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Marchaba el general Artigas con una división de ochocientos hombres, con el fin de sorprender una fuerza de los portugueses acampada a inmediaciones de Santa Ana, y acampamos al anochecer sobre la costa del Mataojo, en un lugar que llaman la Herrería. Empezó a llover y le hicieron a Artigas un ranchito de arcos lo bastante para cubrirlo con un cuero. Artigas acostumbraba tener siempre cuatro o seis perros cuzcos que dormían con él, y que se agazaparon debajo de su poncho cuando empezó la lluvia. Ya estaba Artigas durmiendo boca arriba cuando sintió que le olfateaban los pies, creyó que fuese algún zorro y por dos o tres veces lo espantó haciendo un movimiento con el pie; mas a poco rato siente un enorme peso sobre su cuerpo y un fuerte olfateo sobre sus costados. Entonces descubre la cabeza y ve que era un tigre el que tenía encima. Hace un esfuerzo, se incorpora y echa al tigre con rancho y todo patas arriba. Al grito de Artigas se levantan todos los que estaban a su alrededor, el tigre se fue al monte, llevándose por trofeo de su empresa uno de los cuzcos de Artigas. ¡Qué chasco si se le hubiese antojado llevarse al Jefe de los orientales y Protector de los Pueblos Libres! Pero esa fiera prefiere la raza canina y esto mismo decía Artigas, cuando hemos recordado este suceso en el Paraguay, poco antes de morir y en presencia del General Paz
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