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En definitiva, estamos ante un sistema productivo incluyente en sentido extremo: no le importa a quién explota, y además potencia, por razones de aumento y diferenciación de la demanda, el pluralismo de hábitos en consonancia con la proliferación de mercancías. La diferencia, la hibridación, la heterogeneidad y otras tantas formas del radicalismo postmoderno, lejos de suponer un corte de discontinuidad con el statu quo, cumplen el papel de la transgresión inherente de un sistema, la excepción que confirma la regla, el momento de descarga mediante el cual un sistema libera sus tensiones, expurga sus pecados y continúa reproduciéndose como estaba. «De aquí el error de cierto tipo de postmodernismo que quisiera hacernos creer que nos hallamos en los umbrales de una época radicalmente nueva, caracterizada por la deriva, la diseminación y el juego incontrolable de las significaciones». Lo radical postmoderno es el chivo expiatorio al que recurre un capitalismo con rostro humano que simula responsabilidad ecológica, cuidado de lo auténtico, filantropía para con el desvalido y respeto a las diferencias. El soporte de la ética consumista es la fascinación turística por la multiplicidad de usos, costumbres y creencias
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