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El régimen de López Obrador ha sido bautizado como el gobierno de la 4T, es decir, de la Cuarta Trasformación. Las tres anteriores fueron la independencia de España, la reforma liberal y la revolución de 1910. Posiblemente estas grandes trasformaciones son las tres máscaras que adopta como estilo de gobierno el presidente. Más concretamente, podemos ver que usa las máscaras de Morelos, Juárez y Madero para representar un cuarto episodio supuestamente tan trascendental como los tres anteriores. Tenemos aquí a un personaje que declara su humilde servidumbre ante una nación que debe ser independiente, aunque no haya ya un enemigo colonialista al que vencer. También encarna la severa austeridad y la gran tenacidad de un reformista liberal que se enfrenta a los molinos de viento de un conservadurismo inventado. Asimismo, retoma la espiritualidad mística y moralista de un luchador por la democracia contra una dictadura imaginaria. Allí están las tres máscaras, completamente fuera de su contexto original, que fueron terribles tiempos de guerra: ya no hay una España colonial de la cual independizarse. Tampoco vemos una Iglesia ultraconservadora a la que es necesario arrebatar de sus manos muertas las propiedades que acapara. Imposible, además, ubicar una larga dictadura que sea preciso derrocar. Pero sí aparecen los enemigos fantasmales que hay que combatir o reducir: el reino de España, los conservadores y los neoporfiristas. El combate contra estos tres fantasmas se transforma en un estilo de gobierno. La historia tachonada de grandes héroes que invoca López Obrador elude su lado amargo, incómodo e irónico: la independencia acaba degradada por un ridículo emperador, la reforma liberal desemboca en la dictadura y la revolución acaba en manos de burócratas autoritarios. Me temo que la transición a la democracia acabe naufragando gracias a un demagogo populista.
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