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Cuando me disponĂa a partir, decicĂ preguntarle por los enemigos de un hombre de conocimiento (...).
Cuando un hombre empieza a aprender, nunca sabe lo que va a encontrar (...) Sus pensamientos se dan de topetazos y se hunden en la nada. Lo que se aprende no es nunca lo que uno creĂa. Y asĂ se comienza a tener miedo. (...) Y asĂ ha tropezado con el primero de sus enemigos naturales: ¡el miedo! Un enemigo terrible: traicionero y enredado como los cardos. Se queda oculto en cada recodo, achechando, esperando. Y si el hombre, aterrado en su presencia, echa a correr, su enemigo habrá puesto fin a su bĂşsqueda (...) No debe correr. Debe desafiar a su miedo, y pese a Ă©l debe dar el siguiente paso en su aprendizaje, y el siguiente, y el siguiente. Debe estar lleno de miedo, pero no debe deternerse ¡Esa es la regla!. Y llega un momento en que su primer enemigo se retira. El hombre empieza a estar seguro de sĂ. Su propĂłsito se fortalece. Aprender ya no es una tarea aterradora. Una vez que un hombre ha conquistado el miedo, está libre de Ă©l por el resto de su vida, porque a cambio del miedo ha adquirido la claridad (...) Y asĂ ha encontrado a su segundo enemigo: ¡la claridad! Esa claridad de mente tan difĂcil de obtener, dispersa el miedo pero tambiĂ©n lo ciega. (...)
Debe hacer lo que hizo con el miedo: debe desafiar su claridad y usarla solo para ver, y esperar con paciencia y medir con tiento antes de dar otros pasos. (...) Y asà habrá vencido a su segundo enemigo, y llegará a una posición donde nada puede ya dañarlo (...) Sabrá entonces que el poder tanto tiempo perseguido es suyo por fin (...) Pero también ha tropezado con su tercer enemigo: ¡el poder!
El poder es el más fuerte de todos los enemigos. Y naturalmente lo más fácil es rendirse; después de todo el hombre es de veras invencible (...) Su enemigo lo habrá transformado en un hombre cruel, caprichoso. (...) Tiene que llegar a darse cuenta de que el poder que aparentemente ha conquistado nunca es suyo de verdad. (...) Si puede ver que, sin control sobre si mismo, la claridad y el poder son peores que los errores, llegará un punto en el que todo se domina. Entonces sabrá cómo y cuándo usar su poder. Y asà habrá vencido a su tercer enemigo.
El hombre estará, para entonces, al fin de su travesĂa por el camino del conocimiento, y casi sin advertencia tropezará con su Ăşltimo enemigo: ¡la vejez! Este enemigo es el más cruel de todos, el Ăşnico al que no se puede vencer por completo. (...)
Este es el tiempo en que un hombre ya no tiene miedos, ya no tiene claridad impaciente; un tiempo en que todo su poder está bajo control, pero también el tiempo en que siente un deseo constante de descansar. Si se rinde por entero a su deseo de de acostarse y olvidar, si se arrulla en la fatiga, habrá perdido su último asalto, y su enemigo lo reducirá a una débil criatura vieja. Su deseo de retirarse vencerá toda su claridad, su poder y su conocimiento.
Pero si el hombre se sacude el cansancio y vive su destino hasta el final, puede entonces ser llamado hombre de conocimiento.
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