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En el caso de Francisco, pienso que él considera su principal responsabilidad hacer presente la misericordia de Dios de un modo activo, es decir, «saliendo en busca» de las personas y no esperando a que llamen a las puertas de las iglesias para pedir ayuda. Es un eco quizá del carisma «misionero» de los jesuitas, que viajan hasta las fronteras más lejanas para hablar de Dios a quien ni siquiera sabe que existe. Hace siglos, ese viaje era geográfico, ya fuera al Extremo Oriente –como hicieron san Francisco Javier o Matteo Ricci– o entre los indígenas del Nuevo Mundo –como ocurrió con las reducciones jesuíticas guaraníes en Paraguay–. Actualmente, ese viaje es «existencial» y por eso Francisco sale al encuentro de los «descartados» en todos sus niveles, desde los pobres, los emigrantes o los ancianos que viven solos hasta los transexuales, las personas homosexuales o los divorciados que consideran que no tienen sitio en la Iglesia.
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Javier Martínez-Brocal (Papa Francisco. El sucesor: Mis recuerdos de Benedicto XVI)