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Me contó la historia de cómo ella y su esposo Juan se habían ido apartando poco a poco de Dios. Ambos habían crecido en hogares cristianos. Se conocieron en la escuela bíblica. Él se licenció en teología. Ella, en educación cristiana. Al graduarse, ambos se aseguraron un puesto en una iglesia del medio-oeste. Sus corazones estaban llenos de amor hacia Dios y de esperanza y posibilidad para el futuro. Sin embargo, unos años después, estaban desilusionados por la presión diaria, la rutina de la vida y la política de la iglesia. Decidieron hacer una pausa; dimitieron, encontraron empleos seculares y se mudaron a la costa oriental. Una vez allí, no parecían encontrar una iglesia que les gustara. Acabaron no asistiendo a ninguna. Leer la Biblia y otras disciplinas espirituales quedaron también por el camino. Aunque se consideraban cristianos, rara vez conversaban sobre su fe y tampoco hacían nada por crecer espiritualmente. No había amigos cristianos cerca de ellos. Su círculo de amistades estaba formado por inconversos, conocidos del trabajo y de la comunidad. Un viernes por la noche, un nuevo matrimonio del barrio invitó a Juan y Julia a tomar algo y jugar a las cartas. Ella se sintió algo incómoda con la idea, pero lo razonó y decidió que no era nada malo. Las dos parejas congeniaron y se convirtieron en buenos amigos. Sus juegos de naipes de los viernes por la noche llegaron a ser lo más destacado de la semana. Julia no acertaba a recordar con exactitud cuándo fue, pero en un momento dado sus corazones viraron hacia el póquer que acabó convirtiéndose en strip póquer. Y, entonces, cuando ya se habían acostumbrado a despojarse de toda su ropa, el listón se puso más alto. Apostaban favores y atrevimientos sexuales. Para cuando Julia vino a mí para que orara por ella, los juegos de póquer de los viernes por la noche habían alcanzado tal intensidad que eran verdaderas orgías, y una conducta sexual cada vez más depravada. Ella se había convertido en una adicta al sexo, una esclava de la pornografía y de la perversión sexual. Oré por ella, pero al día de hoy desconozco si llegó a liberarse de aquello.
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Mary A. Kassian (Chicas sabias en un mundo salvaje (Spanish Edition))