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A diferencia de las generaciones anteriores —de la suya, por ejemplo—, todos ellos eran conscientes de los costes no sólo morales de las desigualdades económicas y de la precariedad; también, de las consecuencias irreversibles para el medio ambiente que tenía el consumo: todo apuntaba a que tuvieran miedo, y su ocio orbitaba alrededor del miedo también, era el de una generación a la que las superficies lisas —cuya manifestación última, pensaba Él, debían de ser la depilación definitiva, los ángulos redondeados de los ordenadores portátiles que «todo el mundo» tenía en el barrio y los colores planos y seductoramente infantiles de las aplicaciones de móviles— ofrecían un simulacro de estabilidad y orden, eran el equivalente al café de comercio justo, la carne producida en granjas en las que los animales eran, supuestamente, tratados de forma ética y la reducción de la huella de CO2 en virtud de los desplazamientos en bicicleta y coche eléctrico. ¿Cuánto CO2 producía, en contrapartida, el transporte de las frutas exóticas con las que se confeccionaban los batidos de moda? ¿Qué formas específicas de producción, con su sabiduría de sí y su conocimiento de la naturaleza, estaban siendo barridas por la proliferación de los cultivos de soja sin los cuales no habría «soja lattes» ni helados veganos? ¿Cuánta deforestación producía la emergencia del café que no necesitaba sombra para su cultivo y su omnipresencia en la vida cotidiana? ¿A qué coste humano se extraían los minerales semipreciosos que eran necesarios para el funcionamiento de sus teléfonos móviles y ordenadores, que solían cambiar cada par de años? ¿Quién pagaba, literalmente con su vida, por las camisetas a seis euros con las que se apropiaban de la historia musical del siglo xx y de sus modas, casi todas horribles? ¿A cuánto se pagaba la hora de quienes les llevaban la comida a domicilio y los conducían al aeropuerto en una celebración unilateral de la supuesta economía colaborativa? ¿Quién y para qué usaba los datos que producían con cada desplazamiento y cuando utilizaban la función de geolocalización de sus teléfonos? ¿Cuáles eran los costes económicos y políticos de su desinterés por la prensa y, en líneas generales, por cualquier otra cosa que no fuera un destino turístico? ¿Cómo es que no veían el plan maestro y su participación en él?
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