Iglesia Ni Cristo Quotes

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El marido debe amar a la esposa como Cristo amó a su Iglesia y —sigamos leyendo— «dio la vida por ella» (Efesios 5, 25). Así pues, esta autoridad está más plenamente personificada no en el marido que todos quisiéramos ser, sino en Aquel cuyo matrimonio más se parece a una crucifixión, cuya esposa recibe más y da menos, es menos digna que él, es —por su misma naturaleza— menos amable. Porque la Iglesia no tiene más belleza que la que el Esposo le da; Él no la encuentra amable, pero la hace tal. Hay que mirar el crisma de esta terrible coronación no en las alegrías del matrimonio de cualquier hombre, sino en sus penas, en la enfermedad y sufrimientos de una buena esposa, o en las faltas de una mala esposa, en la perseverante (y nunca ostentosa) solicitud o inextinguible capacidad de perdón de ese hombre, perdón, no aceptación. Así como Cristo ve en la imperfecta, orgullosa, fanática o tibia Iglesia terrena a la Esposa que un día estará «sin mancha ni arruga», y se esfuerza para que llegue a serlo, así el esposo, cuya autoridad es como la de Cristo (y no se le ha concedido ninguna de otra clase), jamás debe desesperar. Por tanto, en esos matrimonios desgraciados, la «autoridad» del marido, si es que puede mantenerla, es más semejante a la de Cristo.
C.S. Lewis (The Four Loves)
«El sufrimiento es una llamada a manifestar la grandeza moral del hombre, su madurez espiritual; pero es también una invitación de la Providencia a acercarse más al Crucificado, a comprenderlo, a compartir su misterio. »Sentíos cercanos a Dios en vuestras cruces y sabed ofrecerlas con Cristo a Dios Padre, a fin de que la auténtica aportación de vuestro sacrificio genere preciosos momentos de gracia para la humanidad y para la Iglesia. En la meditación de la pasión de Cristo encontraréis la fuerza para transformar el momentáneo peso de la enfermedad en una ofrenda santificante» (JUAN PABLO II, 16-II-1986). «Cristo no responde directamente ni en abstracto a esta pregunta humana sobre el sentido del sufrimiento. El hombre percibe su respuesta salvífica a medida que él mismo se convierte en partícipe de los sufrimientos de Cristo. La respuesta es, en efecto, ante todo una llamada. Es una vocación. Cristo no explica abstractamente las razones del sufrimiento, sino que ante todo dice: Sígueme, ven, toma parte con tu sufrimiento en esta obra de salvación del mundo, que se realiza a través de mi sufrimiento. Por medio de mi cruz. A medida que el hombre toma su cruz, uniéndose espiritualmente a la Cruz de Cristo, se revela ante él el sentido salvífico del sufrimiento» (Salvifici doloris).
Jesús Martínez García (Dios no abandona: El sentido cristiano del sufrimiento (Cristianos de hoy) (Spanish Edition))
¿Los conventos son, pues, tan esenciales para la constitución de un Estado? ¿Instituyó Cristo a los monjes y a los religiosos? ¿La Iglesia no puede, acaso, prescindir de ellos en absoluto? ¿Qué necesidad tiene el Estado de tantas vírgenes enloquecidas, y la especie humana de tantas víctimas? ¿No se percibirá nunca la necesidad de reducir la abertura de estas simas donde van a perderse futuras generaciones? ¿Todas las oraciones rutinarias que allí se hacen, valen acaso lo que una limosna que la conmiseración da a un pobre? Dios, que creó sociable al hombre, ¿aprueba que se le encierre? Dios, que lo creó tan inconstante y frágil, ¿puede autorizar la inseguridad de sus votos? Estos votos, contrarios a la inclinación general de la naturaleza, ¿pueden nunca ser cumplidamente observados excepto por algunas criaturas mal constituidas en las que los gérmenes de las pasiones están marchitos, y que con razón serían consideradas como monstruos si nuestras luces nos permitieran conocer tan fácilmente y tan bien la estructura interior del hombre como su forma exterior? ¿Todas estas ceremonias lúgubres que se observan en la toma de hábito y en la profesión de éstos, al consagrar un hombre o una mujer a la vida monástica y a la desgracia, suspenden acaso las funciones fisiológicas? Al contrario, ¿no se despiertan éstas en el silencio, la sujeción y la ociosidad con una violencia desconocida a la gente del mundo ocupada en una multitud de distracciones? ¿Dónde se ven mentes obsesionadas por espectros impuros que las siguen y las perturban? ¿Dónde este profundo fastidio, esa palidez, ese enflaquecer, todos los síntomas de la naturaleza que languidece y se consume? ¿Dónde las noches son turbadas por los gemidos, los días empapados de lágrimas derramadas sin motivo, precedidas de una melancolía que nadie sabe a qué atribuir? ¿Dónde la naturaleza, sublevada por una sujeción para la que no está hecha, rompe los obstáculos que se le oponen, tórnase furiosa y lanza la economía animal a un desorden que no tiene ya remedio? ¿En qué sitio la tristeza y el mal humor han aniquilado todas las cualidades sociales? ¿Dónde no existe padre, ni hermano, ni hermana, ni amigo? ¿Dónde el hombre, al considerarse sólo como ser de un instante fugaz, trata las relaciones más dulces de este mundo como un viajero los objetos que encuentra, sin afección? ¿Dónde está la sede del odio, del hastío y de los enervantes? ¿Dónde el lugar de la servitud y del despotismo? ¿Dónde los odios que nunca se extinguen? ¿Dónde las pasiones encubiertas en el silencio? ¿Dónde la morada de la crueldad y de la curiosidad? Nadie conoce la historia de estos asilos, decía a continuación el señor Manouri en su defensa; nadie la conoce. Añadía en otro lugar: «Hacer voto de pobreza es comprometerse mediante juramento a ser perezoso y ladrón; hacer voto de castidad equivale a prometer a Dios la infracción constante de la más sabia y más importante de sus leyes; hacer voto de obediencia es renunciar a la prerrogativa inalienable del hombre: la libertad. Si uno observa estos votos es un criminal; si no los observa, perjuro. La vida claustral es propia de un fanático o de un hipócrita.
Denis Diderot (La Religieuse (French Edition))
¿Anhela alguno de nosotros ayudar a la iglesia de Cristo? Entonces ore pidiendo un gran derramamiento del Espíritu. Solo él  puede dar profundidad a los sermones, discernimiento al consejo, poder a la exhortación y derrumbar las altas murallas de los corazones pecadores. No son los sermones mejor elaborados ni los mensajes mejor escritos lo que hoy se necesitan, sino más de la presencia del Espíritu Santo.
J.C. Ryle (¿Vivo o muerto? (Spanish Edition))
Convoco a todos los seguidores de Cristo a que se preparen para la guerra. No veremos una revolución moral, ni podremos detener la erosión de nuestra propia cultura occidental, sin una guerra espiritual. Un islamismo crecientemente militante no se detendrá en su avance a menos que la Iglesia tome la verdad de que ha sido revestida por el Espíritu de poder para la batalla. La victoria es nuestra, pero debemos hacerla valer.
Casa Creacion (Una guia esencial para la guerra espiritual y los demonios: Herramientas sencillas y poderosas para maniobrar las estrategias de Satanás en tu vida (Spanish Edition))
Fuera de la Iglesia no hay salvación. Sin la verdad no hay salvación 8. En tanto que la máxima: "Sin caridad no hay salvación", se apoya en un principio universal y prepara a todos los hijos de Dios al acceso en la felicidad suprema, el dogma: "Fuera de la Iglesia no hay salvación", no se apoya en la fe fundamental en Dios y en la inmortalidad del alma, fe común a todas las religiones, sino "en la fe especial en dogmas particulares". Es exclusivo y absoluto; en vez de unir a los hijos de Dios, los divide; en lugar de excitar el amor de sus hermanos, mantiene y sanciona la irritación entre los sectarios de los diferentes cultos, que se consideran recíprocamente como malditos en la eternidad, aun cuando fuesen parientes o amigos en este mundo; desconociendo la grande ley de igualdad ante la tumba, los separa también en el campo del reposo. La máxima: "Sin caridad no hay salvación", es la consagración del principio de la igualdad ante Dios y de la libertad de conciencia; con esta máxima por regla, todos los hombres son hermanos, y cualquiera que sea el modo de adorar a Dios, se tienden la mano y ruegan unos por otros. Con el dogma: "Fuera de la Iglesia no hay salvación", se lanzan el anatema, se persiguen y viven como enemigos; el padre no ruega por el hijo, ni el hijo por su padre, ni el amigo por el amigo; sino que se creen recíprocamente condenados para siempre. Este dogma es, pues, esencialmente contrario a las enseñanzas de Cristo y a la ley evangélica. 9. "Sin la verdad no hay salvación", sería el equivalente de: "Fuera de la Iglesia no hay salvación", y enteramente exclusivo, porque no hay una sola secta que no pretenda tener el privilegio de la verdad. ¿Qué hombre es el que puede vanagloriarse de poseerla por completo, cuando el círculo de los conocimientos se ensancha sin cesar y cuando las ideas se rectifican todos los días? La verdad absoluta es sólo patrimonio de los espíritus del orden más elevado, y la humanidad terrestre no podía pretenderla, porque no le es dado el saberlo todo; sólo puede aspirar a una verdad relativa y proporcionar a su adelantamiento. Si Dios hubiese hecho de la posesión de la verdad absoluta la condición expresa de la felicidad futura, este sería un decreto de proscripción general; mientras que la caridad aun en su más alta acepción, puede ser practicada por todos. El Espiritismo, de acuerdo con el Evangelio, admitiendo que puede uno salvarse, cualquiera que sea su creencia, con tal que observe la ley de Dios, no dice: "Fuera del Espiritismo no hay salvación"; y como no pretende enseñar aún toda la verdad, tampoco dice: "Sin la verdad no hay salvación", máxima que dividiría en vez de unir y perpetuaría el antagonismo.
Allan Kardec (El Evangelio segun los Espiritus (Spanish Edition))
Contrario a estas declaraciones está la enseñanza clara y bíblica de la Confesión de Fe de Westminster: A los que Dios llama de una manera eficaz, también justifica gratuitamente, no infundiendo justicia en ellos sino perdonándolos sus pecados, y contando y aceptando sus personas como justas; no por algo obrado en ellos o hecho por ellos, sino solamente por causa de Cristo; no por imputarles la fe misma, ni el acto de creer, ni alguna otra obediencia evangélica como su justicia, sino imputándoles la obediencia y satisfacción de Cristo y ellos por la fe, le reciben y descansan en él y en su justicia. Esta fe no la tienen de ellos mismos. Es un don de Dios. (II.1) La fe, que así recibe a Cristo y descansa en Él y en su justicia, es el único instrumento de justificación; aunque no está sola en la persona justificada, sino que siempre va acompañada por todas las otras gracias salvadoras, y no es fe muerta, sino que obra por amor. (II.2) Con frecuencia le digo a mis alumnos seminaristas que la doctrina de la justificación por la fe solamente no es tan difícil de entender. No se requiere un Doctorado en Teología. Aun así, es una de las verdades bíblicas más difíciles de inyectar en los corazones humanos. Es difícil para nosotros el entender que no hay nada que podamos hacer para alcanzar, merecer o añadir al mérito de Cristo, y que cuando estamos delante del juicio de Dios, llegamos sin nada en nuestras manos. Debemos simplemente anclarnos en la cruz de Cristo y poner nuestra confianza en Él solamente. Cualquier iglesia que enseñe algo diferente a esta verdad fundamental se ha apartado del evangelio.
R.C. Sproul (¿Estamos Juntos en Verdad? (Spanish Edition))
Nueva concepción del laicado. Los laicos se convierten en protagonistas de la acción eclesial y evangélica. Se multiplican los servicios y ministerios, ordenados y no ordenados. Se abren espacios en los que el laico está llamado no solo a proclamar e interpretar la Palabra de Dios, sino también a alimentar a los fieles con el Cuerpo de Cristo. En esta nueva perspectiva, el laico no es un sustituto ni un monaguillo del cura. Cuenta con su propio espacio de acción pastoral y misionera. Tiende un puente entre la vida eclesial y la vida en sociedad. Se convierte en un cristiano que lleva al interior de la Iglesia los rostros y desafíos propios de la fase histórica actual; en la sociedad, trata de vivir en lo cotidiano del mensaje evangélico.
Emilia (coord.) Robles (Aparecida: Por un nuevo tiempo de alegría y esperanza en la vida eclesial)
Una reciente encuesta que realizó la organización cristiana Cumplidores de Promesas, en los Estados Unidos, reveló que el sesenta y cinco por ciento de los hombres encuestados informaron del uso regular de la pornografía.1 Sin embargo, el pecado sexual es indudablemente un problema de enormes proporciones en el cuerpo de Cristo, y por lo general no se denuncia. Existen numerosas razones por las cuales estos hombres mantienen oculto su pecado. En primer lugar, es vergonzoso admitir el pecado sexual. En nuestra sociedad se adula a un hombre por ser un don Juan, pero casi cualquier otro comportamiento sexual que esté fuera de control se mira con suspicacia e inclusive con desdén. Si un hombre admite sus luchas ante un pastor, desde ese día se preguntará qué pensará su líder espiritual de él: «¿Pensará que soy raro? ¿Se preocupará de que yo esté cerca de los adolescentes, o peor todavía, de los niños? ¿Estará ese sermón sobre la lujuria dirigido a mí? ¿Le habrá dicho a otros de la iglesia acerca de mi problema?» Estas preocupaciones hacen difícil que el creyente pueda confiar en su pastor, y ni se diga en otros de la iglesia. En segundo lugar, aunque nuestra sociedad no considera que la fornicación o incluso el adulterio sean vergonzosos, en el movimiento evangélico estos pecados se consideran graves. Una mujer puede tener el terrible hábito de propagar chismes en la iglesia, un hombre puede estar obsesionado con su trabajo a costa de su familia, otro puede ser en extremo crítico con los que lo rodean, pero estos —así como muchos otros pecados— se pasan por alto en la iglesia. No obstante, si un hombre admite haber cometido adulterio, al instante se le juzga como alguien que está lejos de Dios. Aunque es probable que esa sea la verdad, existe desde luego una doble norma dentro del cuerpo de Cristo. Otro factor que contribuye para que un hombre mantenga oculto su pecado es la facilidad con que se puede llevar una doble vida, siendo religioso en lo exterior y practicando un pecado sexual en secreto. A diferencia de lo que ocurre con el abuso de drogas o el alcoholismo, un hombre puede mantener una vida normal aparente, sin que se le descubra. Hay un estilo de vida que acompaña al que se embriaga. Las drogas y el alcohol afectan la capacidad de la persona para funcionar de modo adecuado. La mayoría no puede mantener esta clase de hábito en secreto. En cambio, un hombre puede ser presidente, una celebridad o hasta un famoso evangelista y mantener una fachada exterior de respetabilidad, pero ser un adicto sexual.
Anonymous (En el altar de la idolatría sexual (Spanish Edition))
Porque estrecha es la puerta» dijo Jesús en Mateo 7.14, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan». Concuerdo en que nos cuesta mucho hallarla, especialmente hoy. Uno puede ir de iglesia en iglesia y jamás encontrarla. Es una puerta muy estrecha. La misma enseñanza aparece en Lucas 13.23–24. «Y alguien le dijo: Señor, ¿son pocos los que se salvan? Y él les dijo: esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar y no podrán». Cuesta hallarla, y cuesta entrar por ella. ¿Por qué cuesta tanto encontrarla hoy, y por qué es tan duro entrar por ella? Cuesta mucho hallarla porque muchas iglesias se han desviado de la enseñanza de la verdad del evangelio. Es incluso más duro, una vez que se ha oído la verdad, someterse a ella. El hombre se adora a sí mismo. Es su propio dios. Lo que necesitamos decir a la gente no es: «Venga a Cristo y se sentirá mejor» ni «Jesús quiere suplir sus necesidades, sean las que fueren». Jesús no quiere satisfacer nuestras necesidades –mundanales, terrenales y humanas–. Lo que quiere es que estemos dispuestos a decir: «Por amor a Cristo dejaré todo lo que pienso que necesito». Es difícil pasar por la puerta estrecha porque es muy duro negarnos a nosotros mismos.
John F. MacArthur Jr. (Las lecturas diarias de MacArthur: Desatando la verdad de Dios un día a la vez (Spanish Edition))
El apóstol Pablo sabía bien que el corazón de la vida cristiana es establecer un conocimiento íntimo de Cristo. Por eso afirmó: «Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor» (Fil. 3:8). Ésa era su pasión y su «meta» (v. 14). ¿Qué eran «todas las cosas» que consideraba como pérdida? Eran las credenciales máximas de la religión que consideraba las obras como modo de salvación, a la que Pablo sirvió antes de conocer a Cristo. El había sido «circundado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos: en cuanto a la ley, fariseo: en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia: en cuanto a ]ajusticia que es en la ley, irreprensible» (vv. 5, 6). De acuerdo a la sabiduría religiosa convencional de su tiempo, Pablo seguía los rituales correctos, era miembro de la raza y tribu correctas, se sujetaba a las tradiciones correctas, servía a la religión correcta con la debida y correcta medida de intensidad, y obedecía la correcta ley con santurrón celo. Pero un día, cuando viajaba en persecución de más cristianos, Pablo se encontró con Jesucristo (Hechos 9). Pablo vio a Cristo en toda su gloria y majestad y se dio cuenta de que todo lo que consideraba de valor no valía nada. Por eso declara: «Pero cuantas cosas era para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo... y lo tengo por basura, para ganar a Cristo» (vv. 7, 8). En la mente de Pablo, sus ventajas se habían convertido en desventajas, hasta tal punto de que las consideraba basura. ¿Por qué'? Porque no eran capaces de producir lo que él creía que podían: no podían producir virtud, poder, ni perseverancia. Y tampoco podían conducirlo a la vida eterna o a la gloria. Por eso, Pablo entregó todo su tesoro religioso a cambio del tesoro de conocer a Cristo profunda e íntimamente. Ésa es la esencia de la salvación: el cambio de algo que no tiene valor, por algo valioso. Jesús ilustró el cambio de este modo: «El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo. También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró» (Mt. 13:44-46). Esos dos hombres hallaron algo de mucho más valor que cualquier cosa que poseían. Para ellos, la decisión fue fácil: vender todo lo que creían que tenía valor a cambio de lo que era en verdad valioso.
John F. MacArthur Jr. (El Poder de la Integridad)
esta relación con el Gobierno chino, la Santa Sede no debe realizar concesiones que debiliten ni dañen la fe. La Santa Sede en ninguna circunstancia debe sacrificar a los obispos clandestinos. Creo que sacrificar a los obispos confesores de la Iglesia clandestina China pasará a la historia como una vergüenza y un crimen a los mártires en China, un crimen a los obispos y sacerdotes que han dado su vida por Cristo e indirectamente por la Santa Sede, por el Papa. El cardenal Joseph Zen ha afirmado que el secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolín, no entiende al pueblo chino22. Están dispuestos a sufrir por su fe, afirma el cardenal Zen, pero lo que más les duele es la traición de los suyos. Exactamente,
Athanasius Schneider (CHRISTUS VINCIT: El triunfo de Cristo sobre la oscuridad de la época (Spanish Edition))
Podemos rezar siempre si convertimos en oración cada acción, cada tarea y cada sufrimiento diarios porque antes se los hemos ofrecido y prometido a Dios. Tenemos que buscar soluciones dentro de la Iglesia, y no fuera de ella. No podemos separar sin más nuestra vida personal de la de Cristo ni del cuerpo del que Él es la cabeza movidos por un sentimiento personal de insatisfacción u ofensa.
Walter J. Ciszek (He Leadeth Me)
Algunos suspiran durante toda la semana hasta que suceden cosas nuevas, convierten en parte de la felicidad de sus vidas el estudiar cómo va el estado, más que el estudiar cómo marchan sus propios corazones, o incluso sus propios negocios. Sin embargo, no piensan en las miserias de la iglesia de Cristo, ni ayudan con sus oraciones.
Thomas Goodwin (La vanidad de los pensamientos)
María supo estar al pie de la cruz de su Hijo. No lo hizo de cualquier manera, sino que estuvo firmemente de pie y a su lado. Con esta postura manifiesta su modo de estar en la vida. Cuando experimentamos la desolación que nos produce estas llagas eclesiales, con María nos hará bien «instar más en la oración»,10 buscando crecer más en amor y fidelidad a la Iglesia. Ella, la primera discípula, nos enseña a todos los discípulos cómo hemos de detenernos ante el sufrimiento del inocente, sin evasiones ni pusilanimidad. Mirar a María es aprender a descubrir dónde y cómo tiene que estar el discípulo de Cristo.
Pope Francis (Las cartas de la tribulación)
si Cristo no está en el trono de una iglesia local, esta deja de ser iglesia local porque no entiende su propósito ni su identidad.
Justin Burkholder (Sobre la roca: Un modelo para iglesias que plantan iglesias (Spanish Edition))
«Pues ¿quién conoció los designios del Señor?, o ¿quién llegó a ser su consejero? Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos, mis caminos –oráculo del Señor–. Tan elevados como son los cielos sobre la tierra, así son mis caminos sobre vuestros caminos». Quizá, en la providencia divina, de todo ese sufrimiento surgiría algo nuevo y precioso en el cuerpo místico: cristianos encendidos, con un ideal nuevo de entrega que ofrecer a la Iglesia que vive en el mundo como institución humana. En la providencia divina, esa Iglesia perseguida –esos cristianos sufrientes– enriquecían constantemente la Iglesia en la tierra, el cuerpo místico de Cristo.
Walter J. Ciszek (Caminando por valles oscuros: Memorias de un jesuita en el Gulag (Arcaduz nº 120) (Spanish Edition))
Lo grandioso y provocativo aparece precisamente en los comienzos de la Iglesia naciente, que tuvo que ir reconociendo a Cristo en toda su grandeza lentamente, comprendiéndolo poco a poco y profundizando en ello con el recuerdo y la reflexión. A la comunidad anónima se le atribuye una sorprendente genialidad teológica: ¿quiénes fueron las grandes figuras que concibieron esto? Pero no es así: lo grande, lo novedoso, lo impresionante, procede precisamente de Jesús; en la fe y la vida de la comunidad se desarrolla, pero no se crea. Más aún, la «comunidad» no se habría siquiera formado ni habría sobrevivido si no le hubiera precedido una realidad extraordinaria.
Pope Benedict XVI (Jesus of Nazareth: From the Baptism in the Jordan to the Transfiguration)
Cuando acudimos al evangelio, vemos que este esquema no cabe, se destruye, no tiene sentido. Jesús dice: «Bienaventurados los pobres» (Mt 5, 3); «A los pobres los tenéis siempre con vosotros» (Mt 26, 11). San Lucas, el evangelista que más atiende a la pobreza, reclama una teología de la sencillez de corazón y de la misericordia. Desde la visión de Cristo, la realidad se percibe de manera distinta. Cristo se ha hecho pobre para enriquecernos con su pobreza. Por ello la pobreza no es un tema que se resuelva en un libro, en un debate o en un despacho. Es un misterio que hay que vivir, una experiencia que abre a la pobreza del Señor. Y para eso vivir con los pobres es la puerta imprescindible. No es que ellos sean santos ni mejores que los ricos ni el modelo de cristiano, sino que, en su pobreza, se manifiesta la riqueza del Corazón misericordioso del Señor.
José Manuel Horcajo (Al cruzar el puente: Testimonios de una iglesia abierta a todos (Palabra hoy) (Spanish Edition))
La gente de fe no puede darse el lujo de ser pasiva ni despreocupada. Posiblemente si somos suficientemente lindos, ellos sabrán que somos verdaderos creyentes y que Dios es real. Después de todo, ¿que no la Biblia dice que “prediquemos el evangelio y si es necesario utilicemos palabras”? Bien, no es así. Esa frase generalmente se le atribuye a San Francisco de Asís, pero se duda que él lo haya dicho. Aunque ciertamente debemos tratar con dignidad a quienes expresan hostilidad hacia Dios, también debemos estar preparados para expresar la verdad con audacia. Nadie dijo que sería fácil. Incluso el gran evangelista y apóstol de la iglesia primitiva, Saulo de Tarso, le pedía a la gente que orara por él para que pudiera hablar “con denuedo [ . . . ] como debo hablar” (Efesios 6:20). La evidencia del Nuevo Testamento es que los apóstoles y los primeros cristianos poseían esta audacia para proclamar el evangelio a riesgo de su propia vida. Nosotros debemos, por lo menos, ser tan audaces en nuestro testimonio de Cristo como los escépticos lo son en sus ataques contra la fe.
Rice Broocks (Dios No Est� Muerto: La Evidencia de Dios En Una �poca de Incertidumbre)