Buena Onda Quotes

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Ahora se hace evidente que el hombre no es más que un punto de pasaje de la corriente universal. La fibra óptica o muscular, la información como anhelo moral, las redes y las buenas ondas transforman todo el código matemático en que fue escrita la naturaleza en solo dos cifras: 110 o 220. En polos positivo y negativo […] Pero un sistema, como un cuerpo, puede tener un pico de potencia eléctrica y colapsar súbitamente, por tal razón son necesarios estabilizadores de tensión para psiques evolucionadas, las bipolares.
J.P. Zooey (Los electrocutados)
Podría haber seguido filtrando secretos indefinidamente, incluso hasta hoy, alterando el curso de la guerra fría y de la historia mundial, pero fue descubierto accidentalmente cuando un ingeniero británico escuchó conversaciones secretas en una banda de frecuencia de radio libre. Los ingenieros estadounidenses se llevaron una buena sorpresa al desmontar el aparato: habían sido incapaces de detectarlo durante años porque era pasivo, no necesitaba una fuente de energía. (Los soviéticos se las habían ingeniado para proporcionarle energía con un haz de microondas enviado desde una fuente remota.) Es posible que en el futuro se fabriquen aparatos de espionaje que intercepten también las ondas cerebrales
Michio Kaku (El futuro de nuestra mente: El reto científico para entender, mejorar, y fortalecer nuestra mente (Spanish Edition))
El trato varía mucho, hay gente penca y gente buena onda. En general la gente con más plata es la más simpática, se preocupan de saber nuestros nombres para saludarnos por lo menos. Los de medio pelo, que son los nuevos, los que han ido llegando, son los pesados. A algunos trabajadores les tocan jefes muy buenos, que los ayudan, les dan salud, porque tienen mucha plata po. Y hay jefes que no, que los explotan.
Anonymous
En el año 1895 tuve el privilegio, como joven oficial, de ser invitado a un lunch con sir William Harcourt. En el curso de una conversación en la que tomé parte, pregunté, temo que no con mucha modestia: «¿Qué sucederá?». El viejo estadista victoriano replicó: «Mi querido Winston, las experiencias de mi larga vida me han convencido de que nunca sucede nada». Desde aquel momento, tal como me parece a mí, nada ha dejado de ocurrir. El aumento por doquier de grandes antagonismos vino acompañado por la agravación progresiva de la contienda política del país. La magnitud que han adquirido por sí mismos los acontecimientos ha empequeñecido los episodios de la época victoriana: sus pequeñas guerras entre grandes naciones, sus disputas de buena fe sobre asuntos superficiales, el alto y agudo intelecto de sus personajes, los límites de acción sobrios, frugales y estrechos, todo esto pertenece a un período desaparecido. Los ríos suaves por los que navegábamos, con sus pequeños remolinos y ondas, parecen inconcebiblemente remotos de la catarata a que hemos sido arrastrados y de las corrientes en cuya turbulencia estamos ahora luchando. Yo cifro el comienzo de estos tiempos violentos en nuestro país desde la incursión de Jameson, en el año 1896. Este fue el heraldo, si no el progenitor, de la guerra sudafricana. De la guerra sudafricana nacieron la elección caqui, el movimiento proteccionista, la campaña sobre la mano de obra china y la consiguiente reacción liberal y su triunfo del 1906. A partir de aquí, se produjeron las violentas incursiones de la Cámara de los Lores sobre el Gobierno popular, que, hacia fines del 1908, había reducido la inmensa mayoría liberal a una virtual impotencia, de cuya condición fue rescatada por la Ley de Presupuestos de Lloyd George en 1909. A su vez, esta medida fue, por ambas partes, la causa de aun mayores provocaciones, y su rechazo por la Cámara de los Lores fue un ultraje constitucional y un desatino político sin parangón. Ello condujo directamente a las elecciones generales de 1910, a la ley o estatuto parlamentario y a la lucha de Irlanda, en la que nuestro país estuvo en el umbral de la guerra civil. De este modo se produjo una sucesión de acciones de partido que continuaron, sin interrupción, cerca de veinte años: cada injuria era devuelta con creces, cada oscilación era más violenta, cada peligro más grave, hasta parecer que tendría que suplicarse la intervención del sable para enfriar la sangre y calmar las pasiones exaltadas.
Winston S. Churchill (La crisis mundial 1911-1918: Su historia definitiva de la Primera Guerra Mundial (Spanish Edition))