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¡Ay, ser un buen hombre no tiene marca fija, y el desconcierto rige la humana progenie!
¡Cuántas veces he visto a un hombre que engendró un noble padre, pero él se muestra como criatura vil! Y vi, también, nacidos de padres sin valor ni estimación, hijos que llegan a mostrar su nobleza. Mil veces vi prudencia y sabiduría muy grande en un miserable y pobre cuerpo.
¿Para juzgar a un hombre qué base escogería uno? ¿La riqueza? ¡Es un pésimo juez!
¿La pobreza? Tampoco. Es falaz y fuente de necesidad que induce al hombre al mal.
¿Las armas son criterio? ¿Qué, basta ver a alguno con su lanza para afirmar que es valiente? ¡En confusión tan grande, es preferible dejar a la ventura y a lo imprevisto el juicio!
Veis a este hombre. No era un grande en Argos. No se gloriaba de una bella mansión y alta alcurnia, y entre tantos, se descubre que es todo un noble. No tenéis discreción los que a la turba engañáis con argucias y falacias. Debéis juzgar a un hombre por la noble rectitud de sus costumbres. Gentes así edifican las ciudades y los hogares. ¿Un robusto y gallardo cuerpo? ¡Cuántas veces está vacío de seso y no es sino una estatua en medio de la plaza? Y para resistir a la lanza, es igual brazo fuerte que brazo débil, con tal que haya en el pecho un ánimo esforzado: todo lo hace la bien dispuesta mente y un natural bien constituido.
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