Plaza De Toros Quotes

We've searched our database for all the quotes and captions related to Plaza De Toros. Here they are! All 13 of them:

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Bullfight critics, row on row, Fill the enormous Plaza de Toros; But only one is there who knows, And he is the one who fights the bull.
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Domingo Ortega
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It infuriates him, this killing, this death. Infuriating that this is what we’re known for now, drug cartels and slaughter. This my city of Avenida 16 Septembre, the Victoria Theater, cobblestone streets, the bullring, La Central, La Fogata, more bookstores than El Paso, the university, the ballet, garapiñados, pan dulce, the mission, the plaza, the Kentucky Bar, Fred’s—now it’s known for these idiotic thugs. And my country, Mexico—the land of writers and poets—of Octavio Paz, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Elena Garro, Jorge Volpi, Rosario Castellanos, Luis Urrea, Elmer Mendoza, Alfonso Reyes—the land of painters and sculptors—Diego Rivera, Frida Kahlo, Gabriel Orozco, Pablo O’Higgins, Juan Soriano, Francisco Goitia—of dancers like Guillermina Bravo, Gloria and Nellie Campobello, Josefina Lavalle, Ana Mérida, and composers—Carlos Chávez, Silvestre Revueltas, Agustín Lara, Blas Galindo—architects—Luis Barragán, Juan O’Gorman, Tatiana Bilbao, Michel Rojkind, Pedro Vásquez—wonderful filmmakers—Fernando de Fuentes, Alejandro Iñárritu, Luis Buñuel, Alfonso Cuarón, Guillermo del Toro—actors like Dolores del Río, “La Doña” María Félix, Pedro Infante, Jorge Negrete, Salma Hayek—now the names are “famous” narcos—no more than sociopathic murderers whose sole contribution to the culture has been the narcocorridas sung by no-talent sycophants. Mexico, the land of pyramids and palaces, deserts and jungles, mountains and beaches, markets and gardens, boulevards and cobblestoned streets, broad plazas and hidden courtyards, is now known as a slaughter ground. And for what? So North Americans can get high.
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Don Winslow (The Cartel (Power of the Dog #2))
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Ode to the Beloved’s Hips" Bells are they—shaped on the eighth day—silvered percussion in the morning—are the morning. Swing switch sway. Hold the day away a little longer, a little slower, a little easy. Call to me— I wanna rock, I-I wanna rock, I-I wanna rock right now—so to them I come—struck-dumb chime-blind, tolling with a throat full of Hosanna. How many hours bowed against this Infinity of Blessed Trinity? Communion of Pelvis, Sacrum, Femur. My mouth—terrible angel, ever-lasting novena, ecstatic devourer. O, the places I have laid them, knelt and scooped the amber—fast honey—from their openness— Ah Muzen Cab’s hidden Temple of Tulúm—licked smooth the sticky of her hip—heat-thrummed ossa coxae. Lambent slave to ilium and ischium—I never tire to shake this wild hive, split with thumb the sweet- dripped comb—hot hexagonal hole—dark diamond— to its nectar-dervished queen. Meanad tongue— come-drunk hum-tranced honey-puller—for her hips, I am—strummed-song and succubus. They are the sign: hip. And the cosign: a great book— the body’s Bible opened up to its Good News Gospel. Alleluias, Ave Marías, madre mías, ay yay yays, Ay Dios míos, and hip-hip-hooray. Cult of Coccyx. Culto de cadera. Oracle of Orgasm. Rorschach’s riddle: What do I see? Hips: Innominate bone. Wish bone. Orpheus bone. Transubstantiation bone—hips of bread, wine-whet thighs. Say the word and healed I shall be: Bone butterfly. Bone wings. Bone Ferris wheel. Bone basin bone throne bone lamp. Apparition in the bone grotto—6th mystery— slick rosary bead—Déme la gracia of a decade in this garden of carmine flower. Exile me to the enormous orchard of Alcinous—spiced fruit, laden-tree—Imparadise me. Because, God, I am guilty. I am sin-frenzied and full of teeth for pear upon apple upon fig. More than all that are your hips. They are a city. They are Kingdom— Troy, the hollowed horse, an army of desire— thirty soldiers in the belly, two in the mouth. Beloved, your hips are the war. At night your legs, love, are boulevards leading me beggared and hungry to your candy house, your baroque mansion. Even when I am late and the tables have been cleared, in the kitchen of your hips, let me eat cake. O, constellation of pelvic glide—every curve, a luster, a star. More infinite still, your hips are kosmic, are universe—galactic carousel of burning comets and Big Big Bangs. Millennium Falcon, let me be your Solo. O, hot planet, let me circumambulate. O, spiral galaxy, I am coming for your dark matter. Along las calles de tus muslos I wander— follow the parade of pulse like a drum line— descend into your Plaza del Toros— hands throbbing Miura bulls, dark Isleros. Your arched hips—ay, mi torera. Down the long corridor, your wet walls lead me like a traje de luces—all glitter, glowed. I am the animal born to rush your rich red muletas—each breath, each sigh, each groan, a hooked horn of want. My mouth at your inner thigh—here I must enter you—mi pobre Manolete—press and part you like a wound— make the crowd pounding in the grandstand of your iliac crest rise up in you and cheer.
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Natalie DĂ­az
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No ha salido de establo este mugido, ni de las dulces pajas del reposo, ni de la carreta, ni de los horribles mataderos provinciales, sucios de continuas hecatombes. Este mugido sale de un circo, de un viejo templo, y atraviesa el cielo seguido por una caliente pedrea de voces humanas. Este mugido de dolor ha salido de las frenéticas plazas de toros y expresa una comunión milenaria, una ofrenda oscura a la Venus tartesa del Rocío, viva antes que Roma y Jerusalén tuvieran murallas, un sacrificio a la dulce diosa madre de todas las vacas, reina de las ganaderías andaluzas olvidada por la civilización en las solitarias marismas de Huelva. En mitad del verano ibérico se abren las plazas, es decir, los altares. El hombre sacrifica al bravo toro, hijo de la dulcísima vaca, diosa del amanecer que vive en el rocío. La inmensa vaca celestial, madre continuamente desangrada, pide también el holocausto del hombre y naturalmente lo tiene.
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Federico GarcĂ­a Lorca
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Y, en verdad, todos esperaban de Gallardo hondas emociones. Porque a Ă©l le gustaba el riesgo. Nadie se acercaba a los toros como Ă©l, nadie jugaba tanto con la muerte. Todos creĂ­an que su destino era morir en la plaza.
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Vicente Blasco Ibáñez
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son palabras del historiador Enrique Moradiellos— el control de las costumbres civiles y de la vida educativa y cultural. Casi todos los maestros —que eran unos cincuenta y dos mil antes de la guerra— fueron vigilados, expedientados, expulsados, encarcelados o fusilados. Volvieron a separarse niños y niñas en las escuelas, pues aquello se consideraba un crimen ministerial contra las mujeres decentes, se suprimió el divorcio anulándose los registrados —imaginen el desparrame familiar de semejante vuelta atrás—, las festividades católicas se hicieron oficiales y la censura eclesiástica empezó a controlarlo todo. Los niños alzaban el brazo en las escuelas; los futbolistas, toreros y el público, en estadios, plazas de toros y cines; y hasta los obispos lo hacían —ver esas fotos da vergüenza— al sacar al Caudillo bajo palio después de misa, mientras las cárceles se llenaban de presos, los piquetes de ejecución curraban a destajo y las mujeres, devueltas a su noble condición de compañeras sumisas, católicas esposas y madres, se veían privadas de todos los importantes progresos sociales y políticos que habían conseguido durante la República.
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Arturo Pérez-Reverte (Una historia de España (Spanish Edition))
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Todo gira en el mundo alrededor de los toros. Los músicos existen para inventar pasodobles toreros, los poetas para cantar a los toreros, los médicos para curar a los toreros, los arquitectos para construir plazas de toros, los pintores para pintar toreros y las mujeres para querer a los toreros
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Paco Rabal
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Las abejas dan más miedo que los toros. Se puede demostrar científicamente. Los toros son más grandes, pero las abejas generan más terror por centímetro cúbico. Un torero se pone delante de un toro de seiscientos kilos y tiene mérito, lo reconozco. Pero si al abrir la puerta de toriles salieran a la plaza seiscientos kilos de abejas furiosas, ese tío se caga en los pantalones. Seiscientos kilos de abejas, a gramo y medio por abeja, son cuatrocientas mil abejas. ¡A ver quién torea eso! ¡Que salga el picador, a ver quién pica a quién! Y no es por la cantidad. Cuanto más rebajes el número, peor. Imagínate seiscientas abejas nada más, pero de un kilo cada una; o todavía peor: seis abejas solamente, pero de cien kilos cada pieza. Seis abejas como seis remeros vascos. Pon ahí unas banderillas a ver si te atreves.
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Luis Piedrahita (A mí este siglo se me está haciendo largo (No Ficción) (Spanish Edition))
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Se podrá hablar un día entero de la decadencia de la tauromaquia, de lo mucho que hay de malo, las famosas homilías sobre la crueldad, etc., pero hay algo que queda en pie, y es la hora de la verdad, es ese momento en que toro y torero están solos y toda la plaza guarda silencio hasta el minuto perfecto del torear ceñido, y los �olé que festejan sucintamente cada cita y cada pase.
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Julio Cortázar
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Se podrá hablar un día entero de la decadencia de la tauromaquia, de lo mucho que hay de malo, las famosas homilías sobre la crueldad, etc., pero hay algo que queda en pie, y es la hora de la verdad, es ese momento en que toro y torero están solos y toda la plaza guarda silencio hasta el minuto perfecto del torear ceñido, y los olé que festejan sucintamente cada cita y cada pase
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Julio Cortázar
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Se podrá hablar un día entero de la decadencia de la tauromaquia, de lo mucho que hay de malo, las famosas homilías sobre la crueldad, etc., pero hay algo que queda en pie, y es la hora de la verdad, es ese momento en que toro y torero están solos y toda la plaza guarda silencio hasta el minuto perfecto del torear ceñido, y los �olé� que festejan sucintamente cada cita y cada pase
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Julio Cortázar
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¿Qué sabes de España? —Que bailan flamenco, matan toros y comen paella.
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Fabián Plaza Miranda (Más fría que la guerra - Premio Minotauro 2021 (Spanish Edition))
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Durante dos décadas, esto fue un trágico folletín protagonizado por el clásico triángulo español: un malo de película, unos buenos heroicos y torpes, y un pueblo embrutecido, inculto y gandumbas que se movía según le comían la oreja, y al que bastaba, para ponerlo de tu parte, un poquito de música de verbena, una corrida de toros, un sermón de misa dominical o una arenga en la plaza del pueblo a condición de que el tabaco se repartiera gratis.
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Arturo Pérez-Reverte (Una historia de España (Spanish Edition))