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La invención permanente de nuevas normalidades que glosan, sustituyen o amplían las normalidades existentes fue una constante en la música de tradición popular del siglo XX, sin importar qué entienda uno, o qué quiera entender, por “música de tradición popular del siglo XX”. Incontables compositores e intérpretes preservaron, negaron y reinventaron esas nuevas normalidades. A veces lo hicieron para públicos masivos, otras veces frente a dos o tres borrachos arrumbados en una mesa de bar. En ocasiones fue mediante una nota de más o de menos en una canción, perdida o ganada por un error, un malentendido, una distracción; en otras, a través de grandes obras autoconscientes que pusieron en duda hasta el último retazo de su propia legitimidad. La premisa de que las realidades naturalizadas por una combinación de sonidos y silencios podían discutirse, que debían discutirse, colocó al riesgo en el centro de la maquinaria de fabricación de artefactos musicales de las industrias culturales del siglo XX. Los desvíos y los quiebres empezaron a pasar desapercibidos, a darse por sentados, a ignorarse porque eran las normas y no sus excepciones.
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