La Casa De Las Flores Quotes

We've searched our database for all the quotes and captions related to La Casa De Las Flores. Here they are! All 27 of them:

DICE LA LEYENDA… que a los descendientes de quien planta una palma areca en su casa nunca les faltará tierra propia.
Viviana Rivero (El alma de las flores)
Pero la hora magnífica pertenece a las rosas de mayo. Entonces, hasta mas allá de donde alcanza la vista, desde las vertientes de las colinas hasta las hondonadas de las llanuras, entre diques de viñas y de olivares, afluyen de todas partes como un río de pétalos del que emergen las casas y los árboles, un río del color que damos a la juventud, a la salud y a la alegría. Diríase que el aroma a la vez cálido y fresco, pero sobretodo espacioso que entreabre el cielo, emana directamente los manantiales de la beatitud.
Maurice Maeterlinck (La inteligencia de las flores)
El olor del jabón y de las flores. La casa navegando como un barco hacia el verano. Y yo, en medio de todo, feliz de una manera perfecta y peligrosa. Con la única clase de felicidad que iba a salvarme. Con la clase de felicidad que iba a matarme cuando me faltara
Leila Guerriero (Teoría de la gravedad)
Pero con todo existe un solo mundo y todo cuanto uno pueda imaginar le es necesario. Pues también este mundo que a nosotros nos parece hecho de piedras y flores y sangre no es en absoluto una cosa sino una historia. Un cuento. Y en él todo es cuento y cada cuento la suma de otros cuentos menores, y aun así estos son también el susodicho cuento y contienen asimismo todos los demás. Así, todo es necesario. Hasta lo más insignificante. Esta es la lección que debemos aprender. No podemos prescindir de nada. Nada es desdeñable. Porque las junturas nos son ocultadas, ¿comprendes? La ebanistería del mundo. La forma en que está hecho. No tenemos modo de saber qué podría quitarse. Omitir. No tenemos modo de decir qué cosa quedaría en pie y qué otra caería. Y esas junturas que nos son ocultadas están, como no, en el cuento mismo, y el cuento no tiene una morada donde existir salvo en el hecho mismo de la narración, y ahí vive y tiene su casa, y es por eso que nunca terminamos de contar. El contar no tiene fin.
Cormac McCarthy (The Crossing (The Border Trilogy, #2))
Por esta floristería pasan hombres y mujeres que necesitan comunicar una emoción o enviar un mensaje para el que no encuentran las palabras: respeto, agradecimiento, admiración, desamor, pérdida, amor, celebración... Unos compran flores para un nacimiento y otros por una muerte. Unos las encargan para restar sobriedad a sus despachos, otros para dar vida a sus casas. Algunos las prefieren vivas, aún prendidas de la tierra, otros muertas o disecadas. En unos casos las prefieren a punto de abrirse para que duren más, a otros en cambio les gustan perecederas como las margaritas que empiezan a deshojarse. De una en una o de cien en cien... a veces las enviamos al camerino del teatro español, otras forman coronas en la iglesia de San Sebastián, las compras madres a sus madres, infieles a sus mujeres, amantes a sus amantes, el Palace para su retretes, las ancianas para sus balcones... Yo tengo la teoría de que a cada persona le corresponde una flor. Y a cada etapa de su vida, también. Hay mujeres que compran flores y otras que no. Eso es todo
Vanessa Montfort (Mujeres que compran flores)
La sirenita viene a visitarme de vez en cuando. Me cuenta historias que cree inventar, sin saber que son recuerdos. Sé que es una sirena, aunque camina sobre dos piernas. Lo sé porque dentro de sus ojos hay un camino de dunas que conduce al mar. Ella no sabe que es una sirena, cosa que me divierte bastante. Cuando ella habla yo simulo escucharla con atención pero, al mínimo descuido, me voy por el camino de las dunas, entro al agua y llego a un pueblo sumergido donde hay una casa, donde también está ella, sólo que con escamada cola de oro y una diadema de pequeñas flores marinas en el pelo. Sé que mucha gente se ha preguntado cuál es la edad real de las sirenas, si es lícito llamarlas monstruos, en qué lugar de su cuerpo termina la mujer y empieza el pez, cómo es eso de la cola. Sólo diré que las cosas no son exactamente como cuenta la tradición y que mis encuentros con la sirena, allá en el mar, no son del todo inocentes. La de acá, naturalmente, ignora todo esto. Me trata con respeto, como corresponde hacerlo con los escritores de cierta edad. Me pide consejos, libros, cuenta historias de balandras y prepara licuados de zanahoria y jugo de tomate. La otra está un poco más cerca del animal. Grita cuando hace el amor. Come pequeños pulpos, anémonas de mar y pececitos crudos. No le importa en absoluto la literatura. Las dos, en el fondo, sospechan que en ellas hay algo raro. No sé si debo decirles cómo son las cosas.
Abelardo Castillo
De Emanuel Swedenborg, al que Kant llamó “visionario”, cuenta Borges que “hablaba con los ángeles por las calles de Londres”. Aunque fue un científico notable (hizo los planos de un avión y un submarino, descubrió el funcionamiento de las glándulas endocrinas, lanzó la hipótesis de la formación nebulosa del Sistema Solar, etcétera...), su verdadera especialidad fue el Mas Allá, la posvida en el Cielo y el Infierno. Explicó que al comienzo los condenados no son conscientes de su muerte y creen que continúan en su esfera cotidiana: les rodean los muebles y utensilios familiares, los paisajes conocidos. Poco a poco, van produciéndose desapariciones —la butaca favorita, el piano, una ventana, las flores del jardín...— y luego surgen en lugar de lo desvanecido formas equivocadas o amenazadoras. Por fin se dan cuenta de que no están en casa sino en el Infierno y empieza su eterna condena. Creo poder confirmar esta tesis de Swedenborg. Hace tiempo que las cosas de mi mundo se van difuminando, pierden sustancia. Los libros siguen presentes y tentadores, pero al abrirlos algo ha drenado su savia hasta dejarlos huecos, exánimes. Las películas nuevas son peores que las antiguas, las antiguas peores de lo que las recordaba: sentado ante el televisor con desasosiego ya no siento la expectativa feliz porque ahora nadie apoya sus pies en mi regazo. Se fue el disfrute... Y los sitios que recorrimos juntos están hoy cubiertos de sudarios, como esas sábanas que tapan las formas incómodas de los muebles en una casa abandonada. Los platos más sabrosos, crujientes, aromáticos... comienzan a deleitarme la boca pero luego adquieren insipidez y amargura de ceniza. Llega el infierno y se revela mi condena, la más atroz: creer que estoy vivo y que es ella la que ha muerto. Hoy hace ya dos años.
Fernando Savater
¡Qué costumbre tan salvaje esta de enterrar a los muertos!, ¡de matarlos, de aniquilarlos, de borrarlos de la tierra! Es tratarlos alevosamente, es negarles la posibilidad de revivir. Yo siempre estoy esperando a que los muertos se levanten, que rompan el ataúd y digan alegremente: ¿por qué lloras? Por eso me sobrecoge el entierro. Aseguran las tapas de la caja, la introducen, le ponen lajas encima, y luego tierra, tras, tras, tras, paletada tras paletada, terrones, polvo, piedras, apisonando, amacizando, ahí te quedas, de aquí ya no sales. Me dan risa, luego, las coronas, las flores, el llanto, los besos derramados. Es una burla: ¿para qué lo enterraron?, ¿por qué no lo dejaron fuera hasta secarse, hasta que nos hablaran sus huesos de su muerte? ¿O por qué no quemarlo, o darlo a los animales, o tirarlos a un río? Había de tener una casa de reposo para los muertos, ventilada, limpia, con música y con agua corriente. Lo menos dos o tres, cada día, se levantarían a vivir.
Jaime Sabines (Recuento De Poemas, 1950-93 (Spanish Edition))
«Un portador de agua de la India tenía dos grandes vasijas que colgaba a los extremos de un palo y que llevaba encima de los hombros. Una de las vasijas tenía varias grietas mientras que la otra era perfecta y conservaba toda el agua al final del largo camino a pie desde el arroyo hasta la casa de su patrón; sin embargo, la vasija rota llegaba sólo con la mitad del agua. Durante dos años completos diariamente sucedía eso. Por supuesto, la vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros, pues se sabía perfecta para los fines para los que fue creada. Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección, y se sentía muy mal porque sólo podía hacer la mitad de todo lo que se suponía era su obligación. Después de dos años la tinaja quebrada habló al aguador así: “Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo, porque debido a mis grietas tú sólo puedes entregar la mitad de mi carga y solamente obtienes la mitad del valor que deberías recibir”. El aguador le dijo compasivamente: “Cuando regresemos a casa, quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino”. Eso hizo la tinaja y, en efecto, vio muchísimas flores hermosas a lo largo del camino. Aun así, la tinaja se sentía apenada porque al final sólo quedaba dentro de sí la mitad de agua que debía llevar. El aguador le dijo entonces: “¿Te diste cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino? Siempre he sabido de tus grietas y quise sacar el lado positivo de ello: sembré semillas de flores a lo largo de todo el camino por donde vas, y todos los días las has regado, y por esos dos años yo he podido recoger estas flores. Si no fueras exactamente tal como eres, con todas tus limitaciones, no hubiera sido posible crear esta belleza”».
Álex Rovira Celma (LA BUENA CRISIS: Claves para reinventarse y transformarse (Spanish Edition))
Pues no son las paredes, ni el techo, ni el piso lo que individualiza la casa sino esos seres que la viven con sus conversaciones, sus risas, con sus amores y odios; seres que impregnan la casa de algo inmaterial pero profundo, de algo tan poco material como es la sonrisa en un rostro, aunque sea mediante objetos físicos como alfombras, libros o colores. Pues los cuadros que vemos sobre paredes, los colores con que han sido pintadas las puertas y ventanas, el diseño de las alfombras, las flores que encontramos en los cuartos, los discos y libros, aunque objetos materiales (como también pertenecen a la carne los labios y las cejas), son, sin embargo, manifestaciones del alma; ya que el alma no puede manifestarse a nuestros ojos materiales sino por medio de la materia, y eso es una precariedad del alma pero también una curiosa sutileza.
Ernesto Sabato
La casa de los Iniciados gnósticos debe estar llena de belleza. Las flores que embalsaman el aire con su aroma, las bellas esculturas, el orden perfecto y el aseo hacen de
Samael Aun Weor (Las Tres Montañas)
Mientras Löreder pensaba en todo esto, el viento había seguido arrastrando las flores del naranjo. Las llevó a todos los rincones de Liertal, y a los artesanos y mercaderes de la ciudad les pareció primero que volvía a nevar. Pero el viento era cálido, y su olor les reconfortaba el corazón y ponía en su pecho el deseo de salir de casa y disfrutar del sol de Carencia.
Fco. V. Salvador (Lander, legado de reyes)
Recuerda las horas que hemos pasado juntos podando los rosales, contemplando la luna, identificando el perfume de las flores, escuchando los ruidos de la casa para comprenderlos. Son cosas muy sencillas, en ocasiones desusadas, pero no dejes que las personas amargadas o hastiadas desvirtúen esos instantes mágicos para quien sabe vivirlos.
Marc Levy (If Only It Were True)
Trató de imaginar cómo habría sido la casa de sus primas antes del asedio. Había oído cientos de veces sus añoranzas; las flores, los naranjos y la parralera que era recortada en julio para comer las uvas en diciembre; las ventanas del frente, que abrían para escuchar la música de los bailes populares; el aljibe, preciosamente adornado con su alzada de hierro forjado, procedente de otras tierras.
Carola González Alsina (Euforio: RETAZO EN EL REMIENDO DE UN PUEBLO)
si quieres mi opinión, te diré que no hay absolutamente nada de malo en tener una casa de lujo, un coche deportivo o un montón de dinero. Es muy, pero que muy importante que tengas en cuenta esta cuestión. Por favor. Somos seres espirituales que tienen experiencias humanas, como afirma un viejo aforismo. Que consigas tener mucho dinero es lo que tu vida espera de ti. La abundancia es una de las características propias de la naturaleza. Las flores, los árboles y las estrellas en el cielo no escasean.
Robin S. Sharma (El Club de las 5 de la mañana: Controla tus mañanas, impulsa tu vida (Spanish Edition))
Bolo de Tilichera: Ya tenés seis años de andar haciéndote la bestia hippie. Ya es hora de que te pongás claro. Vení morite echando verga o morite en un buen patín de demerol, pero dejá de chingar con esas cartas lloronazas que nos hacés la campaña de mandar. Como si aquí estuvieramos en un lecho de rosas, como dijo aquel indio cerote mexicano. Shumo y poeta. Aquí hay muerte a carretadas. Ahora esa mierda se da en matas, como el chichicaste o como la ruda. De los compas ya quedamos muy pocos. Mataron a Efi. Le quebraron el culo el siete de septiembre del año pasado. Como no había compuesto tus pedazos no te había contado. La cosa está color de hormiga. Andamos a salto de mata, en estampida. En cualquier momento nos dan candela. El rompimiento se produjo al fin, las FAR y el Partido se echaron verga, todo se hizo una bola de mierda. Los más culpables son esos viejos cerotes de la dirección del Partido, pues al principio dejaron que los patojos chingamuzas les bailaran las pelotas en la cara y no hincharon los huevos agarrando la mashinga. Esperaron a que todos los cuates chingones se murieran para seguir partiendo el pastel. Cuando vieron que la cosa estaba jodida dieron el vergazo para seguir administrando su agencia de viajes. Todo el mundo se está yendo a la mierda. La consigna general es sálvese el que pueda. Así que 'olvídate mi viejo', como dice Capulina. Tú tranquilo, machete en tu vaina. ¿Qué son esas chingaderas de estar planeando regresar para reincorporarte? ¿Qué vas a venir a hacer? ¿A que te den negra? Mejor hacé cogezones de madrileñas blancotas y hediondas, dejá sembrada semilla de la topada en ese continente viejo y hecho mierda y dejá ya de somatarte el pecho. Esa onda no es así. Esta nota no es religión ni chingadera ninguna. Yo de aquí no voy a salir si no es con las patas padelante. No les voy a dar gusto a esos gringos hijos de puta de que me agarren vivo para que después me deshagan los coyoles a vergazos. Así que ésta puede ser la última que te escribo (parezco el marido de Ufemia, el de la rancherada mexicana cuando recibas esta carta sin razón). Pero así es la bola y ya escogí mi vida y mi muerte. No me hago bolas con la nota esa. Estoy claro. Desde que nos ensartamos en esta movidic ya no me hago ningún problema. Ni estoy chingado a nadie por sus vacilaciones. Vos nunca estuviste claro, siempre te lo dije. Así que olvidate del asunto, ya no le hagás cráneo a esta nota y agarrá tu propia onda. Escribí y dejate de babosadas y dar facha de revolucionario. Vos solamente sos escritor, el mico de la selva como dice el Popol Vuh. Dejá de dar espejo de otra cosa. Dejanos a nosotros los vergazos, la muerte violenta y las chingamuzas. Vos morite de viejo, de cirrosis crónica, bolote de tilichera, cerote, soñador empedernido. La revolución no es un sueño, sabelo, entendelo de una vez, metételo en en la cabezota pelona que debés tener ahora, hacele coco de una vez por todas. La revolución son vergazos y muerte, no carbúrex ni palabras. Sólo el ue está convencido de esa movida puede estar claro en la onda. Vos no. Sabelo dialtiro, deunavez. Si sos chingón chingón terminá la novela que decís que estás escribiendo. Ai cuando nosotros terminemos la revolución te mandamos a llamar, ¿oíste? Te paso al costo el dato que Chucha Flaca se juyó, se fue de juida, se bailón con el pisto de su Sección y exiló a México. La organización lo condenó a muerte por desfalco y deserción. Te lo cuento para que veas que no todos son de a huevo a la hora de rajar ocote que la cosa no es de soplar y hacer botellas. Así que pies de plomo, pisado. Viajá, pisá, chupá, tirá tu conciencia a la mierda, que aquí estamos nosotros muriéndonos para que vos podás escribir, para que todos aprendan a escribir y a comer bien, y a tener casa y trabajo y estar alegres, sin miedo. Quedá con Dios que no hay, así que quedate solo pero contento y pachangero como siempre, LOS COMPAS
Marco Antonio Flores (Los Compañeros)
La nueva monarquía tendría el escudo blanco y azul de la Argentina con modificaciones: las dos manos en vez de estrecharse y sostener la pica y el gorro frigio, elevarían las tres flores de lis de la Casa de Borbón; en vez de laureles lo orlarían un puma y una vicuña. El mismo Rivadavia dibujó el escorzo para conocimiento de Carlos IV y del futuro rey. La “constitución” entregaba el Poder Ejecutivo al rey, asistido por un ministerio formado por nobles: a ese efecto se crearían títulos de duques, condes y marqueses a repartirse entre las personalidades criollas. Todos los duques, la tercera parte de los condes (elegidos por ellos), la cuarta parte de los marqueses y la tercera parte de los obispos (elegidos por el rey) formarían la Alta Sala.
Pacho O'Donnell (Breve historia argentina. De la Conquista a los Kirchner (Spanish Edition))
La nueva monarquía tendría el escudo blanco y azul de la Argentina con modificaciones: las dos manos en vez de estrecharse y sostener la pica y el gorro frigio, elevarían las tres flores de lis de la Casa de Borbón; en vez de laureles lo orlarían un puma y una vicuña. El mismo Rivadavia dibujó el escorzo para conocimiento de Carlos IV y del futuro rey. La “constitución” entregaba el Poder Ejecutivo al rey, asistido por un ministerio formado por nobles: a ese efecto se crearían títulos de duques, condes y marqueses a repartirse entre las personalidades criollas. Todos los duques, la tercera parte de los condes (elegidos por ellos), la cuarta parte de los marqueses y la tercera parte de los obispos (elegidos por el rey) formarían la Alta Sala. Una Sala Baja de representantes plebeyos completaría el Poder Legislativo.
Pacho O'Donnell (Breve historia argentina. De la Conquista a los Kirchner (Spanish Edition))
Sé el puente, sé la luz. Cuando el hierro se derrita, cuando las flores broten de campos cubiertos de sangre, deja que la tierra sea testigo y regresa a casa.
Sarah J. Maas (Kingdom of Ash (Throne of Glass, #7))
Aquel hombre se llamaba Juan y le tenía miedo a la luz, tal vez porque se había enamorado de otro hombre en un tiempo en el que eso era imposible, y le había faltado coraje para irse del pueblo. Así es como es hombre triste y la niña llena de sueños se hicieron amigos. Él le prestaba libros y ella le contaba cómo era el mundo de afuera, le hablaba de los pájaros, de las hierbas y de las flores y del arroyo que daba nombre al pueblo. Así, la niña se enamoró de los libros y el hombre fue perdiendo poco a poco su miedo, hasta que un día ella olvidó un libro y él, casi sin darse cuenta, salió de su casa para entregárselo. No de otro modo un corazón crece a la luz del sol.
María Teresa Andruetto (Una lectora de provincia)
—Cada día, al salir del colegio, volvía corriendo a casa para comprobar el progreso de las plantas. Era mi ilusión; me pasaba el día esperando que llegara ese momento. Cultivar plantas para mí es una recompensa. Sin apartar la mirada de mí, me ha preguntado: —¿Una recompensa por qué? Me he encogido de hombros. —Por amar bien a las plantas. Ellas te recompensan según la cantidad de amor que les das. Si las tratas con crueldad o no las cuidas como debes, no te darán nada. Pero si las cuidas correctamente y les das amor, te recompensan con frutas, verduras o flores.
Colleen Hoover (It Ends with Us (It Ends with Us, #1))
Casandra siempre dice que en las decisiones más importantes de tu vida estás sola y que por eso su padre la había educado a no depender de ningún hombre. Pero, claro, yo crecí en un entorno tradicional: me llevaron a un colegio de monjas cuando ya estaban de moda los colegios mixtos, y me pasaron un mensaje en una botella: el capitán era siempre el hombre. Sin embargo, en la misma botella también colaron mis padres otro mensaje que iba más con los tiempos: debía estudiar una carrera, llevar un sueldo más a casa, es decir, tener la capacidad de navegar el barco, «por si acaso». Pero sólo por si acaso. Si había que sacrificar tiempo o profesión para seguir al otro, se hacía. Sobre todo al llegar los hijos, convirtiéndote en su tripulación.
Vanessa Montfort (Mujeres que compran flores)
Había dejado de llover y pronto caería la noche. En el preciso momento en el que el sol se ponía algo ocurrió con el tentáculo verde que cubría la Casa Mumin. Perdía vigor y se secó tan rápido como había crecido. Las frutas se encogieron y cayeron al suelo. Las flores se marchitaban y las hojas se abarquillaban. Una vez más la casa se llenó de crujidos y crepitaciones.
Tove Jansson (Finn Family Moomintroll (The Moomins, #3))
Quiero contarle cómo se despidió mi abuela de nuestra casa. Le pidió a papá que sacara del desván un saco de grano y lo esparció por el jardín: "Para los pajarillos de Dios". Recogió en un cesto los huevos y los echó al patio: "Para nuestro gato y para el perro". Les cortó unos trozos de tocinoo. De todos los saquitos echó las simientes: de zanahoria, de calabaza, de pepinos, de cebollas. De diferentes flores. Y las esparció por el huerto: "Que vivan en la tierra". Luego le hizo una reverencia a la casa. Se inclinó ante el cobertizo. Recorrió los manzanos y los saludó a cada uno. Y el abuelo se quitó el gorro cuando nos marchamos.
Svetlana Alexievich (Voices from Chernobyl: The Oral History of a Nuclear Disaster)
En las decisiones más importantes de tu vida estás sola y que por eso su padre la había educado a no depender de ningún hombre. Pero, claro, yo crecí en un entorno tradicional: me llevaron a un colegio de monjas cuando ya estaban de moda los colegios mixtos y me pasaron un mensaje en una botella: el capitán era siempre el hombre. Sin embargo, en la misma botella también colaron mis padres otro mensaje que iba más con los tiempos: debía estudiar una carrera, llevar un sueldo más a casa, es decir, tener la capacidad de navegar el barco, "por si acaso". Pero sólo por si acaso. Si había que sacrificar tiempo o profesión para seguir al otro, se hacía. Sobre todo al llegar los hijos, convirtiéndote en su tripulación
Vanessa Montfort (Mujeres que compran flores)
Abandoné el lago, me persigne al revés a cruzar delante del monumento elegido al ángel caído -la rebeldía de esta ciudad no tiene límites-, salí del parque vigilada por un pasillo de silentes estatuas, cruza el Paseo del Prado y subí, como siempre, la calle Huertas, que aún olía a alcohol que había ingerido y meado los de la noche anterior. Entonces supe que sobre todas las cosas echaría de menos el barrio los domingos: los ancianos paseando en zapatillas de estar por casa, los grupitos de turistas apostados frente a la casa de Lope de Vega mientras un guía vestido de época me recitaba un monólogo de El perro del hortelano, el agudo chillido de los vencejos, un piano ensayando en un primer piso... [...] Mientras caminaba calle arriba me pregunté si habría en el mundo calle tan corta que tuviera tal cóctel de espacios y establecimientos. Se podría vivir una vida plena sin salir de ella nunca más. Fui haciendo recuento según subía por los 60 números de Huertas hasta la plaza del ángel. Veamos... tres plazas, cinco tabernas, ocho garitos de marcha, tres coctelerías, un karaoke, veinte restaurantes, tres locales de música en directo, dos salones de té, cuatro pastelerías, tres cafés, una comisaría, un parque, convento de clausura, la tumba de un genial escritor, tres tiendas de moda, dos supermercados, tres hoteles, dos librerías, tres anticuarios, una sala de teatro y el cementerio de una iglesia convertida en floristería
Vanessa Montfort (Mujeres que compran flores)
»Cierto mercader envió a su hijo con el más sabio de todos los hombres para que aprendiera el Secreto de la Felicidad. El joven anduvo durante cuarenta días por el desierto, hasta que llegó a un hermoso castillo, en lo alto de una montaña. Allí vivía el sabio que buscaba. »Sin embargo, en vez de encontrar a un hombre santo, nuestro héroe entró en una sala y vio una actividad inmensa; mercaderes que entraban y salían, personas conversando en los rincones, una pequeña orquesta que tocaba melodías suaves y una mesa repleta de los más deliciosos manjares de aquella región del mundo. El sabio conversaba con todos, y el joven tuvo que esperar dos horas para que le atendiera. »El sabio escuchó atentamente el motivo de su visita, pero le dijo que en aquel momento no tenía tiempo de explicarle el Secreto de la Felicidad. Le sugirió que diese un paseo por su palacio y volviese dos horas más tarde. »Pero quiero pedirte un favor— añadió el sabio entregándole una cucharilla de té en la que dejó caer dos gotas de aceite—. Mientras camines lleva esta cucharilla y cuida de que el aceite no se derrame. »El joven comenzó a subir y bajar las escalinatas del palacio manteniendo siempre los ojos fijos en la cuchara. Pasadas las dos horas, retornó a la presencia del sabio. »¿Qué tal? —preguntó el sabio—. ¿Viste los tapices de Persia que hay en mi comedor? ¿Viste el jardín que el Maestro de los Jardineros tardó diez años en crear? ¿Reparaste en los bellos pergaminos de mi biblioteca? »El joven, avergonzado, confesó que no había visto nada. Su única preocupación había sido no derramar las gotas de aceite que el Sabio le había confiado. »Pues entonces vuelve y conoce las maravillas de mi mundo —dijo el Sabio—. No puedes confiar en un hombre si no conoces su casa. »Ya más tranquilo, el joven cogió nuevamente la cuchara y volvió a pasear por el palacio, esta vez mirando con atención todas las obras de arte que adornaban el techo y las paredes. Vio los jardines, las montañas a su alrededor, la delicadeza de las flores, el esmero con que cada obra de arte estaba colocada en su lugar. De regreso a la presencia del sabio, le relató detalladamente todo lo que había visto. »¿Pero dónde están las dos gotas de aceite que te confié? —preguntó el Sabio. »El joven miró la cuchara y se dio cuenta de que las había derramado. »Pues éste es el único consejo que puedo darte —le dijo el más Sabio de los Sabios—. El secreto de la felicidad está en mirar todas las maravillas del mundo, pero sin olvidarse nunca de las dos gotas de aceite en la cuchara. El muchacho guardó silencio.
Paulo Coelho (El alquimista)