Lengua Afuera Quotes

We've searched our database for all the quotes and captions related to Lengua Afuera. Here they are! All 8 of them:

Uno platica aquí y las palabras se calientan en la boca con el calor de afuera, y se le resecan a uno en la lengua hasta que acaban con el resuello.
Juan Rulfo (El llano en llamas)
He matado nuestra vida juntos, he cortado cada cabeza, con sus tristes ojos azules atrapados en una pelota de playa, rodando por separado afuera del garaje. He matado todas las cosas buenas pero son demasiado tercas. Se cuelgan. Las pequeñas palabras de tu compañía se han arrastrado hasta su tumba, el hilo de la compasión, como una frambuesa querida, los cuerpos entrelazados cargando a nuestras dos hijas, tu recuerdo vistiéndose temprano, toda la ropa limpia, separada y doblada, tú sentándote en el borde de la cama lustrando tus zapatos con un limpiabotas, y yo te amaba entonces, eras tan sabio desde la ducha, y te amé tantas otras veces y he estado por meses, tratando de ahogarlo, presionando, para mantener su gigantesca lengua roja por debajo, como un pez. Pero a donde quiera yo vaya están todos en llamas, el róbalo, el pez dorado, sus ojos amurallados flotando ardiendo entre plancton y algas marinas como tantos otros soles azotando las olas, y mi amor se queda amargamente brillando, como un espasmo que se niega dormir, y estoy indefensa y sedienta y necesito una sombra pero no hay nadie para cubrirme – ni siquiera Dios.
Anne Sexton (Selected Poems)
Devocional 29 Tolera Es un hecho que en ocasiones nos cuesta mucho aceptar y comprender a los demás cuando no estamos de acuerdo con su manera de pensar o de ser. De hecho, muchas relaciones se ven afectadas porque no somos capaces de ser empáticos, de ponernos en el lugar del otro y tratar de entender sus razones, o al menos los sentimientos que se ocultan detrás de su comportamiento. Es un hecho que todos somos diferentes, por eso necesitamos aprender a escucharnos para así entender el punto de vista de los demás, antes de juzgarlos de forma apresurada y dañarlos. Por esta razón, la Biblia nos da un sabio consejo: «Acéptense unos a otros, así como Cristo los ha aceptado. Acéptense para honrar a Dios» (Romanos 15:7). Esto quiere decir que Dios quiere que tengamos relaciones saludables con los demás, y por eso nos dice que una manera de honrarlo es aceptándonos mutuamente. Además, Dios dice a través de su palabra que no debemos enojarnos, ni amargarnos unos con otros (Colosenses 3:13). Y necesitamos aplicar esto, porque los desacuerdos, nos gusten o no, son parte del día a día de las relaciones de pareja, familiares, con nuestros amigos e incluso las laborales. Pero el problema no son los desacuerdos. Los conflictos se presentan cuando no estamos en la capacidad de escuchar y manejamos la situación gobernados por la ira, el orgullo y la prepotencia. Ninguna de estas tres son buenas consejeras ya que siempre nos llevarán a buscar tener la razón a como dé lugar, sin importar si pasamos por encima de los sentimientos del otro. En cuanto a esto, la epístola a los Colosenses nos enseña lo siguiente: «… más bien, perdónense unos a otros. Cuando alguien haga algo malo, perdónenlo». ¿Sabes por qué?, porque precisamente así es como Dios ha demostrado su amor para con nosotros: soportándonos, tolerándonos, perdonándonos y aceptándonos a pesar de nuestras equivocaciones. ¿Recuerdas el relato bíblico que narra aquel momento cuando los fariseos llegaron ante Jesús con la mujer adúltera? Ellos estaban esperando a que Él diera una orden para apedrearla. Pero cuando Jesús les dijo: «El que esté sin pecado que tire la primera piedra», sin duda cambiaron sus planes. Ahora me gustaría saber, si hubieras estado en el lugar de Jesús, ¿cuál habría sido tu respuesta? Dios quiere que manifestemos su amor siendo respetuosos y tolerantes con los demás. Es más, el amarnos los unos a los otros es un mandamiento dado directamente por Jesús, así que no podemos decir que amamos a Dios si no lo hacemos con el prójimo (1 Juan 4:21). Así que no juzgues a otros sin conocer sus intenciones, porque si no, serás juzgado de la misma manera (Mateo 7:2). No hemos sido llamados para descalificar a otros, sino a amar y a restaurar. En Hebreos 12:14 dice que debemos procurar la paz con todos. Pero es necesario aclarar que cuando hablamos de tolerancia no quiere decir que debamos aprobar un acto indebido. Según el Diccionario de la lengua española, la palabra tolerar significa «llevar con paciencia». En ningún sentido quiere decir aprobar o participar en aquello que ofende a Dios. Esto lo podemos ver en la actitud que Él tiene hacia nosotros: el Señor tiene las puertas abiertas para todos y si nos acercamos a su presencia, no nos echa afuera. Pero Él desea restaurarnos porque nos ama. Fíjate en el caso de la mujer adúltera. Jesús no permitió que la apedrearan y confrontó a los fariseos; pero de ningún modo aprobó el acto de adulterio, por eso le dijo: «¡Vete y no peques más!». Jesús nunca juzgó a los demás, buscó restaurar al otro desde su amor. Acepta y tolera a los demás como Dios lo ha hecho contigo. Recuerda que también Él te perdonó y te restauró a pesar de tus errores.
Rodrigo Riaño del Castillo (Diario de un vencedor: Un plan de acción para conectar con Dios y su propósito (Spanish Edition))
Por desgracia, casi al principio, el desfase horario se apoderó de mí y me desplomé en una especie de coma sin poder evitarlo. No soy, me cuesta reconocerlo, un durmiente discreto y atractivo. La mayoría de la gente, cuando duerme, parece que necesite una manta; yo parezco necesitar atención médica. Duermo como si me hubieran inyectado un potente relajante muscular en fase experimental. Se me abren las piernas de forma grotesca y provocativa; me cuelgan los nudillos a ras del suelo. Todo lo que tengo dentro —lengua, campanilla, babas o aire intestinal— pugna por salir afuera. De vez en cuando, como uno de esos patos de juguete que bajan la cabeza, la mía cae hacia delante y vacío casi un litro de saliva viscosa en las rodillas, y luego cae hacia atrás para recargarse emitiendo un ruido parecido al de una cisterna de retrete al llenarse. Y ronco, con fuerza y constancia, como un personaje de dibujos animados, con los labios gomosos temblequeantes y emitiendo prolongadas exhalaciones a modo de válvula de vapor. Durante largos periodos me quedo inmóvil de una forma anormal, lo que hace que los observadores intercambien miradas y se acerquen a observarme con cierta preocupación; entonces me pongo artificialmente rígido y, después de una angustiosa pausa, empiezo a agitarme y a sacudirme en una serie de espasmos corporales que recuerdan los de una silla eléctrica cuando se acciona el interruptor. Después me estremezco un par de veces de forma excéntrica y afeminada y, cuando me despierto, descubro que todo movimiento en un radio de 500 m se ha detenido y los niños menores de ocho años se agarran a las faldas de sus madres. Es un peso terrible con el que tengo que cargar. No tengo
Anonymous
Por desgracia, casi al principio, el desfase horario se apoderó de mí y me desplomé en una especie de coma sin poder evitarlo. No soy, me cuesta reconocerlo, un durmiente discreto y atractivo. La mayoría de la gente, cuando duerme, parece que necesite una manta; yo parezco necesitar atención médica. Duermo como si me hubieran inyectado un potente relajante muscular en fase experimental. Se me abren las piernas de forma grotesca y provocativa; me cuelgan los nudillos a ras del suelo. Todo lo que tengo dentro —lengua, campanilla, babas o aire intestinal— pugna por salir afuera. De vez en cuando, como uno de esos patos de juguete que bajan la cabeza, la mía cae hacia delante y vacío casi un litro de saliva viscosa en las rodillas, y luego cae hacia atrás para recargarse emitiendo un ruido parecido al de una cisterna de retrete al llenarse. Y ronco, con fuerza y constancia, como un personaje de dibujos animados, con los labios gomosos temblequeantes y emitiendo prolongadas exhalaciones a modo de válvula de vapor. Durante largos periodos me quedo inmóvil de una forma anormal, lo que hace que los observadores intercambien miradas y se acerquen a observarme con cierta preocupación; entonces me pongo artificialmente rígido y, después de una angustiosa pausa, empiezo a agitarme y a sacudirme en una serie de espasmos corporales que recuerdan los de una silla eléctrica cuando se acciona el interruptor. Después me estremezco un par de veces de forma excéntrica y afeminada y, cuando me despierto, descubro que todo movimiento en un radio de 500 m se ha detenido y los niños menores de ocho años se agarran a las faldas de sus madres. Es un peso terrible con el que tengo que cargar.
Anonymous
ahora, voy a escribir las congojas del sexo, la bestia quemada, como de fruta inútil y poderosa, abriendo las piernas del mundo, lo mismo que esa gran boca peluda, la inquietud desgarrada y furibunda, como las razas malditas, o los crucifijos, el mineral de fuego con la lengua afuera, la noche inútil, sonando, los cuernos torcidos, que parecen escarabajos feroces, batallando en la pelea alucinada,
Pablo de Rokha
No hablamos del tiempo ni de sus arbitrariedades mientras avanzamos en la misma dirección. Ha estado buscando trabajo desde hace horas y el desánimo le surge feroz de sus ojos grises. Yo también le cuento una historia de abandonos y de calendarios inútiles. A ella no le importa que el agua se le meta por el cuello. -El mundo se va a acabar- me dice serenamente- pero quedarán algunos, los elegidos, ¿me entiénde? Yo no respondo, la invito a tomar un café, al lugar de Rosas. Ella acepta y sonríe triste. Me gustan sus ojeras y la tomo del brazo como si la conociera desde siempre. Hablamos durante horas y la lluvia no declina. Con el cuerpo tibio salimos a la calle, espero que se despida, retarda el momento, debe tener otras cosas que hacer, seguir buscando trabajo, o tomar el bus de vuelta. Me pregunta: ¿vamos al centro? Por primera vez, la hora no me preocupa. Le digo: sí. Caminamos lentamente por calles que yo conozco demasiado, algunas veces ella se detiene a mirar las vitrinas. Sin embargo ella no mira, sus ojos se pierden en un camino recto, interminable, atraviesan los maniquíes, como si quisieran ir más allá de todo. El viento me refresca cuando veo cómo una anciana busca desesperada un taxi, con un pedazo de papel protegiendo su cabeza. Después de una hora de peregrinación le propongo entrar a un hotel. No entiendo mi propia invitación, por qué no a mi casa, allí estaríamos a solas, sin interrupciones, además hace tiempo que ya no recibo visitas inesperadas. Pero, ¿por qué este querer estar solas?, sé que ella también lo siente, por eso nuevamente acepta, sin mirarme, aunque le adivine su sonrisa de pecados secretos. Es bella cuando se saca el abrigo de paño negro y su cuerpo se refleja mohoso en el espejo. Mi cabeza se asoma detrás de ella. La abrazo. Contemplamos esta escena por un tiempo suprimido. Ella no parece darse cuenta de su protagonismo y mira asombrada cómo yo le retiro el pelo húmedo de los hombros y lo ordeno hacia arriba, dejando libre su cuello, soplando despacio para darle más calor a sus orejas frías. Cierra los ojos y permite que le desabroche la blusa. Poco a poco va girando hasta encontrarnos en pechos que se rozan. Quiero que sus pezones aparezcan erectos y enormes. Los adorno de saliva. Sus pezones brillan rosados, ínfimos, como semillas de granada. Ella gime a medida que mi lengua baja hasta su ombligo. Se recuesta en la cama y abre sus piernas. Mi lengua desciende, ella se arquea, las caderas oscilan, me frena y susurra algo. La beso. Me busca los labios. Ciega cachorra. Oigo que cantan afuera, los hacen callar, siguen haciéndolo hasta que los cantos se pierden, luego, a lo lejos, oigo el ulular de una sirena. Ella se deja ir como en un baile antiguo. Me abraza y echa su cuerpo hacia atrás en un apuro que trato en vano de retener, hasta que grita estremecida por sueños desenfrenados. La elegida grita muriendo sobre mi. La elegida dormita con su cara pegada a mi clavícula. La elegida no se da cuenta de que por la claraboya del techo se descuelga la lluvia y que ya da igual este silencio de noche clausurada. La abrazo tratando de buscar calor en toda su humedad y espero que ella se despierte. II. Usted no quiso abrir sus ojos, y cuando lo hizo fue como despertar de un mal sueño, algo nuevo, incómodo quizás. ¿Habrá oído mis canciones? Sus manos buscan a tientas el espacio que yo he invadido. Silenciosa se toca el cuerpo, intentando reconocerse, se toca las piernas, el vellón triangular de su pubis. Pero sus manos siguen buscando lo que añora, en una nostalgia llena de casualidades. Ella me pregunta dónde estoy. Usted se refiere a un episodio de su vida, intenta contarme lo que ya sé, un encuentro casual entre dos mujeres. Tartamudea, se arregla la ropa, se alisa el pelo, se palpa las mejillas, sus palabras tropiezan y caen. ¿La volveré a ver? usted se esconde frente al espejo para no responder.
Lilian Elphick
Tu sueño realista es difícil de destruir, una encarnación que no quieres dejar, es lo que te pertenece, casi no es un sueño, eres naturalmente la pareja de Romualdo y lo sabes y no quieres dejarme destruir ese sueño para iniciarte en otro. El sueño de Romualdo lo comprendes entero, el que te propongo, no, te queda grande, pero yo lo puedo rebajar a tu medida, te puedo ir encajando poco a poco dentro de él. Estás urgida, no puedes más, salir, salir ahora es lo que quieres, no puedes postergar tu deseo de salir. - Te vas a perder. - No me importa. - No vas a tener dónde dormir ni qué comer. Te encoges de hombros con un gesto que desprecia mi temor de la intemperie que no quiero que desprecies porque necesito que lo hagas tuyo, por lo menos ahora, esta noche: te hablo, me escuchas, te explico que todo lo del Gigante fue una farsa porque el verdadero padre se escondía dentro de Romualdo, que no ere más que otra máscara como la del Gigante que ella vio que destruyeron, ahora hay que destruir la máscara de cartonpiedra de Romualdo para encontrar al otro adentro, al verdadero padre de tu hijo, vive en su palacio de fierro y cristal, lo puedes ver desde tu ventana, uno de esos palacios que despiden haces de luz que tratas de atrapar con tus manos para encaramarte a ellos, no tendrás para qué encaramarte a un haz de luces, Iris, yo destruiré la máscara de Romualdo y te traeré al verdadero padre, espérame aquí, las calles son terribles, hay hombres barbudos que acechan y médicos que hacen sufrir al extirparte órganos con sus bisturís finísimos, y los perros de los doctores persiguen a la gente que anda por la calle de noche y no tiene identificación ni domicilio conocido, la oscuridad de afuera no es como la oscuridad de esta Casa, Iris, esa oscuridad de allá es la de la gente que no tiene ni dónde caerse muerta como dicen y no tienen dónde caerse muerta porque esa oscuridad es el vacío que traga y uno cae gritando y nunca deja de caer gritando y gritando y cayendo y cayendo porque no hay fondo, hasta que la voz se pierde pero uno sigue y sigue cayendo en esa infinidad de calles vertiginosas con nombres que tú no conoces, llenas de caras de gentes que se reirán de ti, que viven en casas donde no te van a dejar entrar y hacen cosas que tú no entiendes, no te acerques más, Iris, no me toques así, no Humberto, no permitas que la Iris siga tocándote porque va a romper tus disfraces, si no huyese tendrás que volver a ser un tú mismo que ya no recuerdas dónde está ni quién es, acercas tus labios gordos a mi boca y tus muslos hurgan entre mis pobres piernas flacas que tiemblan, no le permitas que te transforme en Humberto Peñaloza con su carga de nostalgia intolerable, huye para que tu sexo no despierte con la presión de esas palmas carnosas, que no responda a su lengua que explora tu boca y tu lengua, mantenerte yerto en el rincón donde sus tetas y sus caderas te aprietan, Humberto no existe, el Mudito no existe, existe sólo la séptima vieja. Tu mano no encuentra nada.
José Donoso (El obsceno pájaro de la noche)