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Por supuesto, resulta espantosa e insoportablemente aburrida esta inactividad tan absoluta, este quedarse sentado sin hacer nada en un estado de postración mental, pero, por otro lado, ¿acaso no pasan el tiempo de esa manera tan pasiva y apática millones y millones de gentes del planeta? Y además, ¿no lo hacen así desde hace años, desde haces siglos, independientemente de la religión, de la cultura, de la raza?
Basta con que, en América del Sur, vayamos a los Andes o nos paseemos en coche por las polvorientas calles de Piura o naveguemos por el Orinoco: en todas partes encontramos aldeas de barro, poblados y villas pobres y veremos cuánta gente permanece sentada en la puerta de su casa, sobre piedras o en bancos, inmóvil, sin hacer nada. Vayamos de América del Sur a África, visitemos los solitarios oasis del Sáhara o los poblados de pescadores negros que se extienden a lo largo del Golfo de Guinea, visitemos a los misteriosos pigmeos en la jungla del Congo, la diminuta ciudad de Mwenzo en Zambia, la hermosa y dotada tribu Dinka en Sudán: en todas partes veremos gentes sentadas que de vez en cuando articularán alguna palabra, que por la noche se calentarán alrededor de un fuego, pero que en realidad, aparte de permanecer sentadas, inmóviles e inactivas, no hacen nada en absoluto y se encuentran (podemos suponer) en un estado de postración mental. ¿Acaso Asia es diferente? ¿Acaso, yendo de Karachi a Lahore o de Bombay a Madrás o de Yakarta a Malangu, no nos chocará ver que miles, qué digo, millones de paquistaníes, hindúes, indonesios y otros asiáticos están sentados inmóviles con la vista fija en no se sabe qué? Cojamos un vuelo a las Filipinas o a Samoa, visitemos las inconmensurables extensiones del Yukón o la exótica Jamaica: en todas partes veremos el mismo panorama de gentes sentadas que permanecen inmóviles durante horas enteras en unas sillas viejas, en unos tablones de madera, en unas cajas de plástico, a la sombra de olmos y mangos, apoyadas contras las paredes de las chabolas, las vallas y los marcos de las ventanas, independientemente de la hora del día y de la estación del año, de si hace solo o llueve, gentes aturdidas e indefinidas, gentes en un estado de somnolencia crónica, que no hacen nada excepto permanecer allí sin necesidad y sin objetivo, y también sumidas (podemos suponer) en una postración mental.
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