sin proponérselo, a una clase media a la cual nunca tuvo aspiración de pertenecer. Pero tampoco eso fue suficiente para Blanca. El departamento le pareció sórdido, oscuro, estrecho y el edificio promiscuo. Decía que no podía permitir que Alba creciera allí, jugando con otros niños en la calle y en las escaleras, educándose en una escuela pública. Así se le pasó la juventud y entró en la madurez, resignada a que los únicos momentos de placer eran cuando salía disimuladamente con su mejor ropa, su perfume y las enaguas de mujerzuela que a Pedro Tercero cautivaban y que ella escondía, arrebolada de vergüenza, en lo más secreto de su ropero, pensando en las explicaciones que tendría que dar si alguien las descubría. Esa mujer práctica y terrenal para todos los aspectos de la existencia, sublimó su pasión de infancia, viviéndola trágicamente. La alimentó de fantasías, la idealizó, la defendió con fiereza, la depuró de las verdades prosaicas y pudo convertirla en un amor de novela.
Isabel Allende (The House of the Spirits)
Pasaron los días, llegaron las lluvias de invierno. Octubre tocaba a su fin cuando recibí las pruebas de imprenta de mi libro. Me compré un coche, un Ford de 1929. No tenía capota, pero corría como el viento y cuando llegaron los días de cielo despejado emprendí viajes largos, siguiendo la línea azul de la costa, a Ventura y Santa Bárbara por el norte, a San Clemente y San Diego por el sur, siguiendo la raya blanca del asfalto, bajo las estrellas acechantes, con el pie apoyado en la consola de mandos, con la cabeza llena de proyectos para escribir otro libro, una noche, y otra, y otra, noches todas que en conjunto me proporcionaron una serie de días delirantes y visionarios como nunca había conocido, días serenos cuyo sentido temía cuestionarme. Patrullaba por la ciudad con el Ford: encontraba callejones misteriosos, árboles solitarios, casas antiguas y medio derruidas que procedían de un pasado desaparecido. Vivía en el Ford día y noche y no me detenía más que el tiempo necesario para pedir una hamburguesa y un café en desconocidos restaurantes de carretera. Aquello era vivir, dejarse llevar y detenerse para proseguir inmediatamente después, siguiendo siempre la raya blanca que corría paralela a la costa llena de accidentes, descansar un momento al volante, encender otro cigarrillo y observar como un tonto el cielo abrumador del desierto para preguntarse por el significado de las cosas.
John Fante (Ask the Dust (The Saga of Arturo Bandini, #3))
Cervera, un hombre ridículamente austero, instauró su uniforme de gobernador: pantalón caqui, guayabera blanca y botas de trabajo. Cuando viajaba a la Ciudad de México y debía vestir traje, era un sufrimiento. Nunca comía fuera del Palacio de Gobierno o de su casa. Viajaba en clase turista y se movía en una antigua combi con la única compañía del Coli, su mozo-chofer-valet-guardaespaldas, un veterano trabajador de la familia. Le causaban conflicto los asuntos familiares que se entreveraban con su gobierno. Le pidió a su esposa, la abogada Hernández, que renunciara a su carrera en el Poder Judicial, pero ella se resistió. A finales de los años ochenta, cuando Hernández construyó una nueva propiedad a dos calles de donde vivían, el gobernador se negó a habitarla y desde entonces durmió en casa de su suegro.
Andrew Paxman (Los gobernadores: Caciques del pasado y del presente (Spanish Edition))
Son los albares. Alfonso contuvo el aliento. Había oído los rumores, claro. Monstruos de piel blanca sedientos de sangre. Pueblos en llamas.
Carlos Pérez Casas (El alguacil)
Ser feminista no significa renunciar a lo que te gusta hacer: pintarte el cabello, cocinar, arreglar tu casa, ser atenta, darle tiempo a los seres que amas, ser cariñosas, sentirte atractiva. Lo que no te esclavice, domine y obligue y que te dé placer, debes hacerlo.
Blanca Guifarro (Le tengo miedo a la noche (Mujeres y Vida Cotidiana))
Pero en efecto recuerdo que donó su salario para una fundación. TP: El problema es que nadie le dijo que no podía tener legalmente dos salarios y mucho menos que podía donar parte de su salario porque tenía dos familias, dos casas que mantener con cuatro hijos. A partir de allí ya supe que nunca irían a restituir la transparencia perdida en los gobiernos de Leoni y Caldera I. Todos dan por asumido que la Casa de Gobierno debe pagarle todo a los presidentes cuando no es cierto, el presidente es un funcionario público que debe pagar por el mantenimiento de su familia y sus gastos como jefe de hogar y la Primera Dama debe trabajar para costearse sus gastos o ayudar a los gastos de la familia. CE: Eso es muy difícil de entender en Latinoamérica. Pocos saben que el presidente Obama tenía que pagarse las comidas, el jabón y la pasta de dientes como cualquier trabajador estadounidense. Por supuesto que no va al auto mercado a comprarlo, pero eso se le deduce del salario. TP: Y también la primera dama. Para actos oficiales por ejemplo Michelle Obama podía aceptar ropa de diseñadores que les interesaba proyectarse y eran aceptados como donaciones en nombre del gobierno, es decir no se los podía quedar después, tenían que ir al Archivo Nacional. CE: Laura Bush en su biografía explicaba que le impresionó lo meticulosa que era la factura mensual de la Casa Blanca por sus gastos de peluquería y cuanto tenía que pagar de su bolsillo por el servicio de limpieza y camareros en sus reuniones particulares. TP: A Nancy Reagan le criticaron mucho que usaba vestidos que tenían diez años y luego que pidiera prestados vestidos y así se queja en su biografía, mientras que Hillary Clinton causó problemas por haberle pedido a un empresario chino que ayudara a cancelar sus deudas por haber gastado ochenta mil dólares en fiestas de navidad[1] y ese dinero se lo debía a la Casa Blanca, de hecho, Bill Clinton salió endeudado de su presidencia. CE: Eso es lo que había en los primeros tres gobiernos de la era democrática que después se distorsionó, recuerdo que hicimos una entrevista a la familia de Leoni, que no pudo hacerle una fiesta de quince años a su hija como ellos querían porque no le alcanzaba su sueldo, pues su sueldo de presidente tenía que vivir. TP: Lógicamente la ropa del presidente, sus gastos de representación y las comidas para actos públicos, salen del bolsillo de los contribuyentes como ocurre en muchos lugares incluso de Latinoamérica, y se puede discutir mucho sobre los límites y alcances, pero Chávez llegó a donar un salario que no podía donar legalmente, cuando tenía dos familias que mantener.
Thays Peñalver (La Conspiración de los 12 golpes: Cuarta Edición Ampliada (LA CONSPIRACION DE LOS 12 GOLPES nº 1) (Spanish Edition))
Debéis saber que solo nos ha enredado el viento porque también fuimos cometa de cuerdas y colores y que también aspiramos en su día al velo del cielo mar sin sombras en el fondo de arenas de los barcos para clavadistas en acantilado, listos para el salto. Conformes aceptamos la diagonal de la cuerda al aire como la ropa blanca al sol del mediodía expuesta y el temblor de campanas de los huesos descarnados que traen sonidos de caracolas a las puertas del hogar.
Enrique Ariño Gil (Casa junto al arrecife)
But looking at his first get-out-the-vote operation in Casa Blanca, it’s clear that even as a rookie organizer he already knew the importance of leaving as little to chance as possible.*
Gabriel Thompson (America's Social Arsonist: Fred Ross and Grassroots Organizing in the Twentieth Century)
Nixon. Era un hombre sin dignidad. Cada vez más gente veía que era un farsante, pero él, lejos de dimitir, se aferraba a la Casa Blanca soltando bravatas, ofuscando, amenazando y mintiendo, mintiendo y mintiendo.
Ken Follett (Trilogía The Century: La caída de los gigantes / El invierno del mundo / El umbral de la eternidad)
El fiscal federal Jeffrey Sloman afirmó que “el flagrante desprecio de Wachovia hacia nuestras leyes bancarias le dio a los cárteles internacionales de la cocaína una virtual carta blanca para financiar sus operaciones”. Lo peor es que la multa total “significó menos de 2% de los 12.3 mil millones de dólares en ganancias que el banco obtuvo en 2009”. La conclusión del reportaje sobre este caso es que se trata solamente de la punta de un iceberg que exhibe el papel del sistema bancario “legal” de Estados Unidos en el lavado de cientos de miles de millones de dólares, “dinero sucio del tráfico asesino de drogas de México y otras partes del mundo”, a través de operaciones globales. Martin Woods, británico, ex funcionario investigador de Wachovia, pese a haber recibido advertencias y amenazas, ubicó transferencias por 373.6 mil millones de dólares vía casas de cambio y otros 4.7 mil millones en efectivo depositados en sumas cuantiosas en cada ocasión y aceptadas por Wachovia Bank entre el 1° de mayo de 2004 y el 31 de mayo de 2007. El total, en efecto, es difícil de imaginar: 378.3 mil millones de dólares.
José Reveles (El Chapo: entrega y traición)
Historia de balcones I A partir del sábado 7 de marzo de 1835 y por 6.177 días (hasta el martes 3 de febrero de 1852), Juan Manuel de Rosas fue gobernador de la provincia de Buenos Aires. Además, fue el encargado de las Relaciones Exteriores de todas las provincias que integraban la Confederación Argentina. Por lo tanto, en él confluían los dos gobiernos, el provincial y el nacional. Al caer Rosas y sancionarse la Constitución en 1853, la unidad se había perdido y el país ya estaba partido en dos: Buenos Aires por un lado y la República Argentina (las trece provincias restantes) por el otro. Así sería hasta 1860, el año en que Buenos Aires se integró al resto. Este quiebre era apenas el comienzo de las discordias, porque pronto brotaron los conflictos de jurisdicción: el presidente administraba los destinos de toda la Nación desde una provincia que tenía un gobernador con poder supremo sobre su territorio. En ese escenario, el primer mandatario del país pasaba a ser un huésped del gobernador bonaerense. El primer presidente que vivió esa situación fue Bartolomé Mitre, pero no fue traumática por el hecho de que antes de asumir la presidencia era gobernador de Buenos Aires y su lugar lo ocupó el presidente provisional del Senado. En cambio, en el transcurso del mandato de Sarmiento hubo cruces con el gobernador bonaerense Emilio Castro (aquel que le dio sus tierras en Almagro a Floro Madero para que las rematara). Uno de los conflictos tuvo lugar en medio de un acto al que tanto Sarmiento como el gobernador Castro concurrieron con sus respectivos carruajes y los dos ordenaban a sus cocheros pasarse para tomar la delantera. Cada uno consideraba que el protocolo le daba prioridad. Y así fue cómo un simple acto se convirtió en una carrera de carrozas. Otro de los enfrentamientos se dio el 2 de enero de 1870, con motivo del desfile de las tropas que habían combatido en la Guerra del Paraguay. Durante los últimos días de diciembre de 1869 se habían organizado los detalles de la bienvenida. Los veteranos desembarcados se formarían en el largo muelle de Viamonte y la Alameda (es decir, Alem). Iban a desfilar por Alem hacia la Plaza de Mayo; luego, pasando por la puerta de la catedral, por Rivadavia hasta Maipú, y por esta rumbo a Retiro, a los cuarteles que los albergarían. Para Sarmiento era una complicación porque la Casa Rosada no tenía balcón y él necesitaba estar en un lugar en el cual sobresaliera para que se le rindieran honores. En cambio, el edificio del gobierno bonaerense, que se hallaba junto al Cabildo en el espacio que ahora ocupa la Avenida de Mayo, tenía una ubicación privilegiada. El gobernador Castro invitó a Sarmiento a presenciar el desfile desde los balcones del municipio. El sanjuanino respondió que era un acto nacional, que él mismo debía presidirlo y no podía ser huésped de nadie. Incluso le pidió al gobernador que le cediera el edificio a la Nación para que Sarmiento invitara a quien quisiera. El gobierno provincial se excusó alegando que ya había cursado las participaciones a los vecinos ilustres. El 1° de enero de 1870, una numerosa cuadrilla construyó un estrado de madera junto a la Recova (que cortaba a la actual Plaza en dos). Ese sería el palco oficial. Las tropas llegaron por la noche. Se resolvió que aguardaran en los barcos hasta el amanecer. Al día siguiente, pocos minutos antes de que se iniciara el apoteótico desfile —Buenos Aires era celeste y blanca, nunca se habían visto tantas banderas argentinas adornando la ciudad—, Sarmiento ordenó un cambio de ruta. Las tropas, entonces, ingresaban a la Plaza de la Victoria y no bien cruzaban el arco principal de la Recova, viraban hacia la derecha, abandonaban la Plaza y tomaban por Reconquista hacia Retiro. Esto hizo que el balcón del gobernador Castro, plagado de invitados, quedara fuera del recorrido. Tuvieron que contentarse con ver a los veteranos a cien metros de distancia. Para evitar com
Anonymous
Una vez consultado el correo, abrió la puerta pequeña y entró en la propiedad. Una amplia y cuidada planicie de césped artificial apareció ante ella; bajo sus pies, un sendero de adoquines conducía a una moderna vivienda de tres plantas y paredes blancas rodeada por muros, que, bajo la luz nocturna, recordaba a una fortaleza aislada del resto del vecindario. Johana emprendió el camino de piedra hasta el portal. Allí, un arco cubierto por una frondosa hiedra sintética encuadraba toda la puerta principal creando un efecto de cascada verde y natural. Entró en casa y una cálida soledad la envolvió; sin encender la luz, fue hacia el salón, se echó en el sofá y se dejó llevar por la melodía del silencio.
Marie N. Vianco (Desde el tragaluz)
Salí de casa de Keller muy tarde. Conduje por calles casi vacías hasta la zona céntrica y paré el auto frente a uno de los pocos bares que quedaban abiertos a esas horas. Necesitaba un trago. No tenía ninguna prisa por regresar a
Blanca Miosi (La búsqueda: El niño que se enfrentó a los nazis)
¿Qué acaso no es un interés directo de la Casa Blanca defender los negocios de las empresas americanas en lugar de favorecer a nuestros competidores de cualquier parte del mundo?
Francisco Martín Moreno (México negro)
Evocaba el sol, la luz blanca que bañaba todo el año las calles de la ciudad y las conservaba tibias, acogedoras, la excitación de los domingos, los paseos a Eten, la arena amarilla que abrasaba, el purísimo cielo azul. Levantaba la vista: nubes grises por todos partes, ni un punto claro. Regresaba a su casa, caminando despacio, arrastrando los pies como viejo.
Mario Vargas Llosa (La ciudad y los perros)
El soñador –si quieres una definición exacta– no es un ser humano, sino una criatura de un tipo intermedio. La mayor parte de las veces se instala en algún rincón inaccesible, como escondiéndose de la luz del día; una vez que se desliza en su rincón, se amolda a él como un caracol, o, en todo caso, en en ese aspecto muy parecido a esa notable criatura, que es un animal y una casa a la vez, y se llama tortuga.
Fiódor Dostoyevski (Noches blancas (Spanish Edition))
—Esto sirve para tranquilizarnos la conciencia, hija —explicaba a Blanca—. Pero no ayuda a los pobres. No necesitan caridad, sino justicia. Era en ese punto donde tenía las peores discusiones
Isabel Allende (La casa de los espíritus)
En 2003, en una ceremonia celebrada en la Casa Blanca, se anunció que se había secuenciado el 92 por ciento del genoma humano y que el código de la vida había quedado al descubierto.
Mustafa Suleyman (La ola que viene: Tecnología, poder y el gran dilema del siglo XXI (Spanish Edition))
Era entonces cuando la gran silueta oscura aparecía a la puerta de la casa, un gran ángel con rostro de mármol que me miraba y sonreía como un lobo, desplegando sus alas negras sobre Blanca y envolviéndola en su abrazo.
Carlos Ruiz Zafón (La Ciudad de Vapor)
El veterano machetero se dejó conducir hasta una casa, donde lo obligaron a recostarse en una cama, al pie de una mesita de noche donde un coro de velas blancas parecía cantar el encantamiento de un silencio benefactor: Ahora si que ya me morí, pensó Miguel. ¿No había un velorio esta noche? ¿Acaso no le había dicho eso su primo Yeison durante el desayuno? El muerto soy yo, pensó Miguel, que ni siquiera podía llorar en su media ausencia. Me mataron, se dijo, me mataron y no me di cuenta. A lo lejos se escuchaba una música de violines y tambores. La musica de los funerales negros.
Juan Cárdenas (Elástico de sombra)
Jelena regresó a casa decidida a comunicar su decisión a la anciana, y la encontró en el suelo de la biblioteca, sacando con un abrecartas de una almohada desgarrada, una pluma tras otra que examinaba, y enseguida desechaba… - Una vez dije algo importante en esta almohada, y ahora ese algo ya no existe ... - Levantó por un instante los ojos llorosos, y siguió revisando. Las blancas plumitas soltadas se asentaban en su cabello. Flotaban por todo el cuarto. Aquí y allá. Aquí y allá.
Goran Petrović (La mano de la buena fortuna)
Parece que los pintores estaban entusiasmados con el azul de la distancia, y mirando estos cuadros uno puede imaginarse un mundo en el que podría ir caminando por un terreno cubierto de hierba verde, troncos de árbol marrones y casas blancas, y entonces, en algún momento, llegar al país azul: la hierba, los árboles y las casas se volverían azules, y quizá al mirar al propio cuerpo uno vería que también es azul, como el dios hindú Krishna.
Rebecca Solnit (Una guía sobre el arte de perderse)
Un soñador - si he de explicarme más concretamente -- no es un hombre, sino, sépalo Usted, más bien una criatura de sexo neutro. Por lo general, suele vivir el tal soñador lejos de todo el mundo, en un rincón retraído, cual si quisiera ocultarse de la luz del día, y luego que se ha instalado en su tugurio, crece con él de igual modo que el caracol con su concha, o por lo menos se asemeja a ese animalillo notable, que es ambas cosas, el animal y su casa, y que llamamos tortuga" (Dostoievski, Fedor; "Noches Blancas".
Fyodor Dostoevsky
Guiados por el tente y por los resplandores de la piedra preciosa, abandonaron la casa grande después de cruza al trote por una desolada habitación matrimonial que era un desierto. En el centro, en un oasis, una cama blanca cubierta con velos temblorosos, se deshizo en polvo cuando Amadeo acarició un encaje tan tibio como la piel humana.
Jairo Aníbal Niño (Zoro (Spanish Edition))
La vida es maravillosa y ellos ofrecen una fiesta para que todos sus amigos conozcan su nueva casa, su nuevo automóvil, sus nuevos muebles y sus nuevos juguetes. Ahora se encuentran endeudados para el resto de sus vidas. Y entonces llega el primer hijo. La pareja promedio, bien educada y trabajadora, tras dejar al hijo en la guardería, deberán ahora trabajar con ahínco. Han quedado atrapados por la necesidad de tener un trabajo seguro simplemente porque, en promedio, se encuentran a sólo tres meses de la bancarrota financiera. Usted puede escuchar a esas personas que a menudo dicen: “No puedo renunciar. Tengo cuentas que pagar”, o una variante de la canción de Blanca Nieves y los siete enanos: “Debo, debo, así que al trabajo me marcho.
Robert T. Kiyosaki (El cuadrante del flujo del dinero: Guía del Padre Rico hacia la libertad financiera)
La relación amigable con el gobierno se inició en 1922, cuando el presidente Warren G. Harding nos convocó a mí y a otros hombres de negocios a la Casa Blanca para ayudarlo a cumplir su promesa electoral de traer prosperidad a nuestra población poniendo «América en primer lugar».
Hernan Diaz (Fortuna)
Y si lo de Nueva Córdoba cobraba cuerpo, podría contarse, en última instancia, con la ayuda de Estados Unidos, ya que la Casa Blanca estaba opuesta, ahora más que nunca, a toda germinación de movimientos anarquizantes, socializantes, en esta América de abajo, harto revoltosa y latina.
Alejo Carpentier (Reasons of State)
The myths of the White City, the City of the Monkey God, a Casa Blanca or Kaha Kamasa, have a similar arc: There was once a great city in the mountains struck down by a series of catastrophes, after which the people decided the gods were angry and left, leaving behind their possessions. Thereafter it was shunned as a cursed place, forbidden, visiting death on those who dared enter.
Douglas Preston (The Lost City of the Monkey God)
Porter enumeró una serie de problemas legales. El Ministerio de Comercio no lo había consultado con el Ministerio de Defensa, como exigía la ley, para determinar si las importaciones representan una amenaza para la seguridad nacional. —Sí que lo hemos hecho —alegó Ross. —A mí no se me ha consultado nada parecido —replicó Mattis. —En eso tiene razón —respondió Ross. Explicó que había hablado con el vicesecretario de Defensa que se ocupaba de esos asuntos. Tenía algunos correos electrónicos que lo probaban. —Pues muy bien —dijo Mattis—, pero conmigo no hablaron. Porter intervino para señalar que la ley decía que había que consultar al secretario de Defensa, no a cualquiera del ministerio. Ese era el tipo de sutilezas burocráticas que reventaban a Trump. —Wilbur, ¡habla con Jim! Solucionadlo —ordenó—. Estoy harto de tanta tontería. Y hazlo rápido, porque quiero avanzar con esto. Porter vio enseguida la oportunidad de darle largas durante varias semanas más. Mattis también ayudó a ganar tiempo, diciéndole a Ross que necesitaba un análisis antes de poder opinar. Sin embargo, un análisis posterior realizado por el Ministerio de Defensa de Mattis mostraba que «el uso militar del acero representa menos del uno por ciento de la demanda total de acero de Estados Unidos» y el Ministerio de Defensa podría, por tanto, «adquirir el acero necesario para cumplir con los requisitos de la defensa nacional». 20
Bob Woodward (Miedo. Trump en la Casa Blanca)
Dos indígenas wayuu testigos de la masacre de Bahía Portete (departamento de La Guajira) manifiestan: Los que sacaron a Margoth de su casa estaban vestidos con el mismo uniforme que los militares. Nosotros como comunidad, sea lo que vieron, no es por los uniformes que digamos que eran militares sino porque llegaron a la base militar del Cerro de la Teta y dejaron a las personas allá. La gente uniformada no masacraron, sacaron a las personas del brazo y se las entregaron a los paramilitares. El camino del carro es una trocha que tienen que dar vuelta, mientras que el wayuu en su bicicleta va acortando camino y sabe para dónde va, conocen su camino, están acostumbrados a veranear con sus animales y saben cuál es el ca- mino más corto para llegar en bicicleta y así siguieron al carro. Me quedé y escuchaba tiros en la playa. ¡Viví una cosa tan horrorosa! [...]. Vimos pasar una camioneta blanca, iba un hombre gordo como moreno vestido de soldado y bajaron para la salina. No nos vieron, cogimos para donde vivía mi mamá [...]. Vimos las huellas de los zapatos que nos daba miedo hasta verlas [...]
Centro Nacional de Memoria Histórica (¡Basta ya! Colombia: Memorias de guerra y dignidad)
AMLO no tiene una formación académica sofisticada. Sabe algunas cosas de historia, confusas, citadas en sus libros de forma profusa, pero a su manera, anecdótica, de héroes y villanos de papel. Como le dijo John Womack, el historiador autor del clásico Zapata y la Revolución mexicana, a Dolia Estévez tras la visita de AMLO a la Casa Blanca en julio de 2020: “El pobre AMLO parece que no aprendió más historia que la historia patria que los maestros le enseñaban en la primaria”.34
Carlos Elizondo Mayer-Serra (Y mi palabra es la ley (Spanish Edition))
La única protección democrática frente al ataque de estos adalides autoritarios, pues, es convencer al electorado para que vote contra ellos. Pero sorprende bastante que los miembros más activos de la resistencia a tales líderes suelan estar muy poco interesados en ayudar a la victoria de los partidos de la oposición. En Polonia, por ejemplo, el influyente Comité para Proteger la Democracia rehúye explícitamente toda implicación en la política electoral. También en Estados Unidos, muchos miembros de #TheResistance son tan hostiles al Partido Demócrata que para ellos no es prioritario ayudar a que la oposición recupere la mayoría en el Congreso en 2018 o conquiste la Casa Blanca en 2020.
Yascha Mounk (El pueblo contra la democracia: Por qué nuestra libertad está en peligro y cómo salvarla (Estado y Sociedad) (Spanish Edition))
Como ocurre con los insurgentes populistas en el resto del mundo, Trump tiene tanto de síntoma como de causa de la crisis actual. Si pudo conquistar la Casa Blanca ya de entrada, fue porque muchos ciudadanos estaban tremendamente desencantados con la democracia. Y si tantos ciudadanos se desencantaron con la democracia, fue por la persistencia de unas duraderas tendencias sociales y económicas.
Yascha Mounk (El pueblo contra la democracia: Por qué nuestra libertad está en peligro y cómo salvarla (Estado y Sociedad) (Spanish Edition))
Fue Alejandro Bustillo quien inauguró el estilo internacional en 1929, cuando construyó la casa para Victoria Ocampo, de simples formas cúbicas, paredes blancas y cuidadosas proporciones; le siguieron el Edificio Kavanagh (1936), de los arquitectos Gregorio Sánchez, Ernesto Lagos y Luis María de la Torre, que, ubicado frente a Retiro, fue el edificio más alto de Sudamérica en su momento y el primero edificado en hormigón armado y con aire acondicionado central; y el Ministerio de Obras Públicas (1936), ubicado en la avenida 9 de Julio y proyectado por Alberto Belgrano Blanco.
Sylvia Saitta (La cultura. Argentina (1930-1960) (Spanish Edition))
En los cuatro meses que entonces se tardaba en que un presidente electo iniciase su mandato en la Casa Blanca, se produjo un endurecimiento de la crisis económica. Muchos norteamericanos consideraron que la razón fue el vacío de poder. Una nueva enmienda constitucional, la Vigésima, se aprobó en 1933. “El mandato del presidente y del vicepresidente deben concluir por la tarde el 20 de enero… y el mandato de sus sucesores debe comenzar entonces”, afirmaba la enmienda. El tiempo transcurrido entre la elección del presidente y su toma de posesión quedaba reducido a un mes y medio. Pero para muchos otros ciudadanos la razón del incremento de la crisis fue la falta de colaboración entre el presidente saliente y el entrante. En cualquier caso, una serie de quiebras bancarias recorrió el país y la estructura financiera de todo Estados Unidos parecía que iba a romperse. Las
Carmen de la Guardia Herrero (Historia de Estados Unidos)
Al pie de una colina sin verdor, la ciudad está dominada por un castillo. Ningún campanario, ninguna cúpula que pueda atraer de lejos la mirada del viajero, sino más bien algunos troncos de tamarindos, cocoteros y datileras que se elevan por sobre las casas, cuyos techos son de azoteas. Las llanuras circundantes, principalmente las del lado del mar, tienen un aspecto triste, polvoriento y árido, al paso que una vegetación fresca y vigorosa manifiesta desde lejos las sinuosidades del río que separa la ciudad de los arrabales: a un lado la población de razas europeas y mixta; al otro la de los indígenas de color cobrizo. La colina del fuerte de San Antonio, aislada, desnuda y blanca, exhibe una gran masa de luz y de calor radiante. En lontananza, hacia el Sur, se prolonga una vasta y sombría serie de montañas.[10]
Alfonso Rumazo González (Antonio José de Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho (Spanish Edition))
Los primeros Dynabooks provisionales recibieron el nombre de «Alto». En la segunda mitad de los años setenta del siglo XX el ordenador Alto ya estaba en funcionamiento. Se usaban casi mil aparatos, no solo en el PARC, sino también en universidades, en el Senado y en el Congreso de los Estados Unidos, así como en la Casa Blanca, todos regalados por Xerox.
Irene Vallejo (El infinito en un junco)
La dieta de las montañas antioqueñas era, en efecto, sencilla y frugal, pero completa y balanceada: todas las noches, en todas las casas, igual en las de las mujeres de pañolón que en las de ruana, se servían frisoles, una fuente segura de proteína, que cuida las neuronas, Nunca faltaba la mazamorra de sobremesa, a veces con bocadillo de guayaba o al menos con panela en trocitos, que daban la energía del azúcar. La carne de res y de cerdo, con las nuevas fincas abiertas, empezó a abundar, y no toda se exportaba a las minas del sur. Lo difícil era conservarla, pero para eso se usaba la sal traída de El Retiro en mulas, y se la secaba al sol en forma de tasajo que luego se molía entre dos piedras. La carne molida, o carne en polvo como siempre le hemos dicho, espolvoreada sobre los frisoles, a veces coronada por un huevo frito en manteca de cerdo, era el playo más apetitoso del mundo, sobre todo si se complementaba con plátano maduro, asado o en tajadas, que le daban un toque dulce a toda la comida. Al medio día podía agregarse esa misma carne en polvo a la sopa de arroz, que llevaba algo de papa picada, y en un platico aparte tomates maduros en cuadritos, con repollo rallado, cebolla roja, cilantro y jugo de limón, y aguacates maduros si estaban en cosecha. Y siempre una arepa blanca o amarilla al lado, al estilo del pan en el viejo mundo, porque, como decía un viajero alemán, “donde no se da el maíz, tampoco se da el antioqueño
Héctor Abad Faciolince (La oculta)
Pronto supo Ti Noel que esto duraba ya desde hacía más de doce años y que toda la población del Norte había sido movilizada por la fuerza para trabajar en aquella obra inverosímil. Todos los intentos de protesta habían sido acallados en sangre. Andando, andando, de arriba abajo y de abajo arriba, el negro comenzó a pensar que las orquestas de cámara de Sans-Souci, el fausto de los uniformes y las estatuas de blancas desnudas que se calentaban al sol sobre sus zócalos de almocárabes entre los bojes tallados de los canteros, se debían a una esclavitud tan abominable como la que había conocido en la hacienda Monsieur Lenormand de Mezy. Peor aún, puesto que había una infinita miseria en lo de verse apaleado por un negro, tan negro como uno, tan belfudo y pelicrespo, tan narizñato como uno; tan igual, tan mal nacido, tan marcado a hierro, posiblemente, como uno. Era como si en una misma casa los hijos pegaran a los padres, el nieto a la abuela, las nueras a la madre que cocinaba.
Alejo Carpentier (The Kingdom of This World)