Vista Del Mar Quotes

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En ocho palabras construí una casa, como la tuya, pero perdida en medio del mundo, solo con vistas al mar, al cielo, llena de promesas de sexo frente a la chimenea y domingos de jazz, café y libros.
Elísabet Benavent (El arte de engañar al karma)
¡Oh, la vista espectacular del mar! ¡Oh, las olas rompiendo contra los acantilados, y las gaviotas dando vueltas en el cielo! ¡Oh, el empleado de mudanzas corpulento y sudoroso en una tumbona consultando sus mensajes!
Rick Riordan (Laberinto en llamas (Las pruebas de Apolo #3))
¿Qué importa que algún capitán, viejo lobo de mar, me ordene coger la escoba y barrer la cubierta? ¿Qué supone semejante humillación comparada o pesada en las balanzas del Antiguo Testamento? ¿Quién no es un esclavo? Decídmelo. Por tanto, por mucho que ese capitán, lobo de mar, pueda marearme de un lado para otro, por mucho que me zarandeen de acá para allá, tendré la satisfacción de saber que es justo. Que a todo el mundo le pasa poco más o menos lo mismo —y esto desde un punto de vista físico o metafísico—, de manera que a todos nos va tocando hacerlo, de modo que no hay sino darse una palmadita en la espalda y conformarse.
Herman Melville (Moby Dick)
Las olas, anchas y planas, se sucedían monótonas una tras otra. En las cercanías, lo que parecía un castillo y un promontorio con villas majestuosas; al frente, un océano casi tan grande como mi desazón. Me senté en la arena a contemplarlo y, con la vista concentrada en el vaivén de la espuma, perdí la noción del tiempo y me fui dejando llevar. Cada ola trajo consigo un recuerdo, una estampa del pasado: memorias de la joven que un día fui, de mis logros y temores, de los amigos que dejé atrás en algún lugar del tiempo; escenas de otras tierras, de otras voces. Y sobre todo, el mar me trajo aquella mañana sensaciones olvidadas entre los pliegues de la memoria: la caricia de una mano querida, la firmeza de un brazo amigo, la alegría de lo compartido y el anhelo de lo deseado.
María Dueñas (The Time in Between)
Se quedó pasmado. Parecía que la mujer se hubiera quitado una máscara. La cara de la aldea se le presentaba al descubierto a través de la mujer. Hasta ese momento se suponía que la aldea, unilateralmente, era el verdugo; o tal vez una planta carnívora sin voluntad propia, o una voraz anémona de mar, y se suponía que él era una pobre víctima que casualmente había caído en la trampa. Pero desde el punto de vista de los aldeanos, eran ellos los abandonados, y naturalmente no veían razón para sentir ninguna obligación hacia el mundo exterior. De manera que, si él era uno de los causantes del perjuicio, lógicamente los colmillos de los aldeanos estaban dirigidos a él. Nunca se le había ocurrido pensar de esta manera acerca de su relación con ellos. No era raro que se sintiera confundido y molesto. Pero aunque ése fuera el caso, y así lo admitía, batirse en retirada en ese punto sería como abandonar su propia justificación.
Kōbō Abe (The Woman in the Dunes)
Una ráfaga de aire helado pasó entre los presentes, haciendo una pequeña espiral y levantando hojas a su paso. Tan solo los sollozos desgarradores de Adèle rompían el silencio que reinaba en aquel claro del bosque. Recorrí con la mirada los rostros desconocidos de aquellas personas, sus caras reflejaban emociones que iban desde el dolor más profundo por la pérdida de un ser amado a la impotencia. Reconocí al moreno Ray que permanecía impertérrito con la mirada perdida cargada de dolor, de vez en cuando desviaba la vista hacia la pelirroja que lloraba desconsolada en brazos de su padre. A su lado, dos figuras imponentes captaron mi atención; me sorprendió lo diferentes y parecidos a la vez que me resultaron. La figura oscura y salvaje de Erwan se hallaba al lado de un hombre de su edad aproximada e idéntica complexión. Su cabello rubio llegaba casi a la altura de los hombros y una mueca de dolor atravesaba su bien parecido rostro. Gruesas lágrimas se derramaban por sus ojos anegados de la más profunda tristeza. A su lado, Erwan miraba un punto que quedaba frente a él con la mandíbula apretada. Había mucho dolor en su rostro, sus ojos azules estaban oscuros como el mar en plena tormenta y reflejaban una furia salvaje que apenas podía mantener controlada. En el centro del claro, sobre un lecho de ramas se hallaba un cuerpo sin vida. Me acerqué para observarlo de cerca, nadie reparó en mi presencia, era como si fuese un fantasma, como si realmente no estuviese allí. Pude adivinar mientras me acercaba que se trataba de una mujer. Su cuerpo menudo estaba bellamente vestido de blanco haciéndola parecer un hada con su magnífica melena azabache desparramada a su alrededor. Una gota de lluvia cayó en su pecosa nariz. Levanté la vista al cielo: las negras nubes habían acabado por cubrirlo todo. Una mujer alta, bastante mayor, y de porte solemne, hizo una señal de asentimiento con la cabeza a un hombre que sostenía una antorcha. El hombre la acercó al lecho de la joven y éste empezó a arder. Adèle finalmente se derrumbó sin poder aguantar más aquella tortura. El hombre rubio avanzó con decisión hacia la joven sin vida que ahora yacía entre las llamas. Fue interceptado antes de llegar al fuego por Erwan que lo agarró con fuerza desde detrás envolviéndolo con sus fuertes brazos. El hombre lanzó un gritó desgarrador al aire; estaba roto por el dolor. Sentí una gruesa lágrima resbalando por mi mejilla ante aquella desoladora escena, compartía su dolor, yo también acababa de perder una parte de mí misma. Antes de que las llamas envolvieran totalmente el cuerpo de la joven, dirigí la mirada hacia su rostro. Un escalofrío me recorrió desde la columna vertebral. Di un paso atrás totalmente conmocionada. ¿Quién era aquella gente?, ¿por qué mi cuerpo yacía sin vida en medio de las llamas? Desperté de golpe con un fuerte dolor en el pecho. Me incorporé en la cama intentado recuperar la respiración, mi corazón latía descontrolado a punto de salirse por la boca. Era yo. La mujer de la pira era yo.
Elisabet Castany (El eterno legado (La hija de la sacerdotisa, #1))
Una ráfaga de aire helado pasó entre los presentes, haciendo una pequeña espiral y levantando hojas a su paso. Tan solo los sollozos desgarradores de Adèle rompían el silencio que reinaba en aquel claro del bosque. Recorrí con la mirada los rostros desconocidos de aquellas personas, sus caras reflejaban emociones que iban desde el dolor más profundo por la pérdida de un ser amado a la impotencia. Reconocí al moreno Ray que permanecía impertérrito con la mirada perdida cargada de dolor, de vez en cuando desviaba la vista hacia la pelirroja que lloraba desconsolada en brazos de su padre. A su lado, dos figuras imponentes captaron mi atención; me sorprendió lo diferentes y parecidos a la vez que me resultaron. La figura oscura y salvaje de Erwan se hallaba al lado de un hombre de su edad aproximada e idéntica complexión. Su cabello rubio llegaba casi a la altura de los hombros y una mueca de dolor atravesaba su bien parecido rostro. Gruesas lágrimas se derramaban por sus ojos anegados de la más profunda tristeza. A su lado, Erwan miraba un punto que quedaba frente a él con la mandíbula apretada. Había mucho dolor en su rostro, sus ojos azules estaban oscuros como el mar en plena tormenta y reflejaban una furia salvaje que apenas podía mantener controlada. En el centro del claro, sobre un lecho de ramas se hallaba un cuerpo sin vida. Me acerqué para observarlo de cerca, nadie reparó en mi presencia, era como si fuese un fantasma, como si realmente no estuviese allí. Pude adivinar mientras me acercaba que se trataba de una mujer. Su cuerpo menudo estaba bellamente vestido de blanco haciéndola parecer un hada con su magnífica melena azabache desparramada a su alrededor. Una gota de lluvia cayó en su pecosa nariz. Levanté la vista al cielo: las negras nubes habían acabado por cubrirlo todo. Una mujer alta, bastante mayor, y de porte solemne, hizo una señal de asentimiento con la cabeza a un hombre que sostenía una antorcha. El hombre la acercó al lecho de la joven y éste empezó a arder. Adèle finalmente se derrumbó sin poder aguantar más aquella tortura. El hombre rubio avanzó con decisión hacia la joven sin vida que ahora yacía entre las llamas. Fue interceptado antes de llegar al fuego por Erwan que lo agarró con fuerza desde detrás envolviéndolo con sus fuertes brazos. El hombre lanzó un gritó desgarrador al aire; estaba roto por el dolor. Sentí una gruesa lágrima resbalando por mi mejilla ante aquella desoladora escena, compartía su dolor, yo también acababa de perder una parte de mí misma. Antes de que las llamas envolvieran totalmente el cuerpo de la joven, dirigí la mirada hacia su rostro. Un escalofrío me recorrió desde la columna vertebral. Di un paso atrás totalmente conmocionada. ¿Quién era aquella gente?, ¿por qué mi cuerpo yacía sin vida en medio de las llamas? Desperté de golpe con un fuerte dolor en el pecho. Me incorporé en la cama intentado recuperar la respiración, mi corazón latía descontrolado a punto de salirse por la boca. Era yo. La mujer de la pira era yo.
Elisabet Castany
En muchos vecindarios, sin embargo, las calles son pacíficas y fantasmales. La otra parte del mundo podrá avanzar vertiginosamente, pero no en una pobre manzana de casuchas destartaladas donde el único vehículo que se ve es un viejo Chevrolet color oliva pardusco, con brillantes manchones amarillos y naranjas. Es tanto el silencio, que me siento como si se estuviera en un 275 Norman Mailer El fantasma de Harlot bosque. No muy lejos hay un muchacho con un suéter amarillo, del mismo tono de los manchones amarillos del viejo coche oliva pardusco. Otro automóvil viejo, en otra calle vieja, está alzado sobre un gato por la parte delantera, con el capó tan abierto que parece un pato graznando. Lo han pintado de un azul sucio, brillante. En un viejo balcón han puesto ropa a secar. Te aseguro, Kittredge, que una de las camisas tiene el mismo tono azul sucio del coche. Creo que cuando un país permanece protegido de las tormentas de la historia, los fenómenos más pequeños adquieren prominencia. En una pradera de Maine, protegida de los vientos, las flores silvestres surgen en los lugares más extraños, como si su único propósito fuera deleitar los ojos. Aquí, a todo lo largo de un edificio bajo, común y corriente, del siglo XIX, veo una paleta continua de piedra y estuco: marrón y marrón grisáceo, aguamarina, gris oliva y mandarina. Luego, lavanda. Tres piedras fundamentales, en tonos rosados. Así como los coches reflejan los sedimentos de antiguas latas de pintura, bajo el omnipresente hollín ciudadano está este otro despliegue más sutil. Empiezo a sospechar que esta gente mira sus calles con un ojo interior; si han pintado un letrero de verde musgo, entonces allí, en el extremo de la calle, alguien decide pintar una puerta con el mismo tono de verde. El tiempo y la suciedad, la humedad y el yeso descascarillado contribuyen a dar colorido a la vista. Las viejas puertas empalidecen hasta que ya no es posible determinar si el original era azul o verde o de algún misterioso tono de gris que reflejaba la luz del follaje de la primavera. Recuerda que aquí, en el hemisferio Sur, octubre es como nuestro abril. En la Ciudad Vieja, en una calle que baja hasta el borde del agua, la playa, gris como la arcilla, está desierta. Al fondo, se ve una plaza vacía con una columna solitaria que se recorta contra el mar. ¿Podrán haber seleccionado el lugar para demostrar que De Chirico sabe pintar? En estos paisaje desolados, a menudo se ve una figura solitaria vestida de luto
Ezequiel de Rosso (Relatos de Montevideo)
(Fragmento de El fantasma de Harlot(una historia novelada de la CIA), Norman Mailer ,1991) En muchos vecindarios, sin embargo, las calles son pacíficas y fantasmales. La otra parte del mundo podrá avanzar vertiginosamente, pero no en una pobre manzana de casuchas destartaladas donde el único vehículo que se ve es un viejo Chevrolet color oliva pardusco, con brillantes manchones amarillos y naranjas. Es tanto el silencio, que me siento como si se estuviera en un bosque. No muy lejos hay un muchacho con un suéter amarillo, del mismo tono de los manchones amarillos del viejo coche oliva pardusco. Otro automóvil viejo, en otra calle vieja, está alzado sobre un gato por la parte delantera, con el capó tan abierto que parece un pato graznando. Lo han pintado de un azul sucio, brillante. En un viejo balcón han puesto ropa a secar. Te aseguro, Kittredge, que una de las camisas tiene el mismo tono azul sucio del coche. Creo que cuando un país permanece protegido de las tormentas de la historia, los fenómenos más pequeños adquieren prominencia. En una pradera de Maine, protegida de los vientos, las flores silvestres surgen en los lugares más extraños, como si su único propósito fuera deleitar los ojos. Aquí, a todo lo largo de un edificio bajo, común y corriente, del siglo XIX, veo una paleta continua de piedra y estuco: marrón y marrón grisáceo, aguamarina, gris oliva y mandarina. Luego, lavanda. Tres piedras fundamentales, en tonos rosados. Así como los coches reflejan los sedimentos de antiguas latas de pintura, bajo el omnipresente hollín ciudadano está este otro despliegue más sutil. Empiezo a sospechar que esta gente mira sus calles con un ojo interior; si han pintado un letrero de verde musgo, entonces allí, en el extremo de la calle, alguien decide pintar una puerta con el mismo tono de verde. El tiempo y la suciedad, la humedad y el yeso descascarillado contribuyen a dar colorido a la vista. Las viejas puertas empalidecen hasta que ya no es posible determinar si el original era azul o verde o de algún misterioso tono de gris que reflejaba la luz del follaje de la primavera. Recuerda que aquí, en el hemisferio Sur, octubre es como nuestro abril. En la Ciudad Vieja, en una calle que baja hasta el borde del agua, la playa, gris como la arcilla, está desierta. Al fondo, se ve una plaza vacía con una columna solitaria que se recorta contra el mar. ¿Podrán haber seleccionado el lugar para demostrar que De Chirico sabe pintar? En estos paisaje desolados, a menudo se ve una figura solitaria vestida de luto
Ezequiel de Rosso
Imaginese una ola del mar. Vista de cierto modo, parece poseer una clara identidad, un principio y un fin, un nacimiento y una muerte. Vista de otro modo, la ola en si no existe realmente, pues solo es el comportamiento del agua, «vacia» de cualquier identidad propia pero «llena» de agua. Asi, al reflexio-nar detenidamente sobre la ola, llega usted a percibir que es algo que el viento y el agua hacen temporalmente posible, y que depende de una serie de circunstancias en cambio constante. Y advierte tambien que cada ola esta relacionada con cualquier otra ola.
Anonymous
no tradicional”. En este estado de cosas se desenvuelve hoy por hoy la polémica jurídica. ========== C-278-04 (daniel123das@hotmail.com) - Tu subrayado en la posición 1673-1714 | Añadido el lunes, 18 de mayo de 2015 22:36:12 Sin perder de vista las disputas internacionales en torno a la titularidad de los derechos sobre la órbita geoestacionaria, es un hecho incontrovertible que la Constitución Política de 1991 incluyó el segmento correspondiente de ésta como elemento constitutivo del territorio nacional. Así, el artículo 101 de la Carta señala: ARTICULO 101. Los límites de Colombia son los establecidos en los tratados internacionales aprobados por el Congreso, debidamente ratificados por el Presidente de la República, y los definidos por los laudos arbitrales en que sea parte la Nación. Los límites señalados en la forma prevista por esta Constitución, sólo podrán modificarse en virtud de tratados aprobados por el Congreso, debidamente ratificados por el Presidente de la República. Forman parte de Colombia, además del territorio continental, el archipiélago de San Andrés, Providencia, Santa Catalina y Malpelo, además de las islas, islotes, cayos, morros y bancos que le pertenecen. También son parte de Colombia, el subsuelo, el mar territorial, la zona contigua, la plataforma continental, la zona económica exclusiva, el espacio aéreo, el segmento de la órbita geoestacionaria, el espectro electromagnético y el espacio donde actúa, de conformidad con el Derecho Internacional o con las leyes colombianas a falta de normas internacionales. El artículo 102 prescribió la pertenencia del territorio a la Nación en los siguientes términos. ARTICULO 102. El territorio, con los bienes públicos que de él forman parte, pertenecen a la Nación. El texto de las normas precedentes permite colegir que Colombia ejerce soberanía sobre el segmento de órbita geoestacionaria, en las mismas condiciones en que lo hace respecto del subsuelo, el mar territorial, la zona contigua, la plataforma continental, la zona económica exclusiva, el espacio aéreo, el espectro electromagnético y el espacio donde actúa, pues no existe disposición alguna que ordene un tratamiento diferente o sui géneris para dicho componente del territorio. No obstante, de la lectura detenida del artículo 101 se tiene que la órbita geoestacionaria es parte del territorio colombiano, “de conformidad con el derecho internacional o con las leyes colombianas a falta de normas internacionales”, de lo cual se deduce que la normatividad del derecho internacional no es irrelevante para verificar el ejercicio de la soberanía nacional sobre la misma. Es más, el ejercicio de la soberanía sobre dicho segmento de la órbita debe ejercerse de acuerdo con el derecho internacional, según las voces de este artículo de la Carta. Ahora bien, de lo que ha sido objeto de análisis se deduce que el derecho internacional no ofrece una solución pacífica al problema de la soberanía sobre la órbita geoestacionaria. No ocurre lo mismo, por ejemplo, con la soberanía que se ejerce sobre el espacio aéreo, porque en tal caso la normatividad internacional - de mucha mayor tradición- es prolija en regulaciones que han reconocido como principio fundamental la soberanía absoluta del Estado sobre la franja atmosférica que se eleva sobre su territorio. Lo mismo sucede con la soberanía que se tiene sobre el subsuelo o sobre el suelo, para poner los ejemplos más representativos. Pero, sobre la órbita geoestacionaria, el debate continúa, ya que ni los organismos internacionales han delimitado la frontera entre el espacio terrestre y el ultraterreno, ni Colombia acepta, con la plenitud con que lo hacen otros, las implicaciones plenas del principio de no apropiación del espacio ultraterrestre, incluida la órbita geoestacionaria, pues precisamente los límites del último no han sido señalados[34].
Anonymous
Bukowski -El mar no es nada bonito. El padre se llevó al niño de vuelta a su sitio. Bukowski no podía comprender qué había pasado. ¿Por qué había reaccionado así un niño de tan corta edad? ¿Por qué se dirigió a él? Entonces recordó: "Déjame recomendarte algo. Es por aquello que decías, lo de meter en la caja. Cuando te lo cuenten, no lo metas directamente. Obsérvalo tú antes". Devolvió la vista hacia aquella inmensa masa de agua y comprendió. Después de tantos años, por fin se había dado cuenta: el niño tenía razón. Extrajo parte del cartón encargado de proteger su vinilo perdido y le pidió prestado un lápiz al padre que todavía vigilaba a su hijo, ya más tranquilo. ¿Qué pensarían de él en la oficina de correos? Sobre el cartón escribió unos versos. Empezaba a sentirse libre.
Carlos Mayoral (Etílico)
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21 Entonces Josué les dijo a los israelitas: «En el futuro, sus hijos preguntarán: “¿Qué significan estas piedras?”. 22 Y ustedes podrán decirles: “Aquí es donde los israelitas cruzaron el Jordán sobre tierra seca”. 23 Pues el SEÑOR su Dios secó el río a la vista de ustedes y lo mantuvo seco hasta que todos cruzaran, tal como hizo con el mar Rojo* cuando lo secó hasta que todos terminamos de cruzar. 24 Lo hizo para que todas las naciones de la tierra supieran que la mano del SEÑOR es poderosa, y para que ustedes temieran al SEÑOR su Dios para siempre».
Anonymous (Santa Biblia NTV)
you thought i was rich and i am but not how you think i live in a Tudor house under the freeway in Mar Vista by the beach
Lana Del Rey (Violet Bent Backwards Over the Grass)
¿Está el cielo dentro del mar, o el mar dentro del cielo? ¿qué está incluído dentro de que? Desde la perspectiva subjetivista de la creación, el mar, cuna de la vida y la conciencia orgánica, contiene al cielo; desde el punto de vista objetivista el mar está dentro del cielo. Pero el cielo mismo es un océano galáctico en qué flota un cosmos de constelaciones. Por otro lado, el sistema solar nos dice: la órbita de Neptuno, nuestro octavo planeta, contiene la de Urano, el séptimo. ¿Si estas cosas significasen algo, como las podríamos leer?” El libro de los prefacios
Javier Melgar Nievas
¿Está el cielo dentro del mar, o el mar dentro del cielo? ¿qué está incluído dentro de que? Desde la perspectiva subjetivista de la creación, el mar, cuna de la vida y la conciencia orgánica, contiene al cielo; desde el punto de vista objetivista el mar está dentro del cielo. Pero el cielo mismo es un océano galáctico en qué flota un cosmos de constelaciones. Por otro lado, el sistema solar nos dice: la órbita de Neptuno, nuestro octavo planeta, contiene la de Urano, el séptimo. ¿Si estas cosas significasen algo, como las podríamos leer?” El libro de los prefacios
metafísica
- ¿Qué quieres que te diga? No es fácil encontrar a otra persona con la que encajar. Está el tema de tener los mismos valores y de que exista una complicidad... Y luego que sea sencillo, ¿me entiendes?, que no resulte forzado. Y el sentido del humor, porque creo que reírse es uno de los pilares de la vida. Y... el sexo. - El sexo. - La voz de River sonó ronca. Hubo un resplandor en su mirada que me provocó un tirón en la tripa. Aparté la vista de él y la centré en el mar, porque pensé que se trataba de un lugar seguro. Aquel día parecía hecho de papel celofán y los rayos del sol incidían sobre la superficie; las olas se balanceaban incansables al ritmo de una melodía misteriosa. Todo estaba lleno de destellos efímeros que nacían y morían, nacían y morían, así hasta la eternidad. - Me encanta cómo brilla el mar. - La chica que ama las cosas que brillan.
Alice Kellen (Donde todo brilla)
La luz del sol ardiente del amanecer, que llegaba desde una distancia de ciento cincuenta millones de kilómetros, convertían la nieve en un mar de diamantes que casi hacía daño a la vista. Como todas las cosas hermosas.
Jeffrey Moore (Peligro de extinción (Éxitos literarios) (Spanish Edition))
A fines de agosto nuestra delegación, junto con la portorriqueña, que era más numerosa, subió a bordo de un carguero cubano en el que habríamos de cubrir la primera etapa de nuestro regreso, hasta las Antillas francesas, adonde el barco llevaba una carga de cemento. Al atardecer zarpamos de la bahía de Santiago. Cuando nos alejamos de la isla era ya noche cerrada, y no se veía la tierra ni el mar, pues no había luna. Nos instalamos y empezamos a orientarnos en el barco y, al igual que los portorriqueños que venían con nosotros, trabamos conversación con la tripulación. El capitán era un antiguo estudiante de Filosofía de veintiséis años, con quien me apresuré a hablar de nuestro común tema de estudio. Era su primer viaje al mando de aquel barco y, como nosotros, debía familiarizarse con él y con la tripulación. De pronto, cuando estábamos en alta mar, en plena oscuridad, un avión sobrevoló el barco a muy baja altitud y a gran velocidad. Antes de enterarme de lo que ocurría, el avión cruzó otra vez por encima de nosotros. Cuando Kendra y yo corríamos al puente para preguntar al capitán qué pasaba, un miembro de la tripulación nos explicó tranquilamente que se trataba de un acto hostil por parte de un portaaviones norteamericano de los que controlaban el bloqueo económico. Con sus luces, el portaaviones empezó a hacer señales a nuestro barco pidiéndole que se identificara y explicase su misión. Naturalmente, podían ver la bandera cubana; todo aquello no era más que el rutinario hostigamiento que habían de soportar los barcos cubanos cada vez que salían de sus aguas territoriales. Mediante señales, el barco cubano comunicó que, antes de identificarse, quería saber el nombre y la misión de quienes deseaban aquella información. Durante aquellos momentos una cierta diversión había acompañado al nerviosismo. Pero después, de pronto, no lejos del barco, un extraño y silencioso estallido de luz rompió la oscuridad de la noche. Al principio semejaba una nubecilla en forma de hongo, pero un segundo después pareció desplazarse directamente hacia nosotros. Yo me asusté tanto que no pregunté lo que ocurría; pensé que, si aquello era gas letal, no podríamos escapar. La nube de luz inundó el barco e iluminó toda la zona circundante como un sol de mediodía. Un miembro de la tripulación dijo entonces que seguramente se trataba de un nuevo proyectil luminoso que estaba siendo experimentado por Estados Unidos aprovechando el bloqueo. Por fin nos libramos de los militares norteamericanos y pudimos disfrutar durante unos días de la legendaria belleza del Caribe. Pasamos junto a Haití y Santo Domingo, países no tan hermosos desde el punto de vista político, y después el barco recibió instrucciones de atracar en Guadalupe. Aunque no me gustaba la idea de encargarme de las relaciones con los nativos de la isla, yo era la única persona a bordo que sabía francés, de modo que no tuve alternativa. Nuestra delegación llevaba muy poco equipaje, pero los portorriqueños traían varias cajas de libros que les habían regalado los cubanos para su librería de San Juan. Tuve la precaución de preguntar a los funcionarios de la aduana si se proponían inspeccionar todos los equipajes
Angela Y. Davis (Angela Davis: Autobiografía)
Cuando empezamos la ascensión tío Pancho me advirtió que aquella montaña que íbamos a escalar estaba formada por un brazo de los Andes; y al momento el paisaje se cubrió para mis ojos de un inmenso prestigio. A decir verdad, el aspecto de la montaña es tan grandioso que no desdice en nada de su filiación. Es arrogante, misteriosa y altísima. Sus cimas dominan a Caracas y la separan del mar. Vista desde la ciudad cambia de color varias veces al día; condescendiente a los caprichos de la atmósfera que la rodea. Estos cambios y caprichos le han dado un carácter muy suyo y para interpretárselo, la copian con amor todos los pintores, la cantan con más amor aún todos los poetas y en recuerdo al conquistador que la tomó a los indios en no sé qué fecha, se llama de su nombre "El Ávila
Teresa de la Parra (Ifigenia)
Escucha la propuesta antes de negarte. —Sonrió cuando me callé pues esperaba que siguiera hablando. Sus brazos me envolvieron por la cintura y me pegó del todo a él—. Te diré lo que pasará si te quedas…, iremos a mi dormitorio. El gato nos seguirá porque el muy hijo de perra se ha enamorado de ti. Allí nos desnudaremos a los pies de la cama. Yo delante de ti. Tú delante de mí. No nos tocaremos. Nos meteremos bajo las sábanas. Tú querrás que me aleje, pero yo me pegaré a tu cuerpo. Posiblemente quiera más, tocarte o besar la piel de tu cuello, que quedará a la altura de mi boca, pero no lo haré. Te oleré. Hundiré mi nariz en tu piel y aspiraré profundo. Mi mano derecha te rodeará la cintura desnuda hasta abrirse sobre tu vientre; la izquierda viajará bajo el almohadón, por debajo de tu cuello, hasta quedar a tu lado, por si quieres cogerla. Quizá nos rocemos. Quizá nos cueste dormir. Pero lo haremos. Y mañana yo seguiré sin saber si el color de tus pezones es el que he imaginado. Y tú seguirás sin saber si tu boca encima de la mía conseguiría ponerme duro sin tocarme.
Elísabet Benavent (Martina con vistas al mar)
Pero él desbloqueaba algo…, no sé el qué. Y me sentía cómoda cuando rascaba hasta traspasar la contención que me envolvía. Pablo, con sus greñas, con sus anillos y sus camisas como recién sacadas del armario de una celebrity inglesa. Tan guapo, tan seguro de sí mismo, tan sexual y encendido. ¿Y si él era la mecha que me faltaba para encenderme y hacerme cálida?
Elísabet Benavent (Martina con vistas al mar)
SeekingTherapy Counseling is a coaching and mental health practice in San Diego County (serving SouthBay Chula Vista) and San Diego North County (La Jolla, Del Mar, Carlsbad, Encinitas, Oceanside). We treat children, adolescents, teenagers and adults and provide individual counseling, family counseling and couples counseling.
Seeking Therapy
Sólo debo agregar que en aquel día Nació en mi mente la inquietud y el ansia De hacer en verso lo que en ola y ola Dios a mi vista sin cesar creaba. Desde ese entonces data la ferviente Y abrasadora sed que me arrebata: Es que, en verdad, desde que existe el inundo, La voz del mar en mi persona estaba.
Nicanor Parra (Poemas y antipoemas)