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Historia de balcones I A partir del sábado 7 de marzo de 1835 y por 6.177 días (hasta el martes 3 de febrero de 1852), Juan Manuel de Rosas fue gobernador de la provincia de Buenos Aires. Además, fue el encargado de las Relaciones Exteriores de todas las provincias que integraban la Confederación Argentina. Por lo tanto, en él confluían los dos gobiernos, el provincial y el nacional. Al caer Rosas y sancionarse la Constitución en 1853, la unidad se había perdido y el país ya estaba partido en dos: Buenos Aires por un lado y la República Argentina (las trece provincias restantes) por el otro. Así sería hasta 1860, el año en que Buenos Aires se integró al resto. Este quiebre era apenas el comienzo de las discordias, porque pronto brotaron los conflictos de jurisdicción: el presidente administraba los destinos de toda la Nación desde una provincia que tenía un gobernador con poder supremo sobre su territorio. En ese escenario, el primer mandatario del país pasaba a ser un huésped del gobernador bonaerense. El primer presidente que vivió esa situación fue Bartolomé Mitre, pero no fue traumática por el hecho de que antes de asumir la presidencia era gobernador de Buenos Aires y su lugar lo ocupó el presidente provisional del Senado. En cambio, en el transcurso del mandato de Sarmiento hubo cruces con el gobernador bonaerense Emilio Castro (aquel que le dio sus tierras en Almagro a Floro Madero para que las rematara). Uno de los conflictos tuvo lugar en medio de un acto al que tanto Sarmiento como el gobernador Castro concurrieron con sus respectivos carruajes y los dos ordenaban a sus cocheros pasarse para tomar la delantera. Cada uno consideraba que el protocolo le daba prioridad. Y así fue cómo un simple acto se convirtió en una carrera de carrozas. Otro de los enfrentamientos se dio el 2 de enero de 1870, con motivo del desfile de las tropas que habían combatido en la Guerra del Paraguay. Durante los últimos días de diciembre de 1869 se habían organizado los detalles de la bienvenida. Los veteranos desembarcados se formarían en el largo muelle de Viamonte y la Alameda (es decir, Alem). Iban a desfilar por Alem hacia la Plaza de Mayo; luego, pasando por la puerta de la catedral, por Rivadavia hasta Maipú, y por esta rumbo a Retiro, a los cuarteles que los albergarían. Para Sarmiento era una complicación porque la Casa Rosada no tenía balcón y él necesitaba estar en un lugar en el cual sobresaliera para que se le rindieran honores. En cambio, el edificio del gobierno bonaerense, que se hallaba junto al Cabildo en el espacio que ahora ocupa la Avenida de Mayo, tenía una ubicación privilegiada. El gobernador Castro invitó a Sarmiento a presenciar el desfile desde los balcones del municipio. El sanjuanino respondió que era un acto nacional, que él mismo debía presidirlo y no podía ser huésped de nadie. Incluso le pidió al gobernador que le cediera el edificio a la Nación para que Sarmiento invitara a quien quisiera. El gobierno provincial se excusó alegando que ya había cursado las participaciones a los vecinos ilustres. El 1° de enero de 1870, una numerosa cuadrilla construyó un estrado de madera junto a la Recova (que cortaba a la actual Plaza en dos). Ese sería el palco oficial. Las tropas llegaron por la noche. Se resolvió que aguardaran en los barcos hasta el amanecer. Al día siguiente, pocos minutos antes de que se iniciara el apoteótico desfile —Buenos Aires era celeste y blanca, nunca se habían visto tantas banderas argentinas adornando la ciudad—, Sarmiento ordenó un cambio de ruta. Las tropas, entonces, ingresaban a la Plaza de la Victoria y no bien cruzaban el arco principal de la Recova, viraban hacia la derecha, abandonaban la Plaza y tomaban por Reconquista hacia Retiro. Esto hizo que el balcón del gobernador Castro, plagado de invitados, quedara fuera del recorrido. Tuvieron que contentarse con ver a los veteranos a cien metros de distancia. Para evitar com
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