Los Tres Mosqueteros Quotes

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Las ideas no mueren, señor, se adormecen de vez en cuando, pero despiertan más fuertes que antes”.
Alexandre Dumas (El conde de Montecristo / Los tres mosqueteros)
Fui un insensato –dijo– en no haberme arrancado el corazón el día que juré vengarme.
Alexandre Dumas (El conde de Montecristo / Los tres mosqueteros)
Podéis preguntarme mis secretos, que yo os los diré; pero no puedo hacer lo mismo con los secretos de los demás. —
Alexandre Dumas (Los tres mosqueteros)
No hay ventura ni desgracia en el mundo, sino la comparación de un estado con otro.
Alexandre Dumas (El conde de Montecristo / Los tres mosqueteros)
El amor es la más egoísta de todas las pasiones.
Alexandre Dumas (Los Tres Mosqueteros)
el crimen repugna a la naturaleza humana. Sin embargo, la civilización nos ha creado necesidades, vicios y falsos apetitos, cuya influencia llega tal vez a ahogar en nosotros los buenos instintos, arrastrándonos al mal.
Alexandre Dumas (El conde de Montecristo / Los tres mosqueteros)
Si pudierais ver mi corazón completamente al descubierto —dijo D’Artagnan—, leeríais en él tanta curiosidad que tendríais piedad de mí, y tanto amor que al instante satisfaríais incluso mi curiosidad. No tenéis nada que temer de quienes os aman.
Alexandre Dumas (Los Tres Mosqueteros)
Dantés, que después de haber recorrido la Cannebière en toda su longitud, se dirigió a la calle de Noailles,
Alexandre Dumas (El conde de Montecristo / Los tres mosqueteros)
Ah! ¡Joven! ¡Joven! ¿Algún amorcillo? Os repito que os andéis con tiento; la mujer es, ha sido y será siempre causa de la perdición de los hombres.
Alexandre Dumas (Los tres mosqueteros (E-Bookarama Clásicos))
fortuna, señor conde?
Alexandre Dumas (El conde de Montecristo / Los tres mosqueteros)
-Fui un insensato -dijo-, en no haberme arrancado el corazón el día que jure vengarme.
Alexandre Dumas (El conde de Montecristo / Los tres mosqueteros)
—Algún día —le dijo en un susurro ronco—, haré algo terriblemente discreto, May. Tan terriblemente discreto que solo querremos saberlo tú y yo.
Ruth M. Lerga (Una última termporada (Los tres mosqueteros, #4))
aquella carrera le resultó beneficiosa en el sentido de que a medida que el sudor inundaba su frente su corazón se enfriaba.
Alexandre Dumas (Los tres mosqueteros)
Ser atento y cortés no es ser cobarde.
Alexandre Dumas (Los tres mosqueteros)
Sois joven —respondió Athos—, y vuestros amargos recuerdos tienen tiempo de cambiarse en dulces recuerdos.
Alexandre Dumas (Los Tres Mosqueteros)
Tras haber tenido siempre miedo a verla desaparecer como un sueño, tengo prisa por hacerla realidad.
Alexandre Dumas (Los Tres Mosqueteros)
Su corazón, henchido por la embriaguez de la alegría, se sentía presto a desfallecer sobre el umbral de aquel paraíso terrestre que se llamaba el amor.
Alexandre Dumas (Los Tres Mosqueteros)
Ya se sabe que hay un dios que vela por los borrachos y los enamorados.
Alexandre Dumas (Los Tres Mosqueteros)
no hay amistad que soporte un secreto sorprendido, sobre todo cuando este secreto afecta al orgullo; además, siempre se tiene cierta superioridad moral sobre aquellos cuya vida se sabe.
Alexandre Dumas (Los Tres Mosqueteros)
Los que un pasado lleno de encantos lloráis, y pasáis días desgraciados, todas vuestras desgracias habrán terminado, cuando sólo a Dios vuestras lágrimas ofrezcáis, vosotros, los que lloráis.
Alexandre Dumas (Los Tres Mosqueteros)
Athos en el caballo que debía a su mujer, Aramis en el caballo que debía a su amante, Porthos en el caballo que debía a su procuradora, y D’Artagnan en el caballo que debía a su buena fortuna, la mejor de las amantes.
Alexandre Dumas (Los tres mosqueteros)
La vida es un rosario de pequeñas miserias que el filósofo desgrana riendo. Sed filósofos como yo, señores sentaos a la mesa y bebamos; nada hace parecer el porvenir color de rosa como mirarlo a través de un vaso de chambertin.
Alexandre Dumas (Los Tres Mosqueteros)
No hay ventura ni desgracia en el mundo, sino la comparación de un estado con otro, he ahí todo. Sólo el que ha experimentado el colmo del infortunio puede sentir la felicidad suprema. Es preciso haber querido morir, amigo mío, para saber cuán buena y hermosa es la vida. Vivid, pues, y sed dichosos, hijos queridos de mi corazón, y no olvidéis nunca que hasta el día en que Dios se digne descifrar el porvenir al hombre, toda la sabiduría humana estará resumida en dos palabras: ¡Confiar y esperar!
Alexandre Dumas (El conde de Montecristo / Los tres mosqueteros)
añadamos que, en aquellos tiempos de moral quebradiza, tampoco se avergonzaban de que sus amantes les regalaran con mucha frecuencia preciosos y perdurables recuerdos, como si tratasen de fortalecer la fragilidad de sus sentimientos con la solidez de sus presentes. Era
Alexandre Dumas (Los tres mosqueteros)
Nada hace marchar al tiempo ni abrevia el camino como un pensamiento que absorbe en sí mismo todas las facultades del organismo de quien piensa. La existencia exterior parece entonces un sueño cuya ensoñación es ese pensamiento. Gracias a su influencia, el tiempo no tiene medida, el espacio no tiene distancia.
Alexandre Dumas (Los Tres Mosqueteros)
Sunder: Volveré a visitarla. El marqués sopesó las consecuencias, y sonrió con malicia. Wilerbrough: De acuerdo. Sunder: Y tengo intención de ser encantador con ella. La sonrisa del otro se ensanchó. Wilerbrough: De acuerdo.
Ruth M. Lerga (Cuando el amor despierta (Los tres mosqueteros, #2))
En menos de diez minutos comenzará un vals. He tenido que bailar con una muchacha que me ha pisado dos veces... Ah, no; no te atrevas a reírte, April, dos veces... para poder mirar su carnet de baile y saber cuándo podría bailar contigo.
Ruth M. Lerga (Cuando el amor despierta (Los tres mosqueteros, #2))
Gozaba de la respetabilidad de Anne Elliot, la protagonista de Persuación, se dijo irónica. Y, afortunadamente, también de su deseo. Julian era, en ese sentido, su capitán Wentworth. ¿Se atrevería a gozar también de algo más? No lo sabía. Carpe Diem. Aprovecha el momento.
Ruth M. Lerga (Cuando el amor despierta (Los tres mosqueteros, #2))
Wilerbrough: Camps... lo lamento. He pasado una mala noche, no le aburriré con lo que sólo son excusas. Pero lo lamento de veras. Y le tendió la mano. Sorprendido, este la tomó, contrito, y le hizo una leve reverencia. Camps: No tenéis por qué disculparos, milord. Después de todo, efectivamente, he tardado demasiado en abrir. Bensters: Un momento... Le dispensas de sus justificaciones, le das la razón y te disculpas tú, aun sabiendo que ha sido grosero. ¿Qué he de hacer yo para ganarme semejante prerrogativa?
Ruth M. Lerga (Cuando el amor despierta (Los tres mosqueteros, #2))
Estaba confabulando contra Bensters con Wilerbrough no sabía muy bien cómo, y contra Wilerbrough con Bensters por la muy justa causa de un magnífico alijo de brandy de contrabando, robo que pretendía volver a instigar. La vida era sencilla y maravillosa.
Ruth M. Lerga (Cuando el amor despierta (Los tres mosqueteros, #2))
Sunder: A ver si he comprendido. Tú, futuro duque de Stanfort, no tienes ni idea de qué está ocurriendo entre Bensters y su amante, y me pides a mí, un humilde vizconde al que consideras un cabeza hueca, que lo averigüe. Wilerbrough: ¿Te diviertes, Sunder? Sunder: Muchísimo..., aunque quizá me divertiría más si hubieras intentado negar lo de cabeza hueca. Un poco de humildad ayuda en estos casos, ¿sabes? No, desde luego que no lo sabes. Y no me esquives. ¿Es eso? Wilerbrough: Sí es eso. Sunder: Lamento haberme levantado algo sordo esta mañana. Será la inmodestia, que me tapona los oídos. ¿Decías que sí, que es eso? Wilerbrough: Sí, maldita sea, es eso.
Ruth M. Lerga (Cuando el amor despierta (Los tres mosqueteros, #2))
Pero quería mucho más que sus besos. La quería a ella. Quería su rendición ya que él se había rendido a ella.
Ruth M. Lerga (Una última termporada (Los tres mosqueteros, #4))
—Vino la muerte a buscarme —suspira Villa—, pero se equivocó de hora. Los dos resucitados van a parar a una misma celda en la prisión de Tlatelolco. Conversando pasan los días y los meses. Magaña habla de Zapata y de su plan de reforma agraria y del presidente Madero, que se hace el sordo porque quiere quedar bien con los campesinos y con los terratenientes, montado en dos caballos a la vez. Un pequeño pizarrón y un par de libros llegan a la celda. Pancho Villa sabe leer personas, pero no letras. Magaña le enseña; y juntos van entrando, palabra por palabra, estocada tras estocada, en los castillos de Los tres mosqueteros. Después emprenden viaje por Don Quijote de La Mancha, locos caminos de la vieja España; y Pancho Villa, el feroz guerrero del desierto, acaricia las páginas con mano de amante. Magaña le cuenta: —Este libro… ¿Sabes? Lo escribió un preso. Uno como nosotros.
Eduardo Galeano (Memory of Fire: III: Century of the Wind: Part Three of a Trilogy)
—Vino la muerte a buscarme —suspira Villa—, pero se equivocó de hora. Los dos resucitados van a parar a una misma celda en la prisión de Tlatelolco. Conversando pasan los días y los meses. Magaña habla de Zapata y de su plan de reforma agraria y del presidente Madero, que se hace el sordo porque quiere quedar bien con los campesinos y con los terratenientes, montado en dos caballos a la vez. Un pequeño pizarrón y un par de libros llegan a la celda. Pancho Villa sabe leer personas, pero no letras. Magaña le enseña; y juntos van entrando, palabra por palabra, estocada tras estocada, en los castillos de Los tres mosqueteros. Después emprenden viaje por Don Quijote de La Mancha, locos caminos de la vieja España; y Pancho Villa, el feroz guerrero del desierto, acaricia las páginas con mano de amante. Magaña le cuenta: —Este libro… ¿Sabes? Lo escribió un preso. Uno como nosotros.
Eduardo Galeano (Memory of Fire: III: Century of the Wind: Part Three of a Trilogy)
Baudry, editor de Le Siècle. Publica Los tres mosqueteros entre el 14 de marzo y el 11 de julio de 1844.
Arturo Pérez-Reverte (El club Dumas)
—Llámame raro, si lo prefieres. —No —sonrió—. Especial, no raro. —No tardes. Te estaré esperando. —Soldado... —¿Rubia? Se tiró de la oreja otra vez. —Te amo... —No te tires de la oreja —la reprendió con la voz emocionada—. El soldado pide permiso para llamarte «Rose». Ella silenció una carcajada. —Permiso concedido.
Sofía Ortega (Evan (Los tres mosqueteros nº 2) (Spanish Edition))
—Tienes razón —observó su desnudez con ardiente curiosidad, humedeciéndose los labios—. Contigo no sirven las palabras —suspiró discontinuo—. Dijiste que una mirada podía fundir el hielo. ¿Te das cuenta de cómo te miro, rubia? No he mirado a ninguna mujer como te estoy mirando a ti ahora... —inhaló aire y lo expulsó con excesiva fuerza.
Sofía Ortega (Evan (Los tres mosqueteros nº 2) (Spanish Edition))