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Antes de ser la hija de mis padres o la hermana de mis hermanos, soy mía. Ya soy muchas cosas para mucha gente. No necesito ser nada de nadie más, no por mucho tiempo. ¿Sabes?
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Cassandra Clare (Son of the Dawn (Ghosts of the Shadow Market, #1))
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Yo no sé ni siquiera que el agua está compuesta por oxígeno e hidrógeno, y estas [se refiere a sus hijas, sus mordaces críticos] me echan a la cara que las lunas salen del este. ¿Pero qué me importan si las lunas salen del oeste o del este, si en Marte llueve o no llueve? Yo no proporciono breviarios a los matemáticos y a los físicos. Pero un escritor de ciencia ficción, contestan, tiene que saber ciertas cosas. Bien. Toda la vida llamándome escritor de ciencia ficción, y aún no he entendido lo que significa. Desde hace algún tiempo me llaman escritor de la Era Espacial. Suena algo más respetable, pero tampoco entiendo qué significa. Solamente, el que hace 20 años todos se burlaban de mí. ‘Pero qué ridículo eres’, decían, ‘absurdo’. ‘¿Qué quiere decir astronauta? ¿Qué quiere decir cosmopuerto, ir a la Luna? ¡Eres tonto!’ Luego, de pronto, explota la Era Espacial, y se realiza lo que escribía. Pero no se arrepienten, no piden disculpas, siguen diciendo ‘No es una obra de arte la suya, es cinerama. Bien, ¿qué es el cinerama? ¿Quién inventó el cinerama sino el viejo Mike, Michelangelo en resumen? ¿No la hizo él La Capilla Sixtina? ¿Y qué otra cosa es La Capilla Sixtina sino cinerama en pintura? Y si el viejo Michelangelo pintaba en cinerama, ¿por qué yo no puedo escribir el futuro en ciencia ficción? La ciencia ficción me sirve para interpretar el tiempo en que vivo, en que vivirán los hijos de mis hijos, para describir sus amenazas.
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Ray Bradbury
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Sé también que podemos permanecer serenos ante la fotografía del ser que hemos perdido y unos minutos más tarde echarnos a llorar con el sabor de un plato que nos lo recuerda, o simplemente con el zumbido de una sierra en mitad de una tarde silenciosa. Que tememos olvidar la voz, el olor, quién sabe si el rostro.
Y que no hay un dolor más solitario. Escondo mis lágrimas, no por vergüenza de llorar en público, sino porque no quiero traspasar a mis padres, a mis hijas, a mi marido mis raptos dolorosos. Y porque ninguna palabra expresará verdaderamente el sentimiento.
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Piedad Bonnett (Lo que no tiene nombre)
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En las conversaciones con mis hijas oigo palabras o frases no pronunciadas. Ellas a veces se enojan, me dicen mamá, yo no lo he dicho, lo estás diciendo tú, te lo has inventado. Pero no invento nada, me basta con escuchar, lo no dicho es más elocuente que lo dicho.
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Elena Ferrante (La hija oscura)
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Tú, querida Jo, puedes decírselo todo a tu madre, porque mi mayor orgullo y dicha consisten en saber que mis hijas confían en mí y saben que las quiero.
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Louisa May Alcott (Mujercitas (Mujercitas, #1))
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Hijos de mis hijas, mis nietos; hijos de mis hijos, sepa su chingada madre.
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Fernanda Melchor (Hurricane Season)
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No creo que ninguna de mis hijas vaya a incomodar al señor Willoughby con intentos de atraparlo. No es una ocupación para la que hayan sido criadas. Los hombres están muy a salvo con nosotras, sin importar cuán ricos sean.
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Jane Austen (Sense and Sensibility)
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Canta, hija, canta y trina, si ese es tu camino. Buscate por dentro, hurgate hasta que descubras, sin miedos, quien habita en tu interior. Hablame de tus dudas, de tus fantasias, de tu curiosidad justificada por la reproduccion humana y animal, de tu preocupacion por la politica, de tu interes por las artes: la vida es un abanico de posibilidades de realizacion personal. Encuentra las tuyas, para eso tienes a tu madre, un faro en tu camino, una referencia nocturna de la cual careci yo en mis noches de miedo. No seras un objeto de adorno. Pensaras, construiras, haras, propondras, no callaras, aportaras, disfrutaras la cama y a tu pareja, te reiras con un par de tequilas y sin ellos, seras plena, intensa, exitosa, risueña y enormemente productiva para que el dia que te mueras, espero que sea muy tarde y sobre todo mucho despues de que yo haya partido para siempre, lo puedas hacer con una sonrisa en el rostro.
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Francisco Martín Moreno (México ante Dios)
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Mis maldades son hijas de una soledad forzada que aborrezco, y mis virtudes florecerán necesariamente cuando reciba la comprensión de un igual.
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Mary Wollstonecraft Shelley (Frankenstein)
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Haz de cuenta que estoy en la ruleta. No paro de apostar, ni de perder. Apuesto con las ganas de perderlo todo, y cuando estoy a punto de lograrlo se me ocurre algo para hacer más dinero y volver a apostarlo. El día que mis papás tuvieron lana la guardaron, la cuidaron, la agarraron cariño, y ya ves: su hija se las bajó, enterita. Tengo una relación muy rara con el cash. Lo amo y lo desprecio. Puedo atreverme a cualquier cosa por tenerlo, puedo pasarme noches enteras contándolo, y a la primera oportunidad acabo con él. Finalmente, si no se va a quedar conmigo, no voy a darle el gusto de que sea él quien me abandone. El dinero sólo abandona a los jodidos. Y eso sí no lo aguanto. Ya sé que es muy injusta, muy triste la pobreza, pero si me preguntan me siento más a gusto diciendo que ni la conozco, aunque eso sea nada más porque en cuanto la siento que se acerca le volteo la espalda.
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Xavier Velasco (Diablo Guardián)
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Eso no es tu problema,” he says. “¡Todos tus problemas son mis problemas!” “Puedo cuidarme solo, Carolina. Sos mi hija, no mi madre.” “¡Sí, y como tu hija, si te mueres, yo soy la que sufre, papá!” “No quiero pelear con vos. Ahora no.
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Taylor Jenkins Reid (Carrie Soto Is Back)
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4 Porque así dijo el SEÑOR a los eunucos que guardaren mis sábados, y escogieren lo que yo quiero, y abrazaren mi pacto: 5 Yo les daré lugar en mi casa, y dentro de mis muros, y nombre, mejor que a los hijos y a las hijas; nombre perpetuo les daré que nunca perecerá.
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Russell M. Stendal (Las Sagradas Escrituras (Jubilee Bible 2000))
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Voy a comenzar con una franca presentación.
La verdad es que me resulta difícil hablar de mí, al menos si quiero contar algo interesante, diferente o extraordinario como ya dije. Tal vez deba comenzar diciendo que no hay nada de eso y que soy una mujer común, madre, esposa, hija, hermana... nada que no sea alguna de las tantas mujeres que me cruzo por la vida. Quizás la diferencia está en que una vez quise cambiar la rutina y comencé a pensar en escribir mis propias fantasías para matar el tiempo y entretenerme con algo diferente.
Y lo hice.
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Ivonne Vivier
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Con el corazón desbocado y la sangre latiendo en mis sienes empujé la puerta del baño, que estaba entornada. No recordaba que estuviera así cuando había pasado aquella tarde por cada una de las habitaciones. Apenas se podía ver, estaba totalmente llena de vaho. Abrí la puerta de par en par para que saliera hacia fuera y se despejara un poco.
Allí no había nadie.
Miré la ducha; estaba abierta y con el grifo del agua caliente a máxima potencia. Lo cerré intentando mojarme lo mínimo posible.
Miré a mi alrededor.
Nada. Allí no había nada, ni nadie.
—¿Qué me está pasando? —me pregunté en voz alta.
Me senté en la taza del váter, los codos apoyados en las rodillas y las manos en la cara. Me sentía agotada, física y mentalmente. ¿Qué significaba ese maldito sueño?, ¿era premonitorio?, ¿iba a morir ahogada?, ¿o tal vez había pasado en otra vida?
De nuevo se oyó un golpe en la habitación de al lado. A punto estuve de caerme de donde me encontraba sentada.
Mi corazón amenazaba con estallar.
Miré al frente. Me quedé petrificada. Ya no solamente notaba las pulsaciones de mi acelerado corazón; ahora también podía oírlas.
En el ancho espejo del baño había un mensaje:
«Amy, ayúdanos»
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Elisabet Castany (El eterno legado (La hija de la sacerdotisa, #1))
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Un día, yo tengo diez años, alguien llama a mi casa y le dice a mi madre: «Su hija es un marimacho», y cuelga. Desde entonces mi madre lee todos mis cuadernos, escruta todos mis bolsillos, me hace todos los días la cartera para asegurarse de que no llevo o traigo nada raro. Mi madre se convierte en un detective privado contratado por el régimen heteropatriarcal para desactivar mi incipiente terrorismo de género: vigilancia e inspección doméstica, interrogatorio, prohibición, reclusión, censura..., estos son los sofisticados métodos que el sistema pone a disposición de una simple ama de casa del período español inmediatamente postfranquista para extirpar el deseo masculino que habita mi cuerpo de niña.
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Paul B. Preciado (Testo Junkie: Sex, Drugs, and Biopolitics in the Pharmacopornographic Era)
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La gente no acepta que se le diga sus verdades. Quieren que se crea sus lindas palabras o por lo menos que uno haga como si. Yo soy lúcida soy franca arranco las caretas. La tipeja que susurra: '¿Así que quiere mucho a su hermanito?' y yo con mi vocecita serena 'Lo detesto'. He seguido siendo esa adolescente que dice lo que piensa no hace trampas. Se me partía el corazón escucharlo pontificar y todos esos infelices de rodillas delante de él. Yo aparecía con mis grandes zuecos sus palabras solemnes quedaban desinfladas: el progreso la prosperidad el porvenir del hombre la felicidad de la humanidad la ayuda a los países subdesarrollados la paz del mundo. No soy racista pero me importan un pito los árabes los judíos los negros exactamente como me importan un pito los chinos los rusos los yanquis los franchutes. Me importa un pito la humanidad qué es lo que ella ha hecho por mí me gustaría saberlo. Si son lo bastante estúpidos como para degollarse bombardearse tirarse napalm exterminarse no gastaré mis ojos llorando. Un millón de niños degollados ¿y qué? Los niños nunca son otra cosa que semilla de canallas y así se descongestiona un poco el planeta reconocen que está superpoblado ¿y entonces qué? Si yo fuera la tierra me daría asco toda esa gusanada en mi espalda me la sacudiría. Si todos revientan yo quiero reventar. Los niños no son nada para mí no voy a enternecer por ellos. Mi hija está muerta y me han robado a mi hijo.
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Simone de Beauvoir (The Woman Destroyed)
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Mi caída empezó, como muchas historias lo hacen, con una chica. Una chica llamada Meghan Chase, la hija medio humana de nuestro antiguo rival, el Rey de Verano. El destino nos unió, y a pesar de todo lo que hice para ocultar mis emociones, a pesar de las leyes de nuestra gente y de la guerra con los feys de Hierro y de la amenaza de eterno destierro de mi hogar, aun así me enamoré de ella. Nuestros caminos estaban entretejidos, nuestros destinos entrelazados, y antes de la última batalla juré que la seguiría al fin del mundo, para protegerla de cualquier amenaza, incluyendo a mi propia familia, y para morir por ella si era llamado a hacerlo. Me convertí en su caballero, y habría servido con alegría a esta chica, la mortal que había capturado mi corazón, hasta que el último aliento abandonara mi cuerpo.
Pero el destino es un amante cruel, y al final, nuestros caminos fueron forzados a separarse, como había temido que lo fueran
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Julie Kagawa (The Iron Knight (The Iron Fey, #4))
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Uno de mis sobrinos, que vive en Boston, trabaja en las finanzas: gana una montaña de dólares al mes, está casado, tiene tres hijos, una mujer adorable y un coche estupendo. En resumen, la vida ideal. Un día, vuelve a su casa y le dice a su mujer que se va, que ha encontrado el amor, con una universitaria de Harvard que podría ser su hija, a la que había conocido en una conferencia. Todo el mundo dijo que había perdido un tornillo, que buscaba en aquella chica una segunda juventud, pero yo creo que simplemente había encontrado el amor. La gente cree que se ama, y entonces se casa. Y después, un día, descubren el amor, sin ni siquiera quererlo, sin darse cuenta. Y se dan de bruces con él. En ese momento, es como el hidrógeno que entra en contacto con el aire: produce una explosión fenomenal, que lo arrastra todo. Treinta años de matrimonio frustrado que saltan de un golpe, como si una gigantesca fosa séptica en ebullición explotara, salpicando todo a su alrededor. La crisis de los cuarenta, la cana al aire, no son más que tipos que comprenden la fuerza del amor demasiado tarde, y que ven derrumbarse toda su vida.
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Joël Dicker (La verdad sobre el caso Harry Quebert)
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Que seguramente mucha gente no había conocido nunca el amor. Que en el fondo se conformaban con buenos sentimientos, que se enterraban en la comodidad de una vida vulgar y que se perdían sensaciones maravillosas, que son probablemente las únicas que justifican la existencia. Uno de mis sobrinos, que vive en Boston, trabaja en las finanzas: gana una montaña de dólares al mes, está casado, tiene tres hijos, una mujer adorable y un coche estupendo. En resumen, la vida ideal. Un día, vuelve a su casa y le dice a su mujer que se va, que ha encontrado el amor, con una universitaria de Harvard que podría ser su hija, a la que había conocido en una conferencia. Todo el mundo dijo que había perdido un tornillo, que buscaba en aquella chica una segunda juventud, pero yo creo que simplemente había encontrado el amor. La gente cree que se ama, y entonces se casa. Y después, un día, descubren el amor, sin ni siquiera quererlo, sin darse cuenta. Y se dan de bruces con él. En ese momento, es como el hidrógeno que entra en contacto con el aire: produce una explosión fenomenal, que lo arrastra todo. Treinta años de matrimonio frustrado que saltan de un golpe, como si una gigantesca fosa séptica en ebullición explotara, salpicando todo a su alrededor.
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Joël Dicker (La verdad sobre el caso Harry Quebert)
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En una sesión, el terapeuta del té verde trató de hipnotizarme. No lo logró, pero al menos me relajé y pude ver dentro de mi corazón un trozo enorme de granito negro. Supe entonces que mi tarea sería librarme de eso; tendría que picarlo en pedacitos, poco a poco. Para deshacerme de aquella oscura roca, además de la terapia y las caminatas en el bosque diáfano de tus cenizas, tomé clases de yoga y multipliqué las tranquilas sesiones de acupuntura con el doctor Shima, tanto por el beneficio de su ciencia, como por el de su presencia. Reposando en su camilla con agujas por todas partes, meditaba y me evadía a otras dimensiones. Te buscaba, hija. Pensaba en tu alma, atrapada en un cuerpo inmóvil durante aquel largo año de 1992. A veces sentía una garra en la garganta y apenas podía aspirar aire, o me agobiaba el peso de un saco de arena en el pecho y me sentía enterrada en un hoyo, pero pronto me acordaba de dirigir la respiración al sitio del dolor, con calma, como se supone que se debe hacer durante el parto, y de inmediato disminuía la angustia. Entonces visualizaba una escalera que me permitía salir del hoyo y subir a la claridad del día, al cielo abierto. El miedo es inevitable, debo aceptarlo, pero no puedo permitir que me paralice. Una vez dije -o escribí en alguna parte- que después de tu muerte ya no tengo miedo de nada, pero eso no es verdad, Paula. Temo perder o ver sufrir a las personas que amo, temo el deterioro de la vejez, temo la creciente pobreza, violencia y corrupción en el mundo. En estos años sin ti he aprendido a manejar la tristeza, a hacerla mi aliada. Poco a poco tu ausencia y otras pérdidas de mi vida sevan convirtiendo en una dulce nostalgia. Eso es lo que pretendo en mi tambaleante práctica espiritual: deshacerme de los sentimientos negativos que impiden caminar con soltura. Quiero transformar la rabia en energía creativa y la culpa en una burlona aceptación de mis fallas; quiero barrer hacia fuera la arrogancia y la vanidad. No me hago ilusiones, nunca alcanzaré el desprendimiento absoluto, la auténtica compasión o el estado de éxtasis de los iluminados, parece que no tengo huesos de santa, pero puedo aspirar a las migas: menos ataduras, algo de cariño hacia los demás, la alegría de una conciencia limpia.
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Isabel Allende (La suma de los días)
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La escuela nunca había tenido importancia para papá. Mamá nos plantaba y nos trasplantaba siguiendo el ritmo de sus diagnósticos y convicciones, mientras él permanecía en su universo privado, inaccesible, donde sus hijas entraban de vez en cuando como motivos pequeñitos de un cuadro mayor que sólo él conocía. Siempre había dejado esas decisiones en manos de mamá, que lidiaba guerras incomprensibles con los curas y las monjas de los colegios, alentaba rencores con padres y maestros de los que nosotras salíamos exiliadas a un nuevo círculo de desconocidos.
Lejos de ser traumáticas, esas migraciones escolares fueron para mí como pequeñas excursiones en las que aprendí pronto el valor del anonimato; disfrutaba de sentirme al margen de los juegos de las otras niñas, de saberme transitoria en ese lugar. Conocer los ritmos y las formas de otras escuelas me hacía sentirme superior, más allá de las rencillas y miedos particulares que a las otras tanto podían preocupar. Intuía que el verdadero peligro era no saberse el guion o no ejecutarlo con suficiente elocuencia. Con una soberbia protectora que a veces se manifestaba como aislamiento y otras como esporádicos momentos de liderazgo, asombraba a mis maestras por mi capacidad de adaptación y de ganar nuevos amigos cuando para mí eran en realidad como los muñequitos troquelados en papel: perfectos en su mundo circular, todos iguales, todos descartables.
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Betina González (Arte menor)
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ropa bonita a su hija. Pero María no se daba por satisfecha. Creía que merecía algo mucho mejor. Cuando María ya era mujercita, no quería tener nada que ver con los jóvenes de su pueblo. No eran bastante buenos para ella. Muchas veces cuando se paseaba con su abuelita por las afueras del pueblo, decía: —Abuelita, cuando yo me case, voy a casarme con el hombre más guapo del mundo. La abuela movía la cabeza. Pero María miraba a través de la ladera y decía: —Va a tener el pelo tan negro y reluciente como el cuervo que veo posado en aquel piñón. Y cuando se mueva, va a mostrar la fuerza y la gracia del caballo que mi abuelito tiene en su corral. —María —decía la anciana suspirando—, ¿por qué piensas siempre en cómo se ve un hombre? Si vas a casarte con un hombre hay que asegurarte de que sea un buen hombre, de que tenga buen corazón. No te fijes tanto en lo guapo que es. Pero María se decía: —Estas viejitas. Tienen las ideas tan anticuadas. No entienden nada. Un día llegó al pueblo un hombre que parecía ser el mero hombre de quien María hablaba. Se llamaba Gregorio. Era un vaquero del llano al este de la sierra. Sabía montar cualquier bestia. Si tenía un caballo que se amansaba mucho, lo regalaba y se iba para capturar un caballo salvaje. Pensaba que no era varonil montar un caballo que no fuera medio bronco. Era tan guapo que todas las muchachas andaban enamorándose de él. Tocaba la guitarra y cantaba con buena voz. María decidió que ése era el hombre con quien se iba a casar. Pero disimulaba sus sentimientos. Si se encontraban en la calle y Gregorio la saludaba, María volteaba la cara. Si venía a su casa para tocar su guitarra y cantar, ella ni siquiera se asomaba a la ventana. Al poco tiempo Gregorio también se decidió. Se dijo: —Esa orgullosa de María. Es con ella que me voy a casar. Yo puedo conquistar su corazón. Todo resultó tal y como María lo había planeado. Los padres de María no querían que se casara con Gregorio. Le dijeron: —Él no puede ser buen marido. Está acostumbrado a la vida bárbara del llano. No te cases con él. Por supuesto María no les hizo caso a sus padres. Se casó con Gregorio. Por algún tiempo todo andaba bien. Tuvieron dos hijos. Pero después de varios años, Gregorio volvió a su antigua manera de ser. Se mantenía fuera de casa por meses a la vez. Cuando regresaba a casa le decía a María: —Yo no vine a verte a ti. Quiero pasar un rato con mis hijos nomás. Jugaba con los hijos por un tiempo, y luego se iba para pasar toda la noche jugando a las cartas con sus amigos y tomando vino. Y empezó a decir
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Joe Hayes (The Day It Snowed Tortillas / El día que nevó tortilla)
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Solo quería que me dejaran a solas con mi dolor y ni siquiera eso me resultaba reconfortante. Fui consciente de que trataban de levantarme del suelo y también de que mis fuerzas no acompañaban. Fue el rostro de mi tío el que vi por última vez antes de perderme en la bruma oscura que me seducía cual canto de sirena, donde todos mis miedos e inquietudes, donde todo mi pesar, desaparecieron dejándome en un estado de total insensibilidad.
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Elisabet Castany (Legado de sangre (La hija de la Sacerdotisa nº 2) (Spanish Edition))
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Quizá porque nací en domingo, hija del sol, mi vida está llena de prodigios. Yo he oído campanillear los árboles del bosque a mi paso, las grullas me han llevado en su vuelo hasta las tierras pardas del sur, y he visto danzar a las hadas…
Como ellas quisiera ser: hermosa y fuerte, resplandeciente, poderosa para convertir en pan la mugre de los miserables, en salud el dolor de los enfermos, y en gozo la pena de los desdichados.
Pero tan sólo soy Elisabeth, duquesa en Baviera. Mis trenzas se deshacen apenas las he peinado, y mi corazón sufre a menudo. Entonces escribo poemas, para echar fuera la congoja que me invade cuando oscurece, la fatiga de un cuerpo que no se atreve a vivir lejos de la luz…
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Ángeles Caso (Elisabeth, emperatriz de Austria-Hungría: Biografía definitiva de la emperatriz)
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Mis demonios aguardaban al acecho para deleitarme con nuevas pesadillas.
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Elisabet Castany (El eterno legado (La hija de la sacerdotisa, #1))
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Luego Dios le dio al pueblo las siguientes instrucciones:* 2 «Yo soy el SEÑOR tu Dios, quien te rescató de la tierra de Egipto, donde eras esclavo. 3 »No tengas ningún otro dios aparte de mí. 4 »No te hagas ninguna clase de ídolo ni imagen de ninguna cosa que está en los cielos, en la tierra o en el mar. 5 No te inclines ante ellos ni les rindas culto, porque yo, el SEÑOR tu Dios, soy Dios celoso, quien no tolerará que entregues tu corazón a otros dioses. Extiendo los pecados de los padres sobre sus hijos; toda la familia de los que me rechazan queda afectada, hasta los hijos de la tercera y la cuarta generación. 6 Pero derramo amor inagotable por mil generaciones sobre los* que me aman y obedecen mis mandatos. 7 »No hagas mal uso del nombre del SEÑOR tu Dios. El SEÑOR no te dejará sin castigo si usas mal su nombre. 8 »Acuérdate de guardar el día de descanso al mantenerlo santo. 9 Tienes seis días en la semana para hacer tu trabajo habitual, 10 pero el séptimo día es un día de descanso y está dedicado al SEÑOR tu Dios. Ese día, ningún miembro de tu casa hará trabajo alguno. Esto se refiere a ti, a tus hijos e hijas, a tus siervos y siervas, a tus animales y también incluye a los extranjeros que vivan entre ustedes. 11 Pues en seis días el SEÑOR hizo los cielos, la tierra, el mar, y todo lo que hay en ellos; pero el séptimo día descansó. Por eso el SEÑOR bendijo el día de descanso y lo apartó como un día santo. 12 »Honra a tu padre y a tu madre. Entonces tendrás una vida larga y plena en la tierra que el SEÑOR tu Dios te da. 13 »No cometas asesinato. 14 »No cometas adulterio. 15 »No robes. 16 »No des falso testimonio contra tu prójimo. 17 »No codicies la casa de tu prójimo. No codicies la esposa de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su burro, ni ninguna otra cosa que le pertenezca».
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Anonymous (La Biblia en un año NTV (Spanish Edition))
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Mucho de lo que escribió hace décadas y no ha vuelto a leer ahora lo anima.
Estos apuntes son sus años guardados. Va extrayendo años de los bolsillos y los va recorriendo. Nunca se confunden, se mantienen separados y le muestran nuevos significados para los cincuenta años siguientes.
¿Con qué se confrontarán entonces? ¿Con qué criaturas? ¿Torcidas,
distorsionadas, dispersas, estiradas? ¿Pasarán sus frases miedo entre tales criaturas? ¿Se ahogarán, se ahorcarán, se asfixiarán? ¿Qué frase posee la fuerza suficiente para mirarle a ese futuro a los ojos? Marx está fuera de lugar. Freud le sigue. Hay miles y miles de ordenadores. ¿Millones? Las estrellas se desintegran ante mis ojos. Ni una sola imagen se sostiene. Lo que Hera restauró está ahora guardado en algún lugar recóndito de Japón.
Allí irá a parar a la hoguera de su comprador, que también arderá.
Maravillas de Van Gogh, ¿quién os recomprará antes de que esto ocurra?
Lo más odiado ha prevalecido. Mucho dinero lo compra todo. Las almas del pasado que dan voces tienen un precio antes de pegarse un tiro en la sien.
Ahora espero la llamada de Johanna por la mañana como antes esperaba la de Hera. Como si la madre se ocultara en la hija y escuchara secretamente cuando ella me habla. Algún día no podrá contenerse y dirá dos palabras en medio de la conversación, y yo me desplomaré muerto de felicidad.
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Elias Canetti (Il libro contro la morte)
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«Todavía hoy el más atrevido, el más temerario de mis libros, me sigue pareciendo La hija oscura. Es el libro que más ha hecho que me sienta culpable. Llevé a la protagonista mucho más allá de lo que pensaba poder soportar mientras lo escribía.
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Ilaria Martinelli (Elena Ferrante: una guía de lectura (Spanish Edition))
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Al hablar rechinaba los dientes y emitía un sonido parecido al que hace un tenedor al rasgar un plato. Ñiiick. —Pues sí, es muy bonito —dijo su padre, poniéndose delante de la niñas—. Sujete bien a sus perros, parecen peligrosos. —Les compro el balón… ñiiick… A mi perro parece que le gusta mucho… ñiiick —dijo el hombre, sin hacer caso a la amenaza de Manu. —Es de mis hijas y no está en venta —dijo Manu—. Vámonos, chicas, se nos hace tarde. Manu y las niñas dieron un pequeño rodeo y se alejaron del hombre, que no paraba de mirar
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César García Muñoz (Cipriano, el vampiro vegetariano. (Cipriano, el vampiro vegetariano, #1))
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Cipriano, ni de su sombrero mexicano. Había desaparecido como por arte de magia. El que apareció, también como por arte de magia, fue su padre, agitando la gorra roja para que lo vieran. —¡Lástima de tormenta! Ya las teníais casi ganadas, ¿eh? —dijo Manu. —¡Papá! Nos estaban dando una paliza. Si no llega a ser porque se ha puesto a diluviar, ya habríamos perdido —dijo Sofía. —Pero no es justo —protestó Irene—. Nosotras llevamos entrenando duro todo el año, y ellas han fichado a una rusa gigante para el último partido. Parece un rascacielos. —Bueno, no os preocupéis. El próximo sábado nos traemos la escalera de mano y todo arreglado. O, quién sabe, a lo mejor esta semana pegáis el estirón y os hacéis más altas que la tal Irina —dijo Manu, cogiéndose el cuello con las dos manos y tirando hacia arriba. Las niñas se rieron con las tonterías de su padre y se olvidaron por un momento del partido de baloncesto. Manu y sus hijas salieron del polideportivo y se dirigieron paseando a su coche. Charlaban animadamente sobre el partido cuando, despistados, estuvieron a punto de chocarse de bruces contra un hombre que llevaba dos perros enormes. Al fijarse en él, Manu y las niñas se quedaron helados. El hombre llevaba un sombrero como los de Indiana Jones, del que sobresalía una melena blanca y desordenada que le llegaba hasta los hombros. Llevaba un parche en el ojo derecho y una cicatriz larga y roja le cruzaba la mejilla izquierda hasta la comisura de los labios. El ojo que le quedaba sano era de color negro, tanto como los dos enormes perros que lo escoltaban. Los animales llevaban un collar de pinchos en torno al cuello y estaban sujetos a su dueño por una cadena de metal. El hombre llevaba dos pistolas de agua colgadas del cinturón, y un arco de madera asomaba detrás de su espalda. —Perdone. Mis hijas y yo no le habíamos visto —se disculpó Manu con prudencia, pensando que se habían cruzado con un loco. El hombre permaneció en silencio, mirando a Sofía fijamente. Uno de los perros olfateó el ambiente y lanzó una dentellada al aire en dirección a la niña. El desconocido también olisqueó, imitando a su perro, y dio un paso hacia delante. —Niña ese balón que llevas… ñiiick… Es muy bonito y huele muy bien —dijo el hombre en voz baja. Al hablar rechinaba los dientes y emitía un sonido parecido al que hace un tenedor al rasgar un plato. Ñiiick. —Pues sí, es muy bonito —dijo su padre, poniéndose delante de la niñas—. Sujete bien a sus perros, parecen peligrosos. —Les compro el balón… ñiiick… A mi perro parece que le gusta mucho… ñiiick —dijo el hombre, sin hacer caso a la amenaza de Manu. —Es de mis hijas y no está en venta —dijo Manu—. Vámonos, chicas, se nos hace tarde. Manu y las niñas dieron un pequeño rodeo y se alejaron del hombre, que no paraba de mirar el balón fijamente mientras movía las aletas de la nariz. —¡Como está el barrio, chicas! —dijo Manu cuando se habían alejado un poco del extraño desconocido. —Qué tío más raro. Llevaba unas pistolas de agua en el cinturón. ¿Y por qué querría la pelota? —dijo Sofía. —Ni idea. Me recordaba un poco al director del «cole», solo que todavía más feo —dijo Irene, sintiendo un escalofrío. —¡Hala!
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César García Muñoz (Cipriano, el vampiro vegetariano. (Cipriano, el vampiro vegetariano, #1))
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Acércate, Aravis, hija mía. ¡Mira! Mis patas son aterciopeladas. No te rasguñarán esta vez.
—¿Esta vez, Señor? —preguntó Aravis—.
—Fui yo quien te hirió —dijo Aslan—. Fui el único león que encontraron en sus viajes. ¿Sabes por qué te rasguñé?
—No, señor.
—Las marcas de tu espalda, arañazo a arañazo, punzada a punzada, sangre a sangre, fueron iguales a los azotes que le dieron en la espalda a la esclava de tu madrastra por culpa de las drogas con que tú la dormiste. Necesitabas saber cómo se siente ese castigo.
—Sí, señor. Por favor...
—Pregunta, querida mía —dijo Aslan—.
— ¿La seguirán castigando por lo que le hice?
—Niña —dijo el León—. Te estoy diciendo tu historia, no la de ella. A nadie se le dice ninguna otra historia fuera de la propia.
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C.S. Lewis
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Hija mía, si quieres conseguir el perdón de tus negligencias en mi servicio, ten una tierna devoción a mi Corazón, porque es el tesoro de todas las gracias que te hago continuamente, y él mismo es el manantial de todos los consuelos interiores y de aquellas dulzuras inefables con las que lleno a mis fieles amigos.
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Jean Croiset (La devoción al Sagrado Corazón de Jesús: P. Jean Croiset. Director espiritual de Sta. Margarita María de Alacoque (Spanish Edition))
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Y don Raúl, doblegado y aturdido y herido de muerte por un revoltijo de enfermedades, sólo atinó a contestarle «ustedes lo que están es metiéndome venenos e infectándome con sus virus a mí porque saben muy bien que si yo sigo vivo voy a seguir denunciando que a mi hijo me lo mataron porque él un día me llamó a contarme que acababa de tener a una hija que ya no quieren dejarnos ver y no sabemos dónde está y también a decirme “papá: yo me voy a salir del ejército porque esto se está poniendo muy feo” y “papá: aquí quieren que yo mate a unos muchachos que no han hecho nada para hacerlos pasar por guerrilleros y yo eso sí no lo voy a hacer”, y yo le contesté “mijo: usted es el que sabe bien qué hacer”, y entonces, como él se negó a matar a los hijos de las madres de Soacha, a él lo empezaron a envenenar como ustedes me están envenenando a mí y se lo llevaron a El Tarra maniatado y atontado con drogas para pegarle un tiro en la cabeza que le destrozó el cráneo, y luego el puntero de la cuadrilla le pegó un tiro al puntero que me lo mató para echarle tierra al asunto, y todo era para que mi hijo no saliera a la calle ni a la justicia a decirle a la gente, que la gente cree lo que quiere creerse, que los soldados de Colombia, por órdenes de los altos mandos militares en colaboración con los presidentes de la república que hemos tenido en los últimos años, han estado asesinando muchachos inocentes con el objetivo de decirle al mundo que están ganando esta guerra pero esta guerra son ellos matando inocentes nada más para que esto no se acabe nunca y se nos vaya la vejez a las unas y a los otros pidiéndole a Dios por las almas de todos y para que se me vaya a mí la eternidad diciéndoles a todos que he denunciado el crimen del Mono en El Ubérrimo y en la Plaza de Bolívar y en el Capitolio y en la Casa de Nariño y en la Fiscalía y en la Procuraduría y en la Defensoría y en la Personería y en las organizaciones de derechos humanos y en la ONU y en la Corte Penal Internacional, que en ninguna parte del Estado han querido investigar nada de nada porque todos son vendidos y todos son cómplices callados con plata detrás de este derramamiento de sangre como yo digo con mis volantes y con las pancartas —que yo puse en mi camión que me compré después de vender todo lo que trabajé yo en la vida y lo tuve que parquear en Bogotá porque ya me había ido por todo el país—, y siempre han querido callarme a mí, a Raúl Carvajal Pérez, con platas y con calabozos y con amenazas de muerte, pero ya están es matándome porque están convencidos de que lo único que les queda es mi muerte».
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Ricardo Silva Romero (El libro del duelo (Spanish Edition))
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El encierro claustrofóbico de la Biblioteca Nacional se quebró, años después, con el descubrimiento de la calle Corrientes, que abrió nuevos caminos en mis avatares de lector. Las puertas de sus librerías de viejo, abiertas hasta altas horas de la noche, me atraían con el mismo magnetismo que para otros adolescentes tenía un burdel. La calle Corrientes, entre Talcahuano y Callao, que conocí hacia fines de los años cuarenta, se había convertido en una zona donde circulaba la bohemia artística y literaria. Recalaron en ella las librerías de viejo, que formaban su stock con los remates de bibliotecas privadas vendidas cuando sus dueños cambiaban las grandes mansiones por departamentos. Conocí a los pioneros de estas librerías, al socialista César Moro y a Rafael Palumbo. La librería de este último —cuyo pintoresquismo aprovechó Roberto Arlt en El juguete rabioso— era una cueva oscura y polvorienta, atestada hasta el techo de libros rotos, donde su dueño, ya viejo, envuelto con un chal por sobre una camiseta, vigilaba el local desde el fondo, tomando mate, algunas veces con los pies en una palangana o acompañado por su hija, Rosita Contreras, vedette de teatro de revistas y actriz de cine. También conocí a otros pioneros, más bizarros aún: con el cierre de los prostíbulos en 1936, algunos rufianes y regentas cambiaron insólitamente su anterior profesión por la de libreros de viejo; recuerdo haber visto sorprendido a una mujer madura con aire inocultable de madama retirada frente a la caja registradora. La búsqueda de libros viejos me ocupaba tardes enteras; revolver las mesas o subir a tambaleantes escaleras para alcanzar los estantes altos deparaba la emoción del buscador de tesoros, del cazador furtivo en el bosque: encontrar una presa escondida entre la maleza cuyo valor consistía en ser escasa o difícil de atrapar; descubrir el libro agotado mezclado, en la mesa de ofertas, con fracasadas ediciones de autor, libros de un momento pronto olvidados, saldos de editoriales.
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Juan José Sebreli (El tiempo de una vida)
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Lo escucho sollozar. Me hubiese gustado ser capaz de consolarlo, pero no puedo. Aprendí a sobrevivir de esta forma imperfecta y me defiendo del dolor con frialdad y distancia. A veces pienso que mis hijas son las únicas personas a las que pude abrazar realmente, sin miedo a desarmarme.
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Natalia Moret (El año en que debía morir)
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is, mis hijas, an imperfect system. I never found one that served me better. If you find a better one, let me know. That is your job, find a better one.
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Melissa Coss Aquino (Carmen and Grace)
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A mi me basta con mis seis obras de arte humanas: mis hijas. Las únicas cosas del mundo que tienen verdadero valor, porque todas sois irreemplazables. Las personas que quieres son irreemplazables, Maia. Nunca lo olvides, ¿de acuerdo?
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Lucinda Riley (The Seven Sisters (The Seven Sisters, #1))
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De manera que estoy sola, y me gusta. Después de tantos años de convivir con Ramón recupero mi casa con la misma avidez con la que un país colonial se independiza del imperio. Ahora soy princesa de mi sala, la reina de mi dormitorio y la emperatriz de mis horas. Dejo los discos compactos todos desordenados, leo hasta las cinco de la madrugada y como cuando tengo hambre. Convivir es ceder. Es negociar con otro, pagando siempre un precio, los minutos y los rincones de tu vida. Esa entrega de tus derechos cotidianos se hacen por supuesto a cambio de algo: cobijo, cariño, compañía, sexo, diversión, complicidad. Pero cuando la pareja se deteriora el negocio de la convivencia empieza a ser ruinoso. Al final de mi vida con Ramón ya no nos dábamos nada el uno al otro. Una pareja aburrida es como una posada incómoda con demasiados huéspedes. Sin embargo, estoy dispuesta a probar en otra posada. Pero con tranquilidad, sin emborracharme de fantasías; digamos que, después de haberme dejado las pestañas buscando inútilmente al Hombre Ideal, empiezo a sospechar que es más grato y más conveniente encontrar a un buen hombre cualquiera.
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Rosa Montero (La hija del caníbal)
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Esa tendencia que tenemos las hijas a ver en los errores de nuestras madres el origen de todos nuestros problemas, y esa tendencia que tienen las madres a considerar nuestros defectos como la prueba de un posible fracaso. Para evitar los conflictos, he optado en los últimos años por no revelar del todo lo que pienso, por ocultar mis filias y mis fobias, volverme lo más opaca posible para esquivar el filo de sus comentarios, pero jamás se me habría ocurrido prescindir de ella.
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Guadalupe Nettel (La hija única)
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persona que fue la única constante en mi vida. Gracias a mis hijas veo, día tras día, su alegría y su enorme curiosidad. No voy a intentar describir cuánto lloro aún su muerte. Sé que fue el espíritu más bondadoso y generoso que jamás he conocido y que lo mejor de mí se lo debo a ella. INTRODUCCIÓN
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Barack Obama (Los sueños de mi padre: Una historia de raza y herencia)
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Vendrán por Carlitos, pero también vendrán por mí y averiguarán que no solo permití a los profesores sumarse a las huelgas, sino que también cobraba comisiones por las ventas del recreo, que durante mucho tiempo vendí parte de las donaciones de la Alianza para el Progreso y que mi vida privada no me permite ser director de ninguna escuela, porque tengo hijos y sexo con una madre y con su hija, al mismo tiempo. ¡Yo estoy más que jodido! ¿Qué comerán mis niños, si pierdo el trabajo por inmoral o me encierran por ladrón? ¿Quién cuidará de mis dos mujeres? ¡Ay, Dios mío, ayúdame! ¡Pobre Iván, muchachito tan maravilloso!, se decía internamente Molina. Vendrán
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Luchy Placencia (La niñez de Vega: Finalista del Premio Literario Amazon 2019)
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El Crecimiento Espiritual es importante para poder dar mejores frutos y lograr el objetivo del matrimonio espiritual. En la etapa unitiva, El Señor es nuestro amigo, nos revela sus secretos. Juan 15,15.
se aumenta el gozo, la humildad, se vencen los temores del sufrimiento o las pruebas, gran anhelo de servir a Dios, y muchos frutos. Don de conocimiento, sabiduría infusa, se está más en la presencia de Dios.
San Padre Pio nos dice que la conversión de una persona es más grande milagro que la sanación del cuerpo físico. Si fuera posible querría conseguir del Señor, solamente esto: “No me dejes ir al paraíso mientras el último de mis hijos, la última persona encomendada a mis cuidados sacerdotales, no haya ido delante de mí…y me coloque a la puerta y no pase hasta que no haya visto entrar al último de mis hijos e hijas espirituales
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Cristian Diaz (Porque es importante crecer espiritualmente San Padre Pio)
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Yo era tan sólo la hija de los suburbios
que fue creciendo entre canciones y trapecios,
la que soñaba erigir barricadas en la ciudad
con sus palabras.
Guardo un silencio de sombras y azucenas
ante estos dólmenes que vienen sobre los puentes
rodando piedra y agua a la hora del tramonto.
Me encuentro solitaria ante los muros desnudos.
¿Quién soy yo que ni yo sé ya quién soy?
¿Cómo decirle a usted
que mis palabras ahora sólo son una marcha
de increíble victoria sobre la muerte?
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Isabel de los Ángeles Ruano (Torres y tatuajes)
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—Coincido —respondió Amaram—. Ahora más que nunca. —Titubeó un momento—. Mis esfuerzos con vuestra hija no han dado fruto antes. Creía que teníamos un acuerdo. —Solo necesitas más tiempo, amigo mío. Para ganártela. Amaram anhelaba el trono igual que Gavilar anhelaba la inmortalidad. Y quizá Gavilar lo recompensara con él. Elhokar, desde luego, no merecía ser rey. Era precisamente lo contrario al legado que Gavilar quería dejar.
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Brandon Sanderson (Viento y verdad (El archivo de las tormentas, #5))
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—¿Qué es esto? —preguntó Rabeniel. —Vosotros podéis oír las canciones y los ritmos de Roshar —dijo Navani—. Tal vez se deba solo a que tenéis mejor oído. Rabeniel canturreó a un ritmo escéptico, pero Navani siguió colocando las gemas. —Podemos oírlos porque somos los hijos de Roshar —dijo Rabeniel—. Vosotros no. —Yo llevo aquí toda la vida —repuso Navani—. Soy tan hija de este planeta como vos. —Tus antepasados procedían de otro reino. —No hablo de mis antepasados —dijo Navani, poniéndose la funda de forma que las gemas le tocaran el brazo—. Hablo de mí misma.
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Brandon Sanderson (El ritmo de la guerra (El archivo de las tormentas, #4))