Tres Leches Quotes

We've searched our database for all the quotes and captions related to Tres Leches. Here they are! All 16 of them:

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The gods tempt us. They offer us riches and sweet smelling women, tres leches, each milk sweeter than the one before. But you cannot beat the gods. The grander house and the bigger deal only mean more borrowed time, more risk. When you build your life on a house of cards, you never know when the joker will turn up.
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Paul Levine (Riptide (Jake Lassiter, #5))
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Tres leches?” Mira marveled, already on her feet to the kitchen. “In this economy, even,” Max placidly agreed.
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Olivie Blake (The Atlas Six (The Atlas, #1))
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- Nunca vuelvas a llamarme así - le espeté. - Es mejor que llarmarle <> a alguien, ¿no? - Salió por la puerta - Qué visita tan estimulante. La recordaré mucho tiempo. Aquello ya era suficiente. - ¿Sabes qué? Tienes toda la razón. Mira que llamarte tarado...Esa es una palabra que no te define bien - le dije sonriendo - <> te pega más. - Conque <>, ¿eh? - repitió - Eres un encanto. Levanté el dedo corazón. (pág.20) Eran más de la una, pero parecía que Daemon acabara de levantarse. Llevaba los tejanos arrugados y el pelo enmarañado. Hablaba con alguien por teléfono mientras se pasaba la mano por la mandíbula. - ¿Tu hermano no tiene camisetas o qué? - le pregunté mientras cogía la pala. - Me temo que no. No las lleva ni en invierno. Siempre va por ahí medio desnudo - refunfuñó - Es bastante incómodo tener que verlo así todo el día, enseñando tanta...carne ¡Qué grima! A ella le daría grima, pero a mí...me alteraba bastante. Me puse a cavar hoyos en lugares estratégicos mientras notaba que se me secaba la garganta. Tenia una cara perfecta, un cuerpo de ensueño y una mala leche espectacular. Las tres reglas de oro de cualquier tío macizo, vaya. (pág. 39) - Tienes una cabecita bastante sucia, gatita. Pestañeé. <> - ¿Qué has dicho? - Que tienes la cabeza sucia - repitió en voz baja. Sabía que Dee no podía oírle -, llena de tierra. ¿Qué creías que quería decir? - Nada -...Tener a Daemon tan cerca no me reconfortaba en absoluto - Es normal ensuciarse cuando plantas. Los labios le temblaron un instante. - Hay muchas maneras de ensuciarse. Aunque no tengo la intención de mostrártelas. (pág.46) - Me da a mí que te has mojado tú más que el coche. Nunca pensé que lavar un coche pudiera ser tan complicado pero, después de observarte durante los últimos quince minutos, creo que deberían convertirlo en deporte olímpico. - ¿Estabas observándome? - Qué grima. Y qué morbo. ¡No! de morboso, nada. (pág.51) - Pues sí ¿Y tú siempre te quedas mirando a los tíos cuando llamas a su puerta para preguntar por una dirección? - ¿Siempre abres la puerta medio desnudo? - Pues sí. Y no has respondido a mi pregunta. ¿Siempre pegas esos repasos? Las mejillas me ardían. (pág.53) - Hasta mañana a medio día, gatita. - Te odio - resoplé. - El sentimiento es mutuo - Me miró por encima del hombro - Me juego veinte pavos a que llevas bañador y no biquini. Era insufrible. (Pág. 62) - ¿Que no confía en mi? ¿Y qué tiene que confiarme, tu virtud? Se le escapó otra carcajada y tardó unos momentos en poder contestar. - Pues claro; no le gustan las chicas guapas que están coladitas por mi. - ¿Qué? - ... - Estás de broma, ¿no? - ¿A qué parte te refieres? - preguntó- - ¡A todas! - Venga ya. No me digas que no sabes que eres guapa. ¿No te lo ha dicho ningún chico antes? (pág.90) - Creo que estás condenada a estar conmigo un rato más. - Seguro que parezco un gato remojado. - Estás bien. La lluvia te favorece. Fruncí el ceño. - Ya me estás mintiendo otra vez. Sentí que su cuerpo se movía junto al mío y, sin mediar palabra, me rozó la barbilla con los dedos y me atrajo hacia él. En sus labios se dibujó una sonrisa torcida. - No te miento; te lo dijo en serio. (pág.101) - Bueno...Ya llegó el innombrable. A Dee le dio un ataque de risa que hizo que toda la cafetería nos mirara. - ¡Me parto! Me hundí en la butaca. Desde la mañana en que Dee y él me habían preparado el desayuno, me había evitado y a mí me daba igual. ... Seguramente Daemon era físicamente el hombre más perfecto que jamás había visto - su cara haría las delicias de cualquier retratista -, pero a la vez tenía bastantes papeletas para ser el cretino más grande sobre la faz de la Tierra. (pág.145)
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Jennifer L. Armentrout (Obsidian (Lux, #1))
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Se levanta y hace la cama, luego recoge del suelo unos libros de bolsillo (novelas policíacas) y los pone en la librería. Tiene ropa que lavar antes de irse, ropa que guardar, medias que emparejar y meter en los cajones. Envuelve la basura en papel de periódico y baja tres pisos para dejarla en el cubo de la basura. Saca los calcetines de Cal de detrás de la cama y los sacude, dejándolos sobre la mesa de la cocina. Hay trapos que lavar, hollín en el alféizar de las ventanas, cacerolas en remojo por fregar, hay que poner un plato bajo el radiador por si funciona durante la semana (se sale). Oh. Aj. Que se queden las ventanas como están, aunque a Cal no le gusta verlas sucias. Esa espantosa tarea de restregar el retrete, pasarle el plumero a los muebles. Ropa para planchar. Siempre se caen cosas cuando recoges otras. Se agacha una y otra vez. La harina y el azúcar se derraman sobre los estantes que hay encima de la pila y tiene que pasar un paño; hay manchas y salpicaduras, hojas de rábano podridas, incrustaciones de hielo dentro de la vieja nevera (hay que mantener la puerta abierta con una silla, para que se descongele). Pedazos de papel, caramelos, cigarrillos y ceniza por toda la habitación. Tiene que quitarle el polvo a todo. Decide limpiar las ventanas a pesar de todo, porque quedan más bonitas. Estarán asquerosas después de una semana. Por supuesto, nadie la ayuda. Nada tiene la altura adecuada. Añade los calcetines de Cal a la ropa de ambos que tiene que llevar a la lavandería de autoservicio, hace un montón separado con la ropa de él que tiene que coser, y pone la mesa para sí misma. Raspa los restos de comida del plato del gato, y le pone agua limpia y leche. «Mr. Frosty» no parece andar por allí. Debajo de la pila encuentra un paño de cocina, lo recoge y lo cuelga sobre la pila, se recuerda a sí misma que tiene que limpiar allí abajo más tarde, y se sirve cereales, té, tostadas y zumo de naranja. (El zumo de naranja es un paquete del gobierno de naranja y pomelo en polvo y sabe a demonios.) Se levanta de un salto para buscar la fregona debajo de la pila, y el cubo, que también debe estar por allí. Es hora de fregar el suelo del cuarto de baño y el cuadrado de linóleo que hay delante de la pila y la cocina. Primero termina el té, deja la mitad del zumo de naranja y pomelo (haciendo una mueca) y algo del cereal. La leche vuelve a la nevera —no, espera un momento, tírala—, se sienta un minuto a escribir una lista de comestibles para comprarlos en el camino del autobús a casa, cuando vuelva dentro de una semana. Llena el cubo, encuentra el jabón, lo deja, friega sólo con agua. Lo guarda todo. Lava los platos del desayuno. Coge una novela policíaca y la hojea, sentada en el sofá. Se levanta, limpia la mesa, recoge la sal que ha caído en la alfombra y la barre. ¿Eso es todo? No, hay que arreglar la ropa de Cal y la suya. Oh, déjalo. Tiene que hacer la maleta y preparar la comida de Cal y la suya (aunque él no se marcha con ella). Eso significa volver a sacar las cosas de la nevera y volver a limpiar la mesa, dejar pisadas en el linóleo otra vez. Bueno, no importa. Lava el plato y el cuchillo. Ya está. Decide ir por la caja de costura para arreglar la ropa de él, cambia de opinión. Coge la novela policíaca. Cal dirá: «No has cosido mi ropa.» Va a coger la caja de costura del fondo del armario, pisando maletas, cajas, la tabla de plancha, su abrigo y ropa de invierno. Pequeñas manos salen de la espalda de Jeannine y recogen lo que ella tira. Se sienta en el sofá y arregla el desgarrón de la chaqueta de verano de él, cortando el hilo con los dientes. Vas a estropearte el esmalte. Botones. Zurce tres calcetines. (Los otros están bien.) Se frota los riñones. Cose el forro de una falda que está descosido. Limpia zapatos. Hace una pausa y mira sin ver. Luego reacciona y con aire de extraordinaria energía saca la maleta mediana del armario y empieza a meter su ropa para
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Joanna Russ (The Female Man)
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Pocas plagas socavan tanto una sociedad como la hiperinflación, y el premio político para el que pudiese acabar con ella era enorme. Los diputados de la asamblea se habían asignado salarios a salvo de la inflación, vinculándolos al precio de 30.000 kilogramos de trigo. El Directorio abolió la Ley de Máximos, que mantenía los precios bajos en artículos como el pan, la harina, la leche o la carne, por lo que las malas cosechas de 1798 provocaron que una libra de pan alcanzase los 3 soles, por primera vez en dos años, y esto provocó acaparamiento, revueltas y una ansiedad general. Pero puede que lo peor de todo fuese que el pueblo no veía posibilidad de mejora, ya que las revisiones de la constitución debían ser ratificadas tres veces por ambas cámaras, en intervalos de tres años, y después por una asamblea especial para dar por cerrado un proceso que llevaba 9 años[19]. Esta situación no era susceptible de producirse en una legislatura tan fluctuante e inestable como la de finales de 1799, que incluía a realistas camuflados, Feuillants constitucionalistas –moderados–, antiguos girondinos, neojacobinos «patrióticos» y valiosos, pero escasos, partidarios del Directorio. En contraste, las constituciones que había impuesto Napoleón recientemente en las repúblicas Cisalpina, Veneciana, Ligur, Lemánica, Helvética y Romana, junto con sus reformas administrativas en Malta y Egipto, le mostraban como un republicano celoso y eficiente, que confiaba en el fuerte control ejecutivo y central, soluciones ambas que podrían dar buen resultado en la Francia metropolitana.
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Andrew Roberts (NapoleĂłn: una vida)
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Tenía una cara perfecta, un cuerpo de ensueño y una mala leche espectacular. Las tres reglas de oro de cualquier tío macizo, vaya.
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Jennifer L. Armentrout
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Cuando unos ladrones con pasamontañas entraron al apartamento de enfrente, donde vivía doña Cecilia (a la que dejaron atada y amordazada en el baño: la descubrieron dos días después los hijos, que vinieron a visitarla), tus padres hicieron las maletas, pusieron su propiedad en venta y regresaron a su tierra. Allá te tocó enterrarlos, primero a él; luego a ella: la última vez que fuiste al cementerio te sentaste sobre un sepulcro muy blanco y te quedaste mirando por horas el Mediterráneo, pensando, curiosamente, no en tus padres o su vida; no en tus hijos o su vida -ni en la de tu mujer o la tuya-, sino simplemente en lo lejos que estaba Caracas; lo desperdigadas que van quedando las ciudades donde crecemos o creemos que somos únicos y existimos; la luz porosa que las recubre cuando las recordamos o soñamos que vamos a volver a ellas. Pero en realidad no hay manera de volver: las ciudades van borrándose a medida que las vivimos; se transforman en leyenda en cuanto sacamos de sus inmediaciones las dos o tres ausencias que llevamos en el equipaje. Una memoria entre dos crepúsculos, y enseguida la tiniebla en la bóveda del cielo: millones de estrellas en una espiral barrada, fulgor de leche en el firmamento oscuro.
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Miguel Gomes
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Zampa, nena, haz caso a tu amigo Richard. Si eres capaz de mover ese culo blanco como la leche y plantarlo en la cueva de meditaciĂłn todos los dĂ­as durante los siguientes tres meses, te prometo que vas a ver cosas tan bonitas que te van a dar ganas de tirar piedras al Taj Mahal.
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Anonymous
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Our minifridge had nothing but tres leches cake in it.
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Lena Dunham (Not That Kind of Girl: A young woman tells you what she's "learned")
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La primera regla de aquel ciclismo era comer todo lo posible: salchichones, queso, filetes, pan, mucho pan, muchísimo pan, arroz con leche, ponches de huevo con azúcar, huevos duros, huevos crudos. Creíamos que cuanto más comiéramos, mejor aguantaríamos aquellas etapas salvajes. Una vez pasamos tres ciclistas junto a una granja, justo cuando estaban sacrificando un buey, y paramos a bebernos la sangre del cubo a morro. Éramos un grupo de vampiros recorriendo Italia. A fuerza de probar todo tipo de fluidos, a veces se transformaban en zombis.
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Ander Izagirre (CĂłmo ganar el Giro bebiendo sangre de buey: Literatura de viaje (Spanish Edition))
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Ahora que soy padre de un pequeño niño (al que llamo mi maestro), ha crecido aún más mi preocupación por la forma de alimentar a nuestros bebés. Cuando nacemos debemos comer cada tres horas, necesitamos la leche de nuestras madres. Pero si una mamá, como sucede mucho ahora, no puede lactar, al pequeño tendremos que darle la llamada leche de fórmula. ¿Y adivine qué sustancia tiene esta? Exacto. Azúcar. Las compañías especializadas en este sector han intentado copiar la composición de la leche materna en los productos que ofrecen en el mercado. Si la primera tiene un carbohidrato, pues ellos también pusieron uno en su fórmula; dijeron: “Reemplazamos ese carbohidrato por el nuestro”. Parecería lógico. De nuevo, no lo es. No hay comparación. La lactosa de la leche materna no es adictiva y cuando el cuerpo la “rompe” sí la puede usar como energía porque proviene de la unión de dos azúcares: galactosa y glucosa. Esta última proveerá de energía a las células del bebé. Por su parte, la sacarosa que encontramos en las leches de fórmula es una mezcla entre fructosa y glucosa, y no se comporta de la misma forma en el organismo del menor. Si le suena familiar la palabra “sacarosa” es porque eso es, precisamente, el azúcar de mesa. Hoy tenemos niños que desde sus primeros meses de vida están recibiendo una dulce y peligrosa alimentación. Cada tres horas, con su leche de fórmula, consumirán azúcar. Y van a requerir más conforme avanza su crecimiento. Desde muy chicos, nuestros hijos, acostumbrados a esta descarga, buscarán el sabor ultradulce. Cuando llegue el momento de su alimentación complementaria no querrán comer, solo pedirán su tetero dulzón. Serán adictos al azúcar. Y a eso súmele todo el gran negocio que se ha montado alrededor de los infantes: yogures, compotas, coladas, el listado es enorme. Todos ellos contienen esa sustancia.
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Carlos Jaramillo (El milagro metabĂłlico)
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I need something to calm me. Something sweet and rich and decadent. Not chocolate, not pie. There it is. Tres leches cake. A white cake waiting in a white porcelain baking dish. Cream pouring down, not a drizzle, but a thick, steady, heavy stream. Soaking into the dry sponge of the cake. Being drunk up hungrily. Seeming to disappear, but changing everything. Texture. Taste. The cake can't stay the way it is. Without all three milks it's too dry. It has to change.
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Jael McHenry (The Kitchen Daughter)
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I bought copies of Martha Stewart Living and quickly gained an appreciation for her misunderstood perfectionism. It made complete sense to me, overcompensating for one’s dark soul with tres leches cupcakes and clafouti
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Emily Arsenault (The Last Thing I Told You)
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Ghastek leaned back and crossed his arms. “I had a promising career. I had achieved recognition and some infinitesimal measure of security. And then you came along.” Aha. He and the dozens of hostages working in this building could cry me a river. “Who taught you to draw, Ghastek? That doesn’t even remotely look like an apple. It looks like a butt.” “More like a peach,” Rowena said. “I have an inspection in less than twenty-four hours,” Ghastek said, his voice dry. “If we have quite finished critiquing my ability to draw fruit, I have things to do.” I leaned back. “Are you worried about it?” He looked insulted. “No. We can be inspected at any point, and we would stand up to scrutiny.” “If you are anxious, I can make sure he eats something deliciously sweet before he comes over here. Like a generous helping of tres leches cake or a chocolate sundae.” Ghastek stared at me. “Get out.” I rose and made a show of sniffling. “Come on, Julie. Clearly we are not wanted here.
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Ilona Andrews (Magic Shifts (Kate Daniels, #8))
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—He pensado una cosa —dijo Kitty mientras vertía las gotas rojas y brillantes en las copas—. Si tú eres el trece, y Mai-Brit era el doce, entonces, ¿los demás también tenemos asignados un número que nos representa? Si es así, me gustaría conocer mi número. —Eh... Mai no era el doce —dijo Even, cohibido—. Era el veintiséis. —El doble que tú —determinó Kitty y le pasó la fuente de la carne—.Valía el doble que tú. —Bueno, sí, eso también, pero... —Even sintió que las cosas se le escapaban de las manos y que la tontería se estaba apoderando del momento. Al fin y al cabo, no era más que un estúpido juego infantil, un juego un poco demasiado serio, pero aun así, infantil. —¿Sí?, dime —dijo Kitty, que no se rendía tan fácilmente. —Bueno, verás. Hay algo especial en el número, el veintiséis. Es... —Even se concentró—. De hecho es un número único, tiene unas características que no tiene ningún otro. —Even miró a Kitty que en ese momento le acercaba la fuente con las patatas gratinadas con crema de leche haciéndole gestos para que se sirviera—.Y sabiendo que existen una infinidad de números, que sea demostrable que sólo éste tiene unas características especiales es realmente singular. —Vaya por Dios —dijo Kitty y empezó a cenar mientras escuchaba a Even. —Porque da la casualidad de que es el único número que está apretujado entre un número cuadrado y un número cúbico, bueno, ya sabes, entre el cinco a la dos, que es igual a veinticinco, y el tres a la tres, que es igual a 27. Kitty lo miró con una mirada que Even no fue capaz de interpretar. Even se irritó. ¡Maldita sea! ¿No se daba cuenta de lo único y excepcional de aquel número? —Fue Fermat quien lo descubrió —dijo Even, advirtiendo el tono ligeramente agresivo que había utilizado—. Finalmente logró probarlo, quiero decir, que el veintiséis era el único número que tenía esta característica. —Even agarró la copa de vino y empezó a darle vueltas para darse tiempo a tranquilizarse—. Sí, y luego está lo que dijiste tú, que es el doble de trece. Y Mai era... —Veintiséis y única. Qué dulce —dijo Kitty y alzó la copa en un brindis.
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Kurt Aust
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Hoy día sabemos que no ser amamantado aumenta los riesgos de infecciones, obesidad, diabetes, muerte súbita e incluso leucemia en los niños, mientras que las madres que no amamantan tienen mayores riesgos de síndrome metabólico, diabetes, y cáncer de mama y de ovario13. Cosas bastante terribles que motivaron a la OMS a recomendar que todos los niños sean amamantados por al menos dos años, y a reglamentar la publicidad para leche artificial, como se ha hecho con el tabaco y el alcohol.
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Bonnie Leclerc (Restablecer: Descubre los secretos de tu flora intestinal y el método en tres fases para sanarla (Spanish Edition))