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¡Ay mi México, mi México malherido, mi México que se conforma con tan poco! ¿Es posible que creamos aún en la eficacia del gobierno cuando, a la hora de la hora, quien hizo todo fue la gente? Ayer todavía, en la calle se mostraba agradecida porque los autobuses de la Ruta 100 fueran gratuitos, el teléfono gratuito, aunque tuviera que romper las tomas de agua en la calle porque no llegan las pipas. Pide tan poco, se contenta con muy poco. La población, en estos días, se hace cargo de sí misma. De todos modos los de abajo están acostumbrados a que ni se les tire un lazo. La absoluta inoperancia del gobierno no es cosa nueva. Son tan distintos del aparato en el poder, tan espectadores inermes de las decisiones gubernamentales, tan hechos a un lado que uno piensa que no hablan el mismo lenguaje. [...] Al pueblo, aunque hablen tanto de él, nunca le han concedido más papel que el de extras; los jefes siempre han estado ahí para obstaculizar, para paralizar, para cerrar el paso, para cultivar la antesala. Si no, ¿por qué no están aquí los protagonistas de la tragedia? ¿Por qué en vez de oír a la costurera, a un damnificado, a un socorrista, tenemos que oír al político de siempre, al burócrata, al funcionario de coche y chofer?
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