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El conflicto no tiene soluciĂłn sino cuando PĂo XI -este gran papa tan inflexible como conciliador segĂşn era menester- se avino a convenir con Mussolini, en 1929, los Acuerdos de Letrán, por los cuales, a cambio de la soberanĂa pontificia sobre un territorio minĂşsculo (44 hectáreas tiene en nĂşmeros redondos el Estado de la Ciudad del Vaticano) reconoce la Santa Sede la existencia del Reino de Italia con el territorio que le compete y con Roma como capital. (p. 15)
Lo que no depende de la poca o mucha virtud del conquistador, sino de la naturaleza de lo conquistado. (p. 7)
… Porque el vulgo se deja llevar siempre del éxito y de las apariencias, y en el mundo no hay sino vulgo (nel mondo non è se non vulgo). (p. 37)
.. el dicho de Renan: DespuĂ©s de Atenas, ninguna ciudad ha contribuido tanto como Florencia en la promociĂłn del espĂritu humano. (p. 9)
Con lo cual queda despachada la cuestión del fin y los medios, los cuales, si son malos, no pueden jamás ponerse por obra, asà sea en la consecución del más santo de los fines. (p. 47)
Nicolás Maquiavelo fue un escritor extraordinariamente fecundo, y en todos los muchos y variados gĂ©neros que cultivĂł -con la sola excepciĂłn de sus poesĂas, decididamente mediocres-, de suprema excelencia. (p. 11)
Sin embargo, el que menos ha confiado en el azar es siempre el que más tiempo se ha conservado en su conquista. TambiĂ©n facilita enormemente las cosas el que un prĂncipe, al no poseer otros Estados, se vea obligado a establecerse en el que ha adquirido. Pero quiero referirme a aquellos que no se convirtieron en prĂncipes por el azar, sino por sus virtudes. Y digo entonces que, entre ellos, los más ilustres han sido MoisĂ©s, Ciro, RĂłmulo, Teseo y otros no menos grandes. Y aunque MoisĂ©s sĂłlo fue un simple agente de la voluntad de Dios, merece, sin embargo, nuestra admiraciĂłn, siquiera sea por la gracia que lo hacĂa digno de hablar con Dios. Pero tambiĂ©n son admirables Ciro, y todos los demás que han adquirido o fundado reinos; y si juzgamos sus hechos y su gobierno, hallaremos que no deslucen ante los de MoisĂ©s, que tuvo tan gran preceptor. Y si nos detenemos a estudiar su vida y sus obras, descubriremos que no deben a la fortuna sino el haberles proporcionado la ocasiĂłn propicia, que fue el material al que ellos dieron la forma conveniente. Verdad es que, sin esa ocasiĂłn, sus mĂ©ritos de nada hubieran valido; pero tambiĂ©n es cierto que, sin sus mĂ©ritos, era inĂştil que la ocasiĂłn se presentará. (pp. 9-10)
Pero volvamos a nuestro asunto. Cualquiera que meditase este discurso hallarĂa que la causa de la ruina de los emperadores citados ha sido el odio o el desprecio, y descubrirĂa a quĂ© se debe que, mientras parte de ellos procedieron de un modo y parte de otro, en ambos hubo dichosos y desgraciados. (p. 36)
porque el que vence no quiere amigos sospechosos y que no lo ayuden en la adversidad, y el que pierde no puede ofrecer ayuda a quien no quiso empuñar las armas y arriesgarse en su favor. (p. 40)
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