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la felicidad no es algo que sucede. No es el resultado de la buena suerte o del azar. No es algo que pueda comprarse con dinero o con poder. No parece depender de los acontecimientos externos, sino más bien de cómo los interpretamos. De hecho, la felicidad es una condición vital que cada persona debe preparar, cultivar y defender individualmente. Las personas que saben controlar su experiencia interna son capaces de determinar la calidad de sus vidas, eso es lo más cerca que podemos estar de ser felices. De todos modos, no se puede alcanzar la felicidad mediante la búsqueda consciente de ella. «Pregúntese a sí mismo si es feliz –decía J.S. Mill– y dejará de serlo». Es al estar totalmente involucrados en cada detalle de nuestras vidas, sea bueno o malo, cuando encontramos la felicidad, no intentando buscarla directamente. Viktor Frankl, el psicólogo austríaco, lo resumió bellamente en el prefacio de su libro Man’s Search for Meaning: «No aspiren al éxito: cuanto más aspiren a él y más lo conviertan en su objetivo, con mayor probabilidad lo perderán. Puesto que el éxito, como la felicidad, no puede conseguirse, debe seguirse… como si fuese el efecto secundario no intencionado de la dedicación personal a algo mayor que uno mismo.» Así, ¿cómo podemos alcanzar esta meta tan escurridiza que no puede alcanzarse por una ruta directa? Mis estudios durante este último cuarto de siglo me han convencido de que existe un modo. Es un camino tortuoso que empieza consiguiendo el control sobre los contenidos de nuestra conciencia. Nuestras percepciones sobre nuestras vidas son el resultado de muchas fuerzas que conforman nuestra experiencia, y cada
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