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Si consideramos que en el hombre terrenal vive el celestial, educando aquĂ©l en la debida forma, colaboramos a la evoluciĂłn de Ă©ste durante el perĂodo que media entre el nacimiento y la muerte, Ăşnico perĂodo en el cual pueden tener lugar determinadas experiencias. De este modo, se hace justicia a una concepciĂłn adecuadamente orientada hacia un conocimiento del mundo, conocimiento segĂşn el cual el hombre debe cooperar en la construcciĂłn del gran edificio cĂłsmico espiritual que luego tambiĂ©n se manifiesta en el mundo sensible. Una buena educaciĂłn debe reconocer al hombre como cooperador en la obra del progreso de la humanidad. Esto es lo que ayer quise dar a entender al aludir a una concepciĂłn del mundo y de la vida que debe latir en la enseñanza y la educaciĂłn. De ahĂ es obvio que el contenido unilateral del cerebro no nos permite concebir el mundo tal como es. Es un error decir que el mundo puede ser concebido en ideas, conceptos y representaciones, como tambiĂ©n serĂa falso afirmar que ha de concebirse con la sensibilidad. El mundo ha de aprehenderse con ideas y sentimientos; pero tambiĂ©n con la voluntad. En efecto, sĂłlo si lo divinoespiritual penetra la voluntad, nos apropiamos del mundo y, por consiguiente, tambiĂ©n del hombre, no ya Ăşnicamente con una parte de nuestro ser, sino con toda nuestra entidad. Necesitamos una concepciĂłn del mundo, no sĂłlo para el entendimiento y el intelecto, sino para el hombre integral, el que piensa, siente y quiere; una concepciĂłn que, a travĂ©s del hombre integrado de cuerpo, alma y espĂritu, vuelva a descubrir el mundo. SĂłlo aquel que de este modo redescubra el mundo en el hombre, que contemple el mundo en el hombre, puede tener una verdadera concepciĂłn del mundo, puesto que asĂ como en el ojo se refleja el mundo visible, asĂ tambiĂ©n el hombre entero es un ojo corporal-anĂmico-espiritual en el que se refleja el mundo en su totalidad. Esta imagen refleja no se puede contemplar desde fuera: hay que vivirla desde lo interior para que deje de ser apariencia y se convierta en realidad. Entonces, por el proceso educativo, el mundo se convierte en hombre y el hombre descubre en sĂ el mundo. Educando de esta forma llegamos a darnos cuenta de que, supeditándonos a la materia, es decir, entregándole a ella toda vivencia humana, la humanidad se resquebraja, puesto que, al negarse las almas a sĂ mismas, no se ganan, sino que se pierden en presencia de otras. Si nos elevamos hasta el espĂritu, gracias a Ă©l encontramos al prĂłjimo. La vida social, en su verdadera acepciĂłn, debe encontarse con sujeciĂłn al espĂritu. La entidad humana debe encontrarse a sĂ misma en espĂritu, Ăşnico medio para que se realice la uniĂłn entre hombre y hombre. Y para que puedan edificarse mundos sobre la base de actos humanos, el mundo habrá de descubrirse en el hombre. Por esta razĂłn, permĂtanme que termine estas reflexiones con lo que he tenido en mente mientras les he estado hablando. Lo que querĂa decirles a ustedes llevaba por tĂtulo "Estudio del Significado de la EducaciĂłn en la Vida Personal y Cultural de Nuestra Época". Ahora, al terminar, voy a metamorfosear este tĂtulo para que abarque lo que he querido decir realmente, y que condenso en las siguientes palabras: Venderse a la materia Es triturar el alma. Encontrarse en espĂritu Es vincular a los hombres. Descubrirse en el hombre Es edificar mundos.
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