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–¡Dayan!
No se molestó en contestar mientras la acomodaba hasta sentarla sobre su boca. El aroma de su esencia lo rodeó, aumentando su necesidad de probarla. La sangre le hirvió en las venas cuando la sujetó por las caderas y levantó la cabeza, deslizando la lengua por los empapados pliegues de su sexo, buscando el clítoris.
Cuando lo succionó entre los labios ella dejó ir un agudo gemido, y tuvo que agarrarse del cabecero de la cama para no caerse. Dayan sonrió y pasó la lengua otra vez por el nudo de terminaciones nerviosas.
–¡Oh, dioses! ¡Dayan! ¡Yo no..! –jadeó–. ¡Sí! ¡Oh, sí!
Le rozó el clítoris con los dientes con suavidad y ella alcanzó el éxtasis al instante.
Erinni gritó de placer y fue el sonido más maravilloso que Dayan hubiera oído nunca. La liberación de la sanadora provocó en él una satisfacción completamente diferente a cualquiera que hubiera experimentado antes. Siempre le había gustado dejar bien satisfechas a sus mujeres, pero ahora era tan gratificante como frustrante. Increíble pero insuficiente.
Dayan saboreó los jugos que brotaban del cuerpo de Erinni. Manteniéndola inmóvil con una mano, deslizó la otra por el interior del muslo hasta introducir dos dedos en su vagina. El calor de Erinni lo rodeó de inmediato, con los músculos internos palpitando aún por el clímax. Unos segundos después, encontró aquel suave y sensible lugar que dicen las malas lenguas que no existe, y lo frotó sin misericordia mientras buscaba de nuevo el clítoris con la boca.
Erinni se quedó sin respiración, apretó los dedos aún más fuerte en el cabecero, y se arqueó intentando atenuar las increíbles sensaciones que la abrumaban, comenzando a jadear y gemir.
–¡Dayan! Oh, Dayan… por favor… es demasiado… yo no… ¡Ooooh!
Quería proporcionarle el tipo de placer que la devastaría y la arruinaría para cualquier otro hombre que no fuera él.
Capturó el clítoris con la lengua y lo hizo rodar de un lado hacia otro. Ella tenía los músculos tensos y cerró los puños en el cabecero, inmersa en el frenesí mientras sus pliegues se hinchaban más y más. Dayan apartó la boca un momento para mirarle el sexo; la carne palpitaba con un inflamado color carmesí que suplicaba satisfacción.
Erinni inspiró durante el momento de tregua, hasta que aquella estremecedora sensación la rodeó, exigiendo su liberación. Gritó.
–¡Dayan!
–¿Quieres que pare?
–¡No!
Sonriendo ampliamente, volvió a succionar el clítoris con los labios. La estimuló con dientes y lengua, hasta que el cuerpo de Erinni se tensó por completo y comenzó a correrse de una manera salvaje mientras gritaba.
Lleno de satisfacción masculina, no le dio respiro y la deslizó sobre su cuerpo hasta las caderas. Le separó las piernas con la rodilla y se sujetó la anhelante polla con la mano.
Penetrarla fue fácil. Estaba tan lubricada que no encontró ningún impedimento. La fricción de su carne le hizo soltar un gemido desgarrador. Cuando Erinni le tiró del pelo, Dayan tensó la mandíbula y apretó los dientes para controlarse y no explotar. Alejar aquella frenética sensación fue aún más difícil cuando ella empezó a contonearse encima de él. El placer le hizo hervir la sangre. La deseaba de una forma aterradora, insaciable, abrumadora. Quería que Erinni volviera a correrse otra vez.
Comenzó a embestirla, con dureza y con profundidad, enterrándose completamente, ardiendo, sintiendo que su polla latía de dolor. Un empuje tras otro, cada vez más duro y rápido, intenso e increíble. Contenerse se hizo imposible cuando ella palpitó alrededor de su miembro mientras jadeaba y gemía.
–¡Sí! ¡Sí! ¡Dayan, dioses!
(Dayan y Erinni. Capítulo 7, parte B.)
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