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Es un momento histórico por otra razón, cargada de un simbolismo que demuestra la diversidad de la India, su capacidad para la convivencia y su creciente movilidad social. Sonia Gandhi, criada como católica, cede el poder a un primer ministro sij, nacido en 1932 en una familia muy humilde del Punjab occidental, hoy perteneciente a Pakistán, y conocido por su irreprochable honestidad. Y lo hace en presencia de un presidente de la República musulmán llamado Abdul Kalam, nacido en una familia paupérrima y experto en física nuclear. Hace menos de un siglo, nadie hubiera podido imaginar que esto pudiera ocurrir en el país donde hasta hace poco el nacimiento, y no el mérito, determinaba el curso de la existencia. Y hace tan sólo un mes, ¿quién hubiera podido predecir semejante ceremonia entre tres representantes de religiones minoritarias?
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