Santo Rosario Quotes

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Como si se tratara de un pez fuera del agua, un pez de grandes dimensiones, claro, el bailarín corpulento permanece con el pecho pegado a la tierra, moviendo una imaginaria aleta en la que se han transformado sus piernas. Dos compases, cuatro compases, deja de agitarse. Alza la cara, pone rígida la espalda. Hay una mutación. ahora es de madera, de fibra de vidrio. Su compañero avanza con la máscara puesta. Pasos suaves, porque puede que la tabla todavía sienta. La siniestra por delante. La diestra en el área donde solía terminar el rosario de vértebras. El de la máscara del santo flexiona las rodillas, mantiene el equilibrio doblando los codos a la altura de las costillas. Ya despegan. Frente a ellos la mar. La mar de gente. Aquí viene la ola. Se deslizan por el túnel de su imaginación
Julio Martinez Ríos (¡Arde la calle! (Spanish Edition))
examinó en la penumbra del local las plateadas telarañas que caían del techo, las añosas estanterías con bolsitas de perejil, romero, culantro, menta, y las cajas con clavos, tornillos, granos, ojales, botones, entre estampas e imágenes de vírgenes, cristos, santos y santas, beatos y beatas, recortados de revistas y periódicos, algunas con velitas prendidas y otras con adornos que incluían rosarios, detentes y flores de cera y de papel.
Mario Vargas Llosa (El héroe discreto)
Además, ¿cuál era mi idioma verdadero? Sabía el alemán, por mi padre. Con Ruth hablaba el inglés, idioma de mis estudios secundarios; con Mouche, a menudo el francés; el español de mi Epítome de Gramática-Estos, Fabio…- con Rosario. Pero este último idioma era también el de las Vidas de Santos, empastadas en terciopelo morado, que tanto me había leído mi Madre: Santa Rosa de Lima, Rosario.
Alejo Carpentier (Los pasos perdidos)
Es tan torrencial el dinero que surge de la instalación de laboratorios de cocaína, las cocinas donde localmente sale la sustancia terminada, que algo jamás visto irrumpe. La sed por beber de ese río de dinero incesante y sin bordes moviliza a cada sector de la policía. Y termina por anarquizar algo que hasta las instituciones más carcomidas por la corrupción deben mantener para sobrevivir: el don de mando. Eso que pasa en Rosario no tendrá parangón en el país. El manantial de la droga desordena la calle y el flujo de efectivo que genera se devora en cinco años la capacidad policial de gobernar el orden público. El fervor desordenado de la policía por recaudar genera un caos. Cada área de la fuerza saca dinero de los narcos.
Germán de los Santos (Rosario: La historia detrás de la mafia narco que se adueñó de la ciudad (Spanish Edition))
Era el único lugar donde nunca nadie había podido entrar, salvo durante la pandemia, cuando parte de los trabajadores del programa se habían camuflado con barbijos, cofias y capas entre los enfermeros que ingresaban a vacunar contra el covid. La torre once era la contracara de lo que se había avanzado en el resto del barrio. El edificio tiene once pisos. Y el único acceso es por la escalera, porque el ascensor fue desmantelado. Solo quedó el hueco vacío, que se transformó en una especie de compost vertical, porque los habitantes de los departamentos, en su mayoría usurpados, lo usaban de basurero. El olor era nauseabundo porque los residuos ocupaban varios pisos.
Germán de los Santos (Rosario: La historia detrás de la mafia narco que se adueñó de la ciudad (Spanish Edition))
la voluntad del Padre, Jesús, Emmanuel, acude a Juan, primo y elegido para descubrir el hacha que está preparada.
Carlos Alberto Orbes-Orbes (El Santo Rosario)
Después de ser bautizado, Jesús salió del agua. Y una voz del Cielo decía: Este es mi Hijo, el amado” (Mateo 3, 13-17).
Carlos Alberto Orbes-Orbes (El Santo Rosario)
Ateísmo burgués del siglo XIX, llamó Hugo Hiriart a la religiosidad en la que imagino vivir. No sé cómo apareció esta terminante descripción en el espléndido discurso en torno a la Ilíada, con el que entró a formar parte de la Academia Mexicana de la Lengua. Pero me sentí cómoda arropándome en semejante categoría. Hasta cuando me creo moderna soy anticuada. Esto de ser ateo viene del siglo XIX. Hasta del tardío XVIII. Mi bisabuelo liberal ya era obsoleto. Con todo, yo tengo mi fe. Creo en la madre naturaleza y en los seres humanos que son generosos y buenos. Ahí está el dios de esta atea. Creo en Elizabeth Bennet, en Úrsula Iguarán, en Isaac Dinesen. Creo en la Maga y en la valentía de Leonor. Creo que tiene razón Mateo cuando lo aflige que haya guerra en Ucrania, cuando dilucida que si aletea una mariposa en África, tiembla en México. Creo en Verónica cuando se niega a heredarles a nuestros hijos la mugre del río Atoyac. Creo en los trabajadores obsesivos, como Roberto, Kathya, Héctor y Catalina. Creo en los misterios del fondo del mar, en el cine, en la poesía del Siglo de Oro y en la del siglo XX. Creo en la memoria, en la escuela primaria, en el amor de los quince años y en el sexo de los cincuenta. Creo en las comedias musicales, las jacarandas y los rascacielos. Creo en el caldo de frijoles y el arroz blanco, creo en el horizonte y en que un día tendré más nietos. Creo en la música de Rosario, en las películas de Catalina, en el libro que me cuenta Mateo. Creo en las historias que Virginia trae del Metro, creo que tenemos remedio, creo en los lápices del número tres, en la punta de las plumas Mont Blanc, en la ciencia del doctor Goldberg, en la incredulidad del doctor Estañol, en los barcos con que soñaba una mujer frente a la bahía de Cozumel, en el perro volando que vió doña Emma en un ciclón, en la frente lúcida y la nariz perfecta de la antropóloga Guzmán, en la Sierra Negra cuando la recorre Daniela, en las mujeres que han llamado a su grupo “Los varitas de nardo” y son diez gordas reunidas para cambiar sus hornos de leña por unos que contaminen menos. Creo en el hipo con que mi perro anuncia que está soñando un vuelo alrededor del mundo, creo en el diccionario de la RAE y en las cartas que mandan mis amigos. Creo que aún camina bien mi camioneta vieja y que mis hermanos hicieron una empresa en donde había un sueño. Creo, ingenua yo, en que les irá mal a los malos. Creo en la luz de mi iPhone, en la cocina de mi abuela, en la esperanza de quienes, a pesar del miedo, siguen viviendo en Michoacán. Bendigo el correo electrónico, las orquídeas y los zapatos cómodos. Les rezo a las puestas de sol, a la vitamina B12, a mis rodillas y a las fotos de mis antepasados. Comulgo con quienes saben conversar, oigo misa en las sobremesas de mi casa. Soy una atea con varios dioses. Tantos y de tan buen grado que ahora, presa de la aflicción que es la desmemoria, voy a acudir al único dios de la trilogía de mi madre que me sigue pareciendo confiable: Espíritu Santo, fuente de luz: ilumíname. ¿A qué horas tiré el trébol y cómo es que olvidé tan memorable catástrofe?
Ángeles Mastretta (El viento de las horas)
Cuando vino un miliciano a registrar la casa yo le enseñé todos mis santos, tranquilamente. «Pero ¿usted cree en esas paparruchas de Dios?», me dijo. «Claro que sí, ¿usted no?», le contesté. «No, ni permito que lo crea nadie.» «Entonces yo soy más republicana que usted, porque a mí me tiene sin cuidado lo que los demás piensen, creo en la libertad de ideas.» Entonces se rascó la cabeza y me dio la razón. Al otro día me trajo un rosario de regalo de los que tenían ellos requisados.
Carmen Laforet (Nada)