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No nos engañemos sobre lo que quiere el Dios de Jesucristo. No es lo que nosotros, nosotros queremos. No quiere aplastar a sus enemigos, sino liberarlos de eso que los convierte en sus enemigos, es decir, de la falsa imagen que tienen de Él, la de un tirano al que hay que someterse. Él, siendo libre, se interesa solo por nuestra libertad. Trata de curarla. Su problema es montar un dispositivo que permita ver curada la libertad herida de los hombres, de modo que puedan elegir libremente la vida contra todas las tentaciones de muerte que llevan dentro. Los teólogos llaman a este dispositivo «economía de la salvación». Forman parte de él las Alianzas, la Iglesia, los sacramentos, etc. El papel de las civilizaciones es indispensable, pero no es lo mismo. Y también sus medios son diferentes. Las civilizaciones deben ejercer cierta obligación, física o social. La fe, en cambio, puede solo ejercer una atracción sobre la libertad, por la majestad de su objeto. Quizá se podría volver a lo que los papas decían a los emperadores de Occidente, en torno a la reforma gregoriana, en el siglo XI: no es competencia vuestra la salvación de las almas, os basta con hacer lo mejor posible vuestro oficio. Hacer que reine la paz44.
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Massimo Borghesi (El desafío Francisco: Del neoconservadurismo al «hospital de campaña» (100xUNO nº 93) (Spanish Edition))